Por Fernando Salinas
¿Se habría dado el estallido social con voto obligatorio?
Desde hace algunos años se nos está diciendo que los problemas de la política se deben a la gran abstención en las elecciones; se nos argumenta que, si toda la gente fuera a votar, mejoraría la política y serían electos los mejores.
Muchos políticos hoy sostienen que ellos eran partidarios del voto voluntario, pero dada la alta abstención que se fue dando en las elecciones chilenas de los últimos años, ahora quieren volver al voto obligatorio. Es increíble esa manera de razonar: te doy la libertad de ir a votar, es tu decisión, pero si muchos ejercen ese derecho, entonces hay que volver al voto obligatorio, en vez de preguntarse por qué la gente no se ve entusiasmada para ir a votar. Prefieren no contestarse esa pregunta sino resolver la abstención con una ley que obligue a los ciudadanos a elegir entre candidatos, aunque no lo quieran.
Como los políticos, en general, no fueron capaces de representar genuinamente los derechos y anhelos de la ciudadanía, se produjo el estallido social que estamos viviendo, única opción que le quedaba al pueblo para terminar con los abusos del sistema. Un proceso social donde lo esencial es la manifestación pacífica, pero decidida, de millones de chilenos que se hartaron del sistema y están exigiendo un cambio estructural.
En el caso de voto voluntario, hay muchas razones por las cuales alguien podría no ir a votar, las cuales dividiría en dos: razones contingentes, como comodidad, problemas de salud, económicos, operativos o de transporte, entre otros, y razones trascendentes, como no tener convicción política por la deficiente educación que recibieron o por genuino desinterés en la política o aquellos que tienen convicción política pero no creen en el sistema y/o sienten que ningún político los representa.
Cuando las personas son obligadas a votar y pertenecen a ese grupo de las razones trascendentes sin convicción política, igual le dan el voto a algún candidato. La evidencia indica que en casos de voto obligatorio los porcentajes de votos blancos y nulos son bajos, era así también en Chile antes de 1973. El problema es que, al obligar a las personas sin convicción política a votar, se está facilitando la elección de aquellos candidatos mediáticos o aquellos que tienen más recursos económicos para dar obsequios. Cuando no hay convicción política se allana el camino del marketing y de todas las estratagemas que hemos visto en las redes sociales para favorecer, inescrupulosamente, a ciertos candidatos.
Lo anterior puede llegar a ser muy distorsionador y no me explico cómo podría mejorar la calidad de la política. Muy por el contrario, el sistema político tendría asegurada la participación electoral, aunque la oferta sea insuficiente o mediocre… pero la culpa ahora no va a ser de los que no votan, va a ser de todos, es decir, de nadie.
Pero más grave aún es que con el voto obligatorio vamos a invisibilizar a aquellos que no están de acuerdo con el sistema político, ya sea por su estructura o su funcionamiento. A la luz de lo acontecido con el estallido social, ¿no parece razonable pensar que en la alta abstención que hubo en las últimas elecciones estaba la clave de lo que iba a ocurrir? Ahora sabemos que después de cierto nivel de abstención, sobre el 50%, la desafección política puede conducir a un estallido social. No lo sabíamos, incluso muchos políticos han dicho que este estallido fue una sorpresa para ellos. Efectivamente, para todos fue una sorpresa la forma en que se fue desarrollando el proceso: espontáneo, sin líderes y masivo, pero lo que no podemos considerar como sorpresa es el hastío total de la ciudadanía con la élite política e institucional y ello, de manera persistente, se fue reflejando en los altos porcentajes de abstención.
Ahora bien, parece increíble que dados los acontecimientos que se han devenido los últimos meses, los políticos no estén considerando que la abstención creciente en Chile fue un síntoma de lo que iba a suceder. Lo lógico, para el futuro, sería realizar cambios estructurales en la relación de la ciudadanía con la política de tal forma de ir recuperando la confianza perdida en estos 30 años de la vuelta a la democracia. Es decir, atacar la causa, no anular el síntoma. Más aún, si eliminamos la posibilidad de medir el síntoma con el voto obligatorio, no podremos predecir un futuro estallido social, toda vez que el pueblo se demostró a sí mismo, esta vez con la participación de los que habían dejado de participar, la capacidad de transformarse en lo que siempre debió ser en democracia y nunca se le permitió: ser el soberano. ¿No es esa una característica esencial de la democracia? Se trata de construir un sistema ecosocial que no necesite un estallido para tener que hacer efectiva esa soberanía.
En momentos en que estamos viviendo las consecuencias de esa desafección, en vez de orientarse a buscar soluciones genuinas para recuperar la credibilidad del pueblo, muchos políticos prefieren desentenderse del fondo del problema de la abstención y resolver en términos de forma: obligar a votar. Es como tapar el sol con un dedo.
Finalmente, quisiera referirme a la pregunta inicial. A mi juicio, el voto voluntario con alta abstención fue visibilizando la escasa valoración que se tiene de la élite política. Todo el mundo manifestaba preocupación por la baja participación, sobre todo en el ámbito político, pero la élite política no fue capaz de reflexionar sobre la densidad que había alcanzado el rechazo a la función política. No es posible saber si este estallido se hubiera producido con voto obligatorio, pero, dado que no teníamos antecedentes de un estallido de tal magnitud, tal vez, la invisibilización política de la desafección de la ciudadanía con los políticos no habría creado la masa crítica necesaria para iniciar este proceso social, o habría devenido más adelante. No lo sabremos, pero está claro que la condición de voto voluntario no impidió que se produjera esa masa crítica de participación que ha conseguido cuestionar la actual Constitución.