¿Paga impuestos esta persona? Sí, por supuesto. ¿Su ingreso neto final contando la RB y lo que paga de impuestos es más alto? Sí, por supuesto y en ambos escenarios. Pero veamos la gran diferencia. Es muy substancial, puesto que en los dos escenarios la persona “SMIsta” ganaría 4.000 euros más que con el SMI, aunque no tuviera que pagar IRPF. Recordemos que en nuestros modelos de financiación ponemos como objetivo que el 80% de la población de menores ingresos salga ganando y la financiación de la RB recaiga principalmente sobre el 20% más rico… que por supuesto tiene ingresos muy superiores al SMI.
Obviamente, como la financiación de la RB se consigue con una cesta de impuestos que incluye también un verdadero impuesto de la riqueza y otros impuestos en donde el reino está claramente por debajo de la media de la UE (como los ambientales), podrían hacerse otros escenarios que rebajaran el tipo medio o marginal del IRPF o se crearan más tramos intermedios con una imposición menor (o con una imposición mayor en tramos más altos, como ya existen actualmente).
Es cierto que la fricción del IRPF y el SMI ha surgido ahora. Ahora bien, tiene narices que uno de los temas que sirven para evaluar una democracia (recuérdese la magistral sentencia de Brandeis: “podemos tener democracia o podemos tener riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas”), la imposición a las grandes fortunas, quede en segundo plano… para mayor gloria y tranquilidad de las grandes fortunas. Como también tiene narices que, por añadir algo más a las digamos deficiencias del sistema fiscal y lo que lo rodea, el 75% de las actuaciones de los técnicos de hacienda estén centradas sobre deudas medias de 1.000 euros. No hay que intranquilizar a las grandes fortunas, ¿verdad?
Algo sobre el estado de las grandes fortunas, para no hablar sin números. Con cifras oficiales y recientes, un reducido 3,8 % de la población del reino acumula simultáneamente poco más del 20 % de la renta total y muy cerca del 44 % de la riqueza neta total. Y si descartáramos los patrimonios inferiores a 500.000 euros, entonces algo menos del 1 % de la población total (poco más de 415.000 personas) seguirían concentrando el 8,3 % de la renta total y más del 32 % de la riqueza neta total. Repetimos por si ha pasado por alto: menos del 1% de la población oficialmente española dispone de riqueza superior a los 500.000 euros y el 8,3% de la renta total. Números oficiales. No podemos incluir todo lo escondido o evadido de forma semi o directamente fraudulenta, solamente lo que está registrado de forma legal. Lo explicamos con más detalle aquí. Un impuesto progresivo en una horquilla entre el 0,5 % y el 10 % (¡qué barbaridad esos porcentajes tan altos!) a este 1% oligárquico podría representar una importante recaudación adicional que bien empleada podría mejorar la existencia material de buena parte de la población. Esto sí que es un bien objetivo de la recaudación fiscal. Y los ricos seguirían siendo ricos. ¡Que nadie nos acuse de expropiadores! Al fin y al cabo, la riqueza, el capital si se nos permite, es el campeón de los subsidios, no los pobres, como de forma breve lo ha dejado escrito la jurista Pistor: “la protección legal de la que goza el capital es la madre de todos los subsidios”.
En definitiva, quizás sería un buen momento para afrontar una reforma fiscal que ponga fin a los “parcheos” (la palabra referida al caso, muy oportuna, es de Cruzado y Mollinedo) constantes que se han realizado en las últimas décadas. Para los que pensamos que los impuestos son en nuestras sociedades una condición de la libertad, nos parece imprescindible esta reforma. Sabemos que siempre hay la gran muralla: “es que ahora no es el momento”, “hay otras prioridades”, “debemos concentrar los esfuerzos en otras cosas más urgentes”, “el mal menor es quedarnos como estamos”. Y cosas parecidas y repetidas desde que murió el dictador.
La reforma fiscal es imprescindible para que el machacón laissez faire, con estas u otras palabras, que demandan las grandes fortunas no sea, como dijo el historiador Michael Bernstein, el laissez-nous faire. Es imprescindible pues para que las cosas no sean como hasta ahora, vaya.