Por el Dr. Alexis Manzo¹
Cuando en diciembre de 2019 las autoridades Chinas dan cuenta sobre el brote de un virus respiratorio desconocido hasta el momento, no imaginábamos que éste desatara tal crisis global, ya que previamente brotes de virus similares (SARS en 2002 y MERS 2012) habían sido contenidos eficazmente.
Pero la alta transmisibilidad del nuevo virus coronavirus-19 (COVID-19), en un mundo altamente interconectado, asociado a la inacción o por lo menos reacción tardía de gobiernos y organismos internacionales, llevó el 11 de marzo de 2020 a la Organización Mundial de la Salud a declarar el estado de pandemia. En ese momento la enfermedad afectaba a 120 países y amenazaba a los sistemas de salud más desarrollados del mundo al llegar a más de 120000 casos.
Comparaciones
No parecen apropiados algunos análisis comparativos que se hacen, por ejemplo con la gran epidemia de la gripe española de 1918. Aquella tuvo un saldo de 500.000.000 enfermos y 50.000.000 de muertes, pero ocurrió en un proceso histórico-social muy diferente. El mundo moderno se encuentra hoy ante una crisis sanitaria sin precedentes, que pone en vilo la salud y la vida de muchas personas, especialmente las poblaciones de mayor edad.
Si de comparaciones se trata podríamos enumerar enfermedades que generan y seguirán generando año tras año más muertes que este virus, como la tuberculosis y el SIDA, entre muchas otras enfermedades infecciosas, sin olvidar las muertes jóvenes por violencia o por lesiones en accidentes de tránsito, números tristemente naturalizados, producto de un modelo de acumulación de riqueza y exclusión social masiva que determina un sistema de salud débil e ineficiente.
Sin embargo es muy claro que no debemos minimizar esta crisis de resultados aún inciertos. Vimos su inicio, hoy vemos la dinámica y crecimiento de los casos y desde el punto de vista médico estamos aprendiendo cada día, con pocas certezas y muchas dudas. “Estamos escribiendo la película desde el set de filmación”. Desconocemos cuáles serán las consecuencias reales, no solo sanitarias, sino también económicas y sociales.
Más allá de las teorías conspirativas, está claro (o casi) el origen del virus, un origen que ya fue predicho y advertido por científicos del Laboratorio de Enfermedades Emergentes de Hong Kong en un artículo publicado en la revista científica Clinical Microbiology Review en 2007, donde alertan sobre una combinación que definen como “una bomba de tiempo”, la costumbre de comer animales salvajes (murciélagos u otras especies) infectados por tipos de coronavirus, que podrían desencadenar epidemias de dimensiones impredecibles. Sin dudas el virus es entonces producto de una conspiración, una conspiración que lleva décadas, y de las más irracionales: la del hombre contra la naturaleza.
Enemigo invisible
El mundo científico trabaja aceleradamente para hallar mejores métodos de diagnóstico, tratamientos efectivos, o incluso encontrar la vacuna, en muchos casos no libre de intereses hegemónicos y mercantilistas, que intentan ejercer su posición monopólica.
El crecimiento exponencial de los casos, claramente tiene que ver con la incapacidad del sistema de salvaguardar a la población de este enemigo invisible, una partícula inerte tan frágil que hasta el jabón la destruye en pocos segundos, pero capaz de infectar a millones de personas y matar a cientos de miles colapsando los sistemas de salud supuestamente más preparados del mundo.
Esta epidemia se inició en las clases altas pero pronto se trasladó y seguirá su marcha hacia los sectores más excluidos. Los países más pobres y con grandes conglomerados urbanos. La India, África, Latinoamérica esperan el paso de éste virus con resultados que sospechamos aterradores, si las medidas de aislamiento social no logran alterar su curso en alguna medida.
De la actitud de los líderes de las naciones más poderosas mucho se ha escrito, y los resultados están a la vista. El descuido y la incompetencia, la minimización del riesgo, la ecuación costo-beneficio (o número de muertos “esperable” sin arriesgar la economía) por enumerar algunas, hoy ponen en peligro la salud global.
La ciencia también tuvo errores de percepción que probablemente hayan generado muertes innecesarias. Se calificó a la enfermedad de SARS-COVID19 “como una gripe”, se minimizó su poder de diseminación y su real mortalidad. La estrategia que pronto fue cambiada de generar “inmunidad de rebaño” (exponer a la población al virus para generar inmunidad en el 70% de la población y frenar así la trasmisión) hubiese costado 250.000 muertes en el Reino Unido.
El distanciamiento social
Hoy más de la mitad de la población del mundo se encuentra en cuarentena, una situación impensada en el siglo XXI, que nos remonta a las plagas de Justiniano en el siglo VI DC o a la Peste Negra que asoló Europa en el siglo XIV.
El llamado distanciamiento social ha demostrado aplanar la curva de contagios, porque de eso se trata, de aplanar la curva con medidas de aislamiento, de higiene personal, de distanciamiento entre personas, del uso de máscaras (o “barbijos”) en la población general, para disminuir los contagios y de esa forma el pico de casos (caso= persona enferma) sea menos intenso y lograr que no sobrepase las posibilidades de respuesta sanitaria de los países.
Está demostrado el alto poder de diseminación del COVID-19, que hace estragos en las poblaciones inmunológicamente vírgenes. Un estudio del Real College of London demuestra que el distanciamiento social disminuye marcadamente la posibilidad de contagio y el número de casos a 30 días. El informe ejemplifica:
- Sin distanciamiento social: 1 caso contagia a 2,5 personas y al mes serían 406 infectados.
- Con distanciamiento del 50% 1 caso contagia a 1,25 personas y al mes 15 infectados.
- Con distanciamiento del 75% 1 caso contagia 0,625 personas y al mes 2,5 casos nuevos.
- Los datos de Hong Kong muestran que el distanciamiento redujo al 65% los casos.
En Argentina se decidió el “aislamiento social, preventivo y obligatorio” el día 19 de marzo cuando se habían diagnosticado 128 casos con 3 fallecidos, con el objetivo de aplanar la curva, para que un sistema de salud claramente más débil que en los países desarrollados, pueda hacer frente a los casos sin colapsar como ocurrió en Italia o España.
El gobierno argentino tomó una decisión difícil, pero correcta y en el momento correcto, y así los números demuestran que la curva está francamente aplanada. Al día de la fecha las medidas en Argentina evitaron 45.000 casos. Los datos muestran que los casos se duplican cada 10 días o más (sin medidas de aislamiento se duplicarían cada 2 días), una estrategia que no será gratis claro está: “de las crisis económicas se sale, pero de la muerte no” dijo el presidente Alberto Fernández. El mundo económico no concibe un país “sin producir”. Para muchos la ecuación es simple: varios miles de muertos no justifican las pérdidas económicas que generará la cuarentena. Algunos sectores incluso plantean “tal vez deberíamos sacrificar la vida de nuestros padres y abuelos para no perder el trabajo”.
Esa cuestión “paternalista” de un gobierno hacia los ciudadanos, esa imposición del aislamiento, la obligatoriedad del uso de máscaras por ejemplo, es impensada para los países más liberales que “recomiendan” a sus ciudadanos el distanciamiento social y permiten actividades sociales en nombre de la libertad individual.
En esta situación no podía faltar la especulación del desastre, aquélla que profundiza la desigualdad, que hace escasear insumos o los vuelve objetos del mercado, las prácticas monopólicas avanzan sobre los test, el material médico, los barbijos, los respiradores.
Cómo saldremos del aislamiento
Esta pandemia nos desnuda como individuos, muestra nuestras miserias y virtudes. Se muestra la solidaridad y el desinterés de muchas personas, surge “el otro” como objetivo de nuestras acciones, pero también surgen la discriminación y el individualismo.
¿Qué pasará después del coronavirus? ¿Cómo saldremos del aislamiento? La salida debería ser gradual, mirando de cerca cómo se comporta la curva de casos. Nos reincorporaremos lentamente a nuestra vida anterior, algunas costumbres serán desterradas para siempre, el saludo con un beso o un abrazo tan común en los latinos será cuestión del pasado. El distanciamiento social llegó para quedarse mucho tiempo. Claramente, el mundo no será el mismo, nosotros y nuestros hijos no seremos los mismos, no sabemos si mejor o peor, sí diferentes. Como sociedad no deberíamos desaprovechar la oportunidad de ejercer ese poder transformador hacia una nueva era.
¹ Médico especialista en enfermedades infecciosas. Matricula : MP 94164. Docente de la Cátedra de “Epidemiología Crítica, Social y Comunitaria” de la Escuela Superior de Medicina (Universidad Nacional de Mar del Plata) e infectólogo de la Municipalidad de General Pueyrredón, Mar del Plata.