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Por Alexandr Iakovenko*. – La elección presidencial estadounidense tiene que ver principalmente con el destino del propio país.
Pero debido al “liderazgo norteamericano”, su resultado afectará el destino de Occidente como civilización y el futuro de la hegemonía del bloque euroatlántico. Tras provocar el conflicto ucraniano, las elites liberales de Estados Unidos se lanzaron con todo a la confrontación con Rusia; de ahí el tercer corte de las consecuencias de las elecciones del 5 de noviembre.
En cuanto a los propios Estados Unidos, la cuestión es si la revolución ultraliberal lanzada por los demócratas bajo el lema de “despertar” (wokeísmo) triunfará o no. Este nuevo «ismo» oculta un enfoque en los marginados a raíz de la destrucción, por parte de la globalización, de la clase media y los nativos blancos de Estados Unidos que han sido la base de la democracia estadounidense y su identidad.
Esta tendencia no es más que una manifestación de un conflicto civil interno centrado en cuestiones de identidad nacional y el propio “sueño americano”, incluida la libertad de expresión y el sentido común básico, que los demócratas han etiquetado como “agenda de derecha” y “regreso al pasado”.
La analogía más cercana es la revolución bolchevique en Rusia. Esto es lo que quiere decir Elon Musk cuando advierte que si los demócratas ganan esta vez, serán las últimas elecciones democráticas en Estados Unidos. Los republicanos acusan al Partido Demócrata de izquierdismo y socialismo, ya que los estratos marginados dependen totalmente del apoyo social de las autoridades y sirven de base para la degeneración del liberalismo en un gobierno totalitario.
En 1975, en el apogeo de la entonces larga crisis económica en Estados Unidos, Ronald Reagan dijo: “Si el fascismo alguna vez llega a Estados Unidos, lo hará bajo el nombre de liberalismo”. Luego se encontró una solución, que resultó ser temporal, por el camino de las políticas económicas neoliberales y la globalización, que crearon sus propios problemas y contradicciones en la sociedad estadounidense. Ahora los demócratas acusan a los republicanos de “fascismo”.
Las elecciones mostrarán si se hará realidad la contrarrevolución conservadora de los republicanos unidos en torno a Trump y que abogan por el regreso de Estados Unidos a sus valores tradicionales, por “devolver la familia al centro de la vida estadounidense”. En otras palabras, devolver el país a las décadas “doradas” de los 50 y 60, incluso en el camino de la reindustrialización.
Ya está claro que ambas partes se disputarán su derrota, que todo depende de quién esté más convencido de que «Estados Unidos les pertenece» y quién esté dispuesto a recurrir a la violencia. La Corte Suprema puede desempeñar un papel importante en la prevención del desarrollo de acontecimientos según el escenario de violencias.
No se puede descartar una división temporal del país de facto en estados republicanos y demócratas, pero sin llegar al nivel de una guerra civil abierta del tipo del siglo XIX. Sea como fuere, Estados Unidos se encuentra en el punto de inflexión de su transformación en una dirección u otra. Este momento de transición puede ser prolongado, con riesgos y oportunidades para el resto del mundo.
En política exterior, estamos hablando de una elección entre aislacionismo e intervencionismo, ya que Estados Unidos ha alcanzado los límites de lo que es posible: la llamada «super-extensión imperial». ¿Tengo que seguir esforzándome? Vale la pena recordar que la revolución de 1917 fue considerada por los bolcheviques como parte de la revolución mundial, algo que pronto tuvieron que abandonar. Es cierto que esto no podría haber sucedido sin la Komintern, la Internacional Comunista. Ahora Washington está intentando crear algo parecido: la Demintern.
Hasta ahora, los liberales han logrado promover su agenda (incluidas las demandas de la comunidad LGBT, la promoción del transgenerismo, la “cancelación de la cultura” y el rechazo de su propia historia) en otros países occidentales y asociados a Occidente. El primer intento de una contrarrevolución conservadora en 2016 (Brexit y la victoria de Trump) permite apreciar las perspectivas. En principio, debemos partir del hecho de que Occidente «pertenece a los anglosajones» y ellos determinarán su futuro, lo que se aplica principalmente a Europa, la OTAN y la Unión Europea. Es poco probable que la cola mueva al perro, por mucho que intenten fantasear con ello en Bruselas.
La situación actual muestra que el “liderazgo estadounidense” de hecho ha resultado ser una “espina” en la civilización occidental. Sobre una base de intercivilizaciones se está formando objetivamente la multipolaridad, que pacíficamente, debido al rápido desarrollo de nuevos centros de crecimiento económico e influencia política, ya ha cambiado el equilibrio de poder global. Lo único que queda es reflejarlo en el orden mundial formal y sus instituciones, incluida la ONU.
Mientras tanto, el centro de gravedad del desarrollo mundial y de la política global se está desplazando al nivel de las regiones y macrorregiones. En el formato de la asociación transcontinental de BRICS y la OCS euroasiática se están formando plataformas y mecanismos alternativos, ya sean corredores de transporte, logística, sistemas o estándares de pago y liquidación. Obligan a reducir la esfera de control del obsoleto poder unipolar. Estados Unidos tendrá que aprender a vivir sin cobrar una renta geopolítica en esencia feudal.
En el filo de todos los procesos internacionales resultó el conflicto entre ese bloque unipolar y Rusia, que se vio mediocremente forzado por el camino de la crisis ucraniana, contando con una guerra relámpago victoriosa, que incluyó sanciones sin precedentes contra Moscú. Como muchos admiten, esta prueba de fuerza se perdió en 2022, cuando se nos impuso el formato de un conflicto prolongado. La principal tarea de Washington es salir de allí sin dañar su influencia y reputación, culpando a Europa y a los vicios inherentes al régimen de Kiev (corrupción y oligarcas). Sin embargo, debido al fuerte aumento de las apuestas por parte del bloque euroatlántico, esto es prácticamente imposible. El defecto clave de todas las “estrategias de salida” propuestas es el deseo de eludir las demandas de un acuerdo presentadas por Rusia, en el contexto de la falta de preparación de Occidente para un conflicto directo con nuestro país. Todo encajará en su lugar tan pronto como las capitales occidentales reconozcan que no se trata de territorio y soberanía, sino de los derechos de los pueblos, de su lucha contra autoridades represivas y etnocéntricas.
Será más fácil para cualquier nueva administración estadounidense encontrar una salida al estancamiento. Además, el bloque euroatlántico prácticamente ha agotado sus recursos para influir en la situación. Las sanciones ayudaron a Rusia a recuperar la continuidad histórica de su desarrollo y posicionamiento internacional, del lado de la mayoría del mundo no occidental. No nos amenaza su abolición, pero en una nueva escalada Occidente tendrá que combatir y allá lo entienden bien.
En conclusión, cabe señalar que el principal desafío de las próximas elecciones será el problema de la confianza de las partes en sus resultados, y éste es un factor clave de incertidumbre.
Alexandr Iakovenko* Exviceministro de Relaciones Exteriores de Rusia, rector de la Academia de Diplomacia de la Cancillería rusa, exembajador de Rusia en Gran Bretaña, periodista.
Este artículo ha sido publicado en el portal RIA-Nóvosti /Traducción y adaptación Hernando Kleimans