15 de octubre 2024, El Espectador
Por primera vez en más de 370 años, el 9 de octubre una mujer fue elegida rectora del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Ana Isabel Gómez, médica y maestra, defensora de la proyección social del trabajo científico, y personal y profesionalmente abanderada de la ética del cuidado de la vida, rige desde el pasado miércoles el rumbo y el modelo pedagógico de una de las universidades más tradicionales y formales de Latinoamérica. El claustro educativo fundado en el siglo XVII por el arzobispo Fray Cristóbal de Torres está, desde la semana pasada en manos de una mujer que ejerce con rectitud y valentía la libertad de pensamiento y de expresión; una mujer que ha luchado con inteligencia y perseverancia por hacer valer la autonomía y armonizar la dignidad y los derechos de profesores, estudiantes y pacientes. Ana Isabel, rosarista de carrera, espíritu y convicción, sabe que la primera responsabilidad de un maestro es formar seres humanos íntegros, que crean en ellos mismos y en los demás; que ejerzan el poder transformador de un conocimiento despierto, dinámico y responsable, comprometido con la solidaridad y el desarrollo de las sociedades, antes que de los individuos.
Hace unos meses fue vox populi la crisis causada por una rectoría bastante mediocre, que expuso a la universidad a un riesgo administrativo y financiero; despidos arbitrarios de maestros, inversiones de alto riesgo y poco respaldo, y otra serie de heridas que lesionaron un claustro hasta entonces blindado por su propia historia.
No era fácil para los electores de ahora encontrar al nuevo rector. Debería ser alguien capaz de cohesionar lo que su predecesor había fracturado, devolver la credibilidad y la confianza, y encarar el futuro con independencia, con un profundo respeto por la condición humana y con la decisión de no acolitar eufemismos ni intereses creados. Alguien que hubiera vivido la universidad desde las aulas; y mejor aún si –además y frente a la cama de un enfermo– había aprendido a sentir la complejidad y la fragilidad de la vida; un o una valiente (hay que serlo para crecer en el medio hospitalario) y humilde pero no resignado, ante las derrotas que va causando la muerte. Alguien con una mirada rigurosa –y dulce– de la realidad.
A la doctora Ana Isabel Gómez la eligieron por ser una rosarista brillante, y no por ser mujer. Pero es mucho lo que reivindica su elección, y muchas las discriminaciones y anacronismos superados. Me emociona verla ahí. Revolución o evolución, elegirla fue un acto de inteligencia y justicia, que me hace feliz.
Hace poco más de 50 años las adolescentes que entrábamos a estudiar medicina debíamos sortear humillaciones y segregación que no merecíamos. Para sobrevivir emocional y académicamente era preciso demostrar frente a pacientes, compañeros y profesores, una capacidad y resistencia a prueba de arcaicas masculinidades. Ojalá desde el más allá quienes fueron tan ofensivos y dudaron tanto de nosotras, vean que una mujer médica es la rectora de la universidad. Que nada nos ha resultado fácil, pero casi todo ha sido fascinante. Creo interpretar a la mayoría al decir que una y mil veces volveríamos a hacerlo; y hoy aplaudimos a cada una de las niñas que ingresa a la facultad de medicina, porque eso implica firmar -para siempre- un pacto por la vida.
Felicitaciones querida doctora Anita. La universidad queda en las mejores manos. En las mejores alas: las tuyas, que de alguna manera están forjadas por el vuelo retado y retador de cientos de mujeres que decidimos no darnos por vencidas, y hoy nos sentimos profundamente orgullosas de ti.