La guerra en Ucrania nos conduce hacia atrás, más de cien años, a la época de la Primera Guerra Mundial: las ciudades nos parecen sustancialmente seguras, donde tratamos de seguir viviendo una vida normal, mientras los muchachos están ubicados en las trincheras dispuestos a morir, conquistar o defender la franja terrestre. Y ahora las chicas también saldrán a la guerra y morirán, invitadas a alistarse como voluntarias y destinadas a aumentar el número de combatientes si la guerra no tiene término, como sugiere un manifiesto de la omnipresente propaganda de guerra.
A la salida de una farmacia, una placa recuerda al joven con un aspecto suave que trabajó allí. El texto dice: «Shvets Rostyslav, nacido en 1989, trabajaba aquí como farmacéutico. Murió cerca de Bakhmut, en 2023 durante la evacuación de sus compañeros heridos y muertos. Memoria eterna a Rostyslav».
En una pared, una caricatura semi-destruída ilustra el drama de estas fiestas, en las que nos esforzamos por consolar a los niños que la mayoría de las veces tienen a su padre luchando en el frente.
Trata de hacer sonreír a los niños exponiendo a los conejitos para que les hagan caricias o representando personajes divertidos. Sin embargo, muchos de ellos crecerán teniendo como padre sólo la sonrisa de una foto descolorida.
Terminemos el genocidio en Gaza y la guerra en Ucrania, Sudán, Yemen, Kurdistán y Siria: cada día que pasa es un día de más.