Javier Belda.

De entrada, me cuesta ver que los imperios sean algo bueno. Nací en los años 60, mis referentes culturales fueron el Che Guevara y Jim Morrison; esta disparidad concurría y se integraba en el concierto a cielo abierto, como en San Francisco 1967, solo que en España en los 80; es decir, con aroma a morcillas y cannabis.

Toda una generación con este lío interno entre el militante comprometido con la causa y un ser interno agitado, lanzado a la búsqueda de la abstracción y la complejidad.

Los recuerdos idealizados de la juventud ya pasaron; la lente distorsionada de la memoria me los presenta con fascinación, pero el tono de estas etapas depende más del presente que del pasado.

¿Qué tiene que ver el dichoso imperio español con mi vida? Nada, aparentemente; solo es una entelequia: lo que imaginamos sobre cómo fueron las cosas, según lo que necesitemos proyectar en el momento vital actual.

Entonces uno se dice: «esta es mi sensibilidad generacional»; es tal la identificación que resulta incómodo tratar de desacomodarse. Pero, ¿por qué no habríamos de poder escuchar los distintos relatos sobre los hechos históricos? Nada malo pasa por poner un poco de atención a los argumentos de los demás.

Diferentes narrativas

Relato 1

«Ni genocidas ni esclavistas; fueron héroes y santos», es el mensaje que se lee bajo un enorme «1492» en los carteles que han levantado la polémica en alguna ciudad española.

«Los territorios americanos no eran colonias, sino virreinatos», postulan los defensores del antiguo imperio. Además, los nativos americanos estaban sometidos a la dominación de determinadas etnias crueles; necesitaban un impulso civilizatorio. Sin la complicidad de los nativos, difícilmente unos pocos centenares de colonos llegados desde muy lejos en pequeños barcos habrían podido conquistar nada.

No hubo destrucción cultural, porque en toda Latinoamérica hay 140 sitios patrimonio de la humanidad y, en 40 años, los españoles fundaron más de 30 universidades. No se produjo ningún genocidio, a diferencia de lo que hicieron los franceses e ingleses con sus colonias. Es más, ellos se llevaron las riquezas y culparon a los españoles.

«A España le costaba más mantener América que lo que recaudaba»; el «verdadero motivo era la expansión de la fe cristiana».[1]

Relato 2

Lo importante es ver quiénes están promoviendo esta visión del imperio español. Ellos tienen bien fijados sus intereses de conservación. No vivimos en un mundo plano; hay fortunas, terratenientes, jerarquías y linajes.

No se trata solamente del imperio español; otros postulan lo mismo con el imperio otomano o el imperio ruso, etc. Estos modelos, no obstante, se presentan como modelos que anhelan el orden frente a la decadencia capitalista que pretende arrasar y destruir todo.

Estamos, pues, en la disyuntiva de elegir entre conservadores o destructores. La respuesta es sencilla —en esto no hay que ser nada original—: los primeros generan estabilidad frente a la termodinámica del sistema neoliberal en fase caótica.

Pero de ahí a glorificar a los hombres de hojalata y espada en mano hay un abismo. «Llegaron los españoles para salvarnos de nosotros mismos porque éramos unos salvajes caníbales», comenta alguien irónicamente.

Relato 3

¡¿Cómo no iba a haber violencia en los imperios basados en castas!?

En cambio, el comunismo unió a múltiples nacionalidades de Latinoamérica, algo que no pudo lograr la hispanidad en casi tres siglos con sus virreinatos, colonias o lo que fuese. Ahora convertidos en el BBVA o Repsol, impulsando al político atlantista de turno, decidiendo quién es el verdadero presidente electo de un país ajeno y, por supuesto, «protegiendo» el medio ambiente.

La Unión Soviética fue multicultural y multiconfesional. Como proyecto humano, estaba en otra escala evolutiva; iba más allá, pues aspiraba a la igualdad.

Sirva el ejemplo de Yuri Knórozov, el lingüista soviético que descifró la escritura maya. Desde joven, mostró curiosidad por diferentes culturas y lenguas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, pudo rescatar un manuscrito de códices mayas de la Biblioteca Nacional de Berlín. Este hallazgo despertó su curiosidad, y se puso como objetivo demostrar que los jeroglíficos mayas no eran solo símbolos, sino parte de un sistema fonético.

Estos tres relatos, de manera muy abreviada, denotan la búsqueda de futuro de la conciencia, que se da en un momento complejo y terrible de la humanidad, cuando la desestructuración lo domina todo. En esta caída libre, nos buscamos a nosotros mismos y buscamos un modelo social evolutivo.

No es una búsqueda caprichosa, un juego para intelectuales; es totalmente transversal. Un nuevo mundo multipolar está en marcha, reuniendo en la misma mesa a naciones y culturas que parecían imposibles de confluir.

Como ocurre a menudo en la historia, se trata de  cambiar las ruedas del tren en marcha. Mientras el mundo civilizado (Oriente) genera algo nuevo, el mundo abolicionista genera el caos (Occidente) y hay que estar preparados para enfrentar sus agresiones.

Esta es la tragedia actual, que va unida a las búsquedas para hacer emerger lo nuevo: un mundo integrado, con igualdad de derechos y oportunidades, que priorice la espiritualidad por encima de los dogmas y los fanatismos.

Tal vez encontremos etapas en el pasado que nos resuenan con este anhelo evolutivo, pero tengamos presente que aquellos momentos históricos están idealizados por nuestra mirada actual.

1: https://esrt.press/actualidad/525995-genocidas-esclavistas-heroes-santos-polemica-espana