Es más fácil esconder la cabeza en la arena, como los avestruces al percibir peligro, que no ver la complejidad de nuestros problemas y desafíos. La vida y nuestro entorno no es en blanco y negro, sino lleno de grises y colores que representan la diversidad en toda su magnitud. Es por ello que nunca la causa de un problema es una sola, ni tampoco lo es su solución.
Los seres humanos no tenemos la capacidad para asimilar y procesar toda la información disponible; delegamos esa tarea en uno más referentes a los que escuchamos y/o seguimos para formarnos nuestra propia opinión. Lamentablemente la vorágine del quehacer y la falta de habilidades para discernir nos van llevando a desarrollar interpretaciones simplistas de la realidad, que derivan en propuestas superficiales, temporales y la gran mayoría de las veces ineficaces.
La última encuesta del CEP (Centro de Estudios Públicos) de agosto de este año señala que 73% de la población dice “estar totalmente satisfecho con su vida en este momento”, contrasta con un ambiente negativo, depresivo, prejuicioso, descalificador y violento. Llama la atención esta autopercepción de la calidad de vida en lo individual, con la calidad de vida en sociedad.
En el caso de seguridad, que es por lejos percibida como la principal preocupación ciudadana, se plantea como única o principal causa que la violencia delictiva se debe a la mala gestión del gobierno, y que la solución sería destituir a la actual ministra del interior, Carolina Tohá.
Ni la causa es el gobierno, ni la solución es la destitución de la ministra. La violencia delictiva es mucho más compleja que ello, pero enfrentarla requiere coraje y también requiere cuestionar los propios paradigmas ideológicos. ¿Queremos achicar el Estado? ¿Con qué financiamos más y mejores policías y los entes investigadores? ¿Estamos dispuestos a pagar más impuestos?
No enfrentar la complejidad de la violencia delictiva y mantenerse en causa y solución únicas, deriva en retrocesos institucionales, abre paso a la corrupción y el tráfico de influencias, y comienza a posicionar a líderes populistas que dicen representar la voluntad del pueblo, pero sólo buscan sus propios beneficios.
Estamos en época de campañas electorales y es mucho más fácil “vender la pomada” cuando se busca conquistar votos. Echar mano a la táctica de “causa y solución única” degrada la discusión política y las posibilidades de encontrar puntos de acuerdo entre los actores llamados a conducir los destinos de las comunas y regiones de Chile.
Carecemos de habilidades para ejercer un pensamiento crítico ante los mensajes que recibimos porque fuimos a la escuela para recibir información y no para recibir formación. El desarrollo del pensamiento crítico y la empatía, es decir ponerse en el lugar del otro, no son prioridad en el currículum nacional.
Lamentablemente el sistema educacional chileno está orientado a formar mano de obra barata, sumisa y no cuestionadora, que al llegar a la edad adulta les es más fácil y cómodo tragarse fácilmente las explicaciones de “causa y solución única” en vez de buscar entender y proponer desde las complejidades de la vida.