Aprender a escuchar se ha convertido en una habilidad esencial que tanta falta hace en la política de hoy. Paulo Freire, uno de los pedagogos más influyentes del siglo XX, nos recordó con sus enseñanzas que el acto de escuchar no sólo es una condición para el aprendizaje, sino también para la transformación social. “Nadie educa a nadie, nadie se educa solo, los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo”, afirmó Freire, subrayando que el aprendizaje no ocurre en un vacío, sino en un contexto de diálogo y relación.

La mediación del mundo es el ejercicio de la política. Escuchar es abrirnos al otro y de construir conocimiento de manera conjunta. Nuestra especie evoluciona en cooperación más que en competencia.

El problema radica en que vivimos en una cultura donde el ruido y la opinión rápida, la cuña o la imagen posteada en una red social han desplazado al silencio y el respeto necesario para escuchar.

Freire advertía que muchas veces no escuchamos para entender, sino para responder y esta actitud bloquea el aprendizaje y perpetúa las relaciones de poder. “El verdadero diálogo no puede existir si los participantes se niegan a reflexionar sobre su realidad o si piensan que ya tienen todas las respuestas”.

Desde distintos sectores y diversos ámbitos de la vida nacional se afirma que llevamos más de una década de estancamiento, pero lamentablemente este juicio se basa en que el estancamiento es porque las cosas no se han hecho a mi manera o bajo mi verdad, y no por la polarización creciente y la incapacidad de escuchar para avanzar.

Hoy, promover y practicar la capacidad de escuchar es revolucionario, porque es resistir a la arrogancia, a la imposición y a los “dueños de la verdad” y en lo personal, nos desafía a abandonar la soberbia intelectual y a abrirnos a la posibilidad de ser cambiados por el otro.

En el ámbito educativo, esta filosofía tiene implicaciones profundas. Un maestro que no escucha a sus estudiantes se convierte en un transmisor de información, no en un facilitador del conocimiento. Este enfoque rompe con la educación tradicional, en la que los estudiantes son vistos como recipientes vacíos que deben ser llenados con el saber del maestro. En cambio, propone una relación en que escuchar es tan importante como hablar, y donde ambas partes se enriquecen mutuamente; más aún cuando hoy toda le información se encuentra en internet.

Y en la política también. Escuchar permite abrir espacios para el diálogo y el consenso en una era marcada por la polarización. El diálogo no es posible si se parte de una postura de superioridad o si se busca imponer verdades absolutas. En política, esto se traduce en la necesidad de crear puentes entre diferentes perspectivas, reconociendo la diversidad como una fortaleza. Los líderes que escuchan con humildad y apertura tienen más posibilidades de construir acuerdos duraderos.

El verdadero aprendizaje y la cooperación comienzan cuando dejamos de hablar y comenzamos a escuchar.