No cabe duda alguna que el mundo requiere cambios profundos. También es notoria la insatisfacción popular extendida respecto a la falta de respuestas del sistema actual. Una y otra vez se repiten eslóganes y promesas que, en el mejor de los casos, apenas moderan algún abuso, sin modificar en lo más mínimo la estructura general de violencia y apropiación.
En términos políticos, el escenario muestra, con algunas pocas variaciones reformistas, una deriva momentánea hacia la derecha y el avance retrógrado. En el aspecto socioeconómico, el poder se ha concentrado en corporaciones y fondos de inversión, cuyos objetivos se alojan en las antípodas de la distribución armónica de la riqueza. En términos internacionales, el viejo orden imperial se resiste a caer y multiplica e intensifica los enfrentamientos armados, las guerras, los genocidios, afectando cualquier posibilidad de desarrollo humano en vastas áreas del planeta.
El deterioro de los ecosistemas y el cambio climático son innegables, la miseria y la violencia empujan a grandes contingentes a migrar en busca de puertas de escape, encontrando al trasponerlas tan solo más explotación y discriminación.
Los imponentes avances tecnológicos, lejos de abrir el camino a la equidad y la ampliación de horizontes, son convertidos en instrumental sofisticado para la manipulación, el control y las ganancias para unos pocos. El planeta está plenamente interconectado y sin embargo, se agranda la brecha entre los seres humanos, la soledad es una realidad asfixiante y se extiende la pandemia de salud mental en todas las latitudes y segmentos sociales.
En un mar de desencanto, incertidumbre y futuro cerrado van creciendo las nuevas generaciones, animando explosiones catárticas que terminan evaporándose por la represión sistémica, la desarticulación, la falta de utopías comunes o el desvío intencional del poder que usurpa, vacía y desvitaliza el impulso transformador.
Es más que evidente que la vida en común requiere cambios profundos, un salto de calidad que ningún programa cosmético podrá suplantar. Sin embargo, la certeza de esta necesidad de cambio, compartida por miles de millones de personas, se ve confrontada paradójicamente por la conservación en la que muchos pretenden refugiarse. Tendencia a la inmovilidad y al retroceso motivada por la inestabilidad que provoca la desaparición de paisajes conocidos y añorados, junto a la imperiosa necesidad de encontrar ámbitos y símbolos de comunidad y cobijo.
En este escenario ya no parecen ser conducentes las antiguas vías de cambio. Los alzamientos armados, los golpes palaciegos, incluso el apoyo a un partido o una facción, se asemejan hoy cada vez más a piezas arqueológicas de museo.
Otro tanto sucede con los intentos transformadores dentro de las fronteras nacionales, feudos hoy retados a duelo por la interpenetración de influencias extraterritoriales, la diversidad centrífuga de las sub-identidades acalladas en su interior y la conformación de bloques supranacionales.
¿Cuál es el camino entonces hoy para la evolución y revolución planetarias, cuál es su objetivo y cuáles las vías para su instalación triunfal?
La conquista cultural profunda
La historia enseña que los cambios sistémicos van de la mano con avances culturales profundos, con transformaciones de gran calado que se asientan en la conciencia humana para dar soporte y permanencia al nacimiento de un nuevo momento histórico.
La transmisión de información y conocimiento han sido piedras angulares de los cambios trascendentes y duraderos, engrandeciendo el mapa conocido y despertando el alma humana a fabulosas empresas. Cono también la impronta heroica de los grandes mitos, en los que la especie vio aflorar destinos que hasta ese momento, a través de la transmisión cultural, empujan a las personas hacia sus objetivos, en la mayor parte de los casos, sin que éstas lo adviertan.
Mito y conocimiento son dos reactores que poseen la fuerza imprescindible para transformar por completo la realidad, pero que ingenuamente son hoy considerados fuerzas contrapuestas, asociando al primero con irrealidades fantasiosas y al segundo con un racionalismo indubitable.
Pero, ¿cuál es el mito correspondiente a esta época pragmática y desilusionada? ¿Acaso el resurgir de antiguas mitologías, apenas remozadas con música de rock, puede llenar el vacío que ofrece el mercantilismo a ultranza? ¿Es la tecno-utopía de un cosmos manejado a control remoto por unas pocas corporaciones la luz que alumbrará el camino del ser humano hacia un mañana venturoso y equitativo?
El progreso material no ha llegado para todas y todos, mientras que otros ya manifiestan su hastío por un consumo irracional. Pueblos con diferentes contextos culturales se encuentran y, sin embargo, la extrañeza – manipulada o no – aflora, produciendo una coraza impermeable y refractaria al entendimiento y la colaboración.
Como en su tiempo la idea de estado-nación reemplazó, aunque parcial- o forzadamente, la división étnica o feudal, ampliando la pertenencia a la construcción de nuevas comunidades, hoy la imagen de una nación humana universal, incluyente pero diversa, es la que se corresponde a la nueva realidad interconectada planetariamente. Imagen que habrá de tener como bandera común la reparación de las injusticias y como horizonte la empresa compartida de dejar atrás toda forma de violencia.
Pero esto requerirá una modificación esencial en el modo de entender y producir los cambios. No bastará la protesta o la vistosidad del reclamo masivo. Ni siquiera será efectivo el reemplazo de los timoneles políticos de la barcaza. Tampoco la reproducción de lemas propagandísticos ni la imposición de leyes a ser obedecidas. El objetivo habrá de tocar fibras mucho más profundas.
Si el ser humano comprende su capacidad de operar cambios esenciales en lo que hoy suele afirmarse como su “naturaleza”, si se dispone a hacer crecer conscientemente el poder intencional que habita en su interior, si abraza un sentido en la vida que no se agote en la acumulación de objetos y placeres, si humaniza su relación con los demás, logrará no solo transformar el mundo, sino a sí mismo, forjando un nuevo escalón en la evolución de la especie hacia la indeterminación y la libertad de anteriores condicionamientos.
Pero esto último, se estrella indiscutiblemente contra el muro de prejuicios instalados acerca de la inmutabilidad de una supuesta condición “natural” fija e inmodificable. Por lo que habrá que esforzarse en conquistar la conciencia popular a través de la persuasión, el diálogo y la muestra irrefutable de una nueva conducta coherente y solidaria. Es la tarea del cambio simultáneo e impostergable tanto en el modo de organización social como en la ética y los propósitos que guían la vida individual.
El desafío de crear nuevos parámetros en la matriz cultural colectiva implica desafiarla, arriesgando una sucesión de derrotas coyunturales. Un fracaso apenas momentáneo que todo revolucionario debe estar dispuesto a afrontar.