Continuando con el artículo anterior, ahora observaremos los registros internos que producen las formas geométricas en nuestro psiquismo y en nuestro cuerpo. Es decir, vamos a desvelar las tensiones, distensiones y desplazamientos que producen internamente los símbolos, ya sean percibidos desde fuera o imaginados desde dentro.
Por Jordi Jiménez
Esto quiere decir que si seguimos con la mirada (percibimos) una línea horizontal tendremos un registro muy similar a si “imaginamos” una línea horizontal. Lo que va pasando con el ojo es lo mismo que va pasando con la representación interna. Si ahora vemos o imaginamos una línea vertical, la sensación que nos dejará será levemente distinta a la de la línea horizontal. En este caso, podremos observar que hay una pequeña diferencia en el registro: cuesta un poco más seguir ésta que la anterior. Así, podremos comprobar que las formas, y por tanto los símbolos, tienen un efecto concreto en nuestro registro interno. En realidad, estas diferencias de registro se están dando por los movimientos que tiene que hacer el ojo al seguir las formas, ya sea el ojo externo o el “ojo interno”. Esos movimientos en la visualización son los que dan ciertos registros internos y sensaciones de “tensión” o “distensión”.
Primero, hay que distinguir entre los símbolos sin encuadre y los símbolos con encuadre. Los primeros son las líneas, rectas, curvas o combinaciones de ambas, y las formas como la U, la V, las espirales o los asteriscos, es decir, todas las formas abiertas. Los segundos son los cuadrados, triángulos, círculos, rombos, etc., es decir, todos los símbolos cerrados que se forman cuando las líneas se encuentran entre sí.
Los símbolos sin encuadre, según la forma que tengan, tienden a trasladar la energía hacia afuera de ellos. Es el caso de las formas con punta, como las flechas. Una puntualización: cuando hablamos de “energía” estamos hablando de energía psicofísica y, en última instancia, en realidad estamos hablando de tensiones mentales y corporales. La tensión es energía. Así que la concentración o dispersión de energía que se registra en las formas geométricas se refiere a que la tensión se dirige, acumula o se dispersa en función de la forma. Como decíamos, tanto una línea recta como una forma estrellada (caso del asterisco), tienden a desplazar la mirada hacia afuera de sí. En el caso de una curva abierta como una U, la energía tiende a quedarse dentro de la forma, dentro del espacio incluido. Cuando dos líneas se cruzan forman lo que se llama un “centro manifiesto”, ya que el ojo tiende a dirigirse hacia ese punto y ahí se detiene. El registro es que la energía se concentra en ese centro, tiende a irse ahí.
Los símbolos con encuadre, al ser cerrados, forman un “campo” en su interior y separan nítidamente el espacio interno del espacio externo al símbolo. Donde se tocan las líneas del símbolo, en los vértices, se forma un centro manifiesto y en el interior del campo se forma el centro tácito de la figura. Estos centros tácitos se generan en el cruce de las líneas imaginarias que unen los centros manifiestos. Vemos un ejemplo con el cuadrado.
En realidad, tales líneas no existen, pero la equidistancia de ese centro con los vértices, o centros manifiestos, hace que la mirada (o la imaginación) registre ese lugar como central. Esto es importante porque en los símbolos con encuadre la energía se concentra sobre todo en los centros manifiestos y, con menor intensidad, en el centro tácito.
Un caso particular de símbolo con encuadre es el círculo. Al ser una figura cerrada sin vértices, es decir, sin centros manifiestos, toda la energía se dirige a su centro que es el centro tácito del círculo.
Esta forma impide que se desplacen tensiones a su superficie por la falta de centros manifiestos (que tienden a “atraer” la tensión), por lo que la energía se va hacia el centro de la figura. Es por esto que la forma de la esfera se utiliza en varias meditaciones donde se necesita un estado de calma y al mismo tiempo concentrar la energía en nuestro interior.
Otras formas, como la de la mandorla, producen dos centros de tensión hacia sus extremos y provocan una cierta sensación de vacío en el centro tácito, desplazando a la mirada de los extremos al centro y del centro de nuevo a los extremos, creando una tensión grande.
Pero, ¿por qué nos interesan todas estas “leyes” visuales de los símbolos? Porque, como dijimos en el artículo anterior, las imágenes que se producen en nuestros sueños y en nuestros ensueños pueden ser analizadas desde un punto de vista simbólico descubriendo así las tensiones, distensiones y traslados de energía que se están produciendo en esas escenas. Por tanto, para poder estudiar esos escenarios oníricos, demos un paso más y veamos cómo interactúan unas formas con otras.
Si en una forma cuadrada incluimos otra forma, por ejemplo triangular, dentro de ella, tendremos un nuevo centro manifiesto que guiará la mirada hacia él. Si ese símbolo está descentrado se producirá una cierta tensión y si lo vamos acercando al centro, a una posición equidistante que coincida con el centro tácito del cuadrado, se va produciendo cada vez más una distensión dada por el equilibrio entre centros. Pero si ahora sacamos el triángulo fuera del campo del cuadrado, aparece un nuevo registro de tensión que podríamos llamar de “exclusión” y la mirada hace como un esfuerzo por incluir al objeto excluido.
Hay que tener en cuenta que los elementos excluidos del encuadre están referidos a ese encuadre, aunque estén fuera de él. Su posición y su exclusión son tales porque hay un encuadre que tienen como referencia. Por eso, una combinación de símbolos que muestran una escena onírica, por ejemplo, tiene que estudiarse como conjunto interrelacionado. Cada símbolo está referido a los demás y viceversa.
Otro caso a tener en cuenta es el de la apertura o rotura de los encuadres. Es como si los símbolos cerrados se abrieran, pero sin perder su identidad de símbolos con encuadre. Un ejemplo es el del cuadrado en el que se han abierto sus lados.
Ahora tenemos, en realidad, cuatro líneas abiertas en ángulo de 90º. Sin embargo, lo que el ojo ve es un cuadrado abierto. El espacio externo se introduce en el espacio interno de la figura, y al revés, de forma que ambos quedan comunicados. Así que esta ruptura también se puede ver como una conectiva, como un enlace. Pero entonces, ¿cómo seguimos reconociendo un cuadrado en esta figura abierta? Porque el ojo tiende a reforzar el interior del cuadrado para que no pierda su identidad. Se tiende a reforzar el centro tácito que da cohesión a la figura, porque de lo contrario, la figura como tal desaparecería. Esto exige una mayor tensión para mantener esa identidad.
Figura superior: José Caballero, Morfología, Ed. ATE, 1981.
Y este funcionamiento que estamos viendo en los símbolos es el mismo si hablamos de “encuadres” psicológicos en el campo de lo personal o de “encuadres” sociales en el campo de lo colectivo.
Así que, si tomo un sueño y convierto alguna de sus escenas en símbolo, puedo obtener un excelente mapa de las tensiones y desplazamientos que se han dado en esa escena teniendo en cuenta las leyes mencionadas. Un ejemplo de reducción simbólica de una escena onírica lo tenemos en el manual de Autoliberación (Luis Ammann, 1980):
En este caso, “el sujeto sueña con un parque pequeño en el que hay algunos monumentos y un lago. No puede entrar porque un perro defiende el acceso. La energía tiende a trasladarse al interior del campo y, dentro de él, hacia los centros manifiestos. Pero sucede que hay un impedimento y este provoca fuertes tensiones.”
Un tema importante a tener en cuenta para acabar con este resumen simbólico. Todos estos fenómenos que se producen por percibir o por imaginar un símbolo únicamente son posibles si, como mínimo, puedo representarme la forma en cuestión. Si, por ejemplo, entro con los ojos cerrados en una habitación que me han dicho que es cuadrangular y, por tanto, me imagino dentro de un cuadrado, podré registrar las tensiones y distensiones del caso. Sin embargo, si entro en una estancia y no tengo ni idea de la forma que tiene esa estancia, por muy cuadrada, circular o piramidal que sea, la forma de la estancia no producirá nada en mí. Queremos decir que las formas no actúan por sí mismas en la conciencia, sin que nosotros hagamos nada. La acción de la forma del símbolo en nosotros sólo se da si percibimos o si nos representamos tal forma. En realidad, esto mismo ocurre con muchos otros fenómenos: actúan en nosotros siempre a través de nuestra representación, pero no por sí solos. En otra ocasión hablaremos de ello.