Kiñe | Uno
La editorial: el capital simbólico y visual de una motosierra
La distorsión discursiva es gradual y escalonada. Comienza en el ámbito escolar, continua en la iglesia, la milicia y el sistema de justicia, para finalizar revalorizándose en la propaganda nacional (hay que reinventar la patria todos los días) inculcada dentro del relato histórico, comunicacional y en los productos culturales extranjerizantes. Desde Domingo Sarmiento pasando por los zoológicos humanos hasta llegar a Jason Voorhees. ¡Un viaje de ida! Sólo los espíritus conscientes y contestatarios se animan a emprender semejante viaje de vuelta y realizar el necesario y justo revisionismo de una puesta en escena que tiene, como cualquier Estado Nación, más adeptos que detractores.
La casa de Mauro Huenchul es pequeña. Está clavada en el centro sur de la ciudad de Fiske Menuko (Río Negro), una ciudad dividida por un profundo canal, que le da cierta vitalidad mortal al espacio. Así como se pueden ver personas trotando por los contornos o practicando kayak dentro del mismo, son frecuentes también los hallazgos de personas ahogadas. La ciudad carga con esa asfixia, con ese ahogo sofocante que condiciona, como si hubiera una fuerza superior que arrastra hacia abajo las piernas de los arriesgados nadadores.
La ciudad es un cementerio o carga con la figura de un sepulturero. El nombre oficial es Julio Argentino Roca, un militar argentino, encargado de llevar adelante la represión y matanza más grande e impune de que se tenga registro en el país. Realizo esta advertencia geográfica porque sé que esta entrevista será leída también por muchas personas de Buenos Aires –que no conocen la región–, lectores de Chile y de diferentes países de Europa, preocupados por la realidad actual de la Argentina con respecto a la educación, la cultura y la avanzada represiva que ejerce el actual régimen político nacional neofascista.
La parábola discursiva y visual no es visible a simple vista, pero si uno observa con un lente largo o una lupa, el yerro se presenta obsceno. El presidente Javier Milei ha reivindicado en diferentes oportunidades a Roca: “Si no fuera por él, Argentina estaría en manos extranjeras”, ha afirmado, salivando como si fuera un perro rabioso, ante la contemplación incrédula de los pueblos preexistentes locales que se preguntan, ¿y en manos de quién está el país ahora? Porque en nuestras manos laboriosas de indios sublevados, no”. Por su parte, la ministra de seguridad de la nación Patricia Bullrich despliega relatos estigmatizantes del mismo tenor: “La Patagonia está siendo amenazada por un grupo de terroristas”, mostrando como sustento ideológico, infinidad de fotos con herramientas de trabajo, secuestradas a comunidades mapuche del sur del país (2017), ordenadas como si fueran municiones de guerra: palas, serruchos, cortafierros, motosierras, mazas y martillos.
Es la historia del obrero rural en la Argentina: o lo acusan de ladrón usurpador o lo fusilan de cuatro disparos en medio de la estepa patagónica.
¡El obrero (indio) es la amenaza!
El Estado Nacional actual presenta a la represión como parte de un plan de seguridad integral para resguardar a la ciudadanía. Sin ir más lejos hace algunos días, durante este mes de noviembre (2024), Bullrich posicionó un escuadrón militar (Comando Vaca Muerta) en la ciudad de Allen, ubicada a tan sólo 25 kilómetros de Fiske Menuko. El argumento: asegurar la movilidad de la producción de gas y petróleo de la comarca, a través del Comando Unificado de Seguridad Productiva (resolución 893/2024), capaz de criminalizar a cualquier comunidad mapuche que intente denunciar la muerte impiadosa que está produciendo el proyecto extractivo en el Alto Valle.
La guerra discursiva es sin tregua y sin cuartel (salvo el que tiene Benetton en el millón de hectáreas que administra). ¡La motosierra puede ser un signo visual negativo dependiendo de quien la porte! Si la porta un presidente neofascista representa justicia social. En cambio, si la porta un obrero rural o un indio, puede representar una amenaza para toda la nación. La inversión del sentido es una cuestión de fe y repetición. Hay que repetir el mensaje, aunque no tenga ningún sentido, hasta que el público lo aprenda de memoria: “los mapuche van a dar un golpe terrorista con palas y martillos”. “Los mapuche van a dar un golpe terrorista con palas y martillos”. “Los mapuche van a dar un golpe terrorista con palas y martillos”.
Finalmente, el metamensaje que se despliega y queda retenido en los portales de noticia es: ¡El mapuche es terrorista!
Se trata de una sentencia de muerte que ya se llevó a cuatro hermanos mapuche, en los últimos siete años, sin que haya ningún responsable comprometido judicialmente. Por lo tanto, no hay forma de que el público local nacional lea esas herramientas como lo que son: herramientas que le facilitan el trabajo a obreros agrícolas-ganaderos- trashumantes. Carpinteros y arrieros. La ciudadanía no se va a permitir nunca esa lectura. Para la milicia nacional, el mapuche llegó a este mundo, motosierra y machete en mano (como Jason), con un único objetivo: colocar en peligro a la nación y aterrorizar a toda la población.
¡Los Jason mapuche están al acecho de nuevas víctimas! ¡Pueden atacar en cualquier momento!
La discursiva es ambiciosa y cinematográfica. Impresionante épica. Sin embargo, Chile ya ha logrado varias sentencias, legitimando el mismo libreto y difundiendo el sello de autenticidad estadounidense.
Esa es la paradoja de sentido en la que se encuentra sumergido Mauro Huenchul, psicólogo social, carpintero y artesano mapuche.
Para el Estado Nacional y provincial (fundamentalmente para la familia Soria) Mauro es Jason, un hombre que sólo puede sostener una herramienta o un libro con fines oscuros y sediciosos –un concepto que le gusta repetir a la ministra de seguridad. En cambio, para la gente que lo conoce, Mauro es alguien sensible, comprometido con la vida de las personas más vulnerables que está sociedad puede producir; personas que buscan desesperadamente, dentro de una comunidad crispada, un retazo de ternura, una excusa mínima para no dormirse en el sueño eterno del olvido.
Mauro tiene un taller repleto de herramientas. Hasta una sierra ingleteadora tiene. Esto, según la lectura del Ministerio de Seguridad de la Nación, significa poseer un arsenal superior al secuestrado a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), en 2017, en territorio chubutense. ¡Mauro Huenchul está profesionalizado! Por lo tanto, no nos debería extrañar que el día de mañana Patricia Bullrich, expida una orden judicial para secuestrar taladros y escuadras de madera.
Mauro Huenchul vive a 460 kilómetros de distancia de la ciudad de Cushamen (Chubut), hogar de la familia Huala. Tanto a Mauro, como a la familia Huala, les cabe, por la fuerza, la misma figura jurídica: usurpación. A los Huala les secuestraron herramientas de trabajo, a Mauro y al colectivo cultural al que pertenece, 500 libros.
Mauro sigue sumando oficios, como muchas personas en la actualidad que tienen que realizar dos o tres labores a la vez para poder sobrevivir a la feroz represión económica que está padeciendo el país. Y a pesar de todo ese esfuerzo, compromiso y dedicación, lejos de recibir un reconocimiento por el municipio de Río Negro, Mauro es multado y judicializado. Primero por ser indio, después por intentar resguardar y proteger, nada más y nada menos que, una biblioteca popular.
El mensaje es trillado y apabullante a la vez. Las identidades y el conocimiento son el blanco de ataque. Con el guión de Jason en el poder, hemos vuelto –viviendo en el sur del mundo–, a la época del Ku Kux Klan. Una sentencia que se reafirma con la reciente asunción de Donald Trump, quien se muestra alineado política e ideológicamente con Javier Milei.
O se vuelve al pasado “para terminar el trabajo que inició Roca (como exigen heaters y tuiteros)” o, menos pretencioso, volvemos para reafirmar con contundencia que, como el pehuén, aún seguimos vivos.
Epu | Dos
“La criminalización es una estrategía política”
Una computadora, una pila de libros, un mate dentro de una taza, una buenofoye*, un taladro percutor, un lápiz de marcar, varios cinceles, retazos de madera y aserrín por toda la mesa de trabajo. La casa de Mauro parece ser la continuación de la Biblioteca de Cultura y Arte Popular La Estación. Un anexo. Mauro coloca el mismo entusiasmo dentro de su casa que dentro del espacio cultural que intenta sostener, a pesar de la persecución judicial. Esto es lo primero que percibo y reconozco mientras encastro la cámara en el trípode para comenzar la entrevista.
“¿Qué tipo de cultura se legitima en la ciudad? ¡Hay personas que no se sienten identificados con la cultura hegemónica! Hay una cultura que es válida y otra que no. La válida es la que tiene un vínculo con el municipio y la que no tiene un vínculo con el municipio no existe. Eso quedó muy evidenciado. Y como mucha gente necesita los recursos del municipio, por eso costó tanto que la gente se sumara al reclamo. Por el miedo a perder esos recursos, por el miedo a ser señalados, a perder el trabajo, a perder en el futuro un trabajo con recursos del municipio. Eso dificultó mucho que la gente se pronunciara abiertamente a favor de la biblioteca. Eso quedó muy evidenciado, y espero que haya servido para desnaturalizar lo que se vive acá. A veces se naturaliza que las familias pueden perpetuarse en el poder. En este caso la familia Soria. Se perpetúan en el poder y van transando con todos aquellos que se pueden poner en contra. De alguna forma u otra, logran un acuerdo y se terminan sacando la foto. Nosotros no queremos terminar sacándonos la foto con María Emilia (Soria). No queremos que esto se resuelva así, porque sería transar con la gente que nos está violentando hace un montón de tiempo. Y perdonarles un daño que ellos ya hicieron”.
El lunes 11 de marzo de 2024 el Municipio de General Roca, direccionado por Emilia Soria, ordenó el desalojo y vaciamiento de la Biblioteca de Cultura y Arte Popular La Estación, secuestrando material didáctico, impidiendo la permanencia de los integrantes de la organización y colocando una guardia policial que mantuvo gestos violentos y racistas desde el día uno. Por su parte, los medios locales, fieles voceros del municipio de turno, rápidamente salieron a validar las palabras de Soria, acusando nuevamente a una comunidad mapuche de usurpadora. Está vez le tocó a la comunidad Menoko Newen, un grupo de familias mapuche que asumieron la responsabilidad de transmitir los saberes ancestrales mapuche y la lengua (mapudungun) a las infancias, con la necesidad urgente de que sean ellos los que revaloricen su propia identidad como personas y sujetos históricos.
“El grupo Menoko Newen, si bien pudo transformar su tarea, no pudo mantener el trabajo con las niñeces. No queríamos involucrar a las niñeces en un ambiente tan simbólicamente violento. Estando la policía ahí no era seguro que las niñeces fueran a la biblioteca. A pesar de que nuestra intención era que las niñeces vuelvan habitar el espacio, reconstruir su historia –si es que así lo desean– y que sientan orgullo de reconocerse mapuche. Y que puedan decir algo de su cultura, también. Acá el trabajo de los docentes interculturales se está dando, pero no hay recursos y no hay un interés genuino. No hay un apoyo real y verdadero. Sabemos que siempre aparece el racismo que ya está en los docentes o en los directores”.
El delito comienza cuando un grupo de personas emprende el sendero de la autorregulación e independencia del Estado. El Estado siempre verá un potencial enemigo en esa actitud. Y haciendo una mirada en retrospectiva hacia el pasado, el Estado Nacional y provincial, nombra y menciona los espacios vacíos, sin habitantes, improductivos, como territorio fiscal. Pero las comunidades saben: eso que el Estado llama terreno fiscal es territorio usurpado a los pueblos preexistentes. Y es una discusión que ni la familia Soria, ni el Estado Nacional, ni la población está dispuesta a dar. Sin embargo, la exposición es tan inmensa como los brazos del Nahuel Huapi.
“En el centro está esto: si vos le das la mano al Estado o no, porque si nosotros reconocemos que ese espacio no nos está dando como comodato a este grupo, le estamos dando el poder de decir: ‘este territorio es de ustedes y nosotros estamos acá utilizándolo, pero es de ustedes’. Y nosotros queremos que se reconozca que ese espacio es de la gente que lo viene habitando hace (más de) doce años y tiene más derechos que un Estado que lo quiere utilizar para poner bicicletas o una oficina de turismo, con una mirada mercantilista, que no tiene en cuenta el valor cultural a la salud mental que tiene ese lugar, sino que es otro interés. Y eso es muy difícil que se reconozca”.
“La criminalización es una estrategia política”. En esta frase Mauro define el objetivo del municipio de Río Negro (el mismo del Comando Unificado Patagónico): sacarse de encima a los indios y las parias sociales que no aceptan comer de la mano del Estado, para continuar con el modelo extractivo-inmobiliario de la región. En definitiva, la oficina de turismo que se pretende instalar en la vieja estación, es para difundir las bondades turísticas de otros territorios en conflicto de la provincia, como son las pistas de sky de la ciudad de Bariloche, muy cerca de donde fusilaron a Rafael Nahuel Iem.
La puesta es, como ya advertí, cinematográfica, aunque también comunicacional. Por todos lados, y por los diferentes canales, es fundamental imponer las definiciones de “usurpación” y “peligro nacional”. Y como señala Mauro, el adoctrinamiento deviene de la dependencia coercitiva que ejerce la provincia de Río Negro con la población.
“El espacio de la biblioteca es un espacio cultural, intercultural y es un espacio de sostén de la salud mental de las personas que la habitamos también. Es un espacio de contención, es un refugio ante tanta violencia simbólica que hay en la sociedad. Cuando vos te encontras con pares que piensan relativamente como vos, te sentís más cómodo, te sentís más feliz, te sentís a salvo, te sentís acompañado. ¡Eso es salud mental! Y esa es la salud mental comunitaria que venimos hablando. Si no tuviéramos la biblioteca estaríamos padeciendo aún más lo que está pasando en el contexto nacional, provincial, local, porque la soledad es la alienación o la locura de sentirte solo, en sentir que nadie siente las cosas como vos, que tenga los mismos valores (o el mismo delirio). Te hace sentir que es todo al pedo, que nadie te entiende”.
No hay contención en nuestros hogares, no hay contención en los ámbitos educativos formales, no hay contención en la propia sociedad, tampoco lo habrá en los colectivos comunitarios. Esa es una sentencia firmada con sangre por parte del Estado Nacional. El miedo y la incertidumbre son dos formas de ejercer el poder. El intento de superación de estas debilidades podrá ser y serán criminalizadas.
La lucha es: crear espacios y puentes comunitarios para fortalecer las virtudes individuales y colectivas, como una forma de contrarrestar las diferentes estrategias de autodestrucción con la que se inmolan nuestros vecinos, compañeros de trabajo, colegas profesionales, taiñ pu peñi pu lanmgen*.
En la actualidad hay, junto a Mauro Huenchul, ocho personas imputadas de usurpación que esperan una respuesta viable y consecuente con el compromiso que han demostrado tener con un espacio cultural imprescindible para la ciudad.
Küla | Tres
“¡Esta persona está internada porque no puede volver a su territorio!”
Para concretar esta entrevista viajé dos veces desde Neuquén hacia la ciudad de Fiske Menuko. En ambos encuentros Mauro trazó ejes de interés específicos por los que se viene moviendo hace más de diez años: autonomía comunitaria, identidades (ancestrales y disidentes) y salud mental. En cada uno de los encuentros fui seleccionando frases y sentencias, recuerdos y anécdotas. Frases y autores que fueron moldeando la mirada de Mauro Huenchul. Un autorretrato de su mirada comprometida.
“Lo mío era lo mental. Cuando llegué acá quise formarme en otros oficios, porque yo había aprendido algo de carpintería, había aprendido a coser, y la búsqueda era esa: la búsqueda de autonomía y la sustentación propia. Y acá empiezo a pensar más relacionado a las comunidades originarias (pueblo mapuche) y me doy cuenta cómo lo concibe otra gente porque no estaba el conflicto instalado, no hablamos de eso. Yo cuando llegué acá pensaba: ‘necesito encontrar mi comunidad’. ¿Dónde voy a hacer comunidad yo? Incluso con la idea de (recuperar) un territorio”.
Una de las preguntas fundamentales para entender qué es lo que significa la biblioteca y cómo llegó Mauro a ese espacio, tiene que ver justamente con la transición y el proceso de reconstrucción identitaria que inició, primero en La Plata y luego en Fiske Menuko. Como muchos jóvenes mapuche, Mauro fue moviéndose al tanteo, encontrando pistas y premisas que lo hacían sospechar de que existía otra cosmovisión de mundo, diferente a la que le había inculcado la escuela y la universidad. “Acá me acerqué a la feria ‘Volviendo a las raíces’ que estaba en el andén. Parecía que era justo el espacio que estaba buscando”. Inconscientemente Mauro tenía presente las primeras palabras en mapudungun que había escuchado salir de la boca de su padre. El pasado siempre lo acompañó.
“Arturo Phillips, psiquiatra platense, había tenido una experiencia en Carmen de Patagones, convocando a una machi a su equipo de trabajo, dado que había un paciente que tenía raíces mapuche y que estaba en un estado de depresión tal que se estaba por morir. ¡No comía nada! Y como último recurso decidió llevar a la machi porque ya no sabía qué hacer. Llevaron al paciente en camilla hasta donde estaba la machi. Se quedaron solos, la machi y la persona. Y después, al poco tiempo, vieron como salía caminando por sus propios medios el paciente. ¡No lo podían creer!”
Mauro ha ido tallando, como un artesano, una hipótesis de trabajo e investigación, en donde se unen la salud mental con la espiritualidad mapuche; los textos de Pichón Riviere se entrecruzan con el feyentun* mapuche, un mundo desconocido y prejuicioso, para el pensamiento occidental antropocéntrico. Mauro intuye y argumenta como si tratara de una revelación: “¡Esta persona está internada porque no puede volver a su territorio!” La observación no es deliberada, ni descontextualizada, surge del ejercicio constante de transitar los pasillos del Hospital Melchor Romero. Y fundamentalmente surge de la propia experiencia de sentirse migrante o foráneo entre la propia gente cercana, algo muy recurrente entre personas pertenecientes al pueblo mapuche-tehuelche que intentan hacer pie con su identidad dentro de una sociedad que constantemente y por todos los wing fomenta las identidades y los saberes europeos, ¿Cómo no sentirse ajeno, alienando, desencajado, en una sociedad así? ¿Cómo no ser amigo de lo abstracto o dirigir la búsqueda identitaria y de pertenencia hacia movimientos y colectivos como el punk, el dadaísmo, el surrealismo o el ateísmo religioso?
“Yo siempre fui muy racionalista: lo que me parece que no tiene sustento, no lo creo. Por eso también en las ceremonias mapuche, yo me sentía un poco incómodo: hay una espiritualidad ahí que no se puede generar en un solo encuentro, sino que también es una forma de crianza y un vínculo permanente con la espiritualidad. Leí este libro de cómo está machi intervenía en la salud mental de las personas y ahí empecé a ver otros autores. No muchos, pero hay otros autores que hablan de eso. Ellos hablan de chamanismo: cómo diferentes comunidades atienden la salud mental. Aunque sigue siendo académico (está expropiado), llega a la academia y ahí se empieza a investigar, pero ya tenía miles de años todo ese conocimiento. Y a uno le llega ahora, uno se empieza a dar cuenta que hay otras personas que están interesadas en eso, que también han estudiado, que han explorado. Y ahí también se comienza a romper mi concepción más racionalista de la salud mental y empieza a entrar lo espiritual. Y aunque suene sonso ver a un psiquiatra que creía en una machi, me hizo replantearme a mí, ¿por qué no estoy yo creyendo en la machi si el psiquiatra sí cree?”.
¿Cómo abordar el desequilibrio espiritual de una persona en función de lo que sucede en el territorio que lo alberga, si en la lengua española –que nos impusieron para hablar– no existe un concepto o definición o corriente epistémica que plasme este diálogo universal?
El silencio mestizo no se reproduce en el aula, nace en el aula. Es el sello distintivo, nítido y contundente de la evangelización colonial que operó y sigue operando en nuestras mentes atrofiadas con tanto antropocentrismo.
Meli | Cuatro
Libro revelación
“Tanto la locura como el desconocimiento de la historia argentina (la parte de la cultura originaria) para mi tenía que ver con la educación que se daba desde niño. En la etapa más importante que es la de la adolescencia, era donde yo me sentía más cómodo. ‘¡Estaría bueno ir al secundario!’, me planteaba. Ahí un montón de pibes tienen que ir sí o sí a ese espacio. Y tratar de deconstruir todos esos prejuicios que hay con respecto a la locura y con respecto a la historia argentina. Así que siempre que di clases iba por ahí mi intención. Yo podía, por ejemplo, dar clases de filosofía. Sin embargo, nunca tomé a los filósofos europeos y clásicos de referencia, trataba de transmitir la cosmovisión mapuche como una forma de filosofía, como una forma de pensamiento. Y transmitía eso: acá en este territorio, hay una forma de pensamiento”.
Para Mauro, el camino de la verdad siempre estuvo sostenido por los libros, ese artefacto analógico que sigue sobreviviendo a pesar de la IA, las impresoras en 3D y los robots que amenazan facilitar la elaboración de otros artificios más superfluos que los propios robots. El libro sigue sobreviviendo al capitalismo voraz. El libro, así como el mapuche, se pueden leer con las mismas cualidades: permanencia, conocimiento, antigüedad, peligro. Un libro repleto de sabiduría es tan peligroso como un mapuche consciente de la importancia del agua y de la ubicación de su territorio usurpado. Algo de eso –seguro– habrá intuido Mauro para que en la década del 2000, en pleno auge del neoliberalismo, hubiera elegido seguir el camino sinuoso de los libros. Primero fue uno específico, el que le reveló, contradictoriamente, que existía una forma (miles) de conocimiento que no está desplegado en su totalidad dentro de las hojas de un libro. Luego ese único libro revelación se convirtió en 500; y esos 500 en una causa por usurpación. La historia de cualquier mapuche consciente que intenta defender el kimün* de sus antepasados en la ciudad.
El testimonio de Mauro Huenchul es un viaje de transformación personal con respecto a la noción de conocimiento, la figura del libro (como fundamento intelectual) y la paradoja de comprender que existe una cosmovisión que no está desplegada en los libros.
¿Quién puede ser el destinatario de este testimonio? ¿Una joven que está buscando su identidad en la ciudad? ¿Una persona que intenta sostener un espacio cultural y colectivo en un territorio pretendido por el negocio extractivo? ¿Un lector que intenta difundir la importancia de la literatura a una población absorbida por la suntuosidad material del capitalismo? ¿Un adolescente que busca desesperadamente un camino que le permita transformarse en comunión con la transformación de otros pares? ¿Un joven adulto que se disputa entre el encierro y la alienación cotidiana del trabajo sin sentido?
“En la universidad te tiran la frase de que la salud mental está relacionada con ‘el amor y el trabajo’. Son dos pilares que dice Freud (Sigmund) y que uno puede identificar en todas las culturas. Cuando uno tiene un trabajo (en lo occidental está muy vinculado con lo asalariado) hay cierta estabilidad, cierta paz mental. Y siempre va de la mano de algún vínculo social, interacción social. Así que sí, yo lo venia pensando en ese sentido, de cómo las personas que se sienten incluidas en una comunidad, que tiene un lugar, haciendo algún tipo de labor, participando, poniendo su granito de arena, sostienen la salud mental. Cuando eso no existe, la persona empieza a quedar sola. No tiene qué aportar o es echado porque siente que no aporta, como es el loco, que a veces ni siquiera le interesa trabajar. Eso genera angustia. Eso fue algo que se repensó mucho en los grupos de trabajo de salud mental porque se apuntaba siempre a esto: la persona tiene que tener un lugar y hacer un trabajo. Y si no se conseguía eso era como que había fracasado el plan de trabajo de salud mental de esa persona”.
Kechu | Cinco
Juntarse a tomar mate para compartir un juego o confesar una aflicción, está subvalorado, invalidado como una práctica institucional-educativa-formativa. Sin embargo, en los ámbitos de encierro y en los hospicios hospitalarios, los talleristas y usuarios saben que es en esa instancia donde se contagia y expone la comprensión y el acompañamiento como propuesta pedagógica, donde se potencian las individualidades y, fundamentalmente, donde se reconstruye el autoestima destruida, vapuleada, cascoteada como si el bienestar de una persona fuera un mal hereje irreproducible a destruir.
“En lo ancestral –aunque se pase uno de límites y lo romantice demasiado–, su funcionamiento mismo crea un ambiente de salud comunitaria. No hay, por lo menos que yo sepa, un montón de enfermedades o manicomios en las culturas originarias. Todas las personas tienen un lugar. ¡Y tampoco hay que irse a lo ancestral para verlo! En los pueblos más chicos, el loco del pueblo tiene un lugar. No porque está loco se lo estigmatiza como violento, que son ideas que circulan más en otros estratos sociales o en sociedades más grandes, pero por mi experiencia en el manicomio pasaba eso, que la locura estaba relacionada a lo terrorífico, a algo que te puede hacer daño y aunque sí, muchas veces pasa, la locura está ligada a lo violento. Nuestro trabajo fuera de la institución era terminar con ese prejuicio, porque es lo que sostiene a los locos dentro de los manicomios. Y mucha de la gente que quiso salir del manicomio tuvo que volverse por el miedo que les tienen, cómo los miran, como los discriminan. Se siente, se sufre un montón. Era ver que su identidad se había formado dentro del neuropsiquiátrico y ya había sido acogido por el lugar. ¡Tenía un lugar para esa persona! Por más que era super denigrante a veces el lugar que tenía, por lo menos tenía un lugar. Era el lugar donde, por ejemplo, lavaba los autos a los psiquiatras o a los enfermeros. Y ahí ya tenía un laburo, tenía un lugar. Afuera ni siquiera tenía eso. Entonces, era entendible que la gente volviera a la institución, porque no encontraba un lugar afuera. Era un problema habitacional también, porque nadie les quería alquilar la casa, porque tenían miedo de que las quemen o que les pase algo. Toda esa discriminación se siente afuera”.
El terror que propagan los regímenes neofascistas consiste en dejar aislada a la persona de todas las prerrogativas humanas: comer alimentos sanos, tener accesibilidad al agua limpia (libre de agrotóxicos y metales pesados), descansar en un hogar apacible, realizar una labor que la retroalimente psíquica y espiritualmente, colaborar con el desarrollo de una comunidad autosustentable.
El no lugar conduce al hospital, un hospicio neuropsiquiátrico, el cementerio, el destierro perpetuo.
No poder poner en palabras esa congoja que nos comprime y suprime de la vida social, nos convierte en entes alienados, en sociedades donde la empatía es incentivada sólo cuando se monetiza o es transmitida por streaming en HD.
¿Acaso los espacios institucionales tienen la capacidad y misión de abordar este silencio (mestizo)?
El mapuche desaparecido (NN) vive en esa condición de tensión e incertidumbre constante: no tiene patria, ni nación. No tiene techo, ni territorio. Existe, pero no puede ser. Vive en la impostura de no poder desarrollar plenamente sus facultades psíquicas y espirituales. Vive cercenado y coartado. Su lengua, como su capital simbólico, son recompensa de caza: si pueden ser vendibles al Estado o una empresa, son visibles, si no el sello de usurpadores llegará como un mandamiento católico, como justicia divina, como un disparo impune por la espalda.
Kayu | Seis
«Yo estaba alienado porque no tenía un vínculo con mis raíces»
La transformación de un manual estigmatizante (como puede ser un libro de antropología criminal) en un proyecto cultural colectivo en donde el foco es el abordaje integral de la salud de una persona, es de una inmensidad admirable: ante nuestros ojos, un lago de deshielo. Ese es el proyecto vivo y en movimiento que intenta acompañar Mauro Huenchul, justamente en una de las ciudades más estigmatizantes del país, a la que le da nombre un asesino y torturador impune como Julio Argentino Roca, el mismo militar que permitió y avaló los zoológicos humanos.
¿Se intenta construir comunidad en las sociedades actuales? ¿Tiene algún valor saber cómo está la persona de al lado, preocuparnos por si hoy comió o está salteando comidas? ¿Intentar juntarnos como comunidad para solucionar lo que le está pasando (como sucedió en pandemia en donde se mostraron gestos de empatía y cooperación como así también denuncias públicas para imponer la autoconservación y la exclusión de las personas posiblemente contagiadas o enfermas de COVID)? ¿O pretendemos ser comunidad únicamente si nos desarrollamos individualmente, obviando si el resto de las personas de nuestro entorno se quedan agónicos en las escaleras del desarrollo?
“Pensarse comunidad es muy difícil para mucha gente. A mí me sale porque es una preocupación que tuve siempre; siempre me estoy pensando en función de eso. Obviamente que tengo mis momentos de egoísmo o de querer estar solo, pero la soledad es en función de volver después a una comunidad, estar bien uno, pensarse uno, en contacto con una comunidad”.
El camino de restitución o recuperación identitaria es extenso e interminable, nos acompaña hasta el último día de nuestras vidas. Eso lo sabe todo mapuche consciente. Y ese camino o proceso de transformación y deconstrucción es tan diverso y particular, como diversos y particulares son los territorios que existen. Por eso, conocer testimonios directos de personas que transitan estos procesos –que generalmente se dan en las ciudades con personas que no se han criado en comunidades mapuche– nos permite desarmar diferentes preconceptos, estereotipos y mitos en relación a la identidad mapuche en la ciudad.
Reivindicar la identidad preexistente significa volver al pasado más profundo de este territorio. ¡No es tarea fácil! Hundirse en el centro de la historia para zurcir con los dedos agrietados la herida mapuche, la historia esparcida en el territorio de un pueblo mutilado, aunque presente en cada uno de los rostros de los niños que son perseguidos en los cerros o expulsados de los centros de formación comunitarios. Siempre por la policía, siempre en contra del mapuche. Quizás un día la frase se invierta, quizás un día la ciudadanía de anime a reconocer (en vez de criminalizar) el extenso y laborioso camino que ha trazado Mauro Huenchul en nombre de su propia identidad, la de su familia y la de otras personas cercanas que crecen a su lado viendo la dignidad de sus pasos.
- buenofoye: bandera mapuche
- taiñ pu peñi pu lanmgen: nuestros hermanos y hermanas
- feyentun: espiritualidad
- wing: término futbolero (inglés) que significa lateral
- kimün: conocimiento