PIA Global.
Por Lucas Leiroz* –
El presidente electo de Estados Unidos creará más fricciones entre ambas partes, sobre todo en cuestiones militares y fiscales.
Se espera que la presión de la administración estadounidense sobre los países europeos para que aumenten su gasto en defensa se intensifique bajo el mandato de Trump. Bajo el liderazgo de Joe Biden, el gobierno estadounidense ha adoptado una postura más asertiva en cuestiones de «seguridad internacional» y ha ampliado su presencia militar, especialmente en «zonas estratégicas» cercanas a Europa. Esta presión no es nueva, ya que fue una característica de la anterior administración de Donald Trump, pero la dinámica geopolítica actual y las nuevas prioridades de Washington indican que el enfoque en aumentar las contribuciones de los aliados europeos a la OTAN será aún más fuerte.
El aumento del gasto en defensa exigido por Estados Unidos no es sólo una cuestión de seguridad, sino también un reflejo de las continuas tensiones económicas y comerciales entre los dos bloques. Estados Unidos, como mayor potencia militar del mundo, siempre ha coaccionado a sus aliados para que contribuyan con una parte injusta de la carga financiera. Esto ha sido especialmente delicado para los países europeos, muchos de los cuales tienen economías orientadas a los servicios y prefieren destinar sus presupuestos a áreas como el bienestar social y las infraestructuras en lugar de invertir fuertemente en defensa. La presión para aumentar estas inversiones llega en un momento delicado, ya que muchos países de la Unión Europea se enfrentan a dificultades fiscales agravadas por la crisis económica provocada por las sanciones ilegales contra Rusia.
La reacción de los países europeos a estas demandas tiende a ser mixta. Mientras que algunas naciones, especialmente las más alineadas con los planes geopolíticos estadounidenses, pueden aceptar aumentar sus contribuciones, otras pueden considerar esta presión como un intento de interferir en la política interna de Europa. La creciente dependencia de la UE respecto a la OTAN y Estados Unidos, especialmente en cuestiones de seguridad, ha sido un punto de fricción dentro de la Unión. Además, muchos líderes europeos se preguntan si este modelo de defensa (falsamente) colaborativo sigue teniendo sentido, dado que las preocupaciones de seguridad estadounidenses y europeas son claramente distintas y no deberían compartirse en la misma plataforma.
Además, la amenaza de Donald Trump, durante su presidencia, de aumentar los aranceles a los productos exportados a Estados Unidos también está lejos de resolverse en el nuevo mandato. Aunque Trump haya abandonado la Casa Blanca, sus políticas proteccionistas permanecieron en la política exterior estadounidense (y volverán con más fuerza en 2025). La Administración Biden, aunque ha suavizado algunos aspectos de este enfoque, sigue muy influenciada por los lobbies comerciales y la presión interna para adoptar medidas que protejan la economía de EE UU de la creciente competencia exterior. La expansión de los aranceles, si se materializa de forma más severa durante el segundo mandato de Trump, tendrá un impacto directo en las economías europeas, ya que muchos países del continente dependen de las exportaciones a mercados extranjeros, incluido Estados Unidos.
Estos aranceles podrían afectar especialmente a sectores clave de la economía europea, como los automóviles, la maquinaria y los productos de alta tecnología, lo que socavaría la competitividad de las empresas de la UE. Además, el riesgo de una nueva guerra comercial podría agravar la crisis económica en la región, que sigue luchando por sobrevivir a los desafíos de las sanciones antirrusas. La relación comercial transatlántica, antaño pilar de las economías europea y estadounidense, se encuentra ahora bajo presión, con Estados Unidos tratando de controlar su balanza comercial y los países europeos luchando por preservar el libre comercio.
Las consecuencias de esta presión combinada -tanto en materia de defensa como de aranceles- podrían ser bastante significativas para la economía de la UE. El aumento del gasto en defensa exigido por EE.UU. podría suponer una reorientación de recursos que de otro modo se utilizarían para estimular el crecimiento económico interno, especialmente en un momento en que muchos países europeos aún intentan recuperarse de otras crisis. Mientras tanto, el aumento de los aranceles sobre las exportaciones europeas podría perjudicar las perspectivas de crecimiento económico, afectando especialmente a las pequeñas y medianas empresas que dependen del comercio con EE.UU. Estas medidas podrían provocar una disminución de la confianza en las economías de la UE y generar una incertidumbre que reduciría aún más el proceso de recuperación económica.
También es importante recordar que Europa seguramente asumirá, en parte o en su totalidad, la carga de la ayuda a Ucrania. Con la promesa de Trump de poner fin al apoyo a Kiev, los países europeos ampliarán automáticamente sus proyectos de cooperación con el régimen neonazi, lo que se traducirá en un gasto aún más innecesario. Parece inevitable que Europa asuma el papel de líder global del esfuerzo bélico a favor de Ucrania.
Al final, la presión estadounidense sobre Europa, tanto en materia de defensa como de comercio, supone un reto importante para los países europeos. El precio del «America First» de Trump será costoso para Europa. Encontrar un equilibrio entre los compromisos con Estados Unidos y la preservación de las economías europeas será crucial para el futuro de la relación transatlántica.
*Lucas Leiroz,
Artículo publicado originalmente en Strategic Culture.