En este momento, no quiero centrarme en quién tiene la culpa de la trágica reelección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Mientras los políticos debaten cómo realinear sus plataformas ideológicas, la comunidad migrante debe prepararse para defenderse. Muchos creen que la promesa de Trump de deportar a 20 millones de personas es, como muchas de sus promesas, imposible de cumplir. Es cierto que una deportación masiva enfrentará obstáculos significativos. Pero debemos considerar lo siguiente:

Primero, entre todas las promesas que hizo Donald Trump, la deportación es la más tangible. No puede arreglar la economía. Los economistas han afirmado que sus aranceles probablemente aumentarán la inflación. No traerá la paz al Medio Oriente; en su lugar, le dará un cheque en blanco a Netanyahu para hacer lo que desee en Gaza y el Líbano. No detendrá las inundaciones, los huracanes o los incendios forestales, aunque muchos lo ven como un Mesías. Por el contrario, sus políticas pueden profundizar los problemas que enfrentamos con el cambio climático. Pero hay algo que sí puede hacer: usar a la comunidad migrante como chivo expiatorio de todos los problemas que enfrenta EE.UU. Canalizar la ira y frustración causada por sus futuras políticas es su mejor opción para justificar su reelección. No pondrá pan sobre la mesa, pero cuando tu vecino sea detenido en un centro de migración, parecerá que una promesa se ha cumplido.

Segundo, EE.UU. ha hecho esto antes, dos veces de hecho. Eisenhower organizó la Operación Wetback, una operación de estilo militar que deportó a más de un millón de personas entre el 9 de junio y el 18 de septiembre de 1955. Antes de eso, durante la Gran Depresión, hubo la Repatriación Mexicana, que expulsó a alrededor de dos millones de personas. Esto fue llevado a cabo por autoridades locales y entidades privadas mientras el gobierno federal se hacía el de a vista gorda. Muchos podrían decir que fue en los años 30 y que no sucederá de nuevo. Pero recuerda que el gobernador de Texas, Greg Abbott, firmó una ley que convierte la inmigración ilegal en un delito estatal, por ejemplo. No olvides otra de las promesas de Trump: «Vamos a devolver el poder a nuestra policía y les daremos inmunidad frente a cualquier responsabilidad criminal«. Además, la promesa de terminar con las ciudades santuario, donde los oficiales de policía no pueden reportar a alguien a las autoridades de migración, allana el camino para deportaciones masivas. Entonces, en ese caso, si un oficial de policía decide deportar a alguien a su antojo, ¿será responsable o castigado? Como sucedió con las repatriaciones en los años 30, la respuesta es no. El movimiento antiinmigrante ahora tiene un presidente dispuesto a crear el marco legal para que la policía, las autoridades locales y, posiblemente, incluso el ejército, expulsen personas al más puro estilo de Eisenhower.

No podemos permitir que se lleven a nuestros amigos, esposos, esposas, padres, hijos, empleados, empleadores y estudiantes. No podemos permitir que nos arranquen nuestras vidas. Debemos defender a nuestra gente. Para muchos, la deportación es una sentencia de muerte. La administración de Biden ya ha enviado varios vuelos de haitianos de regreso al infierno. Puerto Príncipe está en manos de pandillas, y el gobierno haitiano no puede proteger a aquellos que llegan sin nada. Parece que el Primer Ministro Garry Conille simplemente está recibiendo a sus ciudadanos solo para lanzarlos a las pandillas hambrientas, que, como una jauría de perros hambrientos, los despedazarán. Esto sucede porque lo permitimos. El gobierno de Haití no tiene que cooperar con las deportaciones. Haití podría simplemente negarse a aceptar a sus ciudadanos. Ningún gobierno está obligado a participar en el malvado plan de Trump para deportar a 20 millones de personas.

Durante la primera administración de Trump, aprendimos que no respeta el derecho internacional; vimos que no tiene consideración por los derechos humanos; presenciamos su falta de la más mínima compasión. Apelar a estos valores ahora es una pérdida de tiempo. Debemos utilizar todos los esfuerzos para hacer que sus planes sean imposibles. Nosotros, como ciudadanos de Brasil, México, Venezuela, Colombia, Guatemala y Haití, debemos exigir que nuestros gobiernos se nieguen a cooperar con el plan de deportación de Trump.

Las consecuencias económicas y sociales de recibir a cientos de miles de deportados son devastadoras. Muchos deportados mantienen a sus familias en sus países de origen. Llegarán sin trabajo a países donde sus familias hambrientas los esperan. Y si no tienen familias, nuestros países enfrentarán problemas adicionales como proporcionar vivienda y atención médica. Esto es para adultos. Ahora imagina a un niño—o a miles de ellos—siendo deportados.

Si se deporta a millones, imagina la explosión de criminalidad. Sería imprudente aceptar a cientos de miles de personas sin proporcionarles condiciones de vida significativas, sin ningún futuro, sabiendo lo que sucedió con las Maras. En los años 90, la represión contra las pandillas en Los Ángeles y la eventual deportación de sus miembros a El Salvador dio origen a las pandillas MS-13 y la Calle 18, por ejemplo.

Necesitamos comenzar una campaña para presionar a nuestros gobiernos para que detengan las deportaciones y para presionar a la administración de Biden para que asegure tantas protecciones como sea posible antes de que Trump tome el cargo en enero. El momento de actuar es ahora.

No podemos esperar a que una migaja de compasión caiga desde la Casa Blanca de Donald Trump. Él disfrutará de su banquete, y tú no estarás invitado; en su lugar, te quitarán el pan de la mesa. No podemos contar con actos de bondad aleatorios de su parte, ni con milagros de Dios. Muchos votantes creen que fue Dios quien inclinó la balanza a favor de Trump. Para ellos, tú representas el mal y él  el Mesías. Piensa de qué lado se pondrá tu iglesia. El pastor que supuestamente reza por ti, pero que votó por Donald Trump, emitió ese voto para que te deportaran junto con millones de personas indocumentadas.

Prepárate para lo peor: ahorra dinero, organiza a tus vecinos, busca aliados, escribe cartas y peticiones a nuestros gobiernos y a la administración de Biden, aprende cómo mantenerte a salvo de la deportación, mantente informado, pero, sobre todo, levanta el puño y alístate. No tienes nada más que perder.