Por Juan Gómez Valdebenito
Se han escrito miles de toneladas de libros, compuesto millones de canciones y poemas dedicados al amor, pero tal vez a nadie le queden suficientemente claras sus verdaderas dimensiones, ni tampoco dónde buscarlo. Muchos creen que el amor es aquel sentimiento que se siente por la pareja, la mamá, hijos, incluso por la mascota. Y por cierto, esta es una dimensión cierta pero restringida del amor. En su sentido más amplio es más extensivo, no reconoce fronteras y es más incondicional. Y aunque tienen la misma procedencia, no es un reflejo ante un estímulo externo como una persona, sino que proviene del interior de nosotros mismos, de lo profundo de nuestro espíritu. Por ello es más universal, y no discrimina respecto de las personas que son sujetos de este amor, ni tampoco somete a condiciones al sujeto amado.
El amor común es voluble, va y viene como el viento, se siente por algunas personas, pero se desprecia a otras. Se siente simpatía por alguien pero antipatía por otros, por lo tanto la persona no se siente interiormente en plenitud. Ese amor es dependiente siempre de lo externo y de los cambios que se producen en ese medio. El amor que procede del interior, del fondo del corazón en cambio, es permanente y no está sujeto a los vaivenes de la vida diaria. Tampoco sufre celos ni otras inseguridades propias de la naturaleza humana. Es independiente del cariño que otros puedan sentir por alguien, ni se resiente por el amor que puedan sentir otros hacia la misma persona. El buen amor no condiciona su sentimiento hacia los demás, no lo hace depender del comportamiento de ellos o de la estructura de su carácter y personalidad, de sus hábitos y conductas.
Del buen amor nace el respeto y la tolerancia, la fraternidad y el compañerismo incondicional, la solidaridad y la caridad, el espíritu de servicio y la conciencia de la propia misión en esta vida. El mandamiento que nos dejara Jesús se funda en todas estas premisas, pero es más que un mandamiento propiamente dicho, como sostiene la fe cristiana, no tiene ese sentido, es más bien una búsqueda, un estilo de vida, una misión que otorga pleno sentido a la vida humana y que expande los horizontes de nuestra conciencia. Jesús nos dejó este “mandamiento” porque tenía plena conciencia que sin este sentimiento la vida en sociedad se hace muy difícil, se generan grandes desigualdades, se desarrollan egos enormes que devienen en ambiciones y codicias, que a su vez producen guerras y sufrimiento a toda la humanidad. Sin una dosis de este amor incondicional en las personas se hace compleja la vida en sociedad, ya que es muy difícil que se desarrolle empatía, respeto y tolerancia, sobre todo con los extranjeros y adversarios religiosos y políticos. Con el verdadero amor desaparece nuestra agresividad interior, toleramos de mucha mejor manera a nuestros adversarios, somos capaces de perdonar y negociar con ellos, los miramos con una mirada comprensiva y ya no los atacamos, no los ridiculizamos ni los minimizamos. Nos damos cuenta de que todos tenemos parte de la verdad, y que asimismo todos nos podemos equivocar, que somos libres de pensar de manera distinta. Fruto de sembrar esta forma virtuosa de ser, generamos una respuesta equivalente por parte de nuestros adversarios, y producto de este entendimiento mutuo, de esa capacidad de consensuar posiciones, logramos los mejores resultados y podemos trabajar juntos en la misma dirección para solucionar los grandes problemas que nos afectan, en beneficio de toda institución, empresa, sociedad, y de la humanidad en general.
Ahora bien, el amor no es un sentimiento que se adquiere por decreto, o que se nace con él, aunque muchos traen ese don más desarrollado. No se compra ni se vende, y aunque depende nuestra voluntad, eso no es suficiente para comenzar a amar inmediatamente apenas la persona lo decida. Se necesitan todos los atributos necesarios para lograr cualquier meta en la vida: determinación, constancia, perseverancia, disciplina, regularidad a lo que hay que agregar algo fundamental: el método. Así, en primer lugar se requiere de la convicción profunda de que el amor es lo más importante en la vida de los seres humanos. Con esto se logrará tener la determinación total de lograrlo y luego con el método adecuado aplicarlo con perseverancia y regularidad, para lo cual se requiere una disciplina rigurosa y mucha fe en el logro del objetivo. El método debe ir canalizado hacia esa meta en particular, ya que se podría desviar hacia objetivos distintos. No es algo rígido ni una ecuación matemática. Los métodos son muy diversos, dependen de la cultura en que se nace y de las creencias religiosas. Pero bien enfocadas todas sirven si se orientan en esa dirección. Lo importante es saber profundizar en ellos para ir hasta el fondo de nuestro corazón, de nuestro espíritu. Si somos cristianos y hacemos oración, ésta debe ser lo suficientemente profunda como para conectarse con nuestra esencia divina, asimismo con el rezo del rosario y la adoración. Lo mismo es válido para cualquier otra religión o doctrina, ya sea musulmana, sufí, sik, jainista, budista, sintoísta, etc. Si somos librepensadores en cambio, pero practicamos la meditación, trascendental, zen u otra, tenemos que dejarnos llevar por su técnica pero siempre teniendo presente nuestro objetivo de ir lentamente, sin forzar nuestra mente dispersa, hacia el fondo de nuestro ser hasta encontrar la fuente maravillosa desde donde nacen nuestros mejores sentimientos, que son los que en definitiva dirigen nuestras vidas. Todo lo demás es regularidad en su práctica y perseverancia en el tiempo, y poco apoco se irán observando y sintiendo los resultados que a su vez nos irán estimulando más a perseverar en estas prácticas. No debemos olvidar la sentencia bíblica que dice: “buscad y encontraréis, golpead y se os abrirá, pedid y se os dará”.
No ha habido en los últimos años en el mundo una oportunidad tan preciosa de buscar ese amor interior que esta cuarentena del coronavirus, dada las mejores posibilidades de introspeccionarnos, por la imposibilidad de estar tan en contacto con el ruido social del exterior. No desperdiciemos esta oportunidad de crecer interiormente y comenzar esta senda que nos llevará a la realización personal y social.
Poco a poco se irá esclareciendo nuestra mente y nuestro corazón e iremos floreciendo a una nueva realidad de mente y de conciencia. Y como decía Jesús, al beber de la fuente de agua viva ya nunca más sentirás sed. Se logrará así acabar con la necesidad, con el deseo de cosas materiales y superfluas que nos esclavizan, y que los budistas se esfuerzan por alcanzar esa desposesión. Ya no es necesario ni siquiera plantearse metas ni desafíos. El amor va encausando nuestra vida y nos va mostrando el camino que debemos seguir. Nos hace serenos y naturales, no requerimos ni siquiera desear dar o recibir. Todo va a suceder como tiene que ser. Las cosas llegarán a nosotros sin buscarlas. Sólo seremos relajados y naturales, como una flor que se abre cada mañana a la luz del sol y que exhala su perfume a todos los que se acercan a olerla. Ese es el verdadero objetivo de beber de esa fuente de agua viva. Y no hay que buscarla ni en los libros ni en las religiones. Está dentro de nosotros mismos.
Vivimos buscando fuera, en todo tipo de satisfactores algo que nos llene y nos haga felices, sin reparar en que todo está dentro de nosotros mismos. Así pasamos nuestra vida confundidos y desorientados culpando a otros de nuestras carencias y necesidades insatisfechas. Y lo que verdaderamente ocurre es que hemos perdido contacto con nuestra esencia. Somos eternos adolescentes que buscamos fuera lo que está dentro. Y lamentablemente eso nos está costando demasiado caro. Guerras, hambrunas, enfermedades, calamidades todas que podríamos evitar si miráramos a nuestro interior. Sólo esperemos que sean estas mismas calamidades como la pandemia actual las que nos hagan cambiar, y empecemos a enseñarnos a nosotros mismos y a nuestros niños que el verdadero camino es el amor y que tenemos que buscarlo dentro de nosotros mimos a través de la meditación o de la oración profunda. Hagámoslo antes de que sea demasiado tarde.
El advenimiento del amor en nuestro corazón y nuestra mente deviene en un sentido de la vida distinto, que otorga plena conciencia de nuestro rol en la sociedad y de los grupos humanos en donde nos toca vivir. Como amamos a nuestros semejantes, nos encantará servirlos y ayudarlos, confortará nuestro espíritu y nos otorga satisfacción y sentido de utilidad a nuestras vidas. No es difícil imaginar cual sería la vida en una sociedad en donde gran parte de las personas sintieran amor por su prójimo. Tal vez pocos imaginan lo fácil que resulta lograrlo si uno se lo propone con profunda convicción. Convicción que deriva del entendimiento de que el amor es la fuente de toda alegría y de toda realización personal. Es un poderoso motor que promueve el desarrollo integral de la persona humana y de las sociedades.
Como es un sentimiento que nace de lo profundo del corazón y no reconoce discriminaciones de ninguna naturaleza, se satisface de servir y ayudar, admira toda creación humana, le resulta de todo su interés conocer y compartir con otras culturas, otras manifestaciones artísticas, otras religiones y otras ideologías políticas. Las personas así iluminadas tienen plena tolerancia con las ideas distintas, por tanto su sentido de cooperación y colaboración es plena. Su confianza en sí mismas y en los demás es total, se integran rápidamente con las demás personas.
Las sociedades así conformadas en un espíritu de confianza, tolerancia y respeto, fruto del amor que se profesan recíprocamente, se desarrollan plenamente, ponen en el centro de su quehacer al ser humano, sus esfuerzos van dedicados a su desarrollo físico, intelectual y espiritual. Se desarrollan emprendimientos conjuntos, compartiendo las utilidades de manera equitativa. El sentido de integración es tan profundo que tienden a diluirse las fronteras que dividen a sus habitantes, y se produce un rico intercambio económico y cultural que fortalece su unión. Estas sociedades carecen de ejércitos y armas por su inutilidad manifiesta y por ser contrarias al servicio de la vida y del desarrollo. En cambio centran sus esfuerzos en fortalecer sus sistemas de salud, de vivienda, de educación, y en general en todo aquello que brinde bienestar a sus ciudadanos.