Alemania y Francia están acordando un común y multimillonario esfuerzo para hacer frente a las consecuencias de la pandemia tanto en el plano de la salud, la cooperación científica y la recuperación de sus economías. Los veintisiete países de la Comunidad Europea se alistan también para hacer lo mismo teniendo como objetivo primordial que sus naciones vuelvan a recuperar sus empleos pero, sobre todo, su poder adquisitivo a fin de estimular la producción, el comercio y el consumo. Repiten lo que hicieron el Reino Unido y otros países después de la Segunda Guerra Mundial, esto es repartir dinero directamente a sus poblaciones antes que llenar los caudales de los bancos destinados a créditos que carguen de más deudas a las familias.
En Chile, Sebastián Piñera lo que hace es adoptar medidas que, hasta aquí, no se demuestran solventes para frenar la infección con el Covid 19, según los más recientes resultados. Todo parece ser que su gobierno busca deslindarse de la suerte de los demás naciones latinoamericanas, como si nuestras fronteras naturales pudieran frenar por si mismas el avance de la epidemia. Las autoridades de gobierno, soslayando que esta crisis sanitaria es gravísima y compromete a todo el orbe, más parecen preocupadas de competir con nuestros vecinos con virulento mal gusto y falta de fraternidad. Ignorando, por supuesto, cómo Venezuela, Cuba y otros países sometidos a un drástico bloqueo internacional, muestran logros que son reconocidos incluso por destacadas universidades estadounidenses.
Casi lo único que podría agradecérsele a las autoridades chilenas es la disposición manifestada para que todos los emigrantes retornen lo más próximo posible a sus respectivos países, ahora que el desempleo tanto los afecta y porque se trata de personas que, por lo general, viven en la extrema pobreza. En los primeros balances oficiales, La Moneda y el Ministerio de Salud se regocijaban de tener cifras de infectados inferiores a la de los argentinos, brasileños, bolivianos y peruanos, por ejemplo, hasta que éstos empezaron a aumentar y han debido someter a los chilenos a cuarentenas cada vez más estrictas, aunque muy contraproducentes en cuanto al proclamado ”distanciamiento personal” que se pide exista entre las personas.
La soberbia de Piñera se jactó de las tardías medidas adoptadas antes por los propios países más ricos y desarrollados, soluciones que finalmente aquí no han tenido muy presente una realidad social y económica que dista de parecerse a la del Primer Mundo. En efecto, imponer estos confinamientos a comunas y barrios de nuestro país puede ser hasta contraproducente, especialmente allí donde impera la vulnerabilidad social y el hacinamiento. Además de que el encierro deja sin sus ingresos a millones de personas que ahora padecen hambre, una feroz angustia e incertidumbre sobre el futuro. Situación muy distinta a la de los suecos, por ejemplo, en que un 52 por ciento vive solo y bajo un techo digno; o a la del promedio de los habitantes del continente que representan al menos el 48 por ciento en la misma situación. Además de tener todos asegurados sus subsidios y haber recibido recursos y asistencia médica mucho más que eficaz si se la compara con lo que ocurre en América, África y Asia.
Pocos dudan que la pandemia es la que le dio continuidad al gobierno de la derecha, después de aquellas jornadas de explosión social que pusieron prácticamente en jaque al Ejecutivo y al Congreso Nacional, esto es a prácticamente toda la clase política. Sabemos que la emergencia sanitaria replegó el duro e irrefrenable levantamiento del pueblo, en la promesa de que apenas se superara la pandemia continuaría la lucha y se llevarían a cabo un plebiscito, las elecciones municipales y, de seguro, la instalación de una Asamblea Constituyente. Además, por cierto, de imponer soluciones económicas urgentes para echar abajo el sistema previsional vigente, los abusos de las isapres de salud , la corrupción política y tantos otros despropósitos a la luz del capitalismo salvaje impuesto por la dictadura pinochetista y sacralizado por sus sucesores supuestamente democráticos que siguieron gobernando con la Carta Básica de 1980 y sus leyes autoritarias y represivas.
Bajo un régimen en que ha primado la complicidad de los grandes medios de comunicación, al mundo le costó entender que en Chile estuvieran tan soterradas las inequidades y la frustración popular. Muchos de los aplaudidores internacionales de la “transición chilena a la democracia” debieron expresar su estupor ante aquellas protestas que movilizaron a millones de trabajadores, estudiantes y chilenos de la más variada condición económica y social. Así como ahora, más temprano que tarde, deberán asumir que la pertinaz voluntad de Piñera de permanecer en La Moneda e implementar sus erráticas medidas contra la pandemia arriesga que agote la posibilidad de una salida política consensuada y pacífica. Durante esta primera semana de confinamiento obligatorio del Gran Santiago ya se están haciendo incontenibles las barricadas y los enfrentamientos con las policías y los militares que el Régimen mantiene en las calles fuertemente armados.
Es evidente que un pueblo sin pan, techo y trabajo hará todavía más explosiva la convivencia social, de tal manera que, contrariamente a lo sucedido en otros países, sus gobernantes quedarán todavía más desacreditados frente a la opinión pública. Consideremos que, al decir de las encuestas, el país en más de un setenta por ciento no le cree a sus autoridades, así como que el propio Piñera cuenta apenas con un 20 o 25 por ciento de aprobación, si es que se le puede dar crédito a los sondeos, después de evidenciarse las mentiras oficiales sobre el verdadero avance de la pandemia.
Por otro lado, los chilenos han tomado conocimiento de que su Estado tiene ingentes recursos no solo para hacer frente a la emergencia sanitaria sino para encarar otras lacras mucho más catastróficas, incluso en materia de salud. Nada se dice oficialmente en cuanto a que los muertos por el cáncer, pestes o epidemias propias del invierno superan con creces a los infectados por el Covid 19. Salvo reconocer que en estos últimos meses la lista de espera para las cirugías y otros tratamientos en los hospitales se ha ido acrecentando y promete ser un problema de mayor envergadura, y que ya era crítico antes de diciembre último.
Los propios datos económicos que se ocultaban hasta hace algunos meses nos dan cuenta de que las enormes reservas del país en la banca extranjera han sido intocadas todavía. Que todo lo dispuesto en liquidez por el gobierno es producto solo de meros ajustes presupuestarios, esto es de recursos con los cuales se mermará lo que necesita la educación, la cultura, la investigación científica y las obras públicas. Tanto así que no se ha tocado tampoco para nada los ingentes recursos asignados a las FFAA, cuyas ramas en todo este tiempo siguen recibiendo aviones, barcos, tanques y los más distintos pertrechos para la guerra y los lúdicos pasatiempos de los efectivos militares.
Algunos ex ministros de los gobiernos de la Concertación se han obligado a reconocer el monto real de nuestras reservas, después de que sus gobiernos le negaron sistemáticamente recursos a la superación de la pobreza, el mejoramiento de la educación pública y el fomento al trabajo productivo y justamente remunerado. Además de tolerar la usura bancaria y empresarial que le traían recursos a sus campañas electorales, siempre en connivencia con la derecha política y los inversionistas privados y extranjeros.
Todos los días, Piñera y quienes siguen asistiéndolo apelan a la unidad nacional pero sin dar paso alguno hacia lo sucedido en otros países, que han integrado al menos a los esfuerzos por combatir la pandemia a sus opositores políticos como referentes sociales. Consta la forma en que La Moneda se ha relacionado a patadas con los alcaldes del país, el Colegio Médico, los gremios y sindicatos. Todo esto, cuando hay algunos voceros de partidos otrora progresistas que claman por ser acogidos por el gobierno y las bancadas legislativas de la centroderecha. Seguros que el descrédito creciente de la política los obliga a enfrentar el porvenir electoral y la protesta social con “sentido de clase”, haciendo caso omiso a esas diferencias que tuvieron en el pasado. Incluso con el pinochetismo más virulento.
Pero la tozudez de Piñera incluso ha ahuyentado de su lado a varios colaboradores y tiene irritadas a las directivas políticas oficialistas que se conduelen de los tumbos que da el Gobierno en materia de salud y calculan que bajo el confinamiento social se está gestando una rebelión todavía más iracunda que el 18 de octubre pasado.