Los análisis de la derrota de Kamala Harris a menudo carecen de profundidad y no abordan el trasfondo social más amplio en juego. Su derrota se debió principalmente al doble reto de ser mujer y persona de color, dos identidades que amplificaron los obstáculos a los que se enfrentaba. Vale la pena recordar que Hillary Clinton se encontró con un obstáculo similar durante su campaña presidencial de 2016.

La discriminación sigue siendo un problema acuciante y por resolver y, sin duda, la mayor amenaza existencial de la humanidad. Su impacto supera incluso al del cambio climático y las armas nucleares, ya que las prácticas discriminatorias son la causa fundamental de estas crisis mundiales.

Hace unos días, Politico publicó un artículo titulado «No Sex, No Dating, No Babies, No Marriage: How the 4B Movement Could Change America», que analiza una campaña feminista radical que comenzó en Corea del Sur a finales de la década de 2010. El movimiento surgió en respuesta a la creciente desigualdad de género y la violencia contra las mujeres en Corea del Sur, un país con una de las mayores diferencias salariales entre hombres y mujeres del mundo y un preocupante aumento de los asesinatos de mujeres con violencia. Desde entonces, el movimiento ha cobrado impulso en Estados Unidos, especialmente tras la presidencia de Donald Trump, lo que subraya la persistencia de problemas sistémicos en todo el mundo.

En una entrevista con la BBC, Malala Yousafzai declaró: *»Nunca imaginé que los derechos de la mujer se perderían tan fácilmente »*. Su voz amplifica la lucha de las mujeres afganas, cuyas libertades han sido sistemáticamente desmanteladas desde la vuelta de los talibanes al poder. En pocos años, las restricciones han llegado a tales extremos que incluso cantar les está prohibido a las mujeres.

Del mismo modo, un informe reciente en Brasil destaca que «la violencia contra las mujeres es un fenómeno que afecta a mujeres de todas las clases sociales, razas y edades.» Según el Anuario de Seguridad Pública (FBSP, 2023), las amenazas de violencia doméstica contra las mujeres han aumentado en Brasil un 7,2%, los casos de agresión física vinculados a la violencia doméstica un 2,9% y las órdenes de protección de emergencia un 13,7%.

Históricamente, las mujeres han sido relegadas a papeles subordinados, tratadas como propiedad u objeto de control, ya sea por la sociedad, la familia o la pareja. Este legado persiste en la actualidad. En Estados Unidos, por ejemplo, el acceso a la atención sanitaria reproductiva ha sufrido crecientes retrocesos legales y políticos, sobre todo tras la decisión del Tribunal Supremo de anular *Roe contra Wade*.

Sin embargo, la discriminación no se limita al género. Impregna casi todas las facetas de la sociedad, apuntalando conflictos, explotación política y desigualdades sistémicas en materias de inmigración, economía, sanidad y educación. Consideremos estos ejemplos:

  • La esclavitud y el colonialismo fueron impulsados por ideologías discriminadoras.
  • La Segunda Guerra Mundial fue alimentada por creencias supremacistas.
  • El éxito político de Donald Trump se basa en la discriminación, y millones de personas se identifican con ella.
  • El conflicto entre Israel y Palestina está profundamente arraigado en una discriminación mutua que se remonta a milenios.
  • La crisis migratoria es fundamentalmente una manifestación de discriminación.
  • La negativa de la Iglesia Católica a ordenar mujeres sacerdotes se basa en la discriminación.
  • Podría decirse que incluso la lógica del capitalismo se nutre de la discriminación sistémica.

La reconciliación es imposible sin comprender primero la naturaleza omnipresente de la discriminación. Y sin reconciliación, no puede haber Nación Humana Universal. El futuro de la humanidad depende de nuestra capacidad para trascender este concepto primitivo.

Para ello, debemos desarrollar una profunda conciencia colectiva de la discriminación y comprometernos a desmantelarla en todas sus formas. Aplicar la Regla de Oro («trata a los demás como quieres que te traten a ti») es un punto de partida fundamental. Este principio universal, presente en casi todas las religiones y culturas, nos insta a actuar con amabilidad y respeto hacia los demás. Adoptando esta ética, podemos empezar a derribar las estructuras de discriminación y construir un mundo más integrador y compasivo.

 

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen