14 de enero 2025, El Espectador

Llegué hace unas horas de un lugar alucinante y tengo clavado en la mente –y sobre todo en el corazón– lo vivido y sentido en estos días… las conversaciones con mi hijo, la fuerza del viento austral y la magia de los glaciares; la sociabilidad y ternura de los pingüinos, la mirada de intriga y elegancia de los guanacos, y el encuentro azul de dos océanos inmensos que se cruzan en paz en el Canal del Beagle. Veo pasar las ballenas y los 3 mil kilómetros de carretera felizmente explicados y conducidos por Felipe entre mares, montañas y planicies que limitan con el infinito. Ahí están los picos nevados y los ventarrones más intensos en los pasos de frontera. Ahí están la centolla gigante en las manos maestras de Mariana en “La Mesita de Almanza”; el mesero violinista la noche del 31, y la música de Pipe en una camioneta a prueba de todo, a la que bautizamos “el tractor”. Y desde aquí, 2.600 metros más cerca de las estrellas recorro las calles de Ushuaia porque algo de mí se quedó en el Sur del Sur, en las coordenadas del fin del mundo.

Regreso a nuestro país de trópico y esquina, en el que he construido el 90% de mi vida, y tres temas me piden la palabra.

Comienzo por el más triste: la muerte del profesor Manuel Elkin Patarroyo, un Investigador con mayúscula dedicado 25 horas diarias a encontrar respuestas, antígenos, interacciones moleculares y fracciones de proteínas capaces de salvar vidas. El profesor Patarroyo formó redes científicas internacionales, y de España a Noruega, de África a Suecia, de Nueva York a Tailandia han reconocido y premiado su tenacidad. Sus descubrimientos le dan la vuelta al mundo y él nunca se vendió a la industria farmacéutica. Creía –como debe ser– que el conocimiento encaminado a proteger la vida, debe ser patrimonio de la humanidad. Como pasa con los genios, en Colombia fue respetado, admirado, criticado y envidiado. El Profe murió el jueves a los 78 años. Me duele y me sorprende su muerte. Uno a veces piensa –con la razón del corazón– que quienes trabajan tanto por la vida, no se van a morir nunca… como si hubieran desarrollado una inmunidad contra el final de sus vidas. Pero no. Hasta los grandes como Patarroyo, un día se van. Descanse en paz, Profe querido.

Segundo: la afrenta que representa la posesión de Maduro. Un insulto a la voluntad popular venezolana y a las voces e instancias democráticas de Latino América y el mundo. Y me da indignación y pesar la ambigüedad en algunos sectores de la izquierda, su dificultad para llamar las cosas por su nombre y reconocer que las dictaduras son una vergüenza: vístanlas del color que las vistan, ninguna es mejor ni defendible. Tomarse el poder, violar los derechos humanos, la libertad de expresión y el derecho a la oposición política, es un abuso y un delito. Las tiranías son inadmisibles, vengan de donde vengan y masacren a quien masacren. Que quede claro: ni propongo ni respaldo intervenciones militares ni cierres de fronteras, y ambas cosas las consideraría un error garrafal. Para el pueblo venezolano, mi respaldo y solidaridad; para su gobernante actual, mi rotundo rechazo.

Y tercero: el video de Pepe Mujica, el hombre que mueve montañas y conmueve almas y sociedades; el que tiene claro qué significa ser de izquierda y cuáles son las responsabilidades de habitar el siglo XXI en América Latina. “Hay que hablar con todo el país”, afirma. Y termino con los 3 puntos que para mí son imborrables en su legado: “No al odio, no a la confrontación, hay que trabajar por la esperanza”. Si algún día lo logramos, habremos vencido las barreras del dolor, del rencor y la costumbre.

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