Por Richard Dawkins, Daniel Raventós, Daniel Dennett y Noam Chomsky
Por qué es tan importante Darwin
Richard Dawkins
Charles Darwin tuvo una idea grandiosa, posiblemente la más potente de todos los tiempos. Y como todas las grandes ideas es seductoramente simple. Tan asombrosamente simple, tan deslumbrantemente obvia, que aun si otros que le precedieron merodearon en su torno, ninguno dio en buscarla en el lugar adecuado.
Darwin tuvo muchas otras ideas (por ejemplo, su ingeniosa y en gran parte correcta teoría de la formación de los arrecifes de coral), pero es su gran idea de la selección natural, publicada en Sobre el origen de las especies, la que dio a la biología su principio-guía, una ley rectora que contribuye a dar sentido a todo lo demás. Entender su fría y maravillosa lógica es imprescindible.
El poder explicativo de la selección natural no se limita solamente a la vida sobre este planeta; es la única teoría propuesta hasta la fecha que podría, incluso en principio, explicar la vida sobre cualquier planeta. Si hubiera vida en cualquier otra parte del universo y mi apuesta provisional es que la hay, es casi seguro que la base de su existencia vendría dada por alguna versión de la evolución por selección natural. La teoría de Darwin funcionaría igualmente bien por extraña, alienígena y estrambótica que la vida extraterrestre pudiera ser, y mi conjetura a día de hoy es que puede llegar a ser más estrafalaria de lo que podemos llegar a imaginar.
La razón explicativa
Pero ¿qué hace de la selección natural una fuerza tan especial? Una idea potente consigue explicar mucho partiendo de pocos supuestos. Ofrece muchas explicaciones «de peso» gastando poco en supuestos o postulados. Te da un montón de dividendos cognitivos por unidad explicativa. Su razón explicativa, es decir, lo que explica, dividido por lo que necesita suponer para explicarlo, es grande.
Si algún lector sabe de una idea que disponga de una razón explicativa mayor que la de Darwin, que nos lo haga saber. La gran idea de Darwin explica toda la vida y sus consecuencias, y esto incluye a cualquier cosa que posea un mínimo grado de complejidad. Este es el numerador del quebrado, y es enorme.
Sin embargo, el denominador de la razón explicativa es espectacularmente pequeño y simple: selección natural, la supervivencia no azarosa de los genes en acervos genéticos (para decirlo en términos neodarwinianos, más que en los del propio Darwin).
Se puede condensar la grandiosa idea de Darwin en un sencillo aserto (formulable también en términos actuales, que no son exactamente los de Darwin): «con tiempo suficiente, la supervivencia no azarosa de las entidades hereditarias (que producen copias ocasionalmente defectuosas) generará complejidad, diversidad, belleza y una ilusión de diseño tan convincente, que resultará casi imposible de distinguir de un diseño inteligente intencionado». He puesto entre paréntesis «que producen copias ocasionalmente defectuosas» porque los errores son inevitables en cualquier proceso de copia. No precisamos, pues, incluir las mutaciones entre nuestros supuestos. La «entrada» de mutantes le sale gratis a la teoría. La locución «con tiempo suficiente» tampoco representa el menor problema, salvo para una mente humana que ha de lidiar con la formidable magnitud del tiempo geológico.
Un cierto tipo de mentes
Es precisamente su capacidad para simular la ilusión de diseño lo que parece convertir a la gran idea de Darwin en una amenaza para cierto tipo de mentes. Y es esa misma capacidad la que presenta el mayor obstáculo para su comprensión. La gente es incrédula por naturaleza ante la idea de que algo tan sencillo pueda explicar tanto. La idea que se le impone a cualquier observador ingenuo de la maravillosa complejidad de la vida es que tiene que haber sido diseñada de manera inteligente.
Pero la idea de un diseño inteligente (DI) se halla en el extremo opuesto de lo que debe ser una teoría potente: su razón explicativa es patética. El numerador es el mismo que el de Darwin: todo lo que sabemos sobre la vida y su prodigiosa complejidad. Pero el denominador, lejos de la prístina y minimalista simplicidad de Darwin, es al menos tan grande como el propio numerador: una misteriosa e inexplicada inteligencia, lo suficientemente grande como para poder diseñar toda la complejidad que, de partida, se trataba de explicar.
Puede que aquí radique la respuesta a un enigma que sigue importunando en la historia de las ideas. Luego de la brillante síntesis de la física a que procedió Newton, ¿por qué se tardó cerca de 200 años hasta la entrada en escena de un Darwin? Porque lo cierto es que el logro científico de Newton parece mucho más arduo. Tal vez la respuesta sea que la solución que acabó dando Darwin al misterio de la vida es aparentemente demasiado fácil.
Otros reivindicaron la prioridad de la idea. Patrick Matthew, por ejemplo, en el apéndice a su obra On Naval Timber, según fue puntillosamente reconocido por el propio Darwin en ulteriores ediciones del Origen. Sin embargo, aunque Matthew comprendió el principio de la selección natural, no está nada claro que entendiera su fuerza modeladora de la vida. A diferencia de Darwin y de Alfred Russell Wallace, quien dio en la selección natural por su cuenta, lo que estimuló a Darwin a publicar su teoría, Matthew parece haber entendido la selección como una fuerza puramente negativa, eliminatoria, y no como la fuerza propulsora de toda vida. En realidad, la selección natural le resultaba algo tan obvio, que ni siquiera necesitaba ser descubierto.
Versiones confusas
Aunque es verdad que la teoría de Darwin admite aplicaciones mucho más allá de los confines de la evolución de la vida orgánica, quiero prevenir contra un tipo particular de «darwinismo universal», a saber: contra la acrítica inyección de alguna que otra confusa versión de la selección natural en cualquier ámbito concebible de las ciencias humanas, venga o no venga a cuento.
No es imposible que las empresas «más aptas» sobrevivan en el mercado comercial, ni que las teorías «más aptas» sobrevivan en el mercado científico, pero deberíamos andarnos con mucha cautela antes de dejarnos llevar por este tipo de discursos. Y además, huelga decirlo, hubo el llamado «darwinismo social», que culminó en la obscenidad del hitlerismo.
Menos nocivo, pero no menos infértil intelectualmente, es el modo tan laxo como acrítico con que algunos biólogos aficionados aplican inapropiadamente la selección a determinados niveles de la jerarquía de la vida. «Supervivencia de las especies más aptas, extinción de las especies peor adaptadas» suena, superficialmente, a selección natural, pero las apariencias engañan aquí de todo punto. Como el propio Darwin puso particular empeño en destacar, la selección natural versa sobre los diferenciales de supervivencia en el seno de las especies, no entre ellas.
Termino con una reflexión sobre una parte más sutil del legado de Darwin. Darwin eleva nuestra consciencia al nivel de la vigorosa capacidad de la ciencia para explicar las cosas grandes y complejas a partir de las pequeñas y simples. En biología, anduvimos a ciegas durante siglos, enterquecidos en pensar que la extravagante complejidad de la naturaleza precisa de una explicación extravagantemente complicada. Darwin triunfó de esa engañosa ilusión, y la deshizo.
Quedan pendientes, en física y en cosmología, interrogantes de muy hondo calado que aguardan a su Darwin. ¿Por qué son como son las leyes de la física? ¿Y por qué hay leyes? ¿Por qué hay universo? También aquí es tentador el señuelo del «diseño». Pero contamos con el antecedente de la cautela metodológica de Darwin. Ya hemos pasado por esto. Gracias a Darwin, y por difícil que resulte, nos avilantamos a buscar auténticas explicaciones: explicaciones que expliquen más que sus supuestos de partida.
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/segundo-centenario-por-qu-es-tan-importan…
El diseño inteligente, dios y la tetera orbitante
Daniel Raventós
El 20 de diciembre de 2005, el juez federal John E. Jones III emitió una importante sentencia (1) en donde declaraba inconstitucional la decisión de un consejo escolar de Dover (Pennsylvania) por la que los alumnos de noveno curso de una escuela pública secundaria deberían estudiar el «diseño inteligente», en pie de igualdad con la teoría evolucionista de Darwin, en la clase de Biología. El juez John E. Jones III adujo que la Constitución de Estados Unidos prohíbe que el Estado haga militancia religiosa. El «diseño inteligente» es fe, religión, y no debe ser enseñada en clases de biología. Podemos leer en la sentencia (páginas 136-137): «el hecho de que una teoría científica no pueda dar aún una explicación sobre todos los detalles no debería servir como un pretexto para dar alas, en la clase de ciencias, a una hipótesis alternativa no verificable cimentada en la religión, o para tergiversar las proposiciones científicas bien establecidas.» (2)
La ciudad de Dover, en el norteño estado de Pennsylvania, una zona rural con 20.000 habitantes, ya en octubre de 2004 se convirtió en el lugar con la primera escuela de distrito de todo el país en introducir la doctrina del «diseño inteligente» en su programa de ciencias. Es decir, desde aquella fecha, los alumnos de noveno grado debían estudiar que la teoría de la evolución «tiene muchas cosas sin explicar» y que «no se trata de un hecho». Se les enseñaba «otras teorías» del origen de la vida como la que ofrece el «diseño inteligente». Este episodio judicial es uno más de los muchos en que están implicados los enemigos de la selección natural. Desde 1925, cuando el profesor John Scopes fue condenado por la Corte Suprema de Tenesee a pagar 100 dólares por defender una teoría (la darwinista, precisamente) que negaba la creación divina de nuestra especie, se han entablado muchas batallas judiciales. Los grupos religiosos que están detrás del «diseño inteligente» son poderosos y aunque esta vez han perdido la batalla con este revés judicial, la guerra no ha terminado aquí.
Cabrá recordar que hace pocas semanas, el 8 de noviembre de 2005, el Consejo de Educación de Kansas aprobó una resolución, por seis votos a favor y cuatro en contra, por la que los institutos de aquel lugar podrán impartir, en pie de igualdad con la selección natural, la teoría del «diseño inteligente».
¿Qué es el «diseño inteligente»? En realidad, el «diseño inteligente» es la relativamente reciente coartada recubierta de lenguaje pseudocientífico utilizada por la muy vieja y conocida legión de creacionistas. Un buen número de estos creacionistas son plenamente conscientes de que meter a dios en las explicaciones científicas de la hilarante forma en que algunos fundamentalistas bíblicos han venido haciéndolo a lo largo de mucho tiempo, tiene poco futuro. Por lo que se han impuesto una nueva táctica. Se trata ahora de introducirlo de tapadillo. Se trata de un diseñador, no directamente de dios. Aunque la táctica es nueva, los orígenes de estos viejos creacionistas recubiertos con la capa del «diseño inteligente» vienen de lejos.
Fue William Paley quien ya hace más de dos siglos, en 1802, escribió que de un reloj de bolsillo encontrado en un campo, podemos inferir que no han sido procesos naturales los causantes de su existencia sino un intelecto humano. Por analogía, dijo, Paley: «Las huellas del diseño son demasiado fuerte para ser superadas. El diseño debe haber tenido un diseñador. Este diseñador debe haber sido una persona. Esta persona es DIOS.» (3). Argumento que se aceptó como la explicación del mundo natural hasta la publicación del Origen de las Especies en 1859 (4).
El creador o más bien revitalizador de este movimiento del «diseño inteligente» es Phillip Johnson, un abogado y profesor retirado de Berkeley. En 1991 escribió un libro, Darwin on Trial, por medio del cual sus ideas se empezaron a propagar. Pero no fue hasta 1996 que estos «creacionistas de los últimos días» empezaron a contabilizar algunos éxitos propagandísticos con la obtención de becas concedidas por el Centro para la Renovación de la Ciencia y la Cultura, un centro que busca «derrocar el materialismo y a sus condenatorios legados culturales». Este centro tiene un «programa agresivo de relaciones públicas, el cual incluye conferencias que ellos o sus seguidores organizan, libros o artículos a nivel popular, reclutamiento de estudiantes universitarios a través de charlas auspiciadas por los grupos religiosos de las universidades, y el cultivo de alianzas con cristianos conservadores y con figuras políticas de influencia.» Porque, como declara de sí mismo Jonathan Wells, uno de los más conocidos predicadores del «diseño inteligente», su objetivo es «dedicar mi vida a destruir el Darwinismo» (5). Intenciones claras y contundentes.
En Estados Unidos, actualmente poco menos de la mitad de la población cree que el hombre fue creado directamente por dios a su imagen hace unos 10.000 años. Aunque el «diseño inteligente» no tiene el menor apoyo por parte de la comunidad científica, dispone de simpatías en algunos sectores populares. Si bien el dato mencionado sobre la enorme proporción de la ciudadanía estadounidense que tiene unas creencias tan descabelladas sobre el origen de nuestra especie es una parte de la explicación, otros factores deben ser tenidos en cuenta. Uno de ellos es la demagogia más grotesca acerca de «la falta de evidencias absolutas de la selección natural». Millones de dólares son puestos generosamente al servicio de esta cantinela. El «diseño inteligente» tiene complicidades de altísimo nivel en la Administración de aquel país. El mismo Presidente actual de los Estados Unidos, como recordaba Noam Chomsky en «El ‘diseño inteligente’ y sus consecuencias» en un artículo reproducido a finales de noviembre en Sin Permiso, es un militante a favor de poner al «diseño inteligente» en pie de igualdad con la selección natural en la enseñanza de las escuelas de aquel país. Pero tampoco este dato acaba de explicar las enormes simpatías por el «diseño inteligente» entre amplios sectores populares estadounidenses. Entendámonos: los sectores populares tienen más antipatías por la selección natural que simpatías directas por el «diseño inteligente», pero como éste aparece como un enemigo de aquélla, ya tiene mucha puntuación favorable de partida. Y en este último punto reside otra parte importante de la explicación. Ron Carlson y Ed Decker, un par de predicadores muy populares, absolutamente partidarios del «diseño inteligente», presentan dos historias y preguntan a su audiencia con cuál están de acuerdo. La primera dice así:
«En la historia secular tú eres un descendiente de una célula minúscula del protoplasma primordial depositado en una playa vacía hace 3.500 millones de años. Tú eres un mero saco de partículas atómicas, un conglomerado de sustancia genética. Existes en un insignificante planeta en un diminuto sistema solar en un rincón vacío de un universo sin sentido. Vienes de nada e irás a ninguna parte.»
La segunda, en cambio, dice así:
«En la visión cristiana tú eres la creación especial de un Dios bueno y todopoderoso. Tú eres el clímax de Su creación. No solamente en su única clase, sino que eres único entre tu clase. Tu Creador te quiere tanto y tan intensamente desea tu compañía y afecto que Él dio la vida de Su único Hijo para que puedas pasar la eternidad con Él». (6)
Poca duda puede haber sobre lo gratificante, aliviadora y hasta estimulante psicológicamente que puede resultar la segunda historia para aquellos cuya vida cotidiana está llena de fatiga, angustia y fracaso.
Esta explicación, digamos «sedante», es psicológicamente comprensible. Pero muy diferentes es el intento, digamos «científicamente tolerante», de justificar lo que no pasa de ser una patraña recubierta de alguna sofisticación técnica. Especial mención merece una idea terca y ampliamente repetida: «la ciencia no puede probar que no existe un ser superior».
Es completamente cierto que la ciencia no puede demostrar (ni le debe ocupar) que no existe un ser superior. Pero aceptar este punto no supone aceptar también este otro: «las evidencias para apoyar la creencia en un ser superior merecen el mismo estatus epistemológico que las evidencias para apoyar la no creencia en un ser superior». La creencia en la existencia de una tetera de porcelana china girando elípticamente alrededor del Sol, como sugirió Bertrand Russell (7), aunque la técnica actual no permita «demostrar» que «no existe», no merece el mismo estatus epistemológico que la creencia en su no existencia. Obsérvese que no corresponde al que niega sino al que afirma la entidad de determinados seres, eventos, materias o majaderías el tener que demostrar su existencia. Si se tuviera que utilizar el tiempo mostrando que no existen el conjunto de cosas que visionarios, impostores o desequilibrados aseguran que existen, no podría invertirse en otras ocupaciones a buen seguro más fructíferas. Solamente hay un límite a ir proponiendo existencias estrambóticas: la imaginación. Y hay personas que tienen una imaginación desbocada que, desgraciadamente, está ocupada en delirios bienintencionados, en el mejor de los casos morales, o en propósitos embaucadores, en el peor de todos los casos. Una tetera de porcelana china en órbita (elíptica) alrededor del Sol, o una asamblea anual de gnomos en la ladera norte a 3.100 metros sobre el nivel del mar del pico Aneto en la primera quincena de febrero, o un complot de seres tan diminutos que el ojo humano no puede percibir que conspiran contra nuestra especie de acuerdo a determinadas señales cósmicas las noches (sin nubes) de luna llena, o dios. ¿Por qué a algunos «dios» les merece más estatus de razonabilidad que la tetera china, los gnomos asamblearios o vaya usted a saber qué majadería se le pase por la cabeza a cualquier chiflado o impostor? Supuestamente podría responderse: «existen las razones A, B, C y D que hacen más plausible la existencia de dios que la de los gnomos asamblearios». En este caso, estas razones A, B, C y D deberían mostrase, explicarse con detenimiento, porque, de ser así, estaríamos ante argumentos científicos propiamente dichos. Y en este caso estos argumentos deberían ser tratados, como todos los demás que merezcan tal nombre, por sus méritos. Pero con dios ocurre algo diferente. Como graciosamente apunta Richard Dawkins, «todos somos ateos con respecto a la mayoría de los dioses [Baal, Thor, Odín, Poseidón, Apolo, Amón Ra] en los cuales la humanidad ha creído alguna vez. Algunos de nosotros, simplemente, vamos un dios más allá que el resto». (8).
La táctica del poderosísimo grupo de presión que apoya el «diseño inteligente» argumenta de la misma forma: como no puede demostrarse la no existencia de un diseñador inteligente, esta teoría debe gozar en las escuelas del mismo estatus que la teoría de la selección natural. Como una posibilidad ni más ni menos que en pie de igualdad con la selección natural darvinista. Dicho con las propias palabras nada ambiguas de uno de sus conocidos defensores: «Los estudiantes deben aprender junto con los argumentos de Darwin, que el diseño permanece como una posibilidad.»(9). Como es una posibilidad la asamblea de gnomos en una ladera del Aneto o la viajera tetera china, enseñemos estas «teorías» en las escuelas.
Y esto es lo que un avispado licenciado en física de Oregón, Bobby Henderson, ha propuesto para parodiar de forma inteligente a los nuevos creacionistas. La página web que creó Bobby Henderson logró en pocos días más de 20 millones de visitas. Según Henderson existe un dios con forma de espaguetis con dos albóndigas en la zona en donde, en el caso de los humanos, acostumbran a haber ojos. Esta divinidad se llama exactamente Flying Spaghetti Monster. Como Henderson dice en la presentación de la nueva divinidad, en las escuelas debe emplearse «un tercio del tiempo para el diseño inteligente, un tercio para el Flying Spaghetti Monsterism, y el otro tercio para las conjeturas lógicas basadas en las insoportables evidencias observables». (10)
Notas
(1) Una sentencia de 139 páginas que se pueden leer íntegramente en http://www.aclu.org/images/asset_upload_file179_23137.pdf
(3) http://www.ucmp.berkeley.edu/history/paley.html. «The marks of design are too strong to be got over. Design must have had a designer. That designer must have been a person. That person is GOD.»
(4) Richard Milner y Vittorio Maestro, editores de la revista Historia Natural. http://www.actionbioscience.org/esp/evolution/nhmag.html.
(5) Citado por Barbara Forrest (2002): La nueva evolución del creacionismo, en http://www.actionbioscience.org/esp/evolution/nhmag.html.
(6) Reproducido de Richard Lewontin (2005): «The Wars Over Evolution», The New York Review of Books, 20-10-2005.
(7) Véase http://www.positiveatheism.org/hist/quotes/russell.htm. En esta página web se explica brevemente de dónde procede esta cita.
(8) Richard Dawkins (2005) El capellán del diablo, Gedisa, Barcelona, p. 208.
(9) Jonathan Wells (2002): Los elusivos iconos de la evolución, en http://www.actionbioscience.org/esp/evolution/nhmag.html.
Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/el-diseo-inteligente-dios-y-la-tetera…
El fraude del Diseño Inteligente
Daniel Dennett
Bush anunció este mes que estaba a favor de la enseñanza del diseño inteligente en las escuelas y dijo: pienso que una parte de la educación consiste en poner a las personas en contacto con diferentes escuelas de pensamiento. Un par de semanas atrás, Bill Frist, el Senador de Tennesse y líder de los Republicanos, expresó el mismo punto de vista: enseñar tanto el diseño inteligente como la evolución es un modo de no imponer a nadie una teoría particular. Creo que es la manera más equitativa de enfrentarse, de cara al futuro, con la educación y el entrenamiento de las personas en una sociedad pluralista.
¿Es el diseño inteligente una escuela legítima de pensamiento científico? ¿Hay algo de eso, o es que estas personas han sido embaucadas por uno de los engaños más ingeniosos de la historia de la ciencia? ¿No es, acaso, imposible un engaño de tal dimensión? No. Y les contaré cómo ha sido urdido.
Por lo pronto, imaginemos una banda de opositores dispuestos a socavar la confianza mundial en la física cuántica ¡qué extraña es!, o el crédito que merece la relatividad einsteiniana. A pesar de que los físicos llevan un siglo enseñándolas y popularizándolas, siempre fueron pocas las personas que entendieron cabalmente los conceptos involucrados en ellas. La gran mayoría, finalmente, justifica de manera improvisada su adhesión a las pruebas que ofrecen los expertos: Bueno, tienen un acuerdo aceptable entre ellos, y alegan que el haber comprendido estos extraños asuntos les permitió aprovechar la energía atómica, fabricar transistores y lásers que, ciertamente, funcionan… Los físicos son afortunados, porque no hay una motivación poderosa para que se formen en su contra partidas de intrigantes banderizos. No necesitan emplear demasiado tiempo tratando de persuadir a la gente de que la física cuántica o la relatividad de Einstein están realmente establecidas más allá de toda duda razonable.
Sin embargo, con la evolución pasa algo distinto. La idea científica fundamental de la evolución por selección natural no sólo es mentalmente abrumadora; la selección natural, que ejecuta las tradicionales tareas divinas de diseño y creación de todas las criaturas, grandes y pequeñas, parece desmentir una de las mejores razones que podríamos tener para creer en Dios. De modo que hay sobrados motivos para resistir las garantías que ofrecen los biólogos. Nadie es inmune al wishfull thinking, a pensar llevados del deseo. Se requiere disciplina científica para protegernos de nuestra propia credulidad, pero también hemos encontrado esforzados caminos ingeniosos para engañarnos y engañar a los demás. Algunos de los métodos usados para explotar esos impulsos son fácilmente analizables; otros requieren un poco más de esfuerzo.
Hace algunos años me enviaron un panfleto creacionista con una página divertida, ofrecida a modo de simple cuestionario:
Test Dos:
¿Conoce Ud. alguna construcción que no tenga un constructor? [Si] [No]
¿Conoce Ud. una pintura que no tenga un pintor? [SI] [NO]
¿Conoce Ud. un auto que no tenga un fabricante? [SI] [NO]
Si responde SI a algunas de las preguntas anteriores, aporte detalles.
¡Toma ya, darwinista! La posible turbación del entrevistado enfrentado con esta tarea expresa a la perfección la incredulidad que sienten muchas personas cuando se topan con la gran idea de Darwin. Es aparentemente obvio que no puede haber diseños sin diseñadores, ni creaciones de ese cariz sin un creador. ¿O no?
Pues sí, pero sólo hasta que se tiene en cuenta algo que la biología contemporánea ha demostrado más allá de toda duda razonable: la selección natural. Ese proceso en el que las entidades reproductoras deben competir por recursos finitos entrando en un torneo ciego de ensayo y error, a partir del cual emergen automáticamente las mejoras. Un proceso capaz de generar imponentes diseños ingeniosos.
Analicemos el desarrollo del ojo, que siempre fue una de las objeciones favoritas de los creacionistas. ¿A quién se le puede ocurrir preguntan que esa maravilla ingenieril sea el producto de una serie de pequeños pasos no planificados? Sólo un diseñador inteligente puede haber sido capaz de crear la brillante disposición adaptativa del cristalino, la apertura variable del iris y un tejido sensible a la luz de una exquisita sensibilidad, todo eso ubicado, encima, en una esfera capaz de cambiar de objetivo en una centésima de segundo y de enviar megabites de información a la corteza visual cada segundo, de manera continua y durante años.
Pero, a medida que aprendemos mucho más sobre la historia de los genes involucrados y el modo en que trabajan todo el camino de regreso hasta sus genes predecesores en la bacteria ciega, a partir de la cual empezaron a evolucionar los animales multicelulares hace más de quinientos millones de años, podemos también comenzar a narrar la historia del modo en que los puntos fotosensibles se convirtieron en fosas fotosensibles capaces de detectar la dirección aproximada de la luz, adquirieron gradualmente sus lentes y mejoraron continuamente su capacidad de recolectar información
Todavía no estamos en condiciones de decir cuáles fueron los detalles de ese proceso, pero es posible encontrar ojos reales representativos de todos los estadios intermedios, cuya existencia está registrada en el entero el reino animal; y contamos con detallados modelos computacionales para demostrar que el proceso creativo trabaja exactamente como dice la teoría.
Lo único que se necesita es un raro accidente que aporte una mutación a un animal afortunado, mutación, ésta, que incrementa su capacidad visual en relación con la de sus hermanos; y si esto lo ayuda para tener más éxito que sus rivales, entonces suministra a la evolución una oportunidad para sortear el obstáculo y avanzar en el diseño del ojo mediante un paso no inteligente. Y puesto que esas afortunadas mejoras se acumulan tal fue la intuición de Darwin, los ojos pueden mejorar y mejorar indefinidamente, sin necesidad de diseñador inteligente.
Así como es de brillante el diseño del ojo, muestra en su origen una engañosa imperfección: la retina no está en su sitio ideal. Las fibras nerviosas que transportan las señales desde los conos y los bastones de los ojos (que perciben sensorialmente la luz y el color) están dispuestas en la parte superior del ojo, y tienen que zambullirse por un largo agujero de la retina para llegar al cerebro, originándose así un punto ciego. Ningún diseñador inteligente habría creado una cámara de video mediante un plan tan chapucero, y éste es sólo uno de los cientos de accidentes congelados en la historia evolucionaria que confirman la ausencia de inteligencia en el proceso histórico.
Si Ud. aún considera que el Test Dos es convincente, un tipo de ilusión cognitiva que es capaz de sentir aunque decida ignorarla, no es muy diferente de todo el mundo; la idea de que la selección natural tiene el poder de generar diseños tan sofisticados es profundamente contraintuitiva. Francis Crick, uno de los descubridores del ADN, en una oportunidad le atribuyó jocosamente a su colega Leslie Orgel la Segunda Ley de Orgel: La evolución es más astuta que usted. Los biólogos evolucionarios con frecuencia se asombran del poder que muestra la selección natural para descubrir soluciones ingeniosas ante un problema de diseño simulado en un laboratorio.
Esta observación nos permite ocuparnos de una versión más sofisticada de la ilusión cognitiva presente en el Test Dos. Cuando los evolucionistas como Crick se maravillan por la inteligencia del proceso de selección natural, no están reconociendo el diseño inteligente. Los diseños que se encuentran en la naturaleza son simplemente brillantes, pero el proceso de diseño que los ha generado carece completamente en sí mismo de inteligencia.
Sin embargo, los partidarios del diseño inteligente explotan la ambigüedad entre proceso y producto contenida en la palabra diseño. Consideran que la presencia de un producto acabado (un ojo totalmente evolucionado, por ejemplo) es una evidencia de un proceso de diseño inteligente. Pero esta atractiva conclusión es justamente lo que la biología evolucionaria ha arrinconado como yerro.
Sí, los ojos son para ver, pero éste y todos los demás propósitos del mundo natural pueden haber sido generados por procesos que no tienen propósitos ni inteligencia. Es difícil de entender, pero también lo es la idea de que los objetos coloreados del mundo están compuestos por átomos que en sí mismos no son coloreados, y que el calor no está compuesto de pequeños trozos de cosas calientes
Paradójicamente, atender exclusivamente al diseño inteligente también ha logrado ocultar algo más: la existencia de las abundantes y genuinas controversias científicas sobre la evolución. En casi todos los campos hay objeciones a una u a otra de las teorías establecidas. La manera aceptada de provocar esas tormentas es presentarse con una teoría alternativa capaz de realizar una predicción que la teoría reinante niega de manera decidida, y que, a la postre, resulta ser verdadera, o explica algo que era incomprensible para los defensores del status quo, o unifica dos teorías distantes a costa de algún elemento de la teoría aceptada vigente.
Hasta ahora, los partidarios del diseño inteligente no han producido nada parecido. Ni experimentos con resultados que desafíen algún supuesto biológico establecido. Ni observaciones en los registros fósiles, en la genómica, en la biogeografía o en la anatomía comparada que sean capaces de desafiar al pensamiento evolucionario normal.
En vez de eso, los partidarios del diseño inteligente usan una táctica que funciona aproximadamente del siguiente modo. En primer lugar, hacen un mal uso y una mala descripción de algún trabajo científico. Se procede a continuación a una violenta refutación del mismo. Entonces, en lugar de lidiar francamente con las objeciones, citan las refutaciones y las usan como prueba evidente de que existe una controversia digna de ser enseñada.
Obsérvese que el truco es independiente del contenido. Se puede usar con cualquier tema. Partiendo de una interpretación falsa del trabajo de Pérez, Usted dice: El trabajo de geología de Pérez apoya mi argumento de que la tierra es plana. Cuando Pérez le responde y denuncia el mal uso de su trabajo, Ud. replica diciendo algo así como: ¿No ven que hay controversia? El Profesor Pérez y yo estamos inmersos en un debate científico titánico. Deberíamos enseñar la controversia en las aulas. Y aquí viene la parte más sabrosa: con frecuencia es posible explotar en provecho propio el carácter muy técnico de los problemas, descontando que la mayoría de nosotros nos perderemos por el camino de los intrincados detalles.
William Dembski, uno de los partidarios más ruidosos del diseño inteligente, concede haber provocado al biólogo Thomas Schneider para que diera una respuesta que el mismo Dr. Dembski caracteriza como tan alambicada, que simplemente habrá de resultar ridícula para el observador externo. Aquello que para los científicos parece y es una objeción mortal del Dr. Schneider, aparece ante la gran mayoría como ridículamente alambicada.
En suma, no hay ciencia. Realmente nunca ha sido siquiera arriesgada una hipótesis del diseño inteligente como explicación rival de algún fenómeno biológico. Esto puede resultar sorprendente para las personas que piensan que el diseño inteligente compite directamente con las hipótesis de un diseño no- inteligente, por selección natural. Pero decir, como hacen los defensores del diseño inteligente: Ustedes aún no han explicado todo, no es una hipótesis rival. Ciertamente, la biología evolucionaria no ha explicado todo lo que asombra a los biólogos. Pero el diseño inteligente ni tan siquiera ha intentado explicar nada.
Para formular una hipótesis alternativa es necesario bajar a las trincheras y ofrecer detalles que tengan implicaciones comprobables. Hasta el momento, los partidarios del diseño inteligente han esquivado convenientemente este requisito, argumentando que no tienen en mente específicamente quién o qué podría ser el diseñador inteligente.
A fin de observar con nitidez este defecto, consideremos una hipótesis imaginaria de un diseño inteligente que estuviera en condiciones de explicar la aparición de los seres humanos en el planeta:
Hace cerca de seis millones de años, ingenieros genéticos inteligentes procedentes de otra galaxia visitaron la tierra y decidieron que el planeta sería más interesante si hubiera una especie capaz de usar el lenguaje y de generar religiones. Ello es que secuestraron a unos cuantos primates y los rediseñaron con ingeniera genética, dotándoles de un instinto lingüístico y agrandando sus lóbulos frontales para que fueran capaces de planificar y reflexionar. Y funcionó.
Si alguna versión de esta hipótesis fuera verdadera, podría explicar cómo y por qué los seres humanos difieren de sus parientes cercanos, y estaría en condiciones de echar por tierra las hipótesis evolucionarias rivales.
Aún tenemos el problema de averiguar cómo llegaron a existir los ingenieros genéticos inteligentes en su propio planeta, pero felizmente podemos ignorar esa complicación por el momento, en vista de que no hay ni el más ligero indicio empírico a favor de esa hipótesis.
Pero hay algo que la comunidad del diseño inteligente se niega a discutir: no hay ninguna otra hipótesis del diseño inteligente que tenga algo más para ofrecer. De hecho, la hipótesis que acabo de fingir tiene la ventaja de ser, en principio, comprobable: podríamos comparar los genomas de los humanos y de los chimpancés, buscando signos inconfundibles de la interferencia de esos ingenieros genéticos procedentes de otra galaxia. Encontrar una suerte de manual de uso elegantemente encastrado en el ADN-basura aparentemente disfuncional que compone el grueso del genoma humano, convertiría a esta banda de partidarios del diseño inteligente en serios candidatos a obtener el premio Nóbel. Busquen lo que busquen, si algo buscan, lo cierto es que, hasta ahora, la banda no ha encontrado nada que pueda transmitirse.
Vale la pena observar que hay una miríada de controversias científicas en biología que aún no figuran en los manuales o en las aulas. Los científicos involucrados en esos argumentos intentan ser aceptados por las comunidades de expertos relevantes, publicando en revistas académicas sometidas al arbitraje de pares; y los escritores y editores de libros de texto se aferran a criterios que establecen qué nuevos descubrimientos tienen un nivel de aceptación aún no, de verdad que los haga dignos de ser considerados por los estudiantes de grado y los universitarios.
Así que, diseñadores inteligentes, pónganse en línea. Alinéense tras la hipótesis de que la vida comenzó en Marte y la depositó aquí un impacto cósmico. Alinéense tras la hipótesis del mono acuático, de la hipótesis del origen gestual del lenguaje o de la teoría de que el canto precede al lenguaje, para mencionar algunas de las seductoras hipótesis que se defienden de manera activa, pero que aún están insuficientemente confirmadas por hechos brutos.
El Discovery Institute, la organización conservadora que ayuda a poner el diseño inteligente en el mapa, se queja de que sus miembros son hostigados en las revistas científicas institucionalmente aceptadas. Pero la hostilidad institucional no es un obstáculo real para el diseño inteligente. Si el diseño inteligente fuera una idea científica cuyo momento ha llegado, los científicos jóvenes se lanzarían sobre sus laboratorios compitiendo por ganar los Premios Nóbel que, con toda seguridad, están a la espera de cualquiera que sea capaz de echar abajo algún enunciado significativo de la biología evolucionaria contemporánea.
¿Recuerdan la fusión fría? El establishment fue increíblemente hostil a la hipótesis, pero los científicos de todo el mundo se precipitaron a los laboratorios para explorar la idea, con la esperanza de compartir la gloria en caso de que resultara verdadera.
En lugar de gastar anualmente más de 1 millón de dólares en la publicación de libros y artículos para un público no científico y para otros esfuerzos en relaciones públicas, el Discovery Institute debería financiar su propia revista electrónica con un arbitraje por pares. De este modo sería coherente con la imagen que ellos mismos pretenden de sí: los denodados defensores de valientes iconoclastas desenmascaradores de las instituciones establecidas
Por ahora, sin embargo, la teoría propuesta es exactamente lo que George Gilder un veterano del Discovery Institute ha dicho que es: El diseño inteligente en sí mismo no tiene ningún contenido.
Dado que no hay contenido, no hay controversia para enseñar en las clases de biología. Pero hay algo en los acontecimientos y en la política de estos últimos años que sí merecería ser objeto de estudio en alguna facultad universitaria: ¿Es el diseño inteligente un fraude? Y en tal caso, ¿cómo se ha consumado?
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/el-fraude-del-diseo-inteligente
El «diseño inteligente» y sus consecuencias
Noan Chomsky
El presidente George W. Bush es partidario de enseñar en las escuelas tanto la evolución como el «diseño inteligente», a fin de que la gente pueda darse una idea sobre la índole del debate.
Para quienes lo proponen, la teoría del diseño inteligente se basa en la noción de que el universo es demasiado complejo para haberse desarrollado sin la ayuda de un poder superior a la evolución o a la selección natural.
Para sus detractores, el diseño inteligente es creacionismo, la interpretación literal del libro del Génesis en una forma levemente distinta, o simplemente vacua, algo tan interesante como el «no conozco», que ha sido siempre verdad en la ciencia antes de que se obtuviese el conocimiento. En consecuencia, no puede haber «debate».
La enseñanza de la teoría de la evolución ha sido durante largo tiempo dificultosa en Estados Unidos. Ahora ha surgido un movimiento que promueve en las escuelas la enseñanza de la teoría del diseño inteligente.
El asunto ha salido a la superficie en la sala de un tribunal de Dover, Pensilvania, donde la junta directiva de una escuela exige a los estudiantes que escuchen en una clase de biología las hipótesis sobre el diseño inteligente. Aquellos padres conscientes de la separación constitucional de la Iglesia y el Estado han iniciado juicio contra la junta directiva.
A fin de ser imparciales, tal vez las personas que escriben los discursos del presidente deberían tomarlo en serio cuando le hacen decir que las escuelas necesitan tener mente amplia y enseñar todos los puntos de vista.
Por ahora, el currículo no ha abarcado un punto de vista obvio: el diseño maligno. A diferencia del diseño inteligente, para el cual la evidencia es cero, el diseño maligno tiene toneladas de evidencia empírica, mucho más que la evolución darwiniana. Su criterio se basa en la crueldad del mundo. Sea como sea, el telón de fondo de la actual controversia evolución-diseño inteligente constituye el generalizado rechazo de la ciencia, fenómeno con profundas raíces en la historia de Estados Unidos que ha sido cínicamente explotado para obtener mezquinas ganancias políticas durante el último cuarto de siglo.
La teoría del diseño inteligente suscita la pregunta sobre si es inteligente desechar las evidencias científicas acerca de asuntos de suprema importancia para la nación y el mundo como el calentamiento global.
Un conservador chapado a la antigua cree en el valor de los ideales del iluminismo: racionalidad, análisis crítico, libertad de palabra, libertad de investigación y trata de adaptarlo a la sociedad moderna. Los padres fundadores de Estados Unidos, hijos del iluminismo, defendieron esos ideales y dedicaron muchos esfuerzos para crear una Constitución que apoyara la libertad religiosa, y al mismo tiempo garantizara la separación de la Iglesia y el Estado. Estados Unidos, a pesar de mesianismos ocasionales de sus líderes, no es una teocracia.
En nuestros tiempos, la hostilidad de la administración de Bush a la información científica está poniendo al mundo en riesgo de una catástrofe ambiental. Y sin importar si usted piensa que el mundo se desarrolló solamente desde el Génesis o hace millones de años, eso es algo demasiado serio como para ignorarlo.
A mediados de este año, durante la preparación de la cumbre del Grupo de los Ocho, las academias científicas de todas las naciones integrantes de esa organización (incluyendo la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos), acompañadas por las de China, India y Brasil, pidieron a los líderes de las naciones ricas que tomaran acciones urgentes a fin de impedir el calentamiento global de la atmósfera.
«El conocimiento científico del cambio climático es ahora bastante claro como para justificar una acción inmediata», dice la declaración. «Es vital que todas las naciones identifiquen pasos que puedan tomarse ahora, para contribuir a una reducción sustancial y de largo plazo de los gases causantes del efecto invernadero».
En su principal editorial, The Financial Times refrendó este «toque de atención» mientras observaba: «Hay, sin embargo, alguien que se mantiene en la negativa, y lamentablemente se encuentra en la Casa Blanca: George W. Bush insiste en que todavía no sabemos lo suficiente sobre este fenómeno de cambio (climático a escala) mundial».
El rechazo de la evidencia científica en materia de supervivencia es algo rutinario para Bush. Hace pocos meses, en la reunión anual de la American Association for the Advancement of Science, destacados investigadores del clima de Estados Unidos dieron a conocer «la evidencia más convincente hasta ahora» de que las actividades humanas son responsables del calentamiento global, según The Financial Times.
Ellos predijeron efectos climáticos importantes, incluyendo reducciones severas en las reservas de agua en las regiones que dependen de los ríos alimentados por nieve derretida y glaciares.
En la misma reunión, otros investigadores importantes proveyeron evidencia de que el derretimiento de los mantos de hielo en el Artico y Groenlandia está causando cambios en el balance de salinidad del mar que amenaza «cerrar el cinturón de transmisión oceánica», encargado de transferir calor desde los trópicos hacia las regiones polares mediante corrientes como las del Golfo de México. «Estos cambios pueden traer reducciones de temperatura significantes a Europa del norte», señaló el informe.
Como la declaración de las academias nacionales en la cumbre del Grupo de los Ocho, la publicación de «la evidencia más convincente hasta ahora» tuvo escasa difusión en Estados Unidos, pese a la atención que se le prestó por los mismos días a la implementación de los protocolos de Kyoto, en el cual el más importante gobierno rechazó formar parte.
Es importante enfatizar «el gobierno». La información estándar de que Estados Unidos es casi el único en rechazar los protocolos de Kyoto es correcta solamente si la frase «Estados Unidos» excluye a su población, la cual favorece totalmente el pacto de Kyoto (73 por ciento, según una encuesta del Program on International Policy Attitudes).
Tal vez sólo la palabra «maligno» puede describir el fracaso en reconocer, y todavía menos en confrontar, el asunto absolutamente científico del cambio climático. Así es como la «claridad moral» del gobierno de Bush extiende su displicente actitud hacia el destino de nuestros nietos.
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/el-diseo-inteligente-y-sus-consecuencias