Formar parte de una “comunidad” es un instinto primordial del ser humano. En la comunidad, uno puede refugiarse en la calidez, seguro de compartir valores y principios familiares. Es un abrigo, una tierra prometida donde prosperar y compartir esperanzas, miedos, desafíos y victorias.
Sin embargo, ser una comunidad también conlleva deberes, y el primero de todos es su protección. Proteger a la comunidad incluso cuando tropieza y comete errores: defenderla en público, reprenderla en privado, exactamente como en una familia.
No obstante, hay circunstancias extremas en las que, precisamente para proteger a la comunidad, es necesario oponerse abiertamente a ella para que cambie de rumbo y evitar que, por culpa de unos pocos, el estigma del deshonor recaiga sobre todos.
Por esta razón, en los días posteriores a los atentados de la mafia, la comunidad siciliana salió espontánea y sinceramente a las calles para decirle al mundo: “Sicilia no es la mafia”.
De manera similar, en 2015, tras los atentados contra la redacción de Charlie Hebdo, la comunidad musulmana inundó las plazas de Europa con el grito de «Not in my name».
Hoy, ante las más de 400 personas masacradas en Gaza el 18 de marzo por el gobierno de Netanyahu (incluido uno de los rehenes), se vuelve imperativo que las organizaciones judías de Europa adopten una postura clara y firme para alejar de sí el lodo que el antisemitismo latente empieza a acumular sobre ellas.
Varios judíos europeos, de forma individual, ya han condenado los crímenes de guerra cometidos en Palestina, pero ya no es suficiente. Más que nunca, es necesario un pronunciamiento oficial y colectivo de esas comunidades judías que hasta ahora han sido demasiado tímidas a la hora de condenar las atrocidades cometidas bajo pretextos ideológicos y utilizadas como pantalla política para la supervivencia en el poder de unos pocos asesinos.
Muchos habrán visto en internet la imagen compartida por Historical Pics: una multitud en blanco y negro de los años 30 levantando el brazo para saludar al Führer. Y allí, en un rincón, un hombre con los brazos cruzados: el símbolo de la rebelión ante el poder asesino.
Sin embargo, eso no fue suficiente para absolver a todo un pueblo de las atrocidades que poco después sucedieron. Esa imagen nos enseña que un puñado de disidentes pueden pasar a la historia como héroes, pero sin una condena coral y oficial de las atrocidades de la historia, se vuelve difícil rechazar a posteriori una acusación de complicidad.
Ser cómplice es una elección, al igual que la indiferencia.
Not in our name: grítenlo al mundo, a los políticos que envían armas, a las empresas que abastecen a un gobierno asesino.
Comunidad judía, los queremos en primera línea en esta lucha por la paz. Porque su voz es la más fuerte; ustedes son las trompetas ante los muros de Jericó.
Pero sobre todo, más allá de la mera retórica, hay que decirlo con claridad: quien no se desmarca, lamentablemente, es cómplice.
Luca Sciacchitano. Escritor, autor de «Pelecidio. Perchè è moralmente giusto criticare Israele»