11 de marzo 2025, El Espectador

El 11 de marzo del 2004, las bombas que pusieron los yihadistas en cuatro trenes de Madrid causaron la muerte de 192 personas y dejaron 1.893 heridos. Nada ni nadie le borrará a los españoles y al mundo esas imágenes de horror y desolación causadas por seguidores de Al-Qaeda. A las pocas semanas la policía encontró a algunos de los autores materiales y ante la inminencia de su captura, los terroristas se inmolaron. La Unión Europea decretó el 11 de marzo como el día de las víctimas del terrorismo.

7 años después, el 11 de marzo del 2011, el Japón sufrió el terremoto más grande de su historia. En la costa noreste de Honshú, un terremoto de 9.1 en la escala de Richter y el tsunami ocasionado por el movimiento dejaron más de 18.000 muertos, 2.500 desaparecidos y 500.000 ciudadanos sin hogar; más de 6.000 heridos, devastación de la naturaleza y la infraestructura. Se desbordaron los diques y con la caída del suministro eléctrico se perdió la refrigeración y se fundieron tres reactores nucleares ubicados en Fukushima Daiichi; fue una catástrofe nuclear (accidente de nivel 7 —grave— en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos). Dicen los expertos que “la descontaminación y desmantelamiento de la central puede tomar varios decenios”.

Ante los millones de muertos, enfermos y portadores de VIH y el maltrato que sufren por parte de sociedades excluyentes, la Organización de las Naciones Unidas y ONUSIDA (UNAIDS) decretaron en el 2014 que el 1º de marzo sería el Día Cero de la No Discriminación. Ninguna conducta discriminatoria es viable, no es justa ni respetuosa de los derechos humanos, y no ayuda a sanar los horrores cometidos en los siglos que nos antecedieron y en este XXI, del que ya llevamos recorrido un complejo 25%. Hoy, 134 países criminalizan “la exposición al VIH, la no revelación o la transmisión del virus”. 20 países persiguen y castigan a las personas transgénero; 153 penalizan el trabajo sexual (a quien lo ejerce, no a quien lo patrocina). La discriminación afecta la integridad física, mental y emocional, el acceso a la educación, al trabajo y la salud. La discriminación no es una tragedia de la naturaleza: es una decisión personal y social que proviene no de la ira de los mares o de los vientos, sino de la ira humana, de la ignorancia y el odio. Es la negación de la ética y del tejido social, porque una sociedad sin empatía ni respeto mutuo no tiene forma de cohesionarse.

En marzo se conmemora el Día internacional de la Mujer. Un mes que recoge el movimiento de 15.000 trabajadoras textiles que el 8 de marzo de 1908 se tomaron las calles de Nueva York, para exigir que se bajara a 10 horas la jornada laboral; y el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist, que el 25 de marzo de 1911 les costó la vida a 129 mujeres, casi todas jóvenes inmigrantes. Y, por supuesto se conmemoran las manifestaciones exigiendo el derecho al voto, al trabajo igualitario, remuneración digna, educación, participación en política, decisiones sobre su propio cuerpo… Y sí, hay logros y conquistas, pero nada me arranca la tristeza al escribir que en los últimos 9 años fueron asesinadas en mi país 210 lideresas sociales; la mayoría de ellas ejercían liderazgos comunales, indígenas y comunitarios (datos de Indepaz). El año pasado se cometieron en Colombia 745 feminicidios y 44 de las víctimas eran niñas (cifras de la Defensoría del Pueblo). Así es que no… no celebré el día de la mujer, no porque no me sienta orgullosa de serlo; sino porque me da dolor y vergüenza no haber sido capaz de impedir siquiera uno —uno solo— de los asesinatos cometidos contra las mujeres de mi país.

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