Cuando los jóvenes comienzan a descubrir el mundo que les rodea, suelen visualizarlo en colores básicos que reflejan tendencias. Al fin y al cabo, así se presentan los resultados electorales: con colores bien definidos como el azul, el rojo, el verde… Con el tiempo, esos jóvenes dejan de ser tan jóvenes, pero quizás continúan empeñados en conocer. Siempre hay nuevos objetos por descubrir en el paisaje y en el baúl de la historia.
Poco a poco, esta generación se adapta a las consignas de las anteriores, y son cada vez menos los que persisten en su deseo de aprender; aún menos son los interesados en reinventar.
Las fascinaciones iniciales operan como tendencias personales pero llega un momento en que es necesario elevar la mirada. Las cosas no son lo que parecen, y si no te atreves a inventar una nueva realidad, será difícil afirmar algo con certeza. Al final, no puedes eludir realizar tu cometido generacional, porque ahí reside la coherencia que ha de darte la energía para avanzar. Es cierto que siempre habrá espacio para abrazar la incoherencia de ser parte del sistema.
Los colores del sistema son una farsa
El supuesto partido verde alemán resulto se nazi. Esto ya lo dijo Silo en los años ochenta y quedó reflejado en el Manifiesto Humanista.
Los defensores del medio ambiente se encogen de hombros frente a las bombas que, para ellos, son democráticas y no contaminantes. Su tema es reducir la huella de carbono y cosas del estilo para mantener su estatus de clan.
A quienes luchan contra los colonos en la Palestina ocupada, resulta que les parece bien la caída de Al Assad, mientras el estado ficticio israelí bombardea y coloniza más territorio de Siria, ante la pasividad de los grupos golpistas fragmentados y armados por occidente.
Los que hablan de libertad –motosierra en mano– regalan la nación a los mafiosos habituales a cambio de una mordida del expolio. Se enuncia en pocas palabras pero las consecuencias del desastre perduran por siglos.
Mientras que las supuestas izquierdas eligen entre prosperar o sucumbir, en un sistema que lo tiene todo atado y bien atado. Así que se conforman con migajas haciendo el papel de siervos, promoviendo aparentes derechos sociales cocinados por las élites en sus foros.
Adaptación
El ideario del nuevo humanismo define tres posibilidades en cuanto a adaptación:
Distinguimos entre una desadaptación, que nos impide ampliar nuestra influencia; una adaptación decreciente, que nos deja en la aceptación de las condiciones establecidas y una adaptación creciente que hace crecer nuestra influencia basada en nuestros principios.
Los oportunistas padecen de miopía respecto a este tema. Ellos consideran que la forma de vivir es la aceptación de todo, es la adaptación a todo; piensan que aceptar todo siempre que provenga de quienes tienen poder, es una gran adaptación, pero es claro que su vida dependiente está muy lejos de lo que entendemos por coherencia.
En la adaptación decreciente se instalan los partidos de izquierda que perduran en las sociedades que se autodenominan democráticas en occidente, así como los sindicatos y todo lo que forma parte del sistema establecido (con las cartas marcadas). Se trata de ceder terreno a cambio de prestigio y dinero, lo que, en última instancia, implica traicionar la causa común.
Por otro lado, las derechas son abiertamente egoístas, otro claro ejemplo de adaptación decreciente. Dentro de las siglas partidarias, la lucha por alcanzar más poder es constante. A mayor poder, mayor corrupción y una mayor implicación con el crimen organizado. La situación se complica aún más cuando el crimen organizado empieza a organizar el poder.
Estos ejemplos básicos se refieren a la política en términos generales, pero esta tendencia se reproduce de manera fractal en cualquier tipo de organización.
La sombra del nihilismo
El ser humano teme; está en su instinto básico. Entre muchas cosas, teme descubrir que «tanto luchar contra dragones que se convirtió en dragón». En medio de la decadencia, los acontecimientos superan a la generación establecida que, en el mejor de los casos, anhela una salida ordenada de los ámbitos de poder, idealmente con una placa conmemorativa. Sin embargo, lo más común es que se dé un apernamiento inconducente. Ya no se trata solo de una mala percepción de la realidad, sino de poner palos en las ruedas a lo distinto, aunque eso signifique traicionar la causa original. Siempre hay explicaciones para justificar la batalla que ocurre en el seno de las organizaciones.
Sobre todo se instala la creencia de que uno es diferente al resto del mundo y, por ende, superior; que no hay nada que aprender de los otros, quienes son considerados ajenos. Esta mentalidad nos lleva a banalizarnos y a transformar nuestros postulados en meros panfletos vacíos.
Así las cosas, estas reflexiones parecen llevarnos a las puertas del nihilismo. De hecho, los jóvenes se hastían de los viejos desilusionados que presumen de saberlo todo y, sin embargo, no saben nada. Las viejas recetas, recitadas como refranes, se presentan ante ellos como naturaleza muerta frente a una simple flor llena de vida.
Ahora bien, el ser humano evoluciona, a pesar de las resistencias.
Para eludir la sombra del nihilismo podemos intentar dejar a un lado la violencia, ya que ambas se retroalimentan. Las dinámicas de clanes, tramas, subterfugios, encerronas y conspiraciones son formas de violencia que se manifiestan en todas las organizaciones.
No pretendemos tener una respuesta definitiva al nihilismo, pero el simple acto de observar sin temor puede ayudarnos a elevar la mirada. ¿Es la búsqueda de lo poético el camino para romper la red de sombras? Solo si no se convierte en un nuevo instrumento que nos lleve de regreso a viejas prácticas.
En última instancia, hagamos lo que podamos para amar a la humanidad. No hemos elegido el mundo en el que vivimos, y rechazar la violencia no equivale a apartar la mirada de ella.