Los europeos están conmocionados ante las últimas maniobras del gobierno estadounidense contra el Continente. Desde el discurso paternalista pronunciado por el Vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero (ver el discurso aquí) hasta las negociaciones sobre Ucrania entre Estados Unidos y Rusia -excluyendo a la Comunidad Europea-, la alianza transatlántica está siendo puesta a prueba como nunca antes.

¿Necesito recordar a mis compatriotas estadounidenses que la realidad que compartimos hoy tiene profundas raíces europeas? El mundo occidental fue moldeado y desarrollado por pensadores, filósofos, artistas, políticos y economistas europeos, todos los cuales contribuyeron a cimentar la civilización occidental moderna.

Los principios de los derechos inalienables, la separación de poderes y la estructura de la Constitución de EE.UU. se vieron influidos en gran medida por pensadores de la Ilustración como Montesquieu y John Locke. Incluso Washington D.C. fue diseñada por un europeo, el francés Pierre L’Enfant, cuyo plano cuadriculado sigue definiendo hoy el trazado de la ciudad.

No existirían los Estados Unidos de América tal y como los conocemos sin Europa. Algunos podrían incluso afirmar que Estados Unidos representa una evolución generacional de la civilización europea, surgida en la era poscolonial. En la actualidad, los datos del censo de Estados Unidos indican que aproximadamente el 60% de los estadounidenses se identifican como descendientes de europeos, porcentaje que aumenta si se tiene en cuenta a los de ascendencia mixta.

Dados estos profundos lazos culturales e históricos, cabría esperar que Washington tratara a Europa como un socio en posición de igualdad a la hora de forjar el futuro. En cambio, Estados Unidos sigue dictando la política de seguridad sin tener en cuenta las perspectivas europeas, ya sea en las negociaciones con Rusia sobre Ucrania o presionando a los miembros de la OTAN para que aumenten el gasto en defensa. Este enfoque trata a Europa como a un subordinado, no como a un aliado. Europa ha pasado décadas tratando de superar el nacionalismo militarista que condujo a dos guerras mundiales, pero Washington está presionando a Europa para que se remilitarice. Al impulsar un nuevo armamentismo, Estados Unidos está haciendo retroceder al continente, no avanzar. Estados Unidos ha demostrado repetidamente los fracasos de la militarización, desde Corea (1950-1953) y Vietnam (1955-1975) hasta Bahía de Cochinos (1961), Líbano (1982-1984), Somalia (1992-1994), Afganistán (2001-2021), Libia (2011) e Irak (2003-2011, con un resurgimiento en 2014-2017). Se podría añadir que los conflictos actuales en Ucrania y Palestina serían muy diferentes sin la financiación, las armas y el apoyo logístico de Estados Unidos. Este impulso rearmamentista no sólo está llevando a Europa, sino a todo el mundo en dirección equivocada.

El verdadero reto para Estados Unidos no es dominar el mundo por la fuerza, sino redefinir el liderazgo para el siglo XXI. La verdadera influencia se basa en la asociación, no en la coerción. En lugar de aferrarse a luchas de poder anticuadas, Estados Unidos debería ser el socio fundador de la primera Comunidad Humana Universal, impulsada por la diplomacia, la cooperación económica y la seguridad compartida. Cualquier otra cosa es irrelevante en el mundo moderno.