Las medidas económicas recientemente propuestas por el Gobierno frente a la pandemia del coronavirus podrán aliviar parcialmente el descalabro de las empresas y de los ingresos de los trabajadores; pero, no resolverán la debilidad de un modelo económico-social, con manifiesta vulnerabilidad internacional, social y de su propia estructura productiva.
Todo indica que la recesión mundial que anuncia el coronavirus será muy superior a la del 2008 y pudiera acercarse a la crisis de los años treinta. Chile se verá gravemente afectado. Nuestra economía, exportadora de recursos naturales y abierta radicalmente al mundo ya se encontraba afectada por la disminución de la actividad china, consecuencia de la guerra comercial que impuso Trump. Ahora, con el cierre de fronteras por el coronavirus, se acentuará aún más la caída de los precios de las materias primas y consecuentemente el valor de nuestras exportaciones.
Esto no es todo. Antes de la guerra comercial y del coronavirus, la economía chilena mostraba una preocupante disminución estructural del PIB y de la productividad. A ello se agregó el impacto de la rebelión social del 20 de octubre, lo que amplificó el deterioro económico del país. Ahora, con la pandemia del coronavirus el modelo económico-social ingresará en una crisis de proporciones, poniendo de manifiesto todas sus fragilidades.
Las medidas económicas recientemente propuestas por el Gobierno frente a la pandemia del coronavirus podrán aliviar parcialmente el descalabro de las empresas y de los ingresos de los trabajadores; pero, no resolverán la debilidad de un modelo económico-social, con manifiesta vulnerabilidad internacional, social y de su propia estructura productiva.
En consecuencia, resulta imprescindible impulsar un nuevo modelo económico, que coloque en su centro la producción de bienes y servicios para responder a las necesidades de las personas, en vez de atender prioritariamente los requerimientos de la industrialización China. Ha sido un error colocar todos los esfuerzos en la exportación de recursos naturales.
La contracción económica China, la caída de los precios de nuestras materias primas y el alza del valor del dólar revelan en toda su dimensión nuestra fragilidad económica. Se precisa diversificar la actividad productiva y las exportaciones. Al mismo tiempo, el Estado tiene la responsabilidad de regular al sector financiero para que se ponga al servicio de la producción, evitando su concentración en actividades especulativas.
Por otra parte, la mercantilización de la salud y la minimización del Estado han puesto de manifiesto nuestra debilidad para enfrentar el coronavirus. La capacidad del sistema de salud público se encuentra mermada para abordar la crisis sanitaria actual: insuficiencia de camas, falta de respiradores mecánicos e incluso escasez de mascarillas y alcohol-gel. Y, paralelamente, la existencia de Isapres y clínicas privadas, que obligan a pagar a sus afiliados altas sumas de dinero para el test del virus y su tratamiento.
Una nueva economía, centrada en la agregación de valor a los bienes y servicios y que cierre las puertas a la especulación financiera necesita una política social distinta a la actual. La educación, la salud y el sistema de pensiones deben atender por igual a toda la familia chilena, independientemente de sus condiciones de ingresos. Ello mostraría una verdadera justicia distributiva, pero además serviría a un sistema productivo que busca incorporar inteligencia a la producción de bienes y servicios.
Una nueva economía tampoco puede eludir la protección del medio ambiente. Según la Xarxa d’Economia Social i Solidaria (18-03-2020), el coronavirus es consecuencia de un sistema capitalista, productivista y devastador, que ha alterado el equilibrio de los ecosistemas. El urbanismo y la deforestación, asociados a un tipo de crecimiento capitalista irracional obliga a muchos animales a migrar e instalarse cerca de los humanos, lo que multiplica las probabilidades de que microbios, pasen a las personas y muten en patógenos.
Así las cosas, se precisa de un Estado del Bienestar capaz de impulsar una economía que reduzca su dependencia de los recursos naturales, que ponga término a la especulación financiera, que potencie la regionalización y el cuidado del medio ambiente. Ello, junto a sistemas integrales de protección social y un tejido comunitario y socioeconómico resiliente nos permitirán actuar, con mayor eficiencia, no sólo frente al coronavirus y a otros desastres naturales, sino también ante impactos económicos externos. Por cierto, la modificación productiva y una nueva política social son tareas que exigen cambios políticos de envergadura: reducir el poder del 1% y permitir a la mayoría nacional gobernar los asuntos del país.