por Ahmet T. Kuru
La disputa entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en la Casa Blanca no ocurrió por casualidad. Al contrario, fue una calculada jugada, diseñada para señalar a todos, especialmente a las élites del Partido Republicano, el tipo de política exterior que Trump pretende impulsar durante los próximos cuatro años.
¿Aislacionismo o globalismo?
La tensión entre las tendencias aislacionistas y globalistas en la política exterior de EE. UU. ha existido durante más de un siglo. Una de las expresiones más significativas de las aspiraciones globalistas se produjo en 1918, cuando el presidente Woodrow Wilson esbozó sus Catorce Puntos, abogando por un nuevo orden mundial después de la Primera Guerra Mundial y proponiendo la creación de la Liga de Naciones. Sin embargo, cuando esta se formó, el Senado de EE. UU. se negó a unirse, lo que mostró el fuerte reflejo aislacionista de Estados Unidos.
Los estadounidenses tienen sus razones para apoyar el aislacionismo. El país está protegido geográficamente por dos océanos y solo comparte fronteras con Canadá y México, lo que le proporciona seguridad. Además, su ubicación lo mantiene alejado de Europa y Asia, lo que refuerza la inclinación a evitar enredarse en conflictos extranjeros. Otra razón para un aislacionismo introspectivo es el gran tamaño y la diversidad interna de Estados Unidos. Al consistir su país en una federación compuesta por 50 estados y poseer una masa continental casi 40 veces mayor que el Reino Unido, los estadounidenses a menudo consideran que su territorio es suficiente para el desarrollo y la exploración, lo que reduce la necesidad de viajar al resto del mundo.
A pesar de todas estas condiciones, Estados Unidos adoptó una política exterior globalista después de la Segunda Guerra Mundial. Derrotó a Japón y Alemania y luego aplicó una política de contención global contra la Unión Soviética. Durante este período, Estados Unidos fue responsable de casi el 40 % de la producción económica mundial. La necesidad de las empresas estadounidenses de nuevos mercados internacionales y la creciente dependencia de las importaciones de petróleo hicieron de las políticas globalistas un imperativo económico.
Con el colapso de la Unión Soviética, la Guerra Fría llegó a su fin. Sin embargo, una década después, los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron el comienzo de una nueva prioridad mundial: la guerra contra el terrorismo. La administración de George W. Bush invadió Irak y Afganistán. Aunque Barack Obama consideró estas invasiones como errores estratégicos, su administración mantuvo en gran medida las políticas globalistas. Trump, por el contrario, ganó las elecciones con el lema «América primero» en su primer mandato, lo que indica un giro hacia el aislacionismo. Sin embargo, su presidencia experimentó pocos cambios sustanciales en política exterior. Después de Trump, la administración de Joe Biden reafirmó la alianza occidental bajo el liderazgo de EE.UU. en respuesta a la invasión de Rusia a Ucrania.
Caos en casa, caos en el mundo
Inmediatamente después de su reelección, el presidente Trump tomó medidas para cortar el apoyo a Ucrania, utilizando una retórica prorrusa para separar a EE.UU. del bloque occidental y abandonar su papel percibido de garante del orden mundial.
La postura de Trump en dos importantes zonas de conflictos bélicos refleja un patrón constante: ponerse del lado de los fuertes contra los débiles. En Gaza, sugiere abiertamente expulsar a los palestinos, una idea que incluso Israel se había abstenido de afirmar abiertamente. En Ucrania, plantea falsamente que Zelensky es un dictador impopular que inició la guerra, una acusación tan extrema que ni siquiera Rusia se había atrevido a hacer.
En el extranjero, Trump ha seguido una política de confrontación con China, que ha llevado a una escalada de tensiones en el Mar de China Meridional.
La sugerencia de Trump sobre Gaza contradice el derecho internacional y numerosas decisiones de la ONU. Sus acciones hacia Ucrania ignoran los tratados internacionales que Estados Unidos y Rusia firmaron para garantizar la integridad territorial de Ucrania a cambio de la entrega de sus armas nucleares. Sin embargo, para Trump tales compromisos no son importantes. Su único principio rector es el poder.
Trump tiene el poder de hacer lo que quiera en el corto plazo. Es poco probable que los republicanos en el Congreso y la Corte Suprema de mayoría conservadora desafíen a un presidente republicano recién electo. Pero, ¿tendrá éxito a largo plazo? Tres factores importantes empañan sus perspectivas.
En primer lugar, Trump ganó las elecciones con el apoyo de solo la mitad del electorado, y sus índices de aprobación ya han caído por debajo del 50 por ciento. Sus dos principales políticas económicas —aumentar los aranceles y deportar a un gran número de inmigrantes— harán subir los precios y la inflación. Sin embargo, hizo campaña para reducir los costes y, a diferencia de otras sociedades, los estadounidenses tienen poca tolerancia al estancamiento económico.
En segundo lugar, Trump no tiene amigos en política internacional, aparte de Rusia e Israel. En solo un mes, ha conseguido tensar las relaciones con el vecino más cercano de Estados Unidos, Canadá, y con socios europeos clave. El aislamiento en política exterior tendrá un coste económico para las empresas estadounidenses. Es imposible seguir disfrutando de los beneficios económicos del orden global mientras se intenta destruir este mismo orden.
La disminución de las ventas de Tesla en Europa y la caída de los precios de las acciones durante el último mes indican que las consecuencias económicas ya han comenzado.
Tercero, Trump está asumiendo estos riesgos geopolíticos en un momento de agitación interna. Su decisión de nombrar a Elon Musk para dirigir una nueva agencia de reducción de costes ha provocado despidos masivos de empleados federales, y Musk se ha burlado públicamente de los burócratas en general. Esto alimenta la percepción de que la administración busca la confrontación, tanto en el país como en el extranjero.
El éxito final de Trump sigue siendo incierto. Pero una cosa está clara: el orden mundial que Estados Unidos lideró en su día ha sido desmantelado, nada menos que por su propio presidente.
Ahmet T. Kuru es profesor de Ciencias Políticas en Estados Unidos y autor de Islam, Authoritarianism, and Underdevelopment (Islam, autoritarismo y subdesarrollo).