CRÓNICA
El arte cambia la vida de las personas.
A principios de los años 40 en la calle Alaide, dos niñas jugaban en la canchita después de la escuela. Una, Arlete da Silva y la otra Arlete Fonseca, ambas hijas de costureras. A los quince años Arlete da Silva fue a estudiar y trabajar en una emisora de radio y la otra se quedó en casa cuidando a sus hermanos menores. Con problemas de aprendizaje, Arlete Fonseca no tuvo ningún acompañamiento médico –en ese momento no se conocía la dislexia ni se educaba a las mujeres para estudiar. El severo padre militar de Arlete Fonseca pensaba que el lugar de la chica era su casa. No se cómo la otra Arlete se libró de eso, pero en los años siguientes ganaría nuevo destino y nombre: Fernanda Montenegro.
El arte y el teatro salvaron a esta Arlete del destino de su vecina. Arlete creció y pronto se mudó de la calle Alaide acompañando a su padre, constantemente traladado en el ejército a otros lugares como Fortaleza. Nunca se volvieron a ver ni supieron del paradero de la otra.
En 1961 Arlete se casó y después de perder un hijo, fue internada para tratamiento psiquiátrico. Tuvo una vida modesta, sin estudios debido a la dislexia, con un solo hijo nacido en 1965. Yo soy el hijo de la Arlete que no se convirtió en Montenegro, como tantas chicas de los suburbios que siguieron el destino de casarse y tener hijos. Arlete, mi madre, la chica de la calle Alaide seguía la vida de la otra Arlete, o Fernanda. Estaba muy orgullosa de ella.
En este mes en que Fernanda Montenegro, consagrada y gran señora del teatro y la dramaturgia cumple 90 años, no podía olvidar a las otras Arletes, sesgadas por la vida cotidiana, por los sueños incumplidos, mujeres de esa generación impedidas de estudiar, condenadas al matrimonio y a la maternidad, muchas de ellas talentosas y también bellas. Pintoras, escritoras, actrices, todas Arletes del suburbios de Río, madres y trabajadoras.
Me siento muy honrado de ser el hijo de uno de esas Arletes de la calle Alaide. Y también me siento muy orgulloso de la Arlete que a través del arte y el teatro cambió su destino.
Nueva York, noviembre de 2019¹
¹ Este texto fue escrito en el contexto de la conmemoración del 90 aniversario de la Arlete–Fernanda Montenegro.