Lo más satisfactorio de este primer año de vida bajo el régimen de la libertad es poder elegir entre el hambre o la enfermedad, entre vacaciones o educación, decidir en cuántas cuotas pagar la leche y los fideos.

Muchos me dirán que esa libertad ya la padecían millones de personas en la Argentina y es cierto, los niveles de pobreza heredados por el presidente Javier Milei eran escandalosos, pero no podemos desmerecer sus atributos para multiplicarla. Y no es que pasó de 8 a 12, sino de 37 a 65.

De todos modos, sería injusto medir sus logros con las calculadoras previas al régimen, ya que eran ciencias tendenciosas, con influencia socializante. En cambio, por poner ejemplos, ahora el Indec (Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina) cuenta con total libertad para hacer los cálculos de la inflación que mejor le convengan o el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina tiene la libertad de modificar sus resultados en el plazo de unas horas tras firmar un acuerdo de financiamiento con el gobierno.

Los argentinos aprendimos a elegir segundas y terceras marcas para nuestra alimentación, nos fuimos pasando los contactos de geniales zapateros y brillantes modistas que lograban darle una segunda y tercera oportunidad a nuestra indumentaria. Conocimos los recorridos de nuevas líneas de colectivos, al no poder pagar más el subterráneo y hasta hemos hecho ejercicio caminando por las vías entre estaciones de tren y saltando molinetes con una nueva agilidad que desconocíamos.

El vocero del gobierno, el fantástico Manuel Adorni, como despedida del año fiscal 2024 volvió a expresarse frente a los periodistas que dejan entrar tras imponer un libertino estricto control de ingreso a Casa Rosada para que sean excluidos los periodistas que se dejen llevar por el libertinaje intelectual de hacer preguntas incómodas. Y en su alocución lamentó de nuevo la existencia del Salario Mínimo Vital y Móvil, porque cercena la libertad de aquellos Tío Toms que prefirieran trabajar por menos de ese monto o incluso gratis o, no sé por qué no lo dijo Adorni, pagándole al empleador por disponer de ese privilegio.

Lo cierto es que el lamento se producía luego de que el presidente Milei definiera dicho Salario a través de un decreto. Los sindicatos solicitaban un Mínimo que alcanzara el millón de pesos, de manera que al menos se pudiera cubrir la canasta básica y los empleadores reclamaban un aumento ejemplificador que llevara el salario a 278 mil pesos. El gobierno decidió quedar bien con todas las partes promediándolo entre ambas propuestas, fijándolo en 279.718 pesos.

Hace unos pocos días el presidente, que se autopercibe como una de las tres personas más influyentes del planeta, se vanagloriaba que el sueldo promedio de la Argentina había aumentado y llegó a los 1100 dólares mensuales. ¡Bravo! En su enumeración de logros olvidó destacar que el sueldo mínimo legal argentino ahora es el segundo más bajo de nuestro continente y se desplomó a valores que hacía décadas que no conocíamos. Nos instruye hasta en eso el especialista en crecimiento económico con o sin dinero.

Igual, estas cifras tienen patas cortas, porque las reservas del Banco Central empezaron a desinflarse a velocidad de gobierno populista y el pedido de quiebra de exportadoras cerealeras y la salida de empresas como Toyota del carry trade, conocida en nuestras Pampas como “bicicleta financiera” nos hacen presagiar una nueva devaluación de nuestra moneda.

Quizás el impacto en nuestra libertad matemática no sea tan brutal, pero conociendo que los suministradores de gas y electricidad tienen permitido volver a aumentarnos las tarifas, vaticinamos nuevas decisiones libres: ¿pagar o no pagar? ¿Encender el ventilador o no?