Durante miles de años, la mujer jugó un papel central en una sociedad donde la espiritualidad, la estructura social y la relación con la naturaleza, conformaban un todo en el que las partes no se oponían entre sí, sino que se complementaban. Con esta publicación en el mes de la Mujer, queremos rescatar y homenajear esa historia proyectándola a futuro.
El video que presentamos aquí, integra la serie El principio femenino, disponible en el canal Buenas ideas que tal vez no conozcas.
Esta producción aporta una nueva mirada sobre la espiritualidad y el papel central de la mujer durante el matriarcado, buscando rescatar elementos que caracterizaron aquella etapa y que hoy vuelven a manifestarse. Son elementos esenciales que pueden ayudar en este momento crítico para construir otro futuro, en el que no se opongan la energía masculina y femenina, sino que ambas se complementen y desarrollen en cada ser humano.
Hablamos de un mundo interno y externo que busque superar el patriarcado, la reconciliación entre individuos y pueblos, en el que cada persona sea un ser sagrado, en el que las relaciones sean horizontales, inclusivas, noviolentas… desde donde construir un futuro que comienza a despuntar, que nos merecemos y al que aspiramos la mayor parte de la Humanidad.
Este vídeo, el último de los cinco, pasa por algunos aspectos de las sociedades matricentrales y cómo las circunstancias fueron transformándolas en patriarcales, provocando una brecha que todavía no ha sido superada.
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En este video vamos a hablar de la antigua religiosidad femenina, en la que mujeres administraban el culto y estaban en el centro de la sociedad.
Y de cómo todo ese mundo cayó para ser sustituido por una religión y organización social masculinas, a las que se ha llamado patriarcado.
También de cómo ese paso fue traumático y abrió una brecha que extiende sus consecuencias hasta la actualidad.
Los primeros vestigios de hace decenas de miles de años, allá por el paleolítico, nos hablan de una diosa asociada al nacimiento y la nutrición, a menudo acompañada de animales.
La diosa es la madre de todos los seres vivos y está presente en la toda la naturaleza consagrándola.
Aunque las representaciones son muy diversas, algunas especialistas han establecido que se refieren a la misma diosa, que se manifiesta en diferentes aspectos y gobierna el día y la noche, el verano y el invierno, la vida y la muerte.
Se diferencia del dios masculino de la autoridad y la fuerza.
Aunque hablamos de periodos muy largos y sin duda se daban diferencias locales, se estima que se trataba de sociedades poco jerarquizadas porque apenas se han encontrado enterramientos diferenciados. Los graneros eran comunitarios. La herencia se daba por línea materna, ya que se desconocía el papel del padre en la reproducción.
Ahora suponemos que el mismo nacimiento del ser humano se dio en este tipo de organización femenina o matricentral.
Se dieron los primeros avances con el fuego y el horno, la agricultura y la ganadería, sentando las bases de la civilización. Y todo el progreso material posterior se apoya en estas tecnologías.
La religiosidad inspirada en la diosa sería también la condición de origen de la espiritualidad humana, conectada al propósito de crear y cuidar la vida.
La diosa se asocia a las cavernas que son refugio, son el útero divino del que surge la vida y además el cementerio donde los muertos se transforman para luego renacer. También se la sitúa en las montañas. Lugares sagrados de rito y peregrinación dedicados a la diosa mantienen su fuerza y significado a través de los milenios hasta hoy.
En estas sociedades, el nacimiento y el cuidado de los niños y en general de la supervivencia de la comunidad, se sacralizan y son prioritarios.
Esto ayuda a que los clanes dispersos superen dificultades y crisis durante miles de años a la vez que se expanden y van poblando todos los rincones de la Tierra.
Pero el aumento y expansión de las poblaciones lleva a que se multipliquen los contactos entre tribus de diferente procedencia. Se da un comercio incipiente, se comparten tecnologías, costumbres y creencias. El intercambio llevó a que la cultura evolucionara y también a que creencias y costumbres se extendieran por grandes áreas geográficas.
Es el comienzo de una aceleración tecnológica, que aumentará enormemente en el neolítico.
Por otro lado, el modo de vida de los cazadores recolectores exige una gran cantidad de terreno por persona y el aumento de la población llevó a la escasez y la competencia por los recursos.
Esta crisis se salvó gracias a la aparición de la agricultura y la ganadería, que permitían que mucha más gente viviera en un mismo espacio.
Los indicios obtenidos en diversas excavaciones arqueológicas apuntan a que, en los primeros asentamientos agrarios, los templos no se diferenciaban de otras casas.
Eran lugares administrados por comunidades de mujeres, en los que se fabricaban cerámicas, tejidos, se cocía el pan, todo esto bajo la protección de la diosa. Se intuye una religiosidad alegre y ligada a la vida cotidiana. Abundaban las ofrendas y pedidos por la salud y bienestar de personas próximas. Seguramente las sacerdotisas estaban dotadas de una fuerte autoridad al ser las que conectaban templos, fiestas y ritos con lo sagrado.
Se celebraba la vida y la abundancia. Procesiones, fiestas de la cosecha, peregrinaciones a lugares donde la deidad femenina obra sus prodigios, resuenan aún hoy con los ritos ancestrales.
Todo lo relacionado con el nacimiento y la concepción era considerado sagrado y el sexo también, al contrario de religiones posteriores que lo considerarían pecado.
Diversos indicios en Creta, la antigua Grecia y en India, nos llevan a pensar que la espiritualidad femenina estaba ligada al manejo de la fuerza, de la energía psicofísica, orientada por el rito al contacto y expresión de lo sagrado, y también al cuidado de la comunidad y su prosperidad.
Con el tiempo, los asentamientos crecen y se convierten en ciudades que acogen personas de diferente procedencia.
La actividad agraria y ganadera produce excedentes y los excedentes se comercializan. Hay acumulación de riqueza y aparecen las diferencias de clase social. Pero con la prosperidad, aumentan los problemas de seguridad. Ladrones y merodeadores se aprovechan de la indefensión de las poblaciones productoras.
Hay poblaciones que han seguido siendo nómadas, dedicadas a la caza y la ganadería itinerante. Son diestros en la fabricación y manejo de las armas. Su dios es masculino y se asocia a la caza, las armas y la guerra. Su organización está fuertemente jerarquizada y hay un líder o rey en la cúspide.
Estos pueblos guerreros invaden los asentamientos agrarios y las ciudades incipientes. El primitivo robo, matanza y esclavización de las mujeres, que se pudo dar en las primeras invasiones, dio paso con el tiempo a sistemas más complejos donde la población permanece bajo el dominio de élites militares que les cobran impuestos y controlan el comercio, en un sistema que, en esencia, se mantiene hasta hoy.
Pero ocurre que, excepto en lo militar, los conquistadores están menos avanzados que los conquistados. Es inevitable que incorporen muchas técnicas y costumbres de las culturas invadidas. La jerarquía que ahora intenta imponerse a las poblaciones necesita legitimarse de alguna manera. Pero la antigua religiosidad, profundamente arraigada tras cientos o miles de años de práctica, choca con la religión de los recién llegados. Así que se producen diferentes tipos de mezcla de culturas.
En lo mitológico, muchas veces las diosas permanecen, pero subordinadas a los dioses masculinos. En otros casos se las demoniza. También se toman diosas, ritos, lugares sagrados, festividades y todo elemento religioso que tiene carga y significado y se borra el “copyright” de la diosa, asignándolas a las deidades advenedizas. A lo largo de cientos y miles de años se degradan y destruyen muchos templos y objetos de culto, se reescriben mitos y leyendas.
Con el tiempo, el orden patriarcal se va consolidando. Grandes monumentos celebran al dios y al rey heroico como su representante en la tierra.
La religión y los mitos se moldean en función de las élites del poder, carentes de significado para las poblaciones, que con frecuencia se mantienen fieles a sus creencias ancestrales.
La sucesión patrilineal se establece para bienes y estatus.
De forma paralela a las diosas, que pierden su posición en mitos y panteones, la mujer es apartada de la vida social y recluida en el hogar, sin propiedades y con obediencia debida a su padre o esposo.
Los restos de las antiguas religiones son proscritos y finalmente perseguidos. En algunos casos, como en nuestra cultura occidental, se reprime el sexo también como algo vinculado a lo femenino. Esta persecución se extiende en el tiempo y dura, por lo menos, hasta la cacería de brujas en el Renacimiento Europeo.
Desde las primeras invasiones se sucedieron muchas guerras, rapiñas, destrucciones y desastres naturales. En numerosos lugares se perdieron avances adquiridos.
Más adelante, en la medida que las nuevas civilizaciones renacían entre los escombros, eran ya netamente patriarcales. Pero se había producido una fractura, una ruptura del proceso evolutivo, un giro traumático que permanece en el fondo de nuestra memoria colectiva.
Cuando hablamos de sociedades matricentrales nos estamos refiriendo a épocas muy antiguas de las cuales no tenemos testimonios escritos y los datos aún son muy escasos. Elementos como la ausencia de murallas o la no diferenciación de clases en los enterramientos, han llevado con frecuencia a idealizar este periodo, tal vez proyectando en el pasado la realización de aspiraciones de paz e igualdad que tenemos hoy.
Por nuestra parte, no queremos trasmitir la idea de que en estas sociedades femeninas se daba todo lo bueno y el patriarcado trajo todo lo malo.
Seguramente ese ciclo histórico se agotó y eran necesarios cambios para poder seguir adelante, en una circunstancia que había cambiado radicalmente.
Pero, aun sin idealizar, estas investigadoras aportan un nuevo relato sobre nuestro pasado. Hasta hace poco, no había manera de recomponer este proceso histórico y, por tanto, de comprender nuestras raíces. Ha sido imprescindible el posicionamiento de las mujeres en la arqueología y la antropología para recomponer el hilo que nos conecta a nuestros ancestros.
Esta nueva comprensión nos pone en disposición de recuperar los elementos culturales y espirituales que se perdieron en los recodos oscuros de nuestra historia.