Se dirá que el discurso del presidente argentino Javier Milei este sábado en el Congreso era para iniciar el año legislativo, pero la verdad que sonó a despedida. No porque se estuviera despidiendo, sino porque exudaba la ausencia total de propuestas y logros de quien ha fracasado en todo lo que emprendió. Y si bien veamos un Poder Ejecutivo que carga contra los trabajadores a diario, convirtiendo sus vidas, ya difíciles, en miserables y afecte la institucionalidad y el funcionamiento del Estado quizás de manera letal e irreversible, eso no puede ser celebrado sin ser coronado como el rey de los cínicos y de los hijos de puta.
Un Congreso casi tan vacío como su discurso aplaudió a Milei, cada una de esas frases que le costaba leer y que en algunos momentos quedaba claro que ni siquiera lograba descifrar, mucho menos quienes lo escuchábamos. Pero obsecuentes y alcahuetes que viven y aplauden a sus jefes siempre se consiguen y en una empresa tan grande como la vigésima economía del mundo no podían faltar.
Si bien los máximos elogios se los llevó el ministro de Economía, Luis Caputo, su semblante denotaba que era consciente de que toda esa fanfarria tiene el tiempo agotado y más temprano que tarde deberá volver a saltar en movimiento de un tren que corre a estrellarse.
Comportamiento similar podemos distinguir entre los grandes empresarios que ponen jueces con la bragueta abierta para instalar sus negocios en tiempo récord, antes de que la libertad de no cumplir con las leyes y la Constitución se agote.
La ovación de la noche fue para Patricia Bullrich, ministra de la represión y el esperpento. Convertidora de las fuerzas de seguridad en maquinaria de muerte y falsificación. Los aplausos y vítores acompañados por una manada de diputados que se pusieron de pie para felicitarla por los servicios prestados, mostraba a cúpula abierta, que sin toda su lista de sacrificados toda esta mega estafa empobrecedora nunca se podría haber realizado.
Les decía que Milei no tiene más remedio que irse. Intentará trocar esa suerte apelando a generar mayores peleas y desconcierto, ganará días, semanas, meses, lo que dure el shock, la apatía y los rencores entre unos y otros.
Seguiremos mirándonos binariamente, de cada cosa haremos un debate, nos contaremos las costillas, repasaremos prontuarios, derrotas, cuántas cacas pisamos y esas cosas que nos facilitan tanto la mancomunidad. Nuestras soledades tienen un gustito a nosotros mismos que no soportamos que se diluyan en la palabra pueblo. Por eso los políticos prueban con otras: ciudadanos, vecinos, patriotas, trabajadores…
El pueblo argentino tiene la posibilidad con la caída en desgracia de su presidente de volver a construirse, deshilachados como estamos, tomemos cuerpo, consolidemos una unidad donde podamos diluir nuestros egos un poquito y reconozcamos que el futuro o es de todos o no es de nadie. Estamos hablando de supervivencia.