Por Clara Gómez-Plácito

“Hay algo que se tiene que hacer intencionalmente, luego de registrar internamente ese gran susto”. Silo.[1]

Hay una frase que me acompaña en estos días de virus y cuarentenas y mantiene mi mente optimista, pero también pensativa y en alerta. “No volveremos a ser los mismos, en todo caso, volveremos siendo mejores personas” decía una sanitaria a una reportera por televisión. Mi corazón impulsivo, se emociona con las posibilidades de imaginar un mundo mejor después del coronavirus, mi cabeza racional, me advierte de que para que suceda un verdadero cambio es necesario acciones y reflexiones. Así comienza mi primera tarea.

Se dice que esta crisis puede ser un punto de inflexión y cabe preguntarse ¿volveremos a las tendencias anteriores o cambiaremos sustancialmente? Y en caso de ser lo segundo, ¿en qué dirección? Buscando respuestas entre las opiniones de algunos filósofos contemporáneos, se encuentran posiciones desde las más negativas, a las más positivas. Desde aquellas que auguran una era de control social basadas en aceptadas tecnologías de vigilancia, a aquellas que anticipan el final y superación del capitalismo a través de la solidaridad y la revalorización de lo común. Que todo permanezca igual parece una opción poco probable.

El punto de inflexión

Antes de considerar las salidas, resulta conveniente pararse a pensar por qué estamos ante tal cruce de caminos por muy obvio que parezca. Desde mi opinión, hay dos hechos que enmarcan esta crisis y el aprendizaje que se puede derivar de ella. La primera y más significativa, es el encontronazo entre los intereses económicos y la vida de las personas, que se está haciendo evidente para aquellos que aún se negaban a reconocerlo. Los gobiernos, los empresarios, los ciudadanos tienen que tomar posición y escoger entre una economía “fuerte” o la vida y salud de las personas. Un debate poco novedoso, pero que, gracias a este virus, ahora la evidencia es abrumadora. El segundo hecho es la globalidad de la situación. Por un lado, el COVID-19 tiene un carácter igualitario que no entiende de fronteras, ni de géneros, ni de clases sociales o números en la cuenta. Por desgracia, el acceso a los recursos básicos y a la sanidad si lo hace, y no todas las personas tienen las mismas oportunidades para superar la enfermedad. Por otro lado, los organismos internacionales están fallando en su tarea de dar una respuesta común ante una situación que precisa de cooperación internacional. La expresión de “salvase quien pueda” es muy adecuada para describir a la Unión Europea en estos momentos.

Respecto al orden de prioridades entre salvar la economía o las vidas de las personas, decía que se hace evidente el encontronazo por las declaraciones de políticos como Boris Johnson (primer ministro de Reino Unido), que anunciaba que “muchos vamos a perder en las próximas semanas y meses a nuestros seres queridos[2]” antes de que tomara medidas suficientes para evitar la propagación del virus.  Un conocido medio de comunicación español, el ABC, se hacía eco de esta noticia en un artículo que titulaba “El primer ministro británico, Boris Johnson, antepone la economía y no pone a Reino Unido en cuarentena mientras la UE ya se confina[3]”. En esta noticia más que cuestionar el retraso de las medidas, incluía palabras como las de Javier Díaz-Giménez, profesor del IESE-Bussiness School, que decía: “Aclarar la diferencia entre el coste de la epidemia y el de la estampida. Reino Unido está intentando medir precisamente esta cuestión y me parece muy interesante. Hay que parar la epidemia, sí, pero debemos conocer el coste económico que va a tener» A mí también “me parece muy interesante” pero no cuándo estas arriesgando la salud de la gente. Finalmente, el Reino Unido tomó las medidas confinamiento, pero a día 30 de marzo, ya van más de 1408 muertes en ese país.
En el otro lado del atlántico, su semejante, Donal Trump ha seguido una senda parecida. Su tuit “nuestro pueblo quiere volver a trabajar. [La gente] mantendrá el distanciamiento, y nuestros mayores serán tratados con cariño y protección. LA CURA NO PUEDE SER PEOR (con mucho) QUE EL PROBLEMA. Saldremos de esto más fuertes[4]” es tan solo un ejemplo de su forma de pensamiento. Hoy EE.UU. en cabeza el país con más contagios en el mundo y se prevé que el número de muertos pueda alcanzar las 200.000. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, manifestaba en una entrevista para la Fox News que «Mi mensaje es: volvamos a trabajar, volvamos a vivir. Seamos inteligentes, y los que tenemos más de 70 años ya nos sabremos cuidar de nosotros mismos. […] Nadie ha venido a decirme: ‘Como persona mayor, ¿está usted dispuesto a poner en riesgo su propia vida a cambio de mantener EEUU, los EEUU que usted ama, para sus hijos y sus nietos?’ Porque lo estoy. Eso no me hace valiente ni nada. Creo que hay muchos abuelos como yo en este país»[5].

Se podrá descalificar a estos políticos, pero la cuestión es que están expresando con mucha claridad, un modo de pensamiento que lleva imperante en occidente demasiado tiempo. Me refiero la primacía de una mirada economicista sobre todas las formas de relación social y con la naturaleza, que se expresa en términos de rentabilidad y beneficio individual. Una mirada que reduce las desigualdades económicas y sociales a un problema de “esfuerzo personal” sin tener en cuenta que las oportunidades, no son las mismas según donde y como se nazca. No podemos olvidar que estas desigualdades llevan poniendo al límite a la gente y directamente matándolas desde hace mucho tiempo. A los lobos se les está cayendo el disfraz de cordero, que ni las manos extendidas de los africanos pidiendo auxilio en el mediterráneo pudieron quitar. Se podrá decir que finalmente se tomaron medidas, pero tarde. Posiblemente cuando se dieron cuenta que no es posible ir a trabajar si se está muerto.

Sobre esta mirada económica se ha construido el proceso de globalización que se ha impuesto por todos los territorios y culturas. Esto nos lleva al segundo hecho a considerar: la globalidad de la crisis y la falta de respuesta colectiva. La cuestión ecológica y migratoria ya venían anunciando que la coordinación y cooperación internacional sigue siendo predominantemente, una ilusión. La Unión Europea es un excelente ejemplo, de la fragilidad de una unión basada, principalmente, en lo económico.

El día 4 de marzo, diez días antes de que España declarase su Estado de Alarma, Alemania y Francia prohibían las exportaciones de mascarillas y otros materiales de protección sanitaria[6]. La Comisión Europea tuvo que intervenir para que quitaran dichas restricciones, tras las presiones italianas y españolas que recibían las mercancías desde China antes de las de sus vecinos. Las palabras del presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, reflejan la falta de acuerdos: «Me indigno con el hecho de que Europa, que es tan responsable, tiene tanto peso y es el gran socio económico comercial del mundo, no sea capaz de entender que tiene que estar unida, ser valiente, determinada y solidaria[7]”. Especialmente se mostraba molesto con los Países Bajos y su ministro de finanzas, Wopke Hoekstra, que sugería hacer investigaciones a España por no tener márgenes en sus presupuestos para abordar la crisis. De nuevo, la economía separa más de lo que une.

Es el fracaso de este sistema, ahora en su expresión de “crisis del coronavirus”, lo que nos lleva a reflexionar e imaginar otra manera de definir las relaciones de este mundo. Volver a un periodo de austeridad y recortes, a la privatización y liberalización de todo lo comercializable o a una socialdemocracia de apariencia, son futuros a los que no se debería aspirar regresar después de la cuarentena. Hay gente que clama que “no se puede volver a la normalidad, porque la normalidad es el problema”. Ahora que se ha parado el mundo, las maquinarias, el intercambio de billetes, no tiene sentido que no se intencionen cambios y se reorganice el sistema a favor de las personas. ¿De qué sirve salvar vidas del coronavirus y dejarlas morir de hambre después? Los políticos y medios de comunicación ya van avisando de que la crisis que vendrá será igual o más profunda que la de 2008. ¿No es posible a aspirar a nuevas propuestas y alternativas que eviten semejante crisis? Como apuntaba anteriormente, existe dos posturas: la pesimista, guiada por el miedo y escepticismo, y la optimista, impulsada por la esperanza y la vocación[8].

La salida del miedo

Algunos filósofos anuncian una posible era de mayor control social. El parón de las movilizaciones sociales en lugares como Chile, ha sido ventajoso para gobiernos que no veían ya cómo paralizarlas. El cierre de las fronteras es un atractivo suculento para posturas racistas y discriminatorias, que están aflorando por los distintos estados en manos de partidos de ultraderecha. Y como apunta Yuval Noah Harari, escritor de Homo Deus y ahora reconocido por ser uno de los anticipadores de la pandemia, “las medidas temporales tienen el desagradable hábito de sobrevivir a las emergencias, especialmente porque siempre hay una nueva emergencia al acecho en el horizonte[9]”. Este autor reconoce que, en este momento, se dan dos opciones entre las que elegir, por un lado, la vigilancia totalitaria o el empoderamiento ciudadano, y por otro, el aislamiento nacionalista o la solidaridad global.

Aún más desalentador es el surcoreano Byung-Chul Han que compara la gestión de la crisis por los países asiáticos y los occidentales[10]. Según él la vigilancia digital (cámaras de seguridad, medidores térmicos, monitorización de los dispositivos móviles…)  ha sido una herramienta muy útil para controlar la pandemia en Asia. Esto podría legitimar a los Estados para implementar sistemas de control a sus ciudadanos, hasta ahora cuestionados por la política de protección de datos y el derecho a la intimidad. A lo que habría que sumar, el increíble experimento social, que supone la cuarentena total para el estudio de la autoridad del Estado y la obediencia de sus ciudadanos.

Por último, desde esta óptica también habría que considerar el lenguaje belicista que se está utilizando en esta crisis. Se aplaude a un ejército que ha ampliado sus funciones para ayudar en esta situación, pero cuya institución se lleva grandes partidas presupuestarias para la compra de armamento, inútil ante este virus, y que podrían haberse dedicado a más camas de hospitales, investigaciones científicas o un cuerpo de protección civil preparado para estas emergencias. El discurso bélico que se utiliza para decir que “estamos en guerra”, “el virus es nuestro enemigo” o “somos soldados” no es para nada inocente. Refleja un imaginario que engrandece a la guerra y las gestas militares, y por esta razón, se acude a él para alabar las acciones de los sanitarios. Como proponen Elena Couceiro y María del Vigo en su artículo “No somos soldados[11]” se trata de un marco, más que bélico, de cuidados y solidaridad: “No somos soldados, somos ciudadanas. Profesionales de la medicina, celadores, vendedores de verdura, cuidadoras. Vecinas solidarias. Somos un comentario de apoyo a través de la ventana y un grupo de jóvenes organizándose para hacer la compra de los mayores del barrio. Somos aplausos a las cajeras del super de nuestras plazas cada día a las 20h. Nada de eso es poco épico. Sostenernos las unas a las otras como sociedad, tejer una red que no nos deje caer, no es poca cosa.” No existe un género en el cine que agrupe las películas de cuidados, proezas solidarias y altruistas ensalzándolas tanto como lo hacen en aquellas de soldados matándose en una guerra. Es necesario dar valor en el imaginario social las acciones solidarias y bondadosas para que se conviertan en modelos de referencia que inspiren a la construcción de una cultura de la no-violencia.

La salida de la esperanza

Hablar de solidaridad y no-violencia me lleva a la segunda salida que aspiro y considero posible ante la crisis. Una optimista, guiada por la esperanza y la vocación. Como dice Slavoj Zizek “no estamos lidiando solo con amenazas virales: otras catástrofes se avecinan en el horizonte o ya están ocurriendo: sequias, olas de calor, tormentas masivas, etc. En todos estos casos la respuesta no es pánico, sino un trabajo duro y urgente para establecer algún tipo de eficiente coordinación global[12]” El miedo no puede ser una opción porque paraliza y permite no solo el avance del control social, sino de la violencia y la discriminación entre las personas. Para este autor la epidemia puede ser el golpe fatal del capitalismo global, la señal que nos indica que un cambio es necesario.

Desde que comenzó la crisis hemos sido testigos y protagonistas de acciones de cooperación, apoyo, voluntariado, colaboración… que ha ido gestando en el interior de cada uno de nosotros un sentimiento de unión y de comunidad adormilado en nuestras individualistas vidas. Se ha despertado el sentimiento de ciudadanía y el reconocimiento hacia las labores de otros ya sean sanitarias, dependientes, limpiadores, agricultores o transportistas. A ellos y ellas nos sentimos agradecidos, pero también interdependientes. Reconocer esta interdependencia no sólo teóricamente, sino a través de nuestro cuerpo es el primer paso para comprender que nuestra existencia, no solo depende de uno mismo, sino que es social y compartida. Idea que, por muy obvia que parezca, se nos olvida con facilidad al descuidar las consecuencias e influencia de nuestras acciones sobre las personas y el medio que nos rodea. Roberto Aramayo nos indica cómo en esta crisis los intereses personales y colectivos se han alineado, ya que quedarnos en casa supone, tanto un ejercicio de responsabilidad individual como social. No salimos para no contagiarnos y, pero también, para no contagiar a otros[13]. Esta conciencia social nos lleva a sentir la presencia del otro, de su humanidad y a relacionarnos como miembros de una misma sociedad, comunidad o especie. Al sentir al otro también se es consciente de sus posibilidades y sus dificultades. No es de extrañar que las redes de apoyo surjan y que las personas se organicen para ayudarse mutuamente mientras se restablece el tejido social.

Durante estos días a las 20h la población sale por sus ventanas y balcones para dar un emocionante aplauso, que se ha extendido a nivel global, para agradecer la labor de los sanitarios y de todos aquellos que siguen trabajando para superar esta emergencia. Ecos de palmas resuenan en las calles vacías como si fuera lluvia del cielo refrescando el ánimo y llenando los corazones de la fuerza del conjunto. Otros ejemplos, por nombrar tan solo unos pocos son los siguientes. En la Comunidad de Madrid se habilitó un registro para voluntarios y de tal afluencia de personas apuntadas tuvo que cerrarse en un día[14]. Cientos de voluntarios, fontaneros, soldadores,… hacían cola a las puertas del IFEMA para ofrecer su trabajo y material haciendo posible la rápida conversión de las instalaciones de la feria en un gran hospital[15]. Los manteros del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes en Barcelona desde la tienda de la marca Top Manta, hacen mascarillas y batas para los hospitales[16]. Días antes habían creado un banco de alimentos para las familias desfavorecidas. Ahora hablemos de economía, mientras la gente se desvive para ayudarse.

Desde el interior de las casas también se están dando acciones inspiradoras de personas que vuelcan sus conocimientos, habilidades y creatividad a las redes sociales para compartir sus expresiones gratuitamente. La gente anima, entretiene, enseña y se comunica con otros. Se multiplican las conexiones a través de unas tecnologías que no solo acercan a las relaciones cotidianas, sino también a aquellos que están a miles de kilómetros o aquellos con los que hacía tiempo no se hablaba. Sin duda esta cuarentena está suponiendo un empujón a las comunicaciones digitales que abren los salones y habitaciones íntimas a la comunidad.

Por otro lado, el confinamiento en las casas también ofrece tiempo necesario para rencontrarse con uno mismo, para meditar, escribir, leer, formarse o aprender. Nos da tiempo para continuar más despacio. A un ritmo más lento que permita la atención sobre uno y sus acciones. El silencio de las calles puede ayudarnos a escucharnos por dentro. Revisar como están nuestras mentes, relajarnos e intencionar cambios en nuestros estilos de vida que sean más coherentes con nuestros pensamientos y sentimientos. Ahora que la muerte está más presente, tal vez nos ayude a valorar lo esencial de la vida. Aquello que es verdaderamente importante. Es un buen momento para hacerse preguntas e incluir entre ellas las más elementales y trascendentales ¿quién soy? y ¿hacia dónde voy?

Conclusión

En el inicio de este texto preguntaba si esta crisis podrá significar cambios profundos en nuestras sociedades. La situación nos sitúa ante dos direcciones: continuar con un sistema económico deshumanizado que hace tiempo ha perdido su sentido y nos advierte de una gran crisis que está por llegar, o trabajar en alternativas y propuestas que lo superen poniendo al ser humano como valor central. Es decir, un nuevo periodo de humanismo en la Historia donde los seres humanos recuperaran su dignidad y la del medio del que forman parte, la Tierra.
Los políticos defensores de la economía y resistentes a tomar medidas que protejan la vida de la población demuestran la falta de humanidad de este sistema. Cuando lo abstracto y los números se vuelven realidades concretas se hace evidente que cualquier interés o ideal, no debería ser más importante que la vida y la salud de la gente. Las acciones solidarias muestran que es posible organizarse de otro modo.  A nivel internacional, la globalización desregulada del capital tampoco ha demostrado ser una forma de cooperación eficiente entre países. Por esta razón, también es necesario plantearse formas de relación mundial capaces de dar respuestas coordinadas y cooperativas propias de una Nación Humana Universal que represente a toda la especie en su múltiple diversidad cultural.

La postura del miedo ante nuevas crisis o a los cambios no debería legitimar políticas de control social, que pretendan mantener el orden establecido a través de la autoridad. Las tecnologías que rastrean los movimientos pueden ayudar a contener la expansión, pero no deberían servir para aumentar la vigilancia sobre los ciudadanos sin que hubiera al mismo tiempo, un mecanismo que les permitiera a ellos hacer lo mismo sobre sus instituciones y gobiernos.

Si queremos que la bondad, la solidaridad, los cuidados, el buen trato,… se identifiquen como valores sobre los que se construye las relaciones humanas, es necesario reconocerlos y ensalzarlos con la grandeza que se merecen. No es preciso recurrir a un lenguaje bélico para ensalzar la labor de los sanitarios. Sus acciones no son fáciles y requieren de gran fortaleza interna. Ellos cuidan, curan, sirven a la vida. Es necesario poner en valor y cargar estas palabras en el imaginario social y empezar a construir una cultura de la no-violencia.

Hemos podido observar que acciones basadas en esos valores sacan lo mejor del ser humano y restablecen el tejido social. La interdependencia mutua que evidencia la crisis del coronavirus nos aumenta la responsabilidad y conciencia social. Una dimensión colectiva necesaria para valorar lo común que debería de tener su correlación política. Después de esta crisis la sanidad pública no debería de volver a tener la necesidad de salir a manifestarse – como lo venía haciendo -contra su creciente privatización y recortes presupuestarios desde 2008 en la Comunidad de Madrid[17]. La sanidad pública, la educación pública y cualquier servicio social indispensable para la vida de las personas debería ser considerado “sagrado” por los políticos y el conjunto de ciudadanos. De esta crisis debería salir ese pacto social.

Observar que es posible teletrabajar, que el aire se ha limpiado de contaminación, que los abrazos se echan de menos… debería inspirarnos a realizar cambios personales en nuestros acelerados estilos de vida. Ritmos más pausados y conscientes que incluya tiempos de silencio y meditación son necesarios para aflojar las tensiones acumuladas y reflexionar sobre la coherencia de nuestras acciones. Todas las personas, en cuarentena o no, pueden tomarse un instante para sentirse a sí mismo, respirar y continuar con la mejor actitud.
Termino así este texto, conectando las posibilidades de un cambio social con la reflexión y el compromiso de un cambio personal, que nos acerque a la coherencia en nuestras vidas. Estas ideas no son novedosas. El Movimiento Humanista lleva años difundiéndolas y su pensador de referencia, Silo, hacía hincapié en que el cambio no va a venir por mecánica, sino que, “hay algo que se tienen que hacer intencionalmente, luego de registrar internamente el gran susto”. Solo me queda decir que, si efectivamente estamos en un momento de inflexión, merece la pena dirigir nuestras fuerzas hacia un cambio de dirección que nos abra la puerta hacia la salida de la esperanza.


[1] Apuntes de conversación informal con Silo en Mendoza, 15 de enero de 2008. http://www.hablasilo.net.ve/archivos/textos/2462_silo_a_jose_salcedo.pdf
[2] https://www.theguardian.com/world/2020/mar/12/uk-moves-to-delay-phase-of-coronavirus-plan
[3] https://www.abc.es/economia/abci-boris-johnson-antepone-economia-y-no-pone-reino-unido-cuarentena-mientras-confina-202003150806_noticia.html
[4]https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1242455267603877894?s=20
[5] https://www.elmundo.es/internacional/2020/03/24/5e79d80afc6c83ea708b4579.html
[6] https://www.europapress.es/internacional/noticia-alemania-francia-aceptan-levantar-restricciones-exportacion-mascarillas-resto-ue-20200313161800.html
[7] https://www.lavanguardia.com/politica/20200327/48117840505/el-presidente-de-portugal-indignado-por-la-falta-de-solidaridad-de-europa.html
[8] Vocación entendida como la inspiración de lo profundo que guía a la acción verdadera.
[9] https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75
[10] https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
[11] https://www.eldiario.es/tribunaabierta/soldados_6_1009009130.html#click=https://t.co/efPAcLU9IF
[12] https://www.rt.com/op-ed/482780-coronavirus-communism-jungle-law-choice/
[13] https://www.diariovasco.com/sociedad/salud/reflexiones-filosofia-covid19-20200323102038-ntrc.html
[14] https://www.lavanguardia.com/local/madrid/20200317/474225996766/madrid-cubre-todas-plazas-voluntariado-coronavirus.html
[15] https://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2020/03/27/entranas-ifema-video-muestra-trabajo-record-fontaneros-parados-voluntarios/00031585328440447414149.htm
[16] https://www.20minutos.es/noticia/4208156/0/manteros-barcelona-convierten-tienda-taller-batas-mascarillas/
[17] https://www.eldiario.es/sociedad/recorte-plantilla-madrid-coronavirus_0_1008949837.html