La asunción del millonario conservador Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos de América, uno de los países más prominentes en la órbita occidental, heredera y protagonista de violentos colonialismos, nos indica que estamos asistiendo a un momento culmine de la ola reaccionaria que ya se venía anunciando.

El gran número de órdenes ejecutivas firmadas por el reincidente mandatario pretende ocultar, bajo un talante diligente y operativo característico del ámbito empresarial, que se trata de una reacción disfrazada de ofensiva.

Este rebote exhibe la resistencia de distintos sectores sociales a los veloces cambios ocurridos en los últimos decenios. Cambios tecnológicos, de modalidades de producción y consumo, pero también avances en la emancipación y una mayor representatividad de sectores postergados, relegados históricamente como las mujeres, las comunidades indígenas y afrodescendientes o las identidades afectivas diversas, entre otros.

El incremento de la movilidad humana ha enriquecido el paisaje monocolor de las sociedades opulentas, pero también aumentado el nivel de discriminación. El reclamo por una efectiva descolonización tendiente a la nivelación de oportunidades y de transformación de  las instituciones internacionales se hace oír con fuerza. La dictadura cultural y geopolítica impuesta por occidente hoy tambalea ante el serio embate de los pueblos del Sur y el Oriente global.

Es un período de reconfiguración total de las relaciones personales y sociales, un terremoto general de los cimientos que crea inestabilidad e incerteza. A lo que se suma una nueva generación que no encuentra cabida ni salida, reduciéndose su margen de acción al consumo y la servidumbre tecnificada, las adicciones o la pandemia de salud mental en curso.

La estridencia del discurso de odio, multiplicada por las plataformas digitales que llegan a la intimidad de cada individuo, cala hondo en el resentimiento que produce la falta de oportunidades y el estrangulamiento de la libertad real. Libertad que no solo es manipulada conceptualmente por las usinas de estrategia hegemónica para combatir todo intento de liberación popular, sino también para instalar la falsa creencia en el emprendedurismo individualista de la miseria. El rechazo a la construcción colectiva, a la alianza cooperativa de intenciones resulta así en un nuevo debilitamiento del tejido social y la posibilidad de resistencia y acción creativa y transformadora de los conjuntos humanos.

Remiendos de un ropaje inservible

Con una importante cuota de insensibilidad a los efectos de la dialéctica generacional, las generaciones precedentes pretenden dar continuidad a modelos desgastados e insisten, una y otra vez, en remendar los enormes agujeros del sistema con soluciones parciales y coyunturales.

Así surgen los reformismos que apuntan a moderar los abusos flagrantes, pero no modifican la esencia misma de la explotación ni de la discriminación, sino que con frecuencia desvían la mirada de los conflictos centrales. Reformismos que devienen en conformismos, desde la premisa que la actual relación de fuerzas no permite resolver los problemas en su misma raíz.

Reformismos que pueden contener gérmenes revolucionarios de gran interés, como es el actual ejemplo de la Cuarta Transformación en México, el lema de la Paz Total en Colombia, el pertinaz esfuerzo del gobierno encabezado por Xiomara Castro en Honduras o la renovada idea comunalista de la revolución bolivariana o que, por el contrario, pueden significar apenas un intervalo de postergación, como los que se evidencian en las administraciones de tinte socialdemócrata.

En el transcurso del incesante devenir político y social, los reformismos se ven entonces ante la disyuntiva de mutar hacia la revolución o la involución de las estructuras. Del mismo modo que los anteriores espíritus revolucionarios deben, afirmándose en ese mismo espíritu, revolucionar sus revoluciones promoviendo cambios que contemplen los nuevos tiempos y el aumento cualitativo de las aspiraciones humanas que ellos mismos ayudaron a movilizar y conseguir.

Los nuevos horizontes asoman también en otras regiones del planeta, como en la rebelión de las naciones del Sahel, que han decidido romper con el yugo de dependencia y dominación francesa, pero también con la movilización popular en Sri Lanka, que culminó con la victoria electoral de líder de izquierda Anura Kumara Dissanayake, quebrando la corrupta gestión de los hermanos Rajapaksa, que sumió al país en la pobreza y el endeudamiento.

Vientos de renovación que también se hacen sentir en el Senegal con la investidura del popular Ousmane Sonko como primer ministro, luego de sufrir una acendrada persecución por parte del gobierno anterior.

La historia nunca se detiene

El futuro no está escrito, aunque algo es seguro. El Ser Humano, en su búsqueda de liberarse de condiciones de opresión y sufrimiento, no deja de buscar salidas a los inconvenientes que se le presentan. Eso es lo que mueve la historia, la necesidad de superar el dolor y el sufrimiento.

En la actualidad, la crisis terminal del sistema debe servir para colocar la mira en apoyar el desarrollo de las nuevas utopías que ya están marcha. Utopías de carácter colectivo y que tengan como objetivo no solo el bienestar material, sino también el progreso existencial para todos, el entendimiento y la colaboración entre las culturas y la efectiva libertad para cada persona de decidir su destino.

Así juzgará la historia nuestra acción: en la capacidad de afrontar la inevitable decadencia capitalista de un modo creativo y de avanzar con resolución hacia horizontes humanistas.