“Lágrimas al viento” es un libro, un grito a la desesperación, a la lentitud en la que el ser humano aborda los problemas más acuciantes que afectan la vida de millones de personas en nuestro planeta, pasajeros de una nave que en cualquier momento puede quedarse sin el combustible de la vida y por consiguiente estrellarnos debido a la ineptitud de quien dirige los mandos de nuestro rumbo y diseña en las cartas de navegación, unas líneas erróneas que pueden llevarnos al abismo.
En ningún momento quiero que sean lágrimas que no puedan hacer retroceder nuestra marcha kamikaze, cegándonos en el intento de rediseñar nuestras vidas. Cada lágrima, cada llamada de atención, cada fracaso humano por conseguir una unidad de acción que pueda acabar con las guerras o las diferentes crisis mundiales entre ellas la del clima, es un intento de ver las cosas de otra manera más acorde a nuestro bienestar.
Sabemos ya de sobra, que los recursos de la Tierra no son infinitos, que la escasez conlleva sin remedio a la destrucción de sociedades y por consiguiente, al enfrentamiento fratricida de los seres humanos. Cada vez somos más los que habitamos en este único planeta que nos alberga y protege de las adversidades del espacio exterior. Tenemos los conocimientos suficientes y las herramientas necesarias, para que todos podamos convivir en paz, reutilizando todo aquello que pueda ser reutilizado, obteniendo la energía gratuita del sol y conservando todos los ecosistemas planetarios indispensables para el buen funcionamiento de la maquinaria que hace que nuestro mundo sea un lugar acogedor.
Pero lamentablemente, nos topamos con elementos que intentan frenar por beneficio económico, los avances de la ciencia que son la capa protectora que vela por los intereses de la humanidad. Existen gobiernos, multinacionales, políticos que se resisten a ser verdaderos representantes de quien les ha votado y toman sus sillones y sus beneficios sin que aspiren a tomar decisiones para ese cambio de rumbo que tanto necesitamos. También nosotros somos responsables por dejar de ser activistas de nuestros derechos y convertirnos en personas sin capacidad crítica, tapándonos los oídos para no escuchar, la boca para no hablar y los ojos para no ver. Eso es precisamente lo que quieren que hagamos quienes ostentan el poder. Pero la Tierra es de todos. Lo que hacemos en un lugar concreto afecta a otros lugares del mundo, rompiendo cadenas y originando desastres que como efecto dominó, no conoce fronteras. Esto es precisamente lo que no entienden los dirigentes que solo buscan abrillantar sus sillones y permanecer en ellos el máximo tiempo, sin que ninguna complicación les haga perder su estatus.
Cómo dice Jesús Linares, Doctor en Física Cuántica, Presidente de la Fundación SUSTENTA y escritor, en su libro “Planeta Titanic”, relatando de su experiencia con el pueblo indígena Sami ubicado en el norte de Noruega y de las tres lecciones que ellos le dieron:
“Uno, que todo está conectado. Que cada centímetro que ellos pierden de nieve por el calentamiento global, aparece en cualquier otro punto del mundo, por ejemplo en forma de subida del nivel del mar. El cambio climático nos conecta a todos los seres humanos, y a toda la naturaleza bajo sus efectos.
Dos, que debemos despertar a nuestra diosa interior, Beiwe (el espíritu de la naturaleza) para recuperar la cordura. Dejar de tratar a la naturaleza como un recurso y empezar a tratarla como una madre. Debemos sentir la ecología en nuestro interior. Sólo se cuida lo que se ama y sólo se ama lo que se conoce. Invitaríamos a todos a salir al campo para conocer a la naturaleza, para conectar con la verdadera esencia de lo que somos.
Tres, que había que hacerlo no por la naturaleza, no por nuestra supervivencia, ni si quiera porque es lógico y justo. Necesitamos hacerlo para ser felices. Necesitamos hacerlo para reencontrarnos a nosotros mismos. Necesitamos hacerlo para recuperar la dignidad de los pueblos que viven en equilibrio con la naturaleza. Solo en ese momento podremos empezar a llamarnos humanos”
Cada lágrima que lanzo al viento, no sólo es un grito desesperado, sino también una esperanza que puede hacer brillar nuestra senda. Una luz que ilumine esas piedras del camino con las que de forma continuada tropezamos. Es un faro que alumbra nuestra estela y nos advierte de los acantilados en los cuales podemos encallar.
Los pueblos originarios nos dan grandes lecciones de amor. No sólo por la naturaleza, sino también por la resistencia de sus pueblos, por el orgullo de ser guardianes del planeta a pesar de que están siendo exterminados en un genocidio sin precedentes y donde sus líderes son asesinados por alzar la voz de la verdad. Esto es una realidad y refleja de forma continuada, el desprecio y el racismo que las “civilizaciones avanzadas” ostentan contra los pueblos indígenas. En la mayoría de los lugares donde habitan, son un estorbo por parte de las Autoridades y ciudadanos, violando sus derechos humanos, despreciando sus vidas y manteniéndolos apartados para destruir su cultura, su lengua, sus sabias palabras, su existencia.
Estas lágrimas dan cabida también a los no humanos, a los grandes simios y otras especies que tienen el mismo derecho que nosotros a vivir en libertad en su hábitat. Debemos tener presente que ellos son seres sintientes como nosotros y tienen vidas propias con sus propios intereses y no tenemos ningún derecho a tenerlos cautivos, a comerciar económicamente con sus vidas, a explotarlos para divertimento. La dignidad del ser humano debe ser superior a cualquier intento de esclavitud de especies diferentes a la nuestra.
Pero también, los versos son protagonistas como siempre de mis obras y están presentes en esas lágrimas que salen de mi alma, pasan por mi corazón y se convierten en grandes amigos del viento que las llevan a lo más alto de las cumbres de nuestros pensamientos, del mar de las ilusiones y de esperanzas perdidas escondidas en el universo de la pasión y del amor.
Y como no, hay un espacio para las voces de mis amigos, de los que con su sabiduría, también van dejando lágrimas al aire y que sus consejos sean una fuente de inspiración, un llamamiento a la cordura, un mensaje que nos haga reflexionar sobre los pasos que debemos dar si queremos avanzar unidos en la cadena de la vida.
Solo espero que este libro sea, un vez más, una flor de gran colorido para adornar el jardín de nuestra casa, de una Tierra que cada vez aclama más su atención y que nos quiere, pero que nos advierte, que sin nosotros, ella seguirá existiendo aunque la hayamos olvidado precipitándonos a la oscuridad.
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