Durante miles de años, la mujer jugó un papel central en una sociedad donde la espiritualidad, la estructura social y la relación con la naturaleza, conformaban un todo en el que las partes no se oponían entre sí, sino que se complementaban. Con esta publicación en el mes de la Mujer, queremos rescatar y homenajear esa historia proyectándola a futuro.

Por Madeleine John

El video que presentamos aquí, integra la serie El principio femenino, disponible en el canal  Buenas ideas que tal vez no conozcas.

Esta producción aporta una nueva mirada sobre la espiritualidad y el papel central de la mujer durante el matriarcado, buscando rescatar elementos que caracterizaron aquella etapa y que hoy vuelven a manifestarse. Son elementos esenciales que pueden ayudar en este momento crítico para construir otro futuro, en el que no se opongan la energía masculina y femenina, sino que ambas se complementen y desarrollen en cada ser humano.

Hablamos de un mundo interno y externo que busque la reconciliación entre individuos y pueblos, en el que cada persona sea un ser sagrado, en el que las relaciones sean horizontales, inclusivas, noviolentas… desde donde construir un futuro que comienza a despuntar, que nos merecemos y al que aspiramos la mayor parte de la Humanidad.

Este vídeo, el cuarto de los cinco, explica cómo los cambios que se están produciendo anuncian que se está conformando ya un nuevo ser humano, que valora su propia sacralidad y la de los otros y que busca otro modo de relacionarse.

Texto

La crisis global y generalizada que estamos viviendo, anuncia grandes cambios que se están produciendo.

Una mirada vertical, jerárquica, que se proyectó sobre el mundo, se derrumba.

Desde esta mirada lo bueno, valorable y aspirable se encontraba en lo alto y lo descartable, malo y oscuro, en lo bajo, estableciendo una escala de valores y aspiraciones.

Esa misma mirada se aplicaba sobre el paisaje humano, considerando a un pequeño grupo de seres humanos en la cúspide de la evolución, al igual que ocurría con alguna cultura particular.

Y a otros seres humanos de segunda, tercera, descendiendo en el escalafón a las invisibles y/o descartables.

Las aspiraciones se referían a poder escalar en esa escala y las relaciones se organizaban en base a la idea de dominio y poder de unas sobre otras.

Esa mirada se desmorona a partir de una experiencia que se expande y profundiza: el reconocimiento de la propia humanidad y valía y con ello también la de las otras.

Ya no queremos que otros hablen y decidan por nosotras.

Queremos ser escuchadas y tomadas en cuenta, reconociendo nuestra humanidad y el aporte de nuestra diversidad.

La sacralidad de la mujer estaba en función de su rol de madre y su valía en su rol de esposa.

Hoy las mujeres se reconocen crecientemente a sí mismas como seres plenos y completos.

La maternidad ya no es su inexorable destino, sino una opción entre muchos otros proyectos de vida posibles.

Ser esposa y/o madre es una elección, un acto de libertad.

Su fuerza creadora y sus talentos se irán plasmando en los diversos ámbitos del quehacer humano y no solamente en el ámbito doméstico.

Dejamos de ser “lo otro” en función del hombre.

Simultáneamente la sexualidad deja de tener solamente una función reproductiva.

Se vuelve una experiencia que valora el placer, la comunicación, descubriendo la posibilidad de su carácter hierogámico, de unión sagrada.

Una nueva forma de relación humana se añora, no violenta, no discriminadora, inclusiva y horizontal.

“La energía femenina”, amplia, circular, cimbreante, se comienza no solamente a valorar, sino también a necesitar y lo encontramos en los términos nuevos “inteligencia emocional”, “empatía”, “sororidad”, el buen trato, etc.

 Para muestra un botón.

Los anuncios de ofertas de trabajo ya no buscan solamente a personas “con capacidad de liderazgo”, sino también con “aptitud para trabajar en equipo”.

Como en muchos momentos de crisis y necesidad en la historia, surgen la necesidad de apelar a los modelos femeninos, a la energía femenina.

Ocurrió en las etapas finales de la Edad Media en la que surgió con fuerza el culto a “nuestra señora” con lugares de peregrinación e iglesias dedicadas a ella como Notre Dame.

El clamor por esos modelos femeninos, protectoras y cuidadoras de la vida, que dan amparo y consuelo.

O como en el caso del bodhisattva Avalokitesvara, que en la China del siglo VII se transforma en la femenina Kuan Yin, “la que escucha el llanto del mundo”.

“Lo femenino” también se expresa en la conciencia ecológica que nos habla ya no de dominio y explotación, sino del cuidado y convivencia armoniosa con otras especies y con la naturaleza.

A su vez ha tenido un impacto en la educación formal.

Chicos y chicas reciben ahora la misma educación y se incluye la formación en “habilidades blandas”.

Las diosas andróginas, así como los modelos míticos del andrógino en distintas culturas, expresan una antigua añoranza y esperanza del ser humano: superar e integrar los opuestos en la experiencia de la unidad en cada una.

Con ello podremos cerrar la brecha que se abrió al final de la época matricentral.

Esta ruptura se refleja en el gradual desplazamiento de las grandes diosas, hacia un segundo lugar en los panteones míticos.

Esto nos permitirá reconciliarnos con nuestra historia y reencontrarnos hacia el presente y futuro.

Todas y todos desarrollaremos, sin censura ni autocensura, la capacidad de difundir y concentrar la energía, de poder manejarla y domarla de acuerdo a nuestras necesidades e intenciones.

Tanto tiempo nos redujimos a nosotras mismas en nuestras posibilidades, encasillándonos, reduciéndonos en nuestros afectos, nuestra sexualidad, nuestra imaginación y curiosidad.

Será una liberación.

Eso nos abrirá el horizonte a nuevas experiencias para reconocer lo sagrado de cada una y cada uno en nuestra profundidad.

Es importante desligar la energía femenina y masculina del género.

Aspiramos a superar los antagonismos para avanzar a lo complementación.

Los múltiples antagonismos ilusorios como por ejemplo lo individual y lo colectivo, lo público y lo privado, la emoción y la razón, el politeísmo y el monoteísmo…

Se caen los cercos que nos impusieron.

No solamente vemos hoy a mujeres en profesiones antes restringidas a los hombres, pero también nos encontramos cada vez más con enfermeros y profesores de primera infancia, profesiones antes vetadas para los hombres.

Así cada cual desarrollará la capacidad de disponer y manejar su energía de acuerdo a sus intenciones.

Seremos cada cual la tierra fértil que acoge la semilla y la cobija y nutre, pero también el árbol que crece frondoso hacia los cielos; seremos el sol radiante y la luna en una noche estrellada.