Producción diversificada, biblioteca, escuela, centro cultural, merendero, cultivos, cría de animales, agroecología y memoria. Trabajadores Unidos por la Tierra recuperó cientos de hectáreas que estaban en manos del Ejército y las transformó en una comunidad rural, de vida y trabajo. Una crónica sobre autogestión, cooperativismo y soberanía alimentaria.
En el mismo lugar donde hubo jóvenes obligados a ser soldados, ahora hay agroecología y actividades educativas. Donde se cometieron injusticias y vulneración de derechos, hoy se decide de forma asamblearia, se producen alimentos y pregonan el trabajo digno. Lo que fuera el Grupo de Artillería 141 del Ejército ahora es una comunidad productiva y cultural llamada «Refugio Libertad», creada y sostenida por la organización Trabajadores Unidos por la Tierra (Traut), en la localidad de Los Molinos, a 80 kilómetros al sur de Córdoba capital.
En 2017, cuando se conformó la organización, eran unas 30 familias. Tenían claro que había que juntarse para cambiar la realidad, el modelo productivo y las condiciones de vida. Siete años después, son unas 300 familias, trabajan unas 250 hectáreas del lugar y están presentes en trece pueblos de la zona (cercana a Los Molinos, Villa San Isidro y José de la Quintana —Valle de Paravachasca—). Una comunidad rural que tiene como pilares la autogestión, el cooperativismo y la soberanía alimentaria.
Trabajadores Unidos por la Tierra
«Somos una organización de trabajadores y trabajadoras de la economía popular que habitamos en pequeños pueblos y zonas rurales de los departamentos Calamuchita y Santa María», es la presentación oficial de quienes integran Trabajadores Unidos por la Tierra (Traut).
En 2016 comenzaron a organizarse, principalmente mujeres con necesidades de trabajo en una zona con altos índices de violencia familiar. Una forma de abordar ambos temas fue la fabricación artesanal de dulces y conservas. Al poco tiempo se fueron sumando jóvenes y hombres. Eran (son) familias campesinas, pero que cuesta que se reconozcan como tales —noeliberalismo mediante—, prefieren definirse como obreros , albañiles, changarines. «Vimos de cerca esa nueva ruralidad y una alternativa que debía ser colectiva», explicó Sergio Job, del grupo fundador.
En 2018 lograron el permiso de uso legal y parcial del predio del ex Grupo de Artillería, otorgado por la Agencia Administradora de Bienes del Estado (AABE) bajo el gobierno de Mauricio Macri. Fue un paso fundamental para la consolidación de Refugio Libertad, un campo comunitario donde producen alimentos sanos, ganadería, forrajes y granos, horticultura, apicultura, reciclado y la recuperación de la infraestructura abandonada, además de actividades culturales, educativas y de memoria.
La entrada principal es por la ruta provincial E56. Se gira a la derecha unos 80 metros y aparece el portón de hierro y alambre, suficientemente ancho como para que pase cómodo un camión. Al ingresar, se observa la primera muestra de lo gigante del predio: casonas amplias, galpones, una torre-tanque de agua de 46 metros de altura, monte nativo allá al fondo, otro tanto de planicies verdes y más galpones. Asemeja, en menor dimensión, a Campo de Mayo, la guarnición militar del conurbano oeste bonaerense.
El auto estaciona bajo unos árboles añejos, a pocos metros de una casona antigua, de puertas y ventanas grandes, de chapa y madera. Es el ex Casino de Oficiales, uno de los primeros edificios que recuperaron desde la organización. El estado del inmueble era calamitoso. A modo de ejemplo, recuerdan, tenía veinte centímetros de excremento de murciélago en los techos y otro tanto en los pisos. Fue un trabajo de semanas. Hoy luce impecable.
Allí funciona un centro cultural, la biblioteca Margarita Zeniquel (homenajea a una de las sobrevivientes secuestrada con su bebé de 45 días), el Centro Educativo Nivel Medio Adultos (secundaria para adultos, en una localidad donde solo hay primaria), la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular (Enocep) de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). El lugar es un espacio abierto a la comunidad, que incluye actividades deportivas, asambleas, reuniones, capacitaciones y hasta celebraciones de cumpleaños.
Junto con organismos de derechos humanos, señalaron el lugar como Sitio de Memoria. Y entendiendo al acceso a internet como un derecho, promueven el software libre y la soberanía tecnológica, sosteniendo un equipo propio de infraestructura digital que es responsable de la red comunitaria de internet Los Molinos.
Media mañana nublada de Córdoba. El sol amaga, aparece y se oculta. En la galería de la casona está Mercedes Ferrero, de 36 años, que juega con Juan, su hijo de 2. Saludos de bienvenida, preguntas de ocasión e invitación a recorrer, mate-termo en mano, la edificación principal. Juan acompaña inquieto. Charla informal en la biblioteca. Anécdotas varias. Muestras de los arreglos edilicios (muchos) y de lo que falta (también varios).
«Buscamos fortalecer la comunidad y nuestra autonomía, avanzar en soluciones habitacionales y crecer en lo productivo, protegiendo el monte nativo y el río que nos vieron nacer. Soñamos con un Refugio Libertad abierto a la comunidad y que cuente con el aporte de todos y todas. Algo que ya está sucediendo». resume.
Foto: Trabajadores Unidos por la Tierra
Refugio Libertad: vacunos y gallinas, verduras y miel, flores y vinos
Fin del mate. Levantar campamento y caminar. Unos cien metros derecho, bordear un galpón y otros cien metros a la izquierda. Otro gran galpón, con un tractor, camioneta y herramientas variadas de agro, un compresor grande y una soldadora. Breve caminata, alambrado y el espacio de la ganadería. Por un lado, una majada de 15 ovejas y seis cabras, a cargo de dos productores. Del otro, la ganadería mayor, con 54 vacas y dos toros, manejo cooperativo de ocho productores (Beatriz Lenochi, Graciela Areco, Ivana Moreno, Mercedes Ferrero, Antonio Basualdo, Justo Quinteros, Julio Quinteros y Elizabeth Quinteros).
Son familias que ya tenían sus animales y pagaban pastaje a terceros. Mediante la organización se logró avanzar en un proceso cooperativo, donde se comparten los cuidados y la sanidad. Se colectivizan cuestiones productivas, pero cada productor es dueño de sus animales. Un horizonte podría ser de cooperativizar todo, pero aún es un camino a recorrer.
La comercialización se da a nivel local y regional. También hay un vecino productor que cuenta con una carnicería. A él recurren si hay excedentes.
En la incipiente apicultura cuentan con siete colmenas. La miel es para autoconsumo y se comercializa a nivel local en ferias. Está a cargo de tres productores, en el marco de un convenio de capacitación con el Programa de Apicultura y la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). El trabajo fuerte es en primavera-verano, pero el mantenimiento es todo el año. De la última cosecha obtuvieron unos cuarenta kilos.
También están iniciando con avicultura. El galpón de producción cuenta, según el año, con unos 150 pollos parrilleros y 50 gallinas ponedoras, a cargo de dos productores. La comercialización es local. Y tienen gran demanda. Una vez que difunden vía estados de WhatsApp o redes digitales, muy rápidamente venden todo.
La huerta comunitaria tiene casi una hectárea. Producen ajo, vicia y verdura de estación. Todo para autoconsumo. Trabajan nueve personas. A un costado se observa el invernadero, con producción de flores, plantas ornamentales, aromáticas y medicinales. Todo el trabajo está cargo de tres productores y productoras.
Otra caminata. Un tramo más largo ya en el mediodía cordobés. Alambrado bajo y se ven tres hectáreas de alfalfa y avena. Según la época (y los recursos económicos) pueden ser más. Han sembrado hasta cinco de alfalfa y quince de maíz. Lo cosechado es para consumo de los propios animales. El excedente se vende en la zona.
También funciona una pequeña planta de producción de alimento balanceado para las gallinas ponedoras y pollos parrilleros. Comercializan a nivel regional. Obtienen unos 2000 kilos al mes, pero tienen capacidad para más. Siempre hay productores vecinos interesados (el precio suele ser más bajo que en los negocios de la zona). Tienen un proyecto para ampliar la planta.
Hasta se animaron a un proyecto de viña y bodega. Implantaron 750 plantas de vid donadas y se produce vino “bien artesanal”. “Tenemos Malbec y vino rosado, con uvas de Colonia Caroya», explica Ricardo Benegas, 46 años, nacido y criado en el campo. Nunca había hecho vino, pero —capacitación mediante— se animó.
Avisa que no es fácil. Las plantas estuvieron a maltraer, tanto por las hormigas como por los animales que las diezmaron media decena de veces. Comenzaron a ejecutar un financiamiento internacional y compraron maquinaria (tanque para 2000 litros, máquina para moler, prensa y filtro, entre otras), pero los desembolsos se cortaron y ese proceso ahí quedó. Es así como las dificultades económicas siempre están presentes, pero también el ingenio y el trabajo colectivo. Hasta reciclaron botellas de vidrio para poder concretar el proyecto, y lograron una pequeña producción de vino: 300 litros. A precio popular, fueron rápidamente vendidos. El nombre, bien legible en la etiqueta, toda una declaración de principios: «Vinos con Memoria».
Benegas remarca que tienen capacidad y conocimiento para producir rápidamente los 2000 litros que les permite el tanque. Solo faltan, cuándo no, los insumos. Pero está convencido de que lo concretarán. «La clave es trabajar en grupo. Uno escribe un proyecto para financiar, otros ven la manera de producirlo, otro cómo comercializar y así. Es un trabajo de muchas manos. Nunca solos, siempre entre muchos«, resume.
Colimba y memoria
El galpón tiene unos ocho metros de ancho por veinte de largo. Techo alto, a dos aguas. Ventanas simétricas a los costados. Estuvo abandonado por unos 25 años, pero en sus paredes aún hay señales, pintadas de conscriptos que recuerdan su paso por el servicio militar obligatorio (más conocido como «colimba» —corre, limpia, barre—), donde funcionó el Grupo de Artillería 141.
«Impresiona entrar acá», reconoce Adrián Camerano. Habrá ingresado un centenar de veces y aún se conmueve. Es periodista y fue vital para identificar ese sitio como un espacio vinculado a vulneración de derechos durante la última dictadura cívico militar.
En 2012, en su rol como comunicador, comenzó a interesarse por ese espacio de 880 hectáreas que colinda con tres localidades de Córdoba. Y, sobre todo, comenzó a preguntarse qué rol había cumplido ese espacio entre 1976 y 1983. Hasta ese momento, ni los gobiernos ni los organismos de derechos humanos habían puesto los ojos ahí.
El relato popular solo decía que era un lugar para colimbas. Pero él sospechó. Comenzó con lecturas y con el ABC del periodismo: desconfianza, pregunta, repregunta, investigar. E ir al lugar.
Fueron meses de trabajo hasta confirmar que había un vínculo con ese lugar y el horror de la dictadura. Junto con organizaciones de derechos humanos detectaron que había funcionado un Centro Clandestino de Detención y de Tortura (en 2018 fue reconocido por el Registro Único de Víctimas del Terrorismo de Estado —RUVTE—). Y aún se investiga la posible presencia de enterramientos clandestinos.
A pesar de las décadas pasadas, las paredes del enorme galpón-dormitorio aún hablan. Las inscripciones de los conscriptos van del orgullo nacionalista, las reivindicaciones a Malvinas hasta las proclamas religiosas. Algunas permanecen pintadas prolijamente, otras son simples trazos sobre la pintura de las paredes. Algunos registros mencionan que en cada galpón vivían entre 150 y 200 colimbas.
El espacio estaba en ruinas, con grandes roturas de techos y plagados de palomas y otros pájaros. Fueron semanas de trabajo, de una decena de personas, hasta dejarlo limpio y, luego, comenzar a repararlo. Ahora es un depósito de residuos reciclables. Otro galpón similar, que se usaba para automotores, es depósito de bioinsumos, maquinarias y herramientas.
Para ingresar-salir del lugar hay que recorrer un pasillo angosto, silencioso, que mantiene el color original e inscripciones que reivindican la vida castrense: «Dios, Patria y Hogar».
Cerca, un cartel prolijo, blanco, de un metro de alto por un metro de ancho, con letras verdes y rojas: «Aquí funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura cívico militar eclesiástica». Firmado por Trabajadores Unidos por la Tierra y una frase final: «Guardianando la memoria. Guardianando la vida». Es la ex enfermería, que en 2020 se señalizó junto a Nora Cortiñas y que en la entrada cuenta con una escultura de un pañuelo blanco, de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Contra una pared blanca, una prolija pintada reciente: «30.000 compañeros desaparecidos. ¡Presentes! Nunca más».
Junto con organizaciones de derechos humanos, realizaron toda la señalética de un sitio de memoria construido desde abajo, sin apoyo oficial. «No se puede sanar la tierra sin recuperar la Memoria», afirman.
A unos cincuenta metros sobresale una torre-tanque de agua de 46 metros de altura. Con una escalera caracol angosta, de cemento. Adrián pregunta si hay fuerzas para subir; avisa que es más difícil que lo que parece. A cada paso se dejan leer escritos hechos sobre el cemento con algún elemento cortante. Casi todos tienen la misma estructura: nombre, año y lugar de donde proviene. «Mario. 83. Resistencia». «Raúl. 86. Santa Rosa». «José. 79. Reconquista». Cientos de mensajes similares. Un viaje en el tiempo que estremece. Jóvenes, recién salidos de la adolescencia, que dejaron testimonio de los años que el Estado los obligaba a vestirse de verde, portar un arma y estar largos meses enlistados para «servir a la patria».
El peronismo y Milei, los territorios y los partidos
Mercedes Ferrero es una referenta de la organización. Sentada debajo de un árbol comienza la charla que terminará semanas después vía zoom. En ambos casos, junto con su hijo. Licenciada en ciencias políticas, graduada en la Universidad Católica de Córdoba (donde es docente), militó durante años en barrios populares de la capital provincial, hasta que —junto a una decena de compañeros y compañeras— crearon Trabajadores Unidos por la Tierra (Traut).
La cronología organizativa y personal se entremezcla en la charla. Ingreso al predio, comenzar a ponerlo en condiciones habitables, el vínculo con la comunidad, sumar manos, escuchar a vecinos y vecinas, mudanza a la zona (2016), articulación con otras organizaciones, diseñar presente y futuro. Así llegaron el centro cultural, las actividades productivas, sobrevino la pandemia, el poner en condiciones algunas viviendas (que eran de autoridades militares, donde hoy viven tres familias y aspiran a que sean más), talleres educativos, comercialización de alimentos a precios justos, soberanía alimentaria.
Quizá el mejor resumen está en las remeras blancas de la organización: «Construyendo comunidad organizada y poder popular».
Reconoce que en último tramo del gobierno del Frente de Todos no estaban bien, pero el sacudón con Javier Milei fue grande. «La situación social es atroz. La necesidad se nota a cada paso. Se nota muchísimo acá en el pueblo, ni te imaginás en la ciudad (Córdoba capital)», denuncia.
Como en todos los comedores del país, la cantidad de personas que busca alimentos creció. En Refugio Libertad se entregan viandas todas las semanas (las familias se llevan sus raciones para compartir en sus casas). Redoblaron los esfuerzos para «abrir canales de gestión», formas de presentar proyectos productivos con municipios, gobiernos, ONG e incluso entidades del exterior. El desarme del programa Potenciar Trabajo (que otorgaba una suma mínima de dinero) fue un golpe para hombres y mujeres que trabajaban muchas más horas de las que requería ese plan. Ese dinero no está más y se siente en los bolsillos de los vecinos y vecinas.
«Siempre apostamos a la autogestión. Y tenemos claro que es un momento muy difícil, por eso trabajamos para sostener lo productivo, lo cultural, lo educativo, sostener todo lo que hemos logrado hasta acá. Siempre creemos en la construcción de comunidad, es el lugar de donde siempre partimos y en el que nos refugiamos. Y hoy más que nunca», señala.
Marcados por la coyuntura económica, reactivaron con más fuerza el espacio de producción (huerta, pollos, cultivos) para garantizar el acceso a alimentos, no solo para las familias sino también para el comedor comunitario y el merendero. Lo reiterará varias veces durante la entrevista: «Sostener lo que tenemos».
La entrevista lleva al por qué este presente con un gobierno de ultraderecha. Y en una provincia que fue un bastión de Milei. Pensamientos en voz alta, hipótesis, pero sobre todo el explicitar que es un momento de mucha reflexión y autocrítica respecto al rol político que han jugado las organizaciones sociales en los últimos años.
Plantea que también hubo (y hay) una dificultad grande para traducir las demandas sociales en un proyecto político. «La política (partidaria) está absolutamente distanciada y divorciada del territorio», afirma.
De la construcción social a las elecciones
Trabajadores Unidos por la Tierra (Traut) no tenía en su agenda la disputa electoral. Pero la realidad se impuso. El gobierno local avanzó en la privatización del balneario comunal, el mejor (y más popular) acceso al río Los Molinos. La maniobra incluyó unos supuestos títulos de propiedad de un privado que nadie conocía.
El desmanejo y la población sin acceso al río, motivaron la decisión. Largas charlas en Refugio Libertad, el pensar colectivamente y así nació Comuna Esperanza, un partido local para presentarse a elecciones en 2023.
Entre sus propuestas: llamados a votaciones para tomar decisiones trascendentes (por ejemplo, qué hacer con el río), el crecimiento planificado frente al extractivismo inmobiliario, mejorar los caminos, la educación y la salud, acceso al agua potable, arraigo rural y —quizá lo más importante— escuchar lo que vecinas y vecinos necesitan, piensan y sueñan.
Fue una campaña casa por casa, en una comuna pequeña, de 600 habitantes. Estuvieron cerca, pero no les alcanzó. No tienen claro si repetirán la experiencia. Sí están en un proceso de pensar la época.
«No me cabe la menor duda de que hoy las organizaciones, los movimientos populares en general, estamos en un momento de fuerte autocrítica de lo hecho. Una autocrítica que no veo en los partidos políticos, espacios que no ven la realidad de nuestros territorios y las necesidades de nuestras comunidades, solo ven la partidocracia y su retroalimentación», cuestiona Ferrero.
Pasado y presente
Sergio Job es del grupo fundador de la organización y compañero de vida de Mercedes. Nació en Córdoba capital hace 43 años, creció en Río Gallegos y volvió a Córdoba para estudiar en la universidad pública. Viste prolija camisa, al mejor estilo abogado (que lo es). Se ofrece a llevar de regreso a la ciudad.
Militó en organizaciones urbanas de la capital provincial, tiene a su cargo la región centro del Centro de Acceso a la Justicia (CAJ). Entiende que el derecho está al servicio del poder, pero también es una trinchera donde es necesario luchar para ponerla al servicio de los sectores populares. Fue abogado de sindicatos, cooperativas y movimientos sociales.
El viaje dura menos de una hora. Se percibe cierta confianza pero también que mide algunos posicionamientos. El diálogo va del fiasco del gobierno del Frente de Todos, el avance de la derecha, los errores del campo popular, los egos, las dificultades para construir con otros. Plantea que Traut tiene agenda propia, vinculada a lo local, más allá de pertenecer a una organización nacional (UTEP).
«No estás grabando. ¿No?», pregunta, mientras maneja y sonríe.
Hay acuerdo de que no habrá textuales, solo una mención de los temas charlados. Quedará pendiente una entrevista para una próxima visita y analizar ya el gobierno de Milei y el futuro.
Ya en el centro cordobés. El sol se siente fuerte, parece de verano aunque aún faltan unos meses. Despedida y un sentir que también es un posicionamiento: «Hay mil dificultades en el Refugio, no hay dudas de eso. Pero donde antes había órdenes, gritos y militares, ahora hay educación popular y trabajo digno«.