Publicamos la segunda entrega de tres que el autor ha escrito sobre el proceso humano. La primera pueden encontrarla aquí.
Por Carles Martín
La revolución industrial y los combustibles fósiles
Dentro aún de esta etapa de sedentarismo competitivo, tuvimos un importante punto de aceleración de todo el proceso, que fue la llamada Primera Revolución Industrial, de mediados del siglo XVIII. Básicamente, el acceso a los combustibles fósiles nos aportó una nueva superabundancia energética, un nuevo plus que se pudo reinvertir en tecnología, en producción material, en movilidad y en acumulación de conocimiento. Desde ese momento, se aceleraron los tiempos de forma exponencial, profundizando aquellas rupturas de la Brecha y poniendo al frente un sistema de ideación absolutamente materialista. Se terminó de explorar y de cubrir la superficie de la práctica totalidad del planeta, poniéndolo bajo la influencia de una cultura dominante, que es todavía el máximo exponente de ese materialismo. A la vez, se inició un proceso de concentración urbana, en parte por la capacidad técnica de levantar mayores edificios, en parte por la demanda de trabajadores para la pujante industria. Tuvieron lugar eventos bélicos mundiales. La incorporación de la mujer al insaciable mundo laboral empezó a abrirle puertas de participación social tras un ostracismo secular. El desarrollo tecnológico, muy velozmente incrementado, permitió aumentar el conocimiento del Universo y de la propia Biología. La producción de los alimentos se industrializó y se dio una segunda vuelta de tornillo al descenso en la calidad de la nutrición. Esta tuvo también incidencia negativa sobre la salud, aunque camuflada por los avances técnicos en ese campo. A lo largo de los últimos siglos, incluso ha disminuido de nuevo el tamaño de la masa encefálica. Pero, en cambio, se llegó a poder transferir ciertas funciones cognitivas y de gestión de información a máquinas cada vez mejores. Los transportes ganaron en velocidad y alcance, de modo que los desplazamientos por todo el globo quedaron ampliamente disponibles. Se sistematizó el cuidado sanitario, avanzando sobre algunas enfermedades y recuperando longevidad, que no calidad de vida. Se crearon instituciones de coordinación política y económica globales, que avalaban el estatus dominante de ciertos estados y, sobre todo, de ciertas minorías de la población.
El momento actual: la crisis sistémica
Todo ese momento general de aceleración creciente ha traído a la especie a una situación crítica, que viene dando síntomas en diferentes ámbitos. Veamos rápidamente la situación de algunos de ellos en el presente.
En la Economía, la concentración del poder económico en pocas manos ha ido pasando de los ciclos de resolución mediante grandes guerras a grandes crisis cíclicas, por saturación del mercado. El asentamiento de un mercado global con grandes focos de poder compitiendo entre ellos ha desembocado en un atasco general de la economía, donde el 1% de la población mantiene sus privilegios sobre el resto, gracias al control que tiene sobre el poder político y sobre las superestructuras formadoras de opinión, como los medios de comunicación y la industria del ocio. También desde ahí controlan los medios de coerción sociales y los ejércitos, de modo que aparentemente nada puede escapar a su control. Sin embargo, parece haber un agotamiento de ciclos y la maquinaria del consumo empieza a dar señales de estancamiento, al haber ido perdiendo poder adquisitivo capas cada vez más amplias de la población.
El Poder Político está cada vez más desacreditado en las llamadas democracias occidentales. Su relación con el Poder Económico es ahora tan evidente que ha perdido toda credibilidad. La multiplicidad, reiteración y abundancia de la corrupción han demostrado que no son casos excepcionales, sino la naturaleza misma del sistema. Pese al férreo control sobre los medios de comunicación de masas y, ahora también, sobre las redes sociales, pese a la tecnología de la manipulación, más y más desarrollada, las poblaciones, si bien están fuertemente desreferenciadas, no confían ya en los políticos de ningún signo. A nivel mundial, lo que pudo ser una gran avance, como la creación de un órgano conjunto de coordinación horizontal entre los Estados, la ONU, esta ha ido cayendo en las redes de corrupción y compra sistemática de influencias, para convertirse en un órgano más de propaganda de los intereses de los grupos de mayor poder.
En las esferas del Pensamiento, la Filosofía y la Ciencia se deja sentir la asfixiante presión del Poder para evitar corrientes críticas que antagonicen con sus intereses. Instituciones y responsables dependen de financiación para funcionar y, a la corrupción de sus responsables se añade la lucha por el control interno, donde prevalecen aquellos mejor respaldados por los poderes económicos y políticos, en detrimento de la verdadera Ciencia y del Pensamiento Libre. Las grandes religiones institucionalizadas, en el caso del Islam y de alguna secta cristiana parecen progresar al cobijo de algún poder político local, pero el resto se esfuerza por mantener su posición de privilegio, totalmente desconectados de la función que pretendían cubrir, de facilitar a pueblos e individuos un camino de reconexión con lo Sagrado. Solamente el arte, en su expresión popular y con algunas honrosas excepciones, pese a la corrupción generalizada de instituciones y cargos oficiales, en ocasiones refleja un canal de expresión de algo profundo que surge y se manifiesta. La Ciencia en sí debería poder abocarse de lleno a la resolución de un desafío de envergadura, como es la integración del conocimiento acumulado en teorías coherentes sobre el Universo. Sin embargo se halla debilitada por la presión ejercida desde el poder para investigar aquello que sea rentable y por sus propios circuitos de autoridad, cerrados a la innovación de las ideas. El autoritarismo en el mundo de las ideas asfixia como nunca los procesos de creación.
Nos encontramos en una situación límite en la relación con el mundo natural. Esa desconexión nos afecta doblemente, porque la naturaleza nos ofrecía un vínculo con lo Sagrado, que se ha ido perdiendo. Y porque ese daño y ese desequilibrio pueden ser irreversibles en una escala humana de tiempo y así se rompe el compromiso con las generaciones posteriores de transmitirles un mundo digno de ser habitado. Lo que ha sido llamado emergencia climática, fue primero negado desde el Poder y después adoptado por ciertos sectores de él, en la medida que siga sin costarles un recorte de dividendos. Los detalles técnicos que permitan una evaluación objetiva del peligro climático son difíciles precisamente por la desgastada credibilidad de las autoridades científicas. Más grave a corto plazo para nuestra especie es el envenenamiento progresivo a que está siendo sometida por varias vías. En el aire y en el agua, la presencia continua de contaminantes que respiramos y bebemos. Otras especies, en los mares, están también intoxicadas y algunas de ellas son nuevos vectores de contaminación para nosotros al servirnos de alimento. Los animales criados para alimentación han sido de tal forma sobreexplotados que se han convertido una puerta de entrada para tóxicos y patógenos. El envenenamiento general de los alimentos se ha producido por cantidades en principio pequeñas de metales pesados, disruptores endocrinos y otros tóxicos, incluso a través de medicamentos cuyo uso atenta contra salud.
En la Biología, encontramos que se ha aumentado espectacularmente la esperanza de vida media. Este es un concepto estadístico. Al reducir mucho la mortandad infantil en los últimos siglos y reducir varias de las causas de interrupción accidental de la vida, el resultado es una edad promedio de fallecimiento más tardía. Aun así, estamos ante el fracaso de la Medicina oficial más cómplice y partícipe del Poder. En primer lugar, tenemos varias pandemias aceptadas como inevitables y en progresión, como las cardiopatías, la Diabetes 2, las enfermedades metabólicas, las autoinmunes, las tumorales, las psiquiátricas y las neurodegenerativas. En esta sociedad orientada a la rentabilidad económica, los estándares de salud han ido bajando el listón hasta el punto de que se considera saludable cualquier estado apto para desempeñar una función laboral, incluso si es mediante el uso continuado de fármacos que silencien los síntomas. En esos casos, ni siquiera se hace el intento por restablecer el estado de salud a una ausencia de patologías observables. La continua injerencia de intereses de laboratorios farmacéuticos y de la industria alimentaria condiciona absolutamente las recomendaciones de los responsables de salud, desoyendo y neutralizando las voces de los esforzados investigadores independientes. La presión añadida de los intereses económicos en mantener en activo una masa laboral productiva, impide cualquier reflexión sobre las consecuencias del estrés acumulado y del estilo de vida establecido. El antiguo concepto de medicina preventiva ha desaparecido o es vagamente evocado como conjunto de medidas protocolizadas para reducir moderadamente los casos de morbilidad más flagrantes. Los conocimientos médicos heredados de otras culturas y hasta aquellos que surgen de la investigación rigurosa, al margen de los circuitos protegidos por el escudo de la industria farmacéutica, se encuentran bajo persecución, o con la misma dificultad para ser aceptados o innovar, como ocurre en la Ciencia.
Ya antes de aparecer el COVID-19 estábamos ante una importante crisis biológica que amenazaba la conciencia humana en su propio sillar físico. El estilo de vida altamente sedentario y la alimentación en base a productos contrarios a nuestra genética, especialmente los procesados, promocionada desde la industria alimentaria y con la complicidad de las autoridades sanitarias, ya no solamente empiezan a reducir, de nuevo, la esperanza de vida. También producen una importante disminución en su calidad y muy especialmente en los últimos años del individuo. Ya no se trata solamente del alto número de patologías reconocidas, se trata de que el rendimiento fisiológico de los supuestamente sanos es cada vez más bajo. Y lo son también sus capacidades inmunológicas y mentales. Esta pandemia está poniendo en evidencia las carencias del llamado sistema de salud. Tanto por su excesivo condicionamiento por los poderes económicos, que a través de los políticos lo han dejado reducido a un negocio más, como por su concepto básico de la sanidad, a todas luces incapaz de mantener a la población en un estado saludable y resistente.
Carles Martín es miembro del Centro Mundial de Estudios Humanistas y tiene una larga trayectoria como humanista militante y con experiencia en los medios. Actualmente es acupuntor y terapeuta según la Psiconeuroinmunología.