En cada civilización los elementos humanistas se manifiestan ante todo en la cultura, en la creación artística, y luego, en la vida cotidiana de sus portadores y en su estilo de vida. Y por fin, se establecen a nivel de concepción del mundo, después de lo cual se convierten en normas éticas, estéticas, jurídicas, políticas, religiosas y otras.

Por esto, cuando hablamos de las tendencias humanistas en el mundo iberoamericano, nosotros podemos analizarlas ante todo tomando el material de la obra artística, la obra de masas y la obra profesional que se materializa en los monumentos de la cultura y se graba en la memoria del pueblo.

Este enfoque interdisciplinario de análisis de las manifestaciones concretas del humanismo, tiene muchas posibilidades de aplicación al mundo iberoamericano que es pluralista por excelencia y que personifica la síntesis cultural que se realiza a ambos lados del Atlántico, en cuatro continentes.

La civilización iberoamericana, cuyo sustrato es la cultura mediterránea europea, pertenece al área de civilizaciones de frontera. Es producto de la síntesis-simbiosis cultural orgánica de tres milenios que se realiza a ambos lados del Atlántico. Jalones más importantes de esta síntesis son: la romanización de la península ibérica, su incorporación al califato árabe, su posterior reconquista, la formación del estado español y el portugués, su expansión a territorios de África y América en el periodo de los grandes descubrimientos geográficos, la proclamación de la independencia por los pueblos de las posesiones de ultramar y la formación de los estados latinoamericanos. Un siglo y medio después, la formación de los estados africanos independientes, con sus culturas multiformes que se asemejan y a la vez se diferencian unos de otros.

La civilización iberoamericana se desarrollaba como una parte del tronco de la cultura europea y tuvo muchos injertos de culturas del Cercano Oriente, de África, de América precolombina. Al apoyarse en la herencia romano-cristiana en su versión católica, la civilización iberoamericana a la vez recibió aportes de la cultura fenicia, de las africanas, de la cartaginense, de la judaica, de la de Roma antigua, de la celtíbera, de la gótica, de la árabe y de numerosas culturas indígenas, entre otras, de las altas civilizaciones de Mesoamérica y de los Andes.

En cada una de estas culturas encontramos elementos y tendencias muy peculiares con contenido humanista. Sus recombinaciones, pero ya sobre las bases cristianas, se realizaban en condiciones muy difíciles por la Contrarreforma y luego de la intervención de la Santa Alianza en la península ibérica. España fue uno, tal vez el más importante, de los centros de la Contrarreforma, lo que ejerció una influencia contraproducente en el pensamiento humanista y sobre todo en el estilo de vida humanista en este país y en sus posesiones ultramarinas. Esto colocó obstáculos muy serios a la asimilación y a la consolidación de tradiciones y principios humanistas asimilados de otras culturas. Aquí no tenemos la posibilidad de examinar estos elementos por separado en cada una de estas culturas; éstos son interesantes para nuestro ensayo sólo en la medida en que ejercían influencia efectiva sobre el desarrollo de la cultura iberoamericana tomada en conjunto y cuando se convirtieron en patrimonio cultural común.

Hacemos excepción sólo con respecto a las altas civilizaciones de América precolombina porque conocemos elementos humanistas de estas culturas en la interpretación hecha por cronistas españoles y sus contemporáneos y posteriormente por los representantes de la síntesis cultural, los descendientes de los conquistadores y de la nobleza indígena, integrados en la sociedad hispanoamericana.

A través de Cartago y sobre todo de Roma el mundo iberoamericano recibió elementos humanistas que contenían las civilizaciones de Egipto antiguo, Mesopotamia y Grecia antigua. La evangelización de la península ibérica abrió ante sus pueblos la posibilidad de hacer suyas las tendencias humanistas del cristianismo, tanto en su versión arriana como en la católica. Y también, a través de Bizancio por esclavos eslavos en su versión ortodoxa.

Con sus contactos milenarios con el mundo asiático y el africano, el mundo pirenaico fue preparado para el encuentro con las culturas americanas y la asimilación creadora de su herencia. En este contexto, a nosotros nos interesa su dimensión humanista. Este contacto fortaleció sin duda alguna la posición de quienes insistían en la pertenencia de los indígenas americanos y de los africanos negros al género humano, y quienes exigían del estado español y del portugués la defensa de los derechos de sus súbditos indígenas y africanos contra la violencia de sus conquistadores y comerciantes de esclavos. Esta era la posición humanista que encontró comprensión en la Santa Sede y también en la corona de España, aunque esta comprensión no fue completa y pasaron tres siglos más para su realización en la práctica. Sin embargo, nosotros apreciamos el interés que manifestaron los partidarios de esta actitud hacia los elementos humanistas en la cultura de América precolombina.

Por supuesto, estos principios se diferenciaban mucho de las tradiciones del mundo eurasiático, pero les aproximaba al reconocimiento universal de la unidad de principio de todos los seres humanos, independiente de su pertenencia tribal o social. Estas nociones del humanismo, las constatamos en Mesoamérica y en América del Sur en el período precolombino.

En el primer caso se trata del mito de Quetzalcóatl, en el segundo de la leyenda de Viracocha, dos deidades que rechazaban los sacrificios humanos, comúnmente de prisioneros de guerra que pertenecían a otras tribus. Los sacrificios humanos eran comunes para Mesoamérica antes de la conquista por España.

Sin embargo, los mitos y las leyendas indígenas, las crónicas españolas y los monumentos de la cultura material demuestran que el culto de Quetzalcóatl que aparece en los años 1200-1100 antes de nuestra era, se vincula en la conciencia de los pueblos de esta región con la lucha contra los sacrificios humanos y con la afirmación de otras normas morales que condenan el asesinato, el robo y las guerras. Según una serie de leyendas, el gobernante tolteca de la ciudad de Tula, Topiltzin que adoptó el nombre de Quetzalcóatl y que vivía en el siglo X de nuestra era, tenía rasgos de héroe cultural. Según estas leyendas él enseñó a los habitantes de Tula la orfebrería, prohibió hacer inmolaciones humanas y de animales, y permitió sólo flores, pan y aromas como ofrendas a los dioses. Topiltzin condenaba los asesinatos, las guerras y los robos. Según la leyenda tenía aspecto de hombre blanco, pero no rubio sino moreno. Algunos cuentan que se fue al mar y otros que se encendió en una llama ascendiendo al cielo, dejando la esperanza de su regreso plasmada en la estrella matutina. A este héroe se le adjudica la afirmación del estilo de vida humanista en Mesoamérica, denominado “toltecayotl”, que asimilaron no sólo los toltecas sino los pueblos vecinos que heredaron la tradición tolteca. Este estilo de vida se basaba en principios de hermandad de todos los seres humanos, de perfeccionamiento, veneración del trabajo, honestidad, fidelidad a la palabra, estudio de los secretos de la naturaleza y visión optimista del mundo.

Las leyendas de los pueblos mayas del mismo período demuestran la actividad del gobernante o del sacerdote de la ciudad de Chichen-Itzá y fundador de la ciudad de Mayapán, de nombre Kukulkán, análogo maya de Quetzalcóatl.

Otro representante de la tendencia humanista en Mesoamérica fue el gobernante de la ciudad de Texcoco, el filósofo y poeta Netzahualcóyotl, que vivió entre 1402 y 1472. Este filósofo también rechazaba los sacrificios humanos, cantaba la amistad entre los seres humanos y ejerció profunda influencia en la cultura de los pueblos de México.

En América del Sur observamos un movimiento similar al comienzo del siglo XV. Este movimiento se vincula con los nombres del Inca Cuzi Yupanqui, que recibió el nombre de Pachacutéc, “reformador”, y de su hijo Tupac Yupanqui, y con la expansión del culto del dios Viracocha. Al igual que en Mesoamérica, Pachacútec como su padre Ripa Yupanqui, asumió el título de dios y se llamó Viracocha. Las normas morales por las cuales se regía oficialmente la sociedad de Tahuantinsuyo fueron vinculadas con su culto y con reformas de Pachacútec, que al igual que Topiltzin tenía rasgos de héroe cultural.

La cultura musulmana en España transmitió a la civilización occidental los valores de la libertad, la aspiración a amenizar la vida desde posiciones científicas, el gozo de la alegría de la vida, la veneración de la belleza y la realidad terrenal. Durante el dominio árabe de siete siglos de la península ibérica, las tradiciones humanísticas encontraron su manifestación en la cultura musulmana dominante y en las comunidades judaica y cristiana. En el califato de Córdoba, las nociones musulmanas del humanismo fueron enriquecidas con la tradición de Grecia Antigua y la tradición helénica, lo que se manifestó, por ejemplo, en la obra de Yehudá ha-Leví, Averroes e Ibn Daud Maimónides. A su vez esta tradición humanista, a través de Córdoba, ejerció una influencia grande y positiva en el pensamiento social de Europa occidental, sobre todo de París, de su universidad, y preparó el programa intelectual para el Renacimiento.

En España y Portugal el Renacimiento se complicó por el proceso de reconquista que infundió un sello peculiar a las manifestaciones del pensamiento humanista en estos países. A la reconquista le eran propios los fanatismos religiosos, la intolerancia, las persecuciones masivas y los desalojos de los herejes y de los representantes de otras religiones. La Inquisición obstaculizaba la expansión del pensamiento humanista y sobre todo su práctica social.

El período más grave para el Humanismo fue la Contrarreforma. Sin embargo, incluso en los años más sombríos de oscurantismo y reacción, los elementos humanistas de la cultura no se apagaban sino que se expresaban en la forma muy peculiar de electismo (variedad de eclecticismo).

Los motivos humanistas se combinaban de un modo muy original con los dogmas de la Iglesia, lo que se observaba en la actividad de las órdenes católicas militantes como los franciscanos, los dominicos y los jesuitas.

Los grandes descubrimientos geográficos y la incorporación a las monarquías española y portuguesa de las tierras africanas, asiáticas y americanas, a pesar de la forma bárbara de conquista, dieron un impulso nunca antes visto al pensamiento humanista que se afirmó en la Europa en el Siglo de las Luces.

En España y Portugal, después de la conquista de América, la posición humanista se combinó con el utopismo social. Encontró su expresión en la condena moral de la conquista y en general de las guerras injustas. A esto contribuyó la escuela de Derecho Internacional y del Derecho Constitucional, ligada a la Universidad de Salamanca. El humanismo español recibió ante todo de Erasmo de Rotterdam la forma del humanismo cristiano. El amigo de Erasmo, el destacado humanista español Juan Maldonado, hizo un tratado especial en el cual vinculaba a la sociedad indígena de América que no conocía, según su opinión, la propiedad privada, con las esperanzas de renovación del cristianismo en el espíritu de los primeros apóstoles. Los discípulos de Erasmo en Nueva España y en otras posesiones de ultramar, trataban de transformar a los indígenas en los cristianos ideales de los primeros siglos del cristianismo. Así el Juez Real, más tarde obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, en su mensaje al Consejo de las Indias, del 14 de julio de 1535, apreció la utopía de Tomás Moro como modelo de organización social que corresponde a las costumbres de los indígenas, modelo según él muy útil para gobernar el nuevo mundo. Creó villas indígenas cerca de la ciudad de México y también en Michoacán, partiendo de las ideas de los griegos antiguos del Siglo de Oro, de las cristianas de los primeros siglos del cristianismo y de las del humanismo del círculo de Erasmo.

El representante más destacado del humanismo español fue otro amigo de Erasmo, el filósofo y pedagogo Juan Luis Vives, que recibió su educación en la Universidad de París y luego dió clases en las Universidades de Lovaina y Oxford. En Portugal trabajaba su corresponsal, el historiador y político Damián de Gois, también amigo de Erasmo de Rotterdam y cortesano del emperador Carlos V. Damián de Gois vivió largo tiempo en Amberes, frecuentaba la Universidad de Lovaina, estudiaba en la Universidad de Padua y recorrió toda Europa desde La Haya hasta Vilnus, Lituania. Visitó Cracovia y Praga, conversó con Lutero, Melanchton, Durero, con los cardenales Pedro Bembo y Jacobo Sadoleto, con el fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola. Esta última amistad desempeñó un papel muy trágico en su vida. Por las denuncias del jesuita Simón Rodríguez la Inquisición condenó a Damián de Gois a la reclusión en un monasterio y más tarde fue asesinado.

El centro más importante del humanismo español resultó ser la Universidad de Salamanca. Sus filósofos, juristas y teólogos dominicos, sobre todo Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, no sólo propagaban ideas humanistas sino que trataban de realizar estas ideas en forma de leyes, de política estatal, en la actividad de las misiones en ultramar. La posición de la Órden Dominica que encabezaba el sistema de Inquisición en España fue muy contradictoria al respecto. Por un lado la Órden defendía la posición oscurantista, prohibía obras heréticas y ateas, entregaba a varios presos a la autoridad para meterlos en las cárceles y quemarlos en la hoguera. Precisamente, varios representantes de esta Órden tienen responsabilidad directa por la desaparición de las altas culturas indígenas de Mesoamérica y los Andes centrales, porque ellos destruían los lugares sagrados de los indígenas, sus cementerios, quemaban miles de manuscritos, exterminaban monumentos de la cultura material y espiritual de los indígenas, organizaban persecuciones contra sacerdotes y aristócratas indígenas.

Pero por otro lado, el fundador de la Órden, Domingo de Guzmán, comprometió la defensa de la prioridad del catolicismo y el reconocimiento de los gérmenes de la ciencia natural experimental y del pensamiento social nuevo. Domingo de Guzmán no aprobaba el uso de la fuerza por el Estado, sobre todo el de la fuerza militar como argumento en la lucha por la Fe. Por eso no tomó parte en la cruzada contra los albigenses en Francia del sur. Sus seguidores, los teólogos dominicos, fueron los primeros que condenaron la violencia de los conquistadores españoles y portugueses, y denunciaron la conquista como una guerra injusta y no legítima. Ellos declararon a los indígenas y a los africanos como hermanos de los europeos y protestaron contra la esclavitud indígena y africana. Así en 1511, en prédica pública en Santo Domingo, Antonio de Montesinos defendió la tesis sobre la igualdad de los indígenas y europeos, condenó la conquista y reiteró sus principios en el discurso pronunciado ante la Junta de Valladolid. El exponente más consecuente de esta posición humanista fue sin duda Bartolomé de las Casas.

Los teólogos dominicos ejercieron una influencia muy grande en la política del emperador Carlos V en las posesiones españolas de ultramar. En 1525 fue fundado el Consejo Real Supremo de las Indias y su presidencia fue ocupada por el General de los dominicos, el preceptor espiritual del emperador, García de Loayza, uno de los principales iniciadores de las nuevas leyes de 1542 que proclamaban la transformación de los indígenas en súbditos reales y que prohibían convertirlos en esclavos. Luego la corona española prohibió usar el mismo término “conquista” con respecto a las posesiones de ultramar de España en América. Aunque las ideas de los humanistas sobre la condena de la conquista de América y de los reinos indios, sobre la igualdad de indígenas, africanos y europeos, sobre la prohibición de transformarlos en esclavos, no se realizaron en la práctica y se continuaba la explotación rapaz de las posesiones de ultramar. Sin embargo, el hecho de que en América del Sur y Mesoamérica, a diferencia de la América del Norte, se desarrolló la síntesis de las culturas, es en gran parte mérito de los humanistas. Precisamente ellos crearon centenares de vocabularios de las lenguas indígenas, fundaron numerosas escuelas para enseñar a la juventud indígena en su lengua vernácula. Ellos recopilaron testimonios sobre el régimen económico-social, político, sobre las creencias y las culturas de las sociedades indígenas precolombinas.

En este sentido debemos destacar los méritos de tales humanistas, como Bernardino de Sahagún, Toribio de Benavente, Motolinea, Fernando de Alva, Ixtlilxóchitl y sobre todo del Inca Garcilazo de la Vega. La conquista bárbara de América y las atrocidades de los conquistadores en América, África y Asia, las circunstancias que acompañaron a la Reforma y a la Contrarreforma en Europa, asestaron tales golpes al humanismo español que le dieron un carácter trágico.

En este período el estado de ánimo humanista y sus contradicciones encontraron su expresión más profunda en la obra de Miguel de Cervantes y Saavedra y de Pedro Calderón de la Barca. Las tendencias humanistas contradictorias se mostraron ante todo en el teatro español del Siglo de Oro. Por eso el teatro se convirtió en objeto de persecuciones por parte de los cortesanos y de los inquisidores que trataban de convencer a los reyes católicos de prohibir las representaciones no religiosas. El teatro se convirtió en el período de la Contrarreforma en el portador de la tradición humanista.

El Renacimiento portugués está ligado a los nombres de humanistas como el poeta épico Luis de Camoens, el cronista Pedro Magalhaes de Gandavo, los misioneros jesuitas Manuel de Nóbrega, José de Anchieta y el filósofo moralista, político y misionero que ligó su vida con Portugal y con Brasil, Antonio de Vieira. Todos ellos afirmaban la dignidad de los seres humanos pertenecientes a todas las razas incluyendo a los indígenas y a los africanos. Vieira predicaba que Cristo amaba a los seres humanos no para que estos seres le veneraran sino para que los seres humanos se veneraran unos a otros. La Inquisición vio en esta prédica de Vieira una desviación hereje.

En las posesiones de ultramar, el pensamiento humanista se manifestaba ante todo en el reconocimiento de la dignidad humana de los indígenas y de los esclavos africanos, en la condena del trabajo forzado y sobre todo de la institución de la esclavitud y del comercio de esclavos. Los representantes más destacados de los principios humanistas que revelaban su colisión con la realidad fueron la poetisa mexicana Juana Inés de la Cruz, el sacerdote indígena peruano Juan de Espinoza Medrano, el satírico peruano Juan del Valle y Caviedes. Uno de los primeros humanistas brasileños que trabajaba también en Portugal y Angola fue el conocido jurista, poeta y satírico Gregorio de Matos Guerra.

Los portadores de este humanismo trágico no podían acallar las contradicciones de la naturaleza humana y condenaban la rapacidad de los conquistadores, la política de Estado, fustigaban los vicios de todas las capas de la sociedad y no querían embellecer al estado natural de los indígenas y africanos, lo que fue propio de sus predecesores, los humanistas de los comienzos del siglo XVI. Al ser, como sus antecesores, universalistas, los humanistas trágicos a la vez dieron comienzo a una nueva tendencia humanista en el marco del americanismo que abonó el terreno para la preparación de la independencia de los pueblos latinoamericanos a comienzos del siglo XIX.

El americanismo reflejaba una nueva etapa en el desarrollo de la síntesis-simbiosis cultural en las posesiones ultramarinas de España y Portugal al reconocer igualdad de derechos de sus pueblos, partiendo de las posiciones de la teoría del derecho natural.

El americanismo resultó ser parte integrante de la cultura del Siglo de las Luces. En el período del absolutismo ilustrado las ideas humanistas se vinculan con el reconocimiento de la igualdad de derechos de los americanos con los ciudadanos de la metrópolis. Aquí es necesario destacar el aporte del humanista español y ensayista Benito Gerónimo Feijoó y Montenegro. En América española encontramos motivos humanistas en la obra de los precursores de la independencia: el peruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, el ecuatoriano Francisco Javier Eugenio Santacruz y Espejo, el colombiano Francisco José de Caldas, los venezolanos Simón Rodríguez, Andrés Bello y Francisco de Miranda.

La independencia de Estados Unidos, la gran Revolución Francesa, el ciclo de las revoluciones pirenaicas que abarcaron la mayor parte del siglo XIX y una parte considerable del siglo XX, marcaron la crisis de la ideología del Siglo de las Luces y de las formas del humanismo propias de este siglo.

Ya en la etapa anterior en la América española, el pensamiento humanista reveló la insuficiencia del principio del universalismo y la necesidad de complementarlo con el principio de la diversidad. Este encuentro intuitivo fue confirmado por la experiencia de la existencia independiente en los siglos XIX y XX de las repúblicas latinoamericanas que bregaban por la igualdad de derechos en sus relaciones internacionales y que rechazaron el uso de la fuerza para la solución de conflictos interestatales. Inspirados por el pensamiento humanista estas normas se convierten en parte integrante del derecho internacional americano y se afirman en las prácticas de las relaciones interamericanas en el siglo XX.

En España y Portugal la crisis de la ideología del Siglo de las Luces fue vinculada con la afirmación del romanticismo y la reestructuración de las ideas humanistas en el sentido romántico. Representantes de este nuevo enfoque con respecto al ser humano fueron el pintor español Goya, el filósofo y escritor José de Espronceda, el escritor Mariano José de Larra, la poetisa gallega Rosalía Castro, los escritores portugueses Alejandro Herculano, Almeida Garret, el poeta brasileño Castro Alves.

Después de la guerra hispano-americana, en los países iberoamericanos se refuerza la tendencia hacia la solidaridad de los pueblos iberoamericanos. La generación del ‘98, como fue denominada la intelectualidad española de comienzos del siglo XX, tenía en general orientación humanista. El escritor Juan Valera y sus discípulos, ensayistas de esta generación, veían con razón las causas de la decadencia de España a partir del siglo XVII en el fanatismo religioso, en la idea de la exclusividad de la nación española y su papel especial en la historia mundial, en la tendencia altanera que se extendió en la nación española después de la reconquista de la península y la conquista de América.

Las cimas del pensamiento humanista español del siglo XX son Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. La obra literaria y la reflexión filosófica de Unamuno están ligadas con el sentimiento trágico de la vida. Él hace un paralelo entre el ser humano y el ser del personaje literario y considera que la realidad auténtica de la personalidad, al igual que la del pueblo, no puede ser concebida por la razón pero está abierta para sentimientos y fantasías. Según Unamuno en la tradición eterna lo peculiar interviene como auténtico universal, sin embargo, la absolutización de lo peculiar en Unamuno, su veneración del terruño que se combinaba con motivos anárquicos y voluntaristas, fueron nuevas condiciones históricas para la expresión del mesianismo y la altanería nacional, lo que se expresó en las pretensiones de hispanizar Europa y a todo el mundo infundiéndoles el espíritu divino. Su oponente, el fundador del racio-vitalismo, Ortega, estudió las estructuras personales del ser humano y de la conciencia humana. Él presentó la concepción del perspectivismo, según la cual el mundo adquiere estructura y perspectiva debido a la creación del individuo que no solo conoce al mundo sino que vive en él. Ortega concibe a la cultura como parte del ser individual del ser humano y considera auténtica sólo aquella cultura que el hombre convierte en su patrimonio personal. Ortega, que compartía y proclamaba los valores del liberalismo, vinculaba justamente las perspectivas de superación del atraso de España con su europeización, con su integración en la civilización mundial. La historia posterior de la península ibérica confirmó la justeza de la posición de Ortega en esta discusión con Unamuno.

En la formación de la tendencia humanista de la generación del ‘98, ejercieron gran influencia las obras de León Tolstoi, Fedor Dostoievsky y Piotr Kropotkin. El último a su vez apreciaba la experiencia del proletariado de Cataluña, y así podemos hablar más bien de influencias recíprocas tomando en cuenta rasgos comunes de los caracteres ibéricos y eslavos. En su carta publicada en la revista española “Revista Blanca” y que tuvo gran resonancia en la sociedad española, León Tolstoi condenó la violencia del mundo contemporáneo y defendió la concepción de la resistencia pasiva.

La primera Guerra Mundial contribuyó a la crisis del humanismo, lo que se reflejó no solo en la herencia epistolar de los representantes de la Generación del ‘98, en sus obras artísticas, sino que fueron sometidas a un especial análisis en la obra que lleva el mismo título de uno de los más destacados representantes de esta generación, Ramiro de Maeztu.

La nueva generación, la de 1938, continuó esa tradición de autocrítica nacional hecha desde posiciones humanistas y reconstruyó cardinalmente la comprensión de la interacción del hombre como socio de la naturaleza y del cosmos desde las posiciones de la ciencia, la ética y la estética contemporáneas.

En América Latina, en el siglo XX, la tendencia humanista se manifiesta de un modo muy enérgico, lo que se expresó por ejemplo en la obra de la genial poetisa chilena Gabriela Mistral, los escritores creadores del estilo del realismo mágico tales como Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Miguel Angel Asturias. Esta posición se expresa en la música del compositor brasileño Heitor Villalobos, en los grabados y en la pintura muralista de México.

No es casual que en el mundo iberoamericano un papel especial desempeña Argentina en la tradición humanista, al desarrollar la herencia de la iluminación argentina ligada con nombres de Juan Lafinur, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento, es decir, la generación de 1837.

El pensamiento argentino elabora en el siglo XX la concepción del hombre. En este sentido es muy valiosa la herencia del Alejandro Korn y sus discípulos José Ingenieros y Francisco Romero.

Ingenieros dejó ensayos sobre la formación del nuevo hombre con una nueva moral. Al desarrollar las ideas fenomenológicas de Husserl, Romero presentó la idea de la unidad entre el ser humano y el mundo como fundamento de la filosofía del hombre y la categoría de la intencionalidad como orientación de la conciencia humana hacia el mundo que nos rodea. Él concibe la conciencia intencional como conciencia objetivizadora que crea una nueva realidad. Romero examina la doble naturaleza del hombre considerado como pura actividad, complejo de actos espirituales en cada sujeto. Su obra capital la denominó Romero “Teoría del hombre”. Con estas ideas, desarrollándolas a la vez, polemizó desde posiciones axiológicas Rizieri Frondizi, quien denominó uno de sus trabajos “Introducción a los problemas fundamentales del hombre”. Rizieri Frondizi consideraba que la libertad del hombre no es objetivo en sí sino depende del valor, lo que tiene importancia en los aspectos éticos y estéticos como premisa necesaria para la creación.

Como vemos, los pensadores argentinos hicieron hincapié en la investigación racional de las propiedades universales de la naturaleza humana, aunque a la vez estudiaban particularidades de su conducta en las condiciones de su propio país (concepción de argentinidad que por desgracia no está privada de cierta exageración del principio biológico en el espíritu del social darwinismo).

Todo esto preparó el terreno para que precisamente en Argentina surgiera una nueva dirección del pensamiento humanista y el movimiento correspondiente del Siloísmo, vinculado con la actividad de Mario Rodriguez Cobos, Silo.

En otro país latinoamericano, México, en el siglo XX también se observa atención especial de la filosofía hacia el problema del hombre. Aquí el acento se desplaza a la búsqueda de las particularidades del hombre mexicano y aún más ampliamente, del hombre latinoamericano. Fundador de esta búsqueda, pero ya no sobre el terreno racionalista sino sobre la base del intuitivismo, fue Antonio Caso. Su discípulo Samuel Ramos puso el comienzo a la elaboración de la filosofía del ser mexicano lo que encontró su reflejo ante todo en su obra “Perfil del hombre y de la cultura en México”, de 1934. Luego él presentó la problemática del nuevo humanismo, llamado a defender el carácter nacional, el ser de la cultura mexicana, en general latinoamericana, ante el peligro de la enajenación.

Otro filósofo mexicano, Leopoldo Zea, concentró sus esfuerzos en la investigación de la esencia latinoamericana que no necesite de garantías desde afuera y con este objetivo se dirigió a la construcción de la filosofía de la historia latinoamericana.

Al humanismo se le opone un serio adversario: el fundamentalismo, sobre todo el fundamentalismo religioso, que es a la vez el producto e instrumento de la disolución social. El fundamentalismo expresa el estado de ánimo de odio agudo hacia el hombre concreto en aras de una sustancia mitológica abstracta, hostil al ser humano y que exige sacrificios humanos. Por esto el fundamentalismo está orientado no a la vida sino a la muerte.

El fundamentalismo es el instrumento predilecto de la movilización de masas para incorporarlas a la guerra. Cuando en un territorio determinado se creaba el exceso de la población y se hacía imposible darle la alimentación debido a condiciones ecológicas desfavorables, salían a la escena epidemias, migraciones masivas de la población y como medio de la movilización social intervenía el fundamentalismo. Por regla general, el fundamentalismo es una tentativa emprendida para conservar las relaciones socialmente caducas y las instituciones correspondientes por medio del terror y para justificar ante los ojos de las masas la redistribución violenta de la propiedad. Por esto, el fundamentalismo se encarna en la alianza de las estructuras más burocratizadas y corrompidas, la Iglesia y el ejército, cuando estos, como la sociedad en general, están sumidos en una aguda crisis.

El fundamentalismo permite hacer resurgir artificialmente o prolongar la conciencia mitologizada cuando la fe en esta conciencia es rechazada por la experiencia social cotidiana. El fundamentalismo por regla general, no es signo de surgimiento de la fuerza sino síntoma del hundimiento de determinada civilización o de la formación estatal dada, históricamente caduca. En esto radica su esencia histórica y social.

En el mundo iberoamericano el fundamentalismo se vinculó estrechamente, por ejemplo, con la quiebra de la monarquía absoluta y se expresó con especial fuerza en la guerra por la herencia española.

En el siglo XX las tendencias humanistas se manifiestan no tanto en seguir a las tradiciones ya existentes sino en las afirmaciones (en la concepción del mundo, en la obra artística, en la vida cotidiana), de la prioridad de valores humanos universales, del sentimiento de alegría de la vida, de su valor propio con respecto a todo lo demás; entre otras cosas con respecto a los elementos nacionales, étnicos, sociales, políticos y religiosos.

Desde este punto de vista los motivos humanistas se revelan en diferentes movimientos y acciones, obras de literatura y de arte. Sin embargo, cuando estos elementos se subordinan a otros criterios, por ejemplo, racistas, nacionalistas y religiosos, deben ser considerados no como concepción del mundo humanista integral sino precisamente como motivos separados.

Por supuesto, en el humanismo contemporáneo se puede encontrar matices muy diferentes del pensamiento y la acción.

En esta diversidad, en la falta de dogmatismo, de marcos disciplinarios rígidos, radica la fuerza creativa del humanismo contemporáneo. Éste trata de desencadenar el potencial creador de la personalidad, ayudarle a desarrollarse integralmente en correspondencia con sus dotes naturales y sociales, en la revelación de sí mismo y en los demás de nuevas posibilidades de fuentes de energía, en la dedicación a la creación.

Por esto en el mundo iberoamericano contemporáneo, el humanismo es muy diverso. No puede ser metido en orillas estrechas de partidos, no puede ser encauzado por un solo canal. En el humanismo caben escritores, compositores, artistas de distintos estilos y orientaciones, científicos que pertenecen a diferentes escuelas, personalidades políticas y sociales de diversas orientaciones. Les une el hecho de que ellos tienen la capacidad de elevarse por encima de sus prejuicios cotidianos en aras de intereses universales humanos en general, por el hecho de que ellos rechazan por principio los sentimientos de odio hacia el hombre concreto. Este universalismo heredado de generaciones anteriores se manifiesta en la nueva interpretación, sobre la base científica más elevada y esto inspira y aglutina a los humanistas de nuestros días.

Pero en la cultura iberoamericana, las tendencias humanistas contemporáneas tienen peculiaridades especiales, rasgos comunes determinados. El estilo barroco, dominante en la península ibérica durante el Siglo de Oro, expresó su carácter contradictorio y la síntesis cultural en esta región. Por esto el barroco fue asimilado y desarrollado también en otro rincón del mundo mediterráneo, en la región balcánica-danubiana por un lado, y en las posesiones ultramarinas de España y Portugal, por otro, ante todo en América Latina.

La percepción del ser humano y de su drama, del carácter contradictorio de su naturaleza se expresaban aquí por medio del barroco, tanto en la literatura como en la pintura, en la música, en la arquitectura, y también en el paisaje de la naturaleza. Esta percepción se reflejó también en la filosofía.

En la nueva situación del siglo XX esta herencia se ha convertido en el modernismo, en su variante iberoamericana, en el realismo mágico, que con sus propios métodos investigan y expresan la naturaleza contradictoria del ser humano, sus dolores, sus sufrimientos y alegrías.

Ellos corresponden a los motivos humanistas y rebeldes de la literatura y arte rusos del Siglo de Plata. Por lo visto, precisamente aquí junto con otros momentos, debemos buscar las causas de la proximidad estética y espiritual de la conciencia agrietada, del temor y la búsqueda de dios, de la revuelta anarquista bajo consignas de la tierra y la libertad, del complejo de insuficiencia secular, de la conciencia herida con protensiones al mesianismo y de “mea culpa”. En realidad el humanismo se presenta como tentativa de salvar al ser humano del cautiverio de este ser roto y de la conciencia rota, devolverle la integridad y la alegría de la vida, la fe en sus propias fuerzas y posibilidades creadoras.

Imágenes en el presente artículo de Wikimedia commons.

Material distribuido para su discusión en el Instituto de América Latina – Moscú. Agosto de 1994.