El reciente discurso del vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, en la 61.ª Conferencia de Seguridad de Múnich, ha generado una considerable controversia en Europa. Vance criticó los estándares democráticos europeos, señalando la anulación de las elecciones en Rumanía y advirtiendo sobre amenazas similares en Alemania. Estas declaraciones fueron recibidas con sorpresa e indignación por parte de los líderes europeos, quienes consideran que la democracia en Europa se mantiene robusta y que, por el contrario, es Estados Unidos quien enfrenta desafíos democráticos bajo la administración actual.

Vance afirmó que «la principal amenaza para Europa no es externa, sino interna debido a la regresión de valores fundamentales». Estas palabras fueron calificadas como «inaceptables» por el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, quien destacó la importancia de defender la democracia frente a los extremistas. El canciller Olaf Scholz y el presidente federal Frank-Walter Steinmeier también expresaron su desacuerdo, defendiendo el consenso democrático alemán.

Mientras Vance cuestiona la salud de la democracia en Europa, en Estados Unidos tienen la cocina en llamas. Somos los demás países quienes observamos una erosión alarmante del sistema de contrapesos y la división de poderes bajo el segundo mandato de Trump. ¿Qué nos quedará por ver? Montesquieu debe estar revolviéndose en su tumba al ver cómo su teoría sobre la separación de poderes es socavada. Igual de incómodos en su descanso eterno estarán “los Padres Fundadores de la Constitución Americana”.

Lo que es evidente es que la concentración de poder, impulsada por figuras como Elon Musk, Larry Fink, Zuckerberg, Peter Thiel y aliados como Steve Schwarzman, Robert Mercer o David Sacks, está desmantelando las instituciones democráticas y de control financiero, conduciendo al país hacia una situación en el que las libertades individuales son reemplazadas abiertamente por los intereses de una oligarquía.

La salud de la democracia en general

Como Vance vino a darnos lecciones al mundo entero, hay que recordar que en EE.UU. la distribución de la riqueza es tremendamente desigual. Según sus propios datos de 2023, el 10% más rico de la población tiene derechos (o posee) sobre aproximadamente el 70% de la riqueza total del país. Esto significa que alrededor de 33,5 millones de personas (de una población total de 335 millones) concentran más de dos tercios de la riqueza nacional.

Si afinamos más (WikiPedia), en cuanto al 20% más afortunado, este grupo acumula cerca del 86% de la riqueza total. Por tanto, aproximadamente 67 millones de personas controlan la gran mayoría de los recursos económicos del país, dejando al 80% restante de la población con solo el 14% de la riqueza de. No es la cocina lo que arde en Estados Unidos. También el comedor y los dormitorios, y en la despensa no quedan huevos.

Hablando de “riesgo democrático” (por seguir el hilo de la homilía de J.D. Vance dirigida a Europa y compañía), no hay que olvidar a los estadounidenses de a pie. Ese 80% que conforma la mayoría silenciosa. Porque las verdaderas víctimas aquí, sin importar por quién hayan votado, son los trescientos millones de ciudadanos secuestrados por esta situación.

La debacle de Trump no es solo un problema para las élites beneficiarias, que, por cierto, no pierden el tiempo: cada mes que pasa bajo su mandato es una oportunidad para multiplicar sus fortunas. Tampoco faltan los mercenarios de todo pelaje, los oportunistas de turno y los advenedizos, todos pegados como lapas a la pomada del poder y el dinero que emana de la Corte de Mar-a-Lago (el Palacio de Verano). Una Corte que se pretende Imperial, sí, pero sin Rey Sol, sin la grandeza de Versalles y, desde luego, sin un Lully que la ennoblezca con su música. En 2025 solo queda el ruido mediático de las “plataformas de manipulación sofrológica” y los jingles de campaña. Un espectáculo bochornoso que distrae mientras el país se desmorona. Trescientos millones de personas empobrecidas y excluidas de los designios de su propia nación no son poca cosa: es un trozo considerable de humanidad que no podemos ignorar. Desde aquí, los animamos a despertar y tomar las riendas de su tierra antes de que sea demasiado tarde.

En cuanto a Elon Musk, tan en el candelero, con su creciente influencia en el entorno político y empresarial, ha declarado tener el objetivo de «hacer temblar todo el sistema», lo que ha provocado la renuncia de miles de funcionarios y el desmantelamiento de varias agencias federales clave. Thiel, cofundador de Palantir Technologies, promueve una visión del mercado donde la competencia es una debilidad y el monopolio y dominación son la clave del progreso. Esta doctrina abre las puertas a una peligrosa convergencia entre el poder corporativo y el político, concentrando el control de la economía y la información en un pequeño círculo de élites tecnológicas globales. (1)

La interconexión entre Palantir y las políticas de vigilancia masiva, junto con la creciente influencia de Musk y Thiel en la política estadounidense, plantea preguntas serias sobre la protección de la democracia y la privacidad. Esta red de tecno-oligarcas, respaldada por políticas que erosionan los principios de los contrapesos democráticos, está configurando una nueva forma de poder centrada en el control y la manipulación.

Declaración para Europa del vicepresidente J.D. Vance

La postura de Vance en Múnich ha sido percibida en Europa como una abierta injerencia en los asuntos internos del continente, especialmente en un momento en que Alemania se prepara para elecciones cruciales. La defensa de Vance hacia partidos de extrema derecha y su crítica a los cordones sanitarios establecidos por los partidos democráticos europeos han intensificado las tensiones transatlánticas.

Europa observa con preocupación la debacle política en Estados Unidos, donde la combinación de vigilancia masiva, control corporativo de la información y manipulación de procesos democráticos no solo amenaza la democracia estadounidense, sino que también plantea interrogantes sobre el papel de Estados Unidos en la defensa de los valores democráticos globales.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa ha funcionado como un socio menor −subordinado− dentro del esquema global diseñado desde Washington. Bretton Woods estableció las bases de una economía dominada por el dólar, y la dependencia de los mercados norteamericanos o las Instituciones Financieras Internacionales a su medida, se consolidó como un hecho inmutable. Sin embargo, el mundo avanza hacia un orden multipolar donde nuevas alianzas, rutas comerciales y sistemas financieros están reduciendo la centralidad de Estados Unidos.

Cada crisis ha reafirmado este lazo o “abrazo mortal”, desde el Plan Marshall hasta la transformación de la OTAN en una gigantesca feria de muestras para la industria armamentística, tecnológica y espacial norteamericana; pasando por la globalización neoliberal de los años noventa y la respuesta coordinada —pero profundamente desigual— a la crisis financiera de 2008.

Perspectiva y prospectiva de futuro: nubarrones y esperanzas

Ahora, en 2025, el capitalismo de los grandes fondos de inversión ha perfeccionado su ciclo de especulación y captura de valor. El proceso es siempre el mismo. Primero inflan burbujas financieras en las fases de expansión. Luego las dejan estallar o sobrevienen por el propio proceso insostenible para las realidades humanas subyacentes. Finalmente, tras el desastre, proclaman una “fase de recuperación”, donde la sociedad mundial en su conjunto asume el costo, devolviendo valor a la burbuja de activos que nunca lo tuvieron. Con este nuevo excedente de valor/capital que en la recuperación se va creando (la masa de dólares “creados” es un valor que nunca existió realmente en la fase especulativa o expansiva), reinician el proceso de adquirir relevancia en mercados o aspectos de la vida humana. En las sucesivas oleadas de crisis económicas, ya históricas desde 1947, esta ha sido la lógica de extensión de la lógica de dominio y coerción económica ejercida desde Estados Unidos, en nombre de sí y de las élites financieras mundiales afines o beneficiarias de estos juegos.

Por ejemplo, ya en este momento, fondos de inversión gigantes como BlackRock y Vanguard están promoviendo, con absoluta discreción, fondos de inversión público-privados que facilitarán la transferencia definitiva de infraestructuras, servicios esenciales y recursos estratégicos desde lo público hacia su control. Su ambición máxima sería que nada en el planeta se mueva sin que estos fondos y sus accionistas mayoritarios extraigan beneficios. Este es el juego a la sombra de una Administración Trump que ya ni siquiera disimula su desprecio por sus aliados, actuando como un matón de patio de colegio.

Nuevos horizontes de cambio y cooperación internacional

Entonces, si el símil del patio de colegio y el matonismo aplica aquí, ¿no es momento de abandonar este modelo y construir un circuito distinto? Aunque este sea el escenario más evidente y ruidoso, el siglo XXI ya ha comenzado a ofrecer opciones y alternativas a estos juegos de dominación.

Iniciativas como la Ruta de la Seda china, el AfCFTA en África o los acuerdos regionales en América Latina demuestran que la dependencia del dólar y de las instituciones lideradas por Washington ya no es una obligación. La diversificación tecnológica, financiera y cultural está permitiendo que otros países construyan su propio camino, sin someterse a los caprichos de una potencia que, aunque aún relevante, ya no es indispensable.

En este contexto, nació la iniciativa de los BRICS+, un foro que promueve un espacio de diálogo y cooperación entre países muy distintos, sin recurrir a mecanismos centralizados de control ni imponer decisiones sobre los asuntos internos de los países involucrados.

La estrategia de Europa no debería consistir en responder con aranceles o sanciones equivalentes, enredándose en una guerra económica diseñada por Washington para mantener su centralidad. En cambio, el movimiento más inteligente es la indiferencia estratégica: construir nuevos lazos comerciales, fortalecer los intercambios con mercados emergentes y reducir la exposición a los caprichos de una Casa Blanca que se ha vuelto impredecible.

Las viejas inercias y las alternativas

Estados Unidos ha cimentado su poder en la coerción económica. El dólar, como moneda de referencia, le ha permitido imponer sanciones unilaterales con efectos globales y financiar su enorme deuda pública, que en 2023 alcanzó los 30,4 billones de euros (32,9 billones de dólares), representando el 118,73% de su PIB. Sin embargo, este sistema no tiene por qué afectar o debilitarnos si el resto del mundo decide operar también en otras monedas, además del dólar. Los acuerdos e intercambios ya pactados en dólares seguirán en dólares. Pero el futuro nos ofrece otros escenarios y otras maneras de comerciar.

El Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), con sede en Basilea, Suiza, ha sido un invento útil durante los últimos 75 años. Nadie lo niega. Seguro que algo de futuro le queda. Arcaremos en este sentido positivo que el BIS actúa como un banco de bancos centrales, facilitando la compensación y liquidación de transacciones financieras internacionales, en particular aquellas denominadas en dólares. Su función clave es proporcionar infraestructura y servicios financieros a los bancos centrales para que gestionen reservas, operaciones de cambio y pagos transfronterizos.

Es Estados Unidos quien ha aprovechado este sistema para consolidar el dólar como moneda dominante, ya que la mayoría de las transacciones globales se compensan a través de instituciones alineadas con Washington con asiento el el BIS. Esto permite que, si EE.UU. impone sanciones, los países afectados enfrenten dificultades para mover su dinero en el sistema financiero global. Aunque el BIS se presenta como un ente neutral, su papel en la arquitectura financiera global lo vincula indirectamente a los intereses de las potencias occidentales.

Sin la colaboración de Europa y otros mecanismos de asiento de transacciones internacionales en otras monedas, el músculo coactivo de Wall Street se reduce drásticamente. Sin la absoluta necesidad de transacciones en dólares, la capacidad sancionadora y unilateralismo extraterritorial de Washington se ve comprometida. Baste como esquema pensar y asumir, que el mundo es precisamente todo aquello que no es nuestro lugar de referencia.

Los otros tableros de juego internacionales

Como decíamos unas líneas más arriba, en política o en el patio del colegio, el problema de las personalidades o actitudes borderline es que no soportan la irrelevancia. Necesitan la confrontación, la validación de su poder a través del conflicto. Enfrentarlos directamente solo refuerza su narrativa de dominio. La única estrategia realmente efectiva es la que desmantela su estructura de influencia sin enfrentamiento directo. Simplemente negarles el terreno de juego en el que prosperan. El juego es estar en otra parte y con otros.

El modelo unipolar de la posguerra está agotado. La promesa de una globalización controlada desde una única capital ha demostrado ser una falacia. La insistencia en sostener un vínculo que solo genera vulnerabilidad y dependencia coactiva es un reflejo de inercia, tal vez miedo, pero no de necesidad.

Trump y Vance quieren imponer su visión del mundo a base de amenazas y coerción. La alternativa no es «entrar al trapo» en una guerra comercial sin sentido, ni un alineamiento sumiso. La alternativa es jugar cada vez más en otro tablero de juego, y con otras reglas, con otros socios o los mismos con otras reglas. Sobrevivir al exceso de testosterona en el dominio y política exterior estadounidense no requiere confrontación suicida. Solo requiere indiferencia y abrirse a modos, miradas y paisajes nuevos.

Es hora de dejar a los matones de patio de colegio hablando solos y construir en paralelo un entramado de relaciones internacionales, cosa que ya está en marcha. En cada región del mundo, o continente, los estados soberanos están encontrando nuevas formas de cooperación. Ya llevan tiempo impulsando el comercio sin intermediarios y desarrollando instituciones que responden a sus propios intereses, no a los dictados de Washington y sus zelotes oligárquicos que han tomado el Gobierno al asalto. Dejemos que esta segunda toma del Capitolio marche hacia donde quiera marchar.

Entre tanto se están encontrando alternativas energéticas a los suministros de gas procedentes de EEUU. Crecen las nuevas energías alternativas a las fósiles y los modos de almacenar o distribuir continentalmente los picos de energía excedentes. También están surgiendo los circuitos financieros descentralizados, sin un hegemón que los ordeñe en su favor y que obligue a comprar armamento en su hipermercado-militarista.

También vemos cómo se tejen redes académicas y tecnológicas independientes por todo el mundo, que luego auspician ambientes de negociación y acuerdos comerciales bilaterales −sin coacción o intervención política−. En general y sin armar escándalo, se están sentando las bases de un orden multipolar donde las relaciones son de colaboración y refuerzo mutuo.

No es un sueño ni una teoría. Es una realidad que avanza día a día, y es hora de que Europa decida si quiere seguir aferrada al viejo juego de “bailarle el agua al matón del patio” o ser parte de la nueva partida entre iguales que abarca todo el mundo. Donde por “mundo” debe entenderse todo aquello que no es Estados Unidos y el juego de sus élites apoyado por las élites financieras del resto de los países del G7.

 

Notas

El libro doctrinario de Peter Thiel se titula «Zero to One: Notes on Startups, or How to Build the Future» (2014). En su obra Thiel defiende abiertamente la idea de que los monopolios son deseables y superiores a la competencia en términos de innovación y rentabilidad. Según él, las empresas deben aspirar a ser monopolios encubiertos, dominando nichos de mercado hasta volverse indispensables. Critica la competencia como debilidad y una pérdida de recursos, sosteniendo que los verdaderos innovadores no compiten, sino que dominan y crean mercados nuevos donde son los únicos jugadores. Más allá de la economía, el libro refleja su visión elitista del mundo: Thiel ve la sociedad como un juego de poder donde solo unos pocos, los visionarios (como él), deben liderar el futuro.