Llevo días enteros buscando un objeto y aunque estoy absolutamente segura de que está en mi casa, ya empiezo a hacerme a la idea de que no voy a encontrarlo. Es pequeño y puede estar en cualquier lado, como las ideas, la fe o las expectativas, como cualquier cosa, persona o sentimiento que no se ve más, y se pierde, se desvanece en algún lugar.

Los enigmas existen porque los inventamos y están hechos de la misma naturaleza nuestra, tienen nuestro talle y calzan perfecto para cualquier momento histórico y biográfico. No hay absolutamente nada, por más misterioso que parezca, que no esté hecho a nuestra imagen y semejanza, así como dios nos creó a nosotros, así como nosotros creamos a ese dios. Carl Sagan en su genialidad inaudita supo mostrarnos de qué se tratan los enigmas. Yo, una señora que trata de dejar las harinas y toma vino viendo partidos de fútbol, me invento los míos, básicos, insulsos, repletos de pensamiento mágico y carentes de la más mínima comprobación empírica. Pienso en el aura de las cosas, es ese pequeño objeto y no en otro, aunque sea uno igual. El que perdí de vista es el que me arde y me urge. ¿O quizá ya no? ¿Será posible que no lo encuentre porque ya no lo necesito más? Y entonces, en esa probabilidad que empieza a abrirse paso con la rendición, reconozco el lugar en el que nos encontramos con nuestras más grandes limitaciones y miedos: no encontrarlo implica soltarlo. Tiemblo. No hay nada más humano y melancólico que buscar.

La falta, el olvido y la duda sobre uno mismo confluyen en la búsqueda de un objeto que no está perdido, tan sólo refundido. Perder es otra cosa y es, en última instancia, aceptar, qué cosa subjetiva y complicada. Correr el riesgo de aceptar la realidad es, en definitiva, admitir que hubo promesas no cumplidas.

Vivimos buscando cosas sin saberlo, desde las llaves y el control remoto hasta el amor. Pienso en la sumatoria de horas en la vida de cualquier persona dedicadas a buscar cosas. Cuánta energía vital nos lleva la búsqueda y cuan poca reflexión nos lleva el hallazgo. Pienso también que buscar en una gran entretención desprovista de toda profundidad, porque una cosa es estar entretenido y otra es estar despierto. Y las cosas cuando son buscadas y anheladas adquieren el valor de talismán.  La vida es en realidad una permanente búsqueda y no un encuentro, nuestras búsquedas son casas embrujadas con espantos de todos los tiempos.

Llevo días buscando ese objeto, recorriendo mi memoria y el camino hacia atrás, volviendo al paso a paso de cómo hice, cómo me moví y por dónde pasé. Tengo la sensación de que al separar ese objeto de mi cuerpo conjuré mi atención y me lo escondí a mí misma. Me pregunto entonces para qué, y me da vértigo entender todo lo que uno descubre cuando busca otra cosa.

He decidido dejar de buscarlo y como soy una mortal humana llena de miedos y gallardas inseguridades, quiero que sea él el que me encuentre a mí, que me sorprenda, del mismo modo en que lo hacen los milagros, el amor y la decepción.