Desde una acera, se sostiene que la actual constitución le ha dado estabilidad al país, además de haber permitido un desarrollo económico que ha logrado reducir la pobreza desde un 40% a menos de la mitad de dicha cifra. Desde la otra acera se afirma que es ilegítima, que fue fraguada en dictadura y aprobada mediante un plebiscito fraudulento, bajo un contexto caracterizado por limitaciones a las libertades de prensa, de expresión y de reunión, junto con la ausencia de un padrón electoral conocido.
Es importante destacar que el crecimiento económico y la disminución de la pobreza, unos lo imputan a la Constitución, en tanto que otros asignan los méritos a los gobiernos de la Concertación. Es hora de que no nos engañemos, y que aprovechemos la instancia que hoy tenemos para pronunciarnos sin trampas. Ello nos obliga a ser críticos, reflexivos.
¿Podemos afirmar, con una mano en el corazón, que el desarrollo económico que hemos experimentado a partir de los años 90 ha sido gracias a la Constitución que tenemos ahora? Quien podría demostrarlo? ¿No fue acaso porque a partir de los 90 el país fue acogido por el mundo con los brazos abiertos facilitando la expansión de su comercio exterior? ¿O por las políticas de la Concertación que buscaron crear un clima de concordia? ¿Qué tiene que ver la Constitución con todo ello? Por otra parte no hay que olvidar que las altas tasas de crecimiento al inicio de la transición a la democracia se han ido reduciendo en los últimos años. ¿Podríamos afirmar por ello que gracias a la actual Constitución el crecimiento se ha debilitado? Ni lo uno ni lo otro.
El pecado de la Constitución vigente es fundamentalmente de origen, y por más reformas que haya experimentado, algunas de ellas muy significativas, sigue manteniendo su sello original. Por último, no tiene nada de malo que lo tenga. Lo importante es que así lo crea la mayoría, que quienes vivimos en este país podamos pronunciarnos, debatir, conversar sobre la Constitución que queremos. Ese es el ánimo con que tenemos que visualizar el proceso constituyente en que estamos sumergidos. Acá no se trata de demoler casa alguna, muy por el contrario, se trata de construir una casa entre todos y para todos, salvo que se quiera seguir viviendo en la casa actual, donde no pocos sienten que no han participado en su construcción y/o se sienten incómodos en ella. Por ello nada mejor que nosotros mismos decidamos. El clima que se genere después depende esencialmente del espíritu con que participemos, del lenguaje que usemos y de nuestra disposición a respetar el resultado que emerja.