Detrás de cada estudiante que rinde las pruebas de admisión a la educación superior (PAES) hay una historia, esperanza y sueños. No todos llegan con las mismas herramientas ni oportunidades. La calidad de la educación, las condiciones económicas, el apoyo familiar y su entorno son factores determinantes que influyen en los resultados, pero sobre todo influyen en la capacidad de los y las jóvenes para soñar su futuro.

Soñar no es un lujo, es una necesidad. Es lo que impulsa a las personas a superar obstáculos y visualizar un futuro más allá de las dificultades presentes. Sin sueños, no hay propósito. Sin propósito, no hay acción. Y sin acción, no hay transformación posible, ni a nivel personal ni social.

En Chile, este año se inscribieron casi trescientos mil para rendir las pruebas en 201 sedes repartidas en el territorio nacional. Muchos no se inscriben, otros no llegan a rendirlas y un número indeterminado lo hace por presión social sin ninguna esperanza de poder lograr un título universitario. Las pruebas parecen ser más un filtro que una oportunidad, muchos jóvenes no tienen sueños de futuro mientras que otros los ven truncados antes siquiera de intentarlo.

La burocracia del sistema educativo no está consciente del impacto emocional que este proceso de selección tiene en las y los jóvenes. El estrés, la ansiedad y el miedo al fracaso o simplemente la indiferencia no deberían ser los únicos compañeros de los estudiantes en este proceso. Es nuestra responsabilidad resaltar que su valor no se reduce a un puntaje, y que soñar en grande, a pesar de las adversidades, es una forma de resistencia y esperanza y una base significativa para tomar control de su futuro.

Chile enfrenta un desafío urgente: reconfigurar su sistema educativo y las pruebas de admisión para que no se limiten a medir conocimientos, sino que también sean un puente hacia el cumplimiento de los sueños de cada estudiante. Esto implica garantizar un acceso más equitativo a la preparación académica, ofrecer orientación vocacional y psicológica adecuada, y reconocer que el talento y el potencial no siempre se expresan en una hoja de respuestas.

Sin sueños no hay futuro. Las juventudes no sólo rinden exámenes, están construyendo sus vidas y, con ello, el destino del país. Nuestro deber como sociedad es asegurar que esos sueños no se pierdan en un sistema que, en lugar de inspirar, a menudo desmotiva. Si logramos crear un entorno donde incentivemos a soñar y que lograr alcanzar los sueños sea posible, estaremos garantizando un mejor futuro para ellos y también para Chile.