El pueblo palestino está siendo llevado a su límite de existencia ¿Seguirá resultando soportable la tragedia de las víctimas? Resulta ineludible la defensa de la dignidad humana

7 de Octubre

El discurso imperante nos alienta a considerar el inicio de la tragedia a partir de esa fecha. Insta a contemplar únicamente los padecimientos de los ciudadanos israelíes que fueron asesinados y los de aquellos que continúan secuestrados. Se clama por su regreso. Existe un ominoso silencio respecto de las víctimas palestinas dejando implícita la idea de que sus vidas valen menos.

Los crímenes de guerra que ha llevado adelante Hamas no justifican el genocidio que Israel está perpetrando en Gaza: no es una guerra, es un asalto sobre la población civil de un territorio empobrecido. El 70 % de las muertes corresponden a mujeres y niños. El resto son hombres adultos, en su mayoría no combatientes. Están muriendo civiles de manera sistemática y continua.  No existe ninguna justificación legal que legitime matar civiles: lisa y llanamente el Estado de Israel que oprime de manera sistemática a Gaza hace 17 años, a partir del siete de octubre está llevando adelante una planificación destructiva  genocida.¹

Se mata a la población con la excusa de aniquilar combatientes. Se la daña ex profeso, negándole  el acceso a los requerimientos básicos para el sostenimiento de la vida. Se la somete a una degradación inhumana: los hogares no son seguros pues una bomba puede destruir un edificio entero con civiles dentro; la infraestructura sanitaria es destrozada; los establecimientos que funcionan como refugio son atacados; escasea a niveles infrahumanos el agua; no hay comida pues Israel impide la llegada de asistencia humanitaria de manera sistemática.

La potencia ocupante debería, según el derecho internacional, cuidar a la población civil y articular todos los mecanismos para asegurar la continuidad de la vida. En vez de ello, el Estado de Israel lleva adelante un plan de exterminio hacia una población indefensa.

Israel ha desbordado en su significación la acción militar que lleva adelante,  esculpiéndola y ofreciéndosela al mundo como aquella misión redentora que garantizará un futuro de bienestar para los elegidos de la civilización. Los palestinos no son considerados elegidos, se los entiende como animales humanos, ergo sus vidas valen poco; si para dinamitar al enemigo hay que barrer hospitales, escuelas, viviendas y vidas civiles, el opresor no se plantea ningún conflicto ético.

El concierto de naciones aún no se expide de forma inapelable ¿qué se está esperando? Ya fue muerta más del  1,5 % de la población de Gaza y son miles los desaparecidos y cuerpos no registrados  bajo los escombros. ¿Sus vidas no valían?

Territorios palestinos ocupados

El territorio palestino sufre la ocupación ilegal del Estado de Israel, quien comete  crímenes de guerra en constante oposición al  Derecho Internacional.

Cisjordania, aun teniendo un  gobierno palestino que lleva adelante la administración civil de un territorio fragmentado, es controlada militarmente por la potencia ocupante. Sus suministros de agua y electricidad dependen de Israel. Las colonias ilegales, según los parámetros del derecho internacional, se expanden año tras año en territorio palestino; territorio que debiera ser inviolable y es continuamente mancillado por la violencia colonial que ejercen tanto las fuerzas militares como los colonos armados.

Jerusalén Este está ocupada por Israel hace décadas. Negándose a  enaltecer su condición de ecuménica, la ciudad y su significación son utilizadas como caballo de batalla para robustecer la conformación etnocrática de un Estado racista.

La Franja de Gaza continúa siendo devastada. Su población es exterminada. Ya no hay más dónde ir. La desolación es continua. Mientras los cadáveres se acumulan bajo los escombros, quienes quedan, son sometidos a un régimen de muerte.

El cercamiento que desde hace 17 años viene sufriendo Gaza, implicó que su población haya transitado  por condiciones de vida paupérrimas: hacinamiento, dificultad de acceso al agua potable, dependencia completa de la ayuda humanitaria para comer y curarse: estar al límite de la dignidad mínima para la reproducción de la vida. Hoy la situación es demoledora: Gaza es muerte.

La potencia ocupante declara una zona segura y luego bombardea ese lugar aduciendo la presencia de terroristas. Resultado: cientos de civiles muertos. La potencia ocupante advierte una supuesta célula militarizada dentro de un barrio residencial y destruye el complejo de edificios. Resultado: cientos de civiles muertos. La potencia ocupante advierte civiles cuya voz se amplifica y  sus casas son derribadas con familias enteras dentro. Resultado: cientos de civiles muertos. No hay reglas, es la barbarie misma: la destrucción completa de la posibilidad de existencia.

No es una guerra. La potencia ocupante arrasa sobre la población civil: hombres, mujeres y niños están siendo sistemáticamente asesinados. Bombardeos contantes que no diferencian a la población civil de los combatientes, disparos de francotiradores sobre cualquiera que potencialmente resulte sospechoso, asesinatos selectivos de quienes narran lo que está sucediendo, destrucción masiva de la infraestructura sanitaria, bombardeo de escuelas refugio de desplazados,  hambre planificada, muertes por inanición. No hay bemoles: es un exterminio planificado. Denominar “guerra” a la masacre, abre un espacio de interpretación donde los apologistas de la destrucción intentan  refugiarse frente a la evidencia vergonzosa de las tropelías continuamente cometidas.

¿Por qué los arrullos de cuna a los niños palestinos deben ensordecerse por las bombas? ¿Sus vidas no valen?

Proporcionalidad de la fuerza

La población palestina sufre hace más de 70 años un proceso de deshumanización constante. Todo palestino carga sobre sí una mirada occidental que lo rebaja en su condición de humanidad; puede considerársele bárbaro, incivilizado, atrasado o directamente, terrorista.  Así se justifica de antemano su prescindibilidad. Se lo nombra con esos motes para crear un sentido común que legitime su destrucción: si poco vale su vida, nada vale su muerte.

La vida de un palestino se convierte así en menos importante que la vida de un israelí. El hambre de un niño palestino poco choca con la mentada moralidad occidental. La devastación de una ciudad palestina no es catalogada como acción ominosa por el mundo pretendidamente “libre”.

Las fuerzas militares israelíes justifican la devastación de Gaza argumentando la defensa irrestricta del Estado de Israel.  El siete de octubre Hamas asesinó y secuestró a ciudadanos civiles israelíes; un centenar aún siguen secuestrados. Es un crimen de guerra llevar adelante estos actos; nunca el accionar sobre la población civil puede considerarse legítimo. ¿Esto justifica el sistemático asesinato de la población de Gaza? Defender  el genocidio contra la población gazatí esgrimiendo el argumento de la necesidad de defensa, no solo es ilegal sino que carece de toda ética humanista: el objetivo es hacer padecer sufrimiento planificado a un pueblo entero en pos de la venganza eterna.

Los adláteres de los poderes de turno vociferan que para asegurar la existencia de Israel, los considerados enemigos deben ser eliminados porque representan una amenaza a la seguridad nacional. Luego, conceptualizan como potencialmente enemiga a toda la población civil de Gaza, considerándolos probables terroristas desde la cuna. Convierten así  la eliminación de Gaza en indispensable para la sobrevivencia del Estado de Israel. La lógica de muerte es atronadora.

El ministro de Defensa de Israel declamó una ofensiva total contra Gaza, liberando todas las restricciones y anunciando que Gaza nunca volvería a ser lo que era.

El presidente de Israel, respecto del ataque del siete de octubre dijo “toda una nación ahí fuera…es responsable.”

El portavoz de las Fuerzas de Defensa Israelíes enunció la necesidad de infligir el “máximo daño”.

La distancia que estas argumentaciones tienen con la legislación internacional es manifiesta. Lo que las separa del raciocinio, resulta un abismo.

No distinguir entre los combatientes y la población civil es un crimen de guerra que debe ser condenado. Procurar un daño generalizado y sistemático a la población es un crimen de lesa humanidad y demuestra la existencia de una matriz deshumanizadora basada en considerar a los palestinos ontológicamente inferiores. Son “animales humanos”²; y en función de esa animalidad, más susceptibles de ser avasallados.

Más de 44 mil palestinos asesinados dan cuenta de los saldos de muerte que el opresor procura ocultar. Las justificaciones intentan ser de lo más variopintas; la verdad es una sola: las víctimas palestinas se acumulan de a miles sin que la matanza tenga fin. Las vidas de quienes aún subsisten, ¿no valen?

Valores en disputa

Un  juego de marionetas macabro oculta la inmensidad de  la destrucción planificada  sopesándola con el deber de Israel de defender los valores democráticos en la región. El opresor y sus adalides se presentan cual estandartes del mundo occidental, los valores modernos y la democracia liberal. Enuncian a los palestinos a partir de una violencia epistémica feroz: son entendidos como aquellos cuyo atraso y barbarismo los hace proclives al terrorismo; así,  al ser concebidos como terroristas, sus vidas pueden ser desechadas.

Cabe preguntarse si la condición de “terrorista” le cabe a una población civil indefensa o si por el contrario, el Estado de Israel lleva adelante una política de terror contra el pueblo palestino: bombardear zonas declaradas como seguras; transformar en  corredores de muerte los denominados “corredores humanitarios”; asesinar civiles que se amontonan para recibir migajas de comida; reducir a condiciones infrahumanas a los desplazados; asediar hospitales con miles de heridos; prohibir la entrada de medicinas compeliendo a la población a dolores inenarrables; sumir en condiciones paupérrimas de higiene a quienes fueron desalojados de sus hogares; impedir la llegada de comida produciendo hambruna; cortar el suministro de agua y bombardear las plantas potabilizadoras reduciendo la posibilidad de consumo a límites inhumanos: el agua que hay es escasísima y no potable ¿Quién posee la capacidad de dañar tanto a un pueblo entero? ¿Quién busca dominar a través del terror?

No existe ninguna justificación legal o ética que excuse la aplicación del terror planificado sobre la población de Gaza que lleva adelante el Estado de Israel. No pueden defenderse los valores democráticos mancillando la vida de toda una región del globo.

Las vidas palestinas destruidas por ese terror planificado,  ¿no valen?

Víctimas y victimarios

Considerar al Estado de Israel como víctima es de una deshonestidad intelectual pasmosa. Uno de los Estados mejor pertrechados del mundo, con el apoyo armamentístico de EEUU, no debería ser concebido en los mismos términos que un pueblo bajo ocupación cuyos apoyos internacionales son muy deficitarios. No existe ningún tipo de proporcionalidad: el Estado de Israel le está haciendo la guerra a la población de Gaza; la existencia de milicias armadas  no convierte a la población civil en victimaria.

Los palestinos son las víctimas del accionar del Estado de Israel y de la indigna pasividad  de las instituciones de la comunidad internacional.

Hay honrosas excepciones que enaltecen por fin la condición humana: Sudáfrica se presentó ante la Corte Internacional de Justicia denunciando a Israel por violar en Gaza la Convención contra el Genocidio, advirtiendo que la autodefensa no justifica nunca el genocidio y argumentando por el fin de la ofensiva israelí cuyas acciones pueden llevar a la aniquilación de la vida palestina.

Se debe ser extremadamente claro: el epítome del horror hoy es Gaza. La Historia está repleta de víctimas; hoy la víctima es el pueblo palestino. Ningún sufrimiento padecido legitima lo que el Estado de Israel está llevando adelante en Gaza. El Estado de Israel es el victimario de un pueblo, que ya por estas horas habita el infierno. ¿Sus vidas no valen?

Deslegitimación de las denuncias

Cualquier denuncia o crítica que se le realice al Estado de Israel es nomenclada como un acto de  antisemitismo. La operación consiste en criminalizar lo dicho, mediante la aplicación de aquella denominación a quien ose denunciar las prácticas deshumanizadoras de un Estado que lleva adelante hace décadas,  un colonialismo de asentamientos que implica la ocupación militar del territorio y el desplazamiento forzado de la población palestina.

Cualquier estado, se defina como se defina, tiene la obligación de cuidar a la población civil que está bajo su ocupación. El Estado de Israel destruye sistemáticamente la vida palestina en vez de resguardarla. Denunciar que el Estado de Israel les hace imposible la vida a los palestinos no constituye bajo ninguna norma un acto antisemita, por el contrario, apela a la sensibilidad misma de la comunidad humana toda: ningún pueblo debiera perder el derecho a la autodeterminación  ni tampoco vivir en las condiciones de opresión que vive el pueblo palestino.

Enunciar antisemitismo donde no lo hay constituye primero, un acto de violencia inusitada y luego, una banalización de la tragedia.

Al Estado de Israel se lo puede y debe observar, criticar y condenar legalmente como a cualquier nación del mundo. Los estatutos que rigen los accionares de las naciones no contemplan excepciones. El derecho internacional debería estar vigente también para el Estado de Israel. El  Estado que en cualquier tipo de conflicto atente de manera sistemática contra la población civil debe ser denunciado; Israel no debiera estar exento de las normales de la ley. Sin embargo su accionar está continuamente opuesto al derecho internacional, los tratados sobre derechos humanos y las disposiciones de la Organización de las Naciones Unidas, sin que ello produzca sanciones severas aplicables de los organismos competentes.

Banalizar la significación de la palabra “antisemita” atenta contra la memoria de los procesos históricos que padeció la humanidad toda a lo largo del SXX.

La intención racista de eliminar al pueblo palestino a partir de hacerles inhumana la vida, es un salvajismo que debe ser dicho y condenado, sea quien fuese el victimario. Tratar de acallar la denuncia y opacar a sus declamadores acusándolos de discriminación, no solo es una torpeza conceptual sino una grave banalización de la barbarie sufrida.

Silenciar  las voces de quienes denuncian la barbarie, desprotege a los palestinos, los vuelve eliminables y anula la última barrera contra la indignidad humana. Las vidas palestinas, ¿no valen?

¿Quién decide qué vidas merecen ser lloradas y cuáles no? ¿Cuándo la pérdida de vidas civiles deja de ser lamentable? ¿Las vidas palestinas no valen?

Dejar la enunciación de estas respuestas en manos de quien ha sido definido como un Estado responsable del crimen de  apartheid, sería deleznable. Tenemos la obligación ética de afirmar taxativamente que las vidas palestinas también valen y mancomunar esfuerzos para que sean dignificadas. A esta altura de la devastación, se ha convertido en imperativo moral y trinchera de existencia.

Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said.
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Noviembre 2024


¹ Las cifras de muerte que aquí aparecen fueron tomadas del Informe de la Relatora Especial sobre la Situación de los Derechos Humanos en los Territorios Palestinos Ocupados desde 1967. Francesca  Albanese es Relatora Especial de la ONU y presentó el informe ante el Consejo de Derechos Humanos en Abril de 2024.

² Las citas reproducidas  en este apartado fueron esgrimidas por altos funcionarios del Estado de Israel y recopiladas en el Informe confeccionado por Francesca Albanese.