Antes de continuar, tenemos que revisar un mecanismo que es la base del funcionamiento de la conciencia humana: la intencionalidad. Se podría decir que la conciencia “es” intencional, o bien, que no hay conciencia sin intención. Esto ya se definió así desde Brentano en adelante y Husserl, con su método fenomenológico, ya asentó a la intencionalidad como lo fundamental de todo fenómeno humano (Diccionario del Nuevo Humanismo, Silo, 1996).

Por Jordi Jiménez

Para nosotros la conciencia no es pasiva ni es un simple reflejo de una supuesta “realidad objetiva”. La conciencia y el mundo que le rodea son una estructura indivisible, una especie de entrelazado en el que las dos partes dependen mutuamente la una del otro. Es sobre ese mundo que nuestra intención se aplica con el fin de transformarlo y, de igual manera, ese mundo cambiante también modifica nuestra experiencia. En la naturaleza no encontramos ese fenómeno intencional. Tanto el mundo vegetal como el mundo animal son mundos naturales que simplemente reaccionan al entorno según su propia programación natural. No se ve en ellos ningún atisbo de esa energía reflexiva y transformadora lanzada al futuro. Sin embargo, en el ser humano existe esa actividad que se imbrica con el mundo externo. Su principal característica es que siempre está en busca de algo y, por tanto, siempre está lanzada hacia el futuro. El hecho de que, en ocasiones, hagamos búsquedas entre los recuerdos de nuestro pasado no impide que esa búsqueda se haga con alguna intención, con algún propósito en nuestro futuro inmediato.

Hablando más técnicamente, podemos observar que toda conciencia se mueve siguiendo una dinámica llamada acto-objeto. Nuestro psiquismo lanza constantemente actos en busca de su objeto y cuando ese acto es “completado” porque ha dado con el objeto buscado, aparece un nuevo acto de búsqueda de un nuevo objeto. Por ejemplo, quiero recordar lo que comí ayer. Ese “querer recordar” es un acto lanzado que se completa cuando se me aparece la imagen de la comida de ayer, el objeto que andaba buscando. En nuestro idioma, si hay un verbo, por lo general hay un acto de conciencia puesto en marcha. En la fenomenología husserliana se le llamó “noesis” y “noema” al acto y al objeto mentales respectivamente. En algunas ocasiones comprobamos que el objeto buscado no aparece y entonces queda una especie de tensión, o de energía, que no se relaja hasta que no damos con el objeto buscado. Ocurre a menudo con las palabras o con los nombres: no acertamos a dar con aquella palabra o aquel nombre que buscamos en una conversación y que no acaba de aparecer. O cuando salimos de casa y tenemos la sensación de que nos hemos dejado algo, pero no damos con ese algo. Hay un acto lanzado que no encuentra su objeto mental y queda ahí trabajando hasta que da con él. Pues bien, ese mecanismo de actos que buscan su objeto es precisamente el mecanismo base de la intencionalidad.

Desde luego que los actos que lanzamos no se limitan únicamente a objetos concretos. También buscamos objetivos o metas más amplias. Preparo un viaje para dentro de unas semanas, cuando tenga vacaciones. Lanzo un acto (hacer un viaje) en busca de uno o varios objetos, (el placer de las vacaciones, desconectar, descansar…) Este acto se irá completando a lo largo del tiempo que duren esas vacaciones, a medida que voy viviendo y sintiendo aquello que buscaba. Pero en todos los casos hay una intención lanzada en una dirección que busca algo. Tanto actos como objetos son internos, son fenómenos de conciencia. Los objetos externos son buscados como intermediarios o puentes con nuestras búsquedas internas y cuando el objeto externo no produce en mí lo que buscaba, aparece la frustración. Ésta no pasa de ser un registro de búsqueda (intencional) que no ha encontrado su objeto. 

No somos sujetos pasivos a los que les caen las cosas del cielo

Este funcionamiento intencional de la conciencia nos lleva a otro tipo de reflexiones acerca de situaciones que se dan en la vida diaria. Por ejemplo, hay muchas personas que tienen la sensación que las cosas “le suceden” sin que ellas tengan nada que ver con ese acontecer. Desde esta actitud, tanto las vivencias positivas como las negativas son el resultado de variados elementos externos que se conjugan aleatoriamente para dar lugar a lo que a uno “le pasa”, como si uno fuese transparente, como si uno casi ni existiera. Si ocurre algo interesante se dice “qué suerte he tenido”, “el universo me cuida” o “la vida me acompaña”; si sucede algún tipo de conflicto o experiencia negativa la explicación es la misma, pero en sentido contrario: “debe ser el karma”, “no sé por qué me pasan estas cosas” o bien “la culpa es de X”. En estos casos la persona no ha puesto atención a sus propios actos (que en la mayoría de las ocasiones están implicados en lo sucedido) ni mucho menos ha puesto atención a su propia intencionalidad que es la que, finalmente, ha movilizado sus acciones. Tanto en los acontecimientos positivos de la vida como en los conflictivos negativos, nuestra acción (intencional) ha influido en ellos de una manera o de otra, poco o mucho.

No somos sujetos pasivos a los que les caen las cosas del cielo. Sí, es cierto, en ocasiones hay accidentes imprevisibles que nos suceden sin que hayamos podido hacer nada. Pero en general, las situaciones no accidentales están enmarcadas en la dinámica intencional de nuestra conciencia que siempre está lanzando actos que buscan completarse en algo que tal conciencia necesita o cree necesitar. Lo importante de todo esto, como hemos dicho en otras ocasiones, es “darse cuenta”, ser consciente, y evitar todo juicio contra uno mismo y contra los demás.

Un ejercicio interesante puede ser este: observar las intenciones que hay en todos los objetos que nos rodean, en todos y cada uno de ellos. Por ejemplo, estoy en casa y me detengo a observar el suelo del piso, las paredes y toda la estructura del edificio. Alguien construyó este edificio, alguien lo diseñó y alguien trabajó durante mucho tiempo para levantar esta obra. Detrás de todo ese trabajo hay múltiples intenciones de todas las personas implicadas en la construcción. Sin duda, una de las intenciones más comunes es la de ganarse un dinero a cambio de ese trabajo, pero también puede haber otras. Esas intenciones de todas esas personas se pueden intuir observando simplemente las paredes de la casa. Luego, podríamos seguir con otros objetos: unas flores en un jarrón, unas fotos, unos cuadros que cuelgan de las paredes, las luces, las sillas, las cortinas… Todo objeto es el resultado de las intenciones humanas que diseñaron y crearon esos objetos que están ahí. Y por último, también puedo intuir la intención de alguien que compró esos objetos para ponerlos en la casa, con un fin decorativo o con una finalidad práctica. Y no hay que olvidar que quienes crearon esos objetos se han apoyado en la experiencia y el conocimiento de generaciones pasadas, de anteriores personas que construyeron desde su propia intención los objetos de aquella época que luego fueron mejorados por las generaciones actuales. 

Todo lo social y cultural es una creación intencional del ser humano

En definitiva, podemos ver que la intención está en todo lo humano, no sólo en los objetos creados, sino también en la cultura, en las creencias, en los valores y en todo lo intangible. Todo lo social y cultural es una creación intencional del ser humano que se ha ido acumulando históricamente y que se ha ido modificando en cada generación. Todas las generaciones han puesto su intención personal y colectiva en esos cambios. Así, podríamos deducir o intuir las intenciones de antiguas culturas que quedaron reflejadas en sus mitos y leyendas, en sus costumbres y en su creencias. De la misma forma, hoy en día no se suelen observar las intenciones que hay detrás de nuestros mitos actuales, de nuestras creencias o de nuestras costumbres, pero sin duda que todo lo que ocurre en la actualidad está movido por intenciones que buscan algo en el futuro inmediato y que son las que movilizan los fenómenos que vemos, desde los más vistosos hasta los más imperceptibles.

Sin intención no habría futuro, no habría dinámica, no habría proyectos, no habría avance personal, ni avance social: no habría dirección. Al percibir esto, es inconcebible creer que el ser humano es un simple reflejo pasivo del mundo que le rodea. Nuestra conciencia es un mecanismo complejo, flexible, creativo… intencional. Pero en todos los casos, es un elemento totalmente interconectado con el mundo que le rodea y con algo que otros elementos vivos no tienen o no tienen tan desarrollado: su intención.