El pasado 30 de marzo, algunos grupos de la diáspora georgiana se concentraron frente al Parlamento Europeo en Bruselas, sumándose al movimiento de protesta que sacude Tiflis desde hace meses contra el giro autoritario del partido gobernante “Georgian Dream” (Sueño Georgiano), una deriva que se ha acelerado notablemente desde las elecciones celebradas el 26 de octubre de 2024.

Desde hace casi cinco meses, la Avenida Rustaveli, la arteria principal de la capital georgiana, junto con numerosas plazas públicas dentro y fuera del país, se han convertido en epicentros de la resistencia. Las y los manifestantes reclaman no solo libertades democráticas, nuevas elecciones y sanciones, sino también un camino más claro hacia la adhesión a la Unión Europea. En esta movilización transnacional, las comunidades de la diáspora han emergido como conectores y amplificadores clave, llevando las voces de quienes resisten más allá de las fronteras georgianas y convirtiéndose en actores esenciales de esta lucha determinada que nació en el Cáucaso.

«Estamos luchando contra la guerra de Rusia contra la democracia, no solo por Georgia, sino también por Europa», clamaba Kristina, una de las manifestantes, subrayando cómo la influencia rusa se extiende por todo el continente, de Tiflis a Belgrado, de Berlín a Bruselas.

Entre las historias que resuenan está la de Giorgi Antsukhelidze, un soldado georgiano torturado y asesinado durante la guerra ruso-georgiana de 2008. Desde entonces, su memoria inspira continuamente a los manifestantes, siendo su nombre un símbolo recurrente en pancartas y eslóganes. Solo en los últimos cinco meses, más de 500 manifestantes han sido detenidos en Georgia, muchos de ellos denunciando torturas, intimidaciones y malos tratos. El partido en el poder recurre cada vez más a la violencia y la represión, intentando silenciar a la oposición y llegando incluso a proponer leyes que prohíban la creación de nuevos partidos de oposición o la participación de los ya existentes en la vida social y política.

A principios de 2025, durante las protestas contra la suspensión de las negociaciones de adhesión a la UE y las medidas gubernamentales adoptadas, decenas de personas, incluidos periodistas, fueron arrestadas. Varias organizaciones de derechos humanos han alertado sobre estas detenciones, documentando casos de abusos físicos, amenazas y tratos degradantes en los centros de detención.

Mientras tanto, las y los georgianos en el exilio siguen decididos a mantener la atención de la opinión pública europea sobre la situación tras las elecciones de octubre de 2024. A medida que el gobierno georgiano afianza su deriva autoritaria y se aleja de sus socios europeos, las tensiones aumentan. El 28 de noviembre de 2024, el primer ministro georgiano, Irakli Kobakhidze, anunció la suspensión de las negociaciones de adhesión a la UE hasta finales de 2028, acusando a Bruselas de “chantaje”, mientras la influencia rusa se hace cada vez más evidente.

En este contexto, la protesta del pasado domingo en Bruselas estuvo marcada por una nueva sinergia y un fuerte sentimiento de solidaridad, expresado también con el movimiento serbio que, desde el colapso de la marquesina de hormigón que recorría la fachada de la estación de tren de Novi Sad el 1 de noviembre de 2024, se ha movilizado en centenares de ciudades de todo el mundo. Aquella tragedia desató de inmediato una ola de protestas masivas, lideradas principalmente por estudiantes universitarios, que exigen responsabilidades a las autoridades y denuncian sospechas de corrupción y negligencia oficial.

Al inicio de su intervención, Iván, portavoz del movimiento de la diáspora serbia, y en particular del grupo “ Palac Gore Brisel ”, recordó que el número de víctimas había aumentado tristemente a 16, tras el fallecimiento en el hospital de un estudiante de 19 años gravemente herido en el derrumbe, quien murió el pasado 21 de marzo.

Mientras el movimiento estudiantil serbio sigue ocupando titulares internacionales y las protestas evolucionan con elementos cada vez más creativos, especialmente después de la masiva manifestación del 15 de marzo en Belgrado, su espíritu de esperanza está resultando contagioso, cruzando fronteras e idiomas. Su determinación inspira a otras personas a escuchar, conectar y sumarse a la lucha contra la corrupción y el autoritarismo disfrazado, hilo conductor de las protestas que recorren las calles y plazas de Serbia.

Las protestas serbias, incluidas las que se celebran regularmente en Bruselas en la Place de l’Albertine, suelen comenzar con un impactante momento de silencio colectivo. Durante 15 minutos, elevados ahora a 16, en honor a cada víctima, las y los manifestantes guardan silencio en memoria de quienes murieron en el derrumbe de Novi Sad. Exactamente a las 11:52 horas, la hora del colapso, decenas de globos rojos son liberados al cielo, un potente símbolo de recuerdo y desafío. Al romper el silencio, las manos alzadas y pintadas de rojo confrontan directamente la ambigüedad del poder y la responsabilidad. Estas manos, manchadas simbólicamente de sangre, lloran las vidas perdidas por negligencia y acusan públicamente a los responsables. A continuación, el acto se llena de cánticos coreados, muchas veces incluso por personas que no hablan serbio, en una expresión compartida de solidaridad. Las y los manifestantes leen en voz alta sus demandas a las instituciones internacionales, reclamando democracia y transparencia a nivel nacional, y exhiben pancartas con lemas como “Zločin, a ne tragedija” (No fue una tragedia, fue un crimen) y “Korupcija ubija” (La corrupción mata). Como recuerda Iván, el movimiento juvenil iniciado en Serbia se está convirtiendo en fuente de inspiración para generaciones y comunidades mucho más allá de los Balcanes, recordando que las imágenes de resistencia, coraje y acción colectiva hablan un lenguaje que trasciende las fronteras.

«Abuelas de más de setenta años, que sobreviven con pensiones de menos de 200 euros, están cocinando para los estudiantes, abriendo sus casas y alimentando la revolución con sopa, pan… y amor silencioso. No porque nadie se lo haya pedido, sino porque saben lo que significa volver a creer en algo. Y os aseguro que ningún político, ningún oligarca, ningún tertuliano en televisión… puede detener esa energía y esa humanidad.»

Desde los hogares locales hasta las plazas lideradas por la diáspora, semana tras semana las manifestaciones estudiantiles en Serbia se han convertido en un faro de creatividad y valentía, confrontando la corrupción y la represión, e inspirando a otros dentro y fuera de los Balcanes. Tanto las y los ciudadanos serbios como los georgianos llevan más de 100 días saliendo a las calles, demostrando una determinación y claridad de objetivos inquebrantables. Mientras las calles de Tiflis siguen llenándose de personas que resisten a nuevas leyes que atacan a la sociedad civil y a los medios de comunicación, las y los estudiantes serbios cruzan Europa en bicicleta rumbo a Estrasburgo con su protesta “Tura do Strazbura” (Tour a Estrasburgo). Su próxima manifestación en Bruselas está prevista para el domingo 6 de abril, a las 11:30, en la Place de l’Albertine.

De Tiflis a Belgrado, estas protestas recuerdan con fuerza a las poblaciones de todo el mundo, y especialmente a la ciudadanía de la UE, que la democracia no es un concepto abstracto ni una práctica garantizada. Es, más bien, un ejercicio cotidiano, vivido, defendido y sostenido día a día, más allá de las fronteras nacionales, a través de luchas compartidas que resuenan en las calles y plazas de toda Europa.

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