Fundamentalismos religiosos en tiempos de pandemia.
Por Jorge Elbaum
El senador provincial mendocino Héctor Bonarrico, pastor neopentecostal del partido MasFe, solicitó una semana atrás la aprobación de una asistencia estatal para solventar las actividades de los templos evangélicos. Además sugirió su inmediata apertura argumentando que “hay más muertes por abortos que por el Covid (…) entonces tendríamos que estar encerrados para que no haya abortos”. La propuesta de Bonarrico, titular de 30 templos evangélicos en territorio mendocino, fue avalada por el oficialismo provincial –de signo radical– pero no logró su aprobación por no alcanzar los dos tercios de los votos necesarios para su tratamiento sobre tablas.
La pandemia no sólo pone en evidencia los oxidados engranajes del modelo neoliberal especulativo; también ofrece testimonio cotidiano de las corrientes más retrógradas de las más variadas confesiones religiosas. En Chile, donde los contagios han alcanzado niveles desproporcionados respecto a su población, el reconocido pastor Mario Salfate Chacana mostró su oposición –desde el inicio de la pandemia– a las sugerencias del distanciamiento social. En ese marco decidió convocar el 16 de marzo a un encuentro colectivo en uno de sus templos del área metropolitana de Santiago, ubicado en la comuna de Paine. La convocatoria fue realizada con el objeto de luchar contra el virus desde la fe y al mismo tiempo enfrentar al diablo disfrazado de Covid–19. El 14 de abril, Salfate falleció a la edad de 67 años en el hospital San Juan de Dios en Los Andes, luego de dar positivo en el test, junto con otros tres participantes del evento,
Los tres líderes de las iglesias neopentecostales brasileñas son Edir Macedo, de la Iglesia Universal del Reino de Dios; Silas Malafaia, de la Iglesia Asamblea de Dios Victoria en Cristo; y Valdemiro Santiago, de la Iglesia Mundial del Poder de Dios. Sus sedes centrales se ubican en templos que poseen capacidad para 10.000, 6.000 y 15.000 feligreses, respectivamente. Los tres referentes se constituyeron desde febrero en los paladines del aperturismo promovido por Jair Messias Bolsonaro, defendiendo sus criterios respecto al distanciamiento social preventivo.
El viernes 13 de marzo el gobernador de San Pablo, Joao Doria, decretó la prohibición de eventos con participación de más de 500 personas. Dos días después, el domingo 15, se llevó a cabo una asamblea multitudinaria en el Templo de Salomón, en la región de Brás, donde Edir Macedo alentó a su congregación a oponerse a las decisiones estaduales y confiar en la única protección posible: la divina. En dicha asamblea se aglomeraron alrededor de 10.000 feligreses. Las dos semanas sucesivas se incrementaron en forma exponencial los testeos positivos convirtiéndose San Pablo en el epicentro brasileño de la pandemia. Mientras Brasil se constituía en el sexto país con más contagios en el mundo, Macedo recomendaba a sus seguidores: “No se preocupen por el coronavirus porque esta es la táctica de Satanás. (…) La mayoría de las personas no sabe que la mayor plaga no es el coronavirus sino la coronaduda y su antídoto se llama la coronafé. Y cuando la gente está aterrorizada, asustada, con dudas, se vuelve débil, frágil y susceptible. Cualquier viento que sople será una neumonía para los débiles”.
Pocos días después de esta concentración multitudinaria, impugnada tanto por el gobernador paulista como por los epidemiólogos de todo el país, Bolsonaro volvió a menospreciar la emergencia sanitaria y convocó a un encuentro interreligioso en el Palacio del Planalto, con el objeto de conmemorar la Pascua de Resurrección. Durante la ceremonia los líderes neopentecostales le solicitaron al Presidente, de forma explícita, la excepción del distanciamiento para las reuniones públicas confesionales. A pesar de que varios gobiernos estaduales insistieron en emular a Joao Doria –en claro desafío a las exhortaciones de Bolsonaro–, Silas Malafaia (que cuenta con más de 1.400.000 seguidores en Twitter), adelantó a través de las redes sociales que sus templos permanecerán abiertos aunque las autoridades locales exijan su cierre: “Nuestros templos –señaló– sólo interrumpirán sus actividades si lo ordena un tribunal”. El 25 de marzo Bolsonaro dictó un decreto en el que se incluyó a las actividades religiosas y a los bingos (loterías) entre aquellas que se autorizaban su apertura. “Yo creo que los pastores van a saber conducir en forma adecuada sus cultos –justificó el primer mandatario–: van a tener conciencia. Si la iglesia se llegara a encontrar muy colmada van a saber lo qué decir”. En 2014 el parlamento brasileño contaba con 68 legisladores identificados con la tradición neopentecostal. En las últimas elecciones, pasaron a ocupar 75 escaños. Sus bases fueron protagonistas centrales de la elección de Bolsonaro, quien fue bautizado como miembro de ese colectivo confesional en una ceremonia realizada en el rio Jordán, en Israel, en 2016.
La vacuna de dios
La investigadora Cecilia Mariz, profesora de sociología de la religión en la Universidad del Estado de Río de Janeiro, atribuyó la negativa de los pastores neopentecostales a respetar la cuarentena a una doble motivación: la ambición por seguir recaudando los diezmos de los feligreses y –en segundo término– a su empecinada negación del discurso científico. “Creen que dios puede resolver todo –señaló Mariz–, que no hay que cumplir con el aislamiento sino con dios”. En 1970 el 91 % de los brasileños eran católicos y solo el 5 % se consideraban evangelistas. En una encuesta realizada en 2019 por Datafolha, los seguidores de los pastores neopentecostales expresaban al 32 % de la población. Pero en la región amazónica los evangelistas ya superan a los católicos. En 2019 existían alrededor de mil emisoras de radio de cariz evangélica distribuidas en todo el país; la Iglesia Universal, que controla la Rede Aleluia, (integrada por 64 emisoras); el multimedio TV Record, perteneciente a Macedo, que gestiona 108 señales y 9 canales vía satélite. Por cada medio operado por instituciones ligadas a la Iglesia católica existen 4 manejados por los evangélicos neopentecostales.
El modelo de los pastores carismáticos multitudinarios fue exportado por Estados Unidos a América Latina en los años ’70 para debilitar a la Teología de la Liberación, corriente interna de la Iglesia católica comprometida con el destino de los más vulnerables. Sus acólitos actuales, en los diferentes países, reproducen la misma lógica que se observa en sus homólogos brasileños. El pastor Gerard Glenn, referente de la congregación New Deliverance Evangelistic de Richmond, desafió las recomendaciones de aislamiento social, afirmando que «dios es más grande que este temido virus”. El mismo Glenn advirtió, además, que no iba a consentir el cierre temporal de su templo dado que su tarea espiritual era necesaria para limitar los contagios. “Soy esencial, soy un predicador, hablo con dios”, manifestó ante los críticos que cuestionaban su continuidad en los sermones multitudinarios organizados en Richmond. Glenn falleció el último 22 de marzo por coronavirus y su esposa pelea aún contra la enfermedad. El mismo destino lo sufrió Landon Spradlin, el líder de la comunidad evangélica de Virginia, quien se convirtió en un acérrimo defensor de los postulados de Donald Trump. El último 25 de marzo murió a los 65 años días después de afirmar que la cuarentena tenía como objetivo básico “manipular la vida de los ciudadanos estadounidenses” y que su comunicación a través de los medios estaba produciendo “un innecesario terror”. A mediados de abril la editorial Life Way Christian Resources de Tennessee reprodujo los resultados de una encuesta sobre la percepción de los pastores, en relación con la pandemia: el 81 % de los consultados indicó que “el amor de muchos creyentes se está disipando como producto del distanciamiento social”, razón por la cual se debían mantener abiertas las congregaciones.
El fundamentalismo religioso no tiene solo un cariz cristiano neopentecostal. En diferentes ciudades del mundo, los judíos ortodoxos se opusieron a toda forma de confinamiento sanitario. El último 30 de marzo, dos semanas después de la imposición de la cuarentena en Israel, varios centenares de seguidores de la escuela talmúdica liderada por el rabino Tzvi Shenkar desafiaron las disposiciones gubernamentales y participaron de un multitudinario cortejo fúnebre. El rabino Haim Kanievsky, uno de los líderes de los grupos jaredíes (ortodoxos), declaró a fines de abril que era más peligroso dejar de estudiar –en forma colectiva– la Torá, que arriesgarse a contraer el virus. Los ortodoxos son el 12 % de la población israelí. Sin embargo, concentran –según el ministro del interior Arié Deri– el 70 % del total de los 16.000 contagiados. En la República Islámica de Irán, los primeros casos se detectaron a principios de febrero en la ciudad sagrada de Qom, sitio de peregrinaje de los musulmanes shiítas. Sin embargo, los ayatolás –máximas autoridades políticas y religiosas del país– no consideraron necesario clausurar las concentraciones públicas. El 20 de marzo, primer día del año nuevo persa (Nouruz), cuando los contagios se multiplicaban exponencialmente, las autoridades religiosas autorizaron la peregrinación de miles de fieles a la ciudad sagrada de Mashad. Diez días después, un centenar de académicos y científicos iraníes culpabilizaron al líder supremo, Alí Jamenei, de ser el máximo responsable por la expansión del virus que produjo 7.000 muertes, por resistirse a imponer en forma estricta la cuarentena entre los colectivos religiosos.
Neoliberalismo de púlpito
En Corea del Sur, la Iglesia de Jesús –conocida como la congregación de Shincheon, promueve asambleas multitudinarias– se convirtió en el epicentro de los contagios en ese país. Su máximo referente, el pastor Lee Man-Hee, impulsó a sus seguidores a resistir las rigurosas medidas de aislamiento ordenadas por el gobierno. El 60 % del total de los infectados de ese país pertenecen a ese colectivo. En situaciones de crisis como la actual, los fundamentalismos religiosos (de todas las confesiones) oponen las regulaciones humanas a la ley de dios, exigiendo obediencia a los mandatos divinos, que supuestamente interpretan y gestionan. En segundo término, sus reclamos aperturistas aparecen como claramente motivadas por las expectativas perdidas de recaudación, provenientes de las contribuciones y los diezmos de los feligreses. Al igual que el discurso de los empresarios y comerciantes, los líderes de la ortodoxia confesional consideran que la falta de ingresos puede producir la quiebra de sus emprendimientos cuasi comerciales. Por último, el lógico temor que genera la pandemia permite a los líderes fundamentalistas apelar al discurso apocalíptico, aconsejando a los pecadores a un regreso a la verdad revelada.
En América Latina la tradición neopentecostal se consolidó difundiendo la denominada teología de la prosperidad, que sostiene a la riqueza como un don divino: los multimillonarios, para esa tradición, son sujetos que han sido recompensados por la deidad y carecen de responsabilidad por la inequidad que originan. Según sus referentes, no se les puede acusar de mezquindad por acumular aquello que somete al resto de la humanidad a la miseria. Desde ese posicionamiento ideológico se defiende el sexismo y el patriarcado, y se agrede a las identidades LGTBI, a los movimientos feministas y/o a quienes promueven la interrupción voluntaria del embarazo.
Según el sociólogo Max Weber, el protestantismo es un elemento constitutivo de los orígenes del capitalismo. En esa misma lógica, aparece como evidente que la tradición neopentecostal reaccionaria –nacida en y exportada por los Estados Unidos– es parte fundante de su actual fase neoliberal, que promueve tanto un Estado indiferente (no intervencionista) como la preeminencia de un individualismo cruel, ajeno a toda solidaridad social. Una impronta que privilegia el control confesional, incluso, por sobre la misma salud de la población.