Observo en la televisión chilena la entrevista que se le hace a un reputado político que durante su juventud militara en uno de los partidos más radicalizados del allendismo. El mismo que volviera al país después de su exilio, pero abrazando ahora las ideas de la “renovación socialista”, por lo cual fuera acusado de traidor por los sectores más ortodoxos de la izquierda. Sin embargo, ello le facilitó ocupar un importante cargo en la administración de Patricio Aylwin, desde el cual proclamó que “la mejor política de comunicaciones de un gobierno era no tenerla”. Con lo cual La Moneda prefirió poner en juego una práctica de “encantamiento” hacia los medios que habían sido pinochetistas, antes que promover lo que en todas partes constituye una condición fundamental de la democracia: el pluralismo o la diversidad informativa. En todo un proceso que fue vital el otorgamiento de millonaria publicidad estatal a los principales consorcios periodísticos afines a la Dictadura.
Contrario a lo que se esperaba, hasta hoy se impone la uniformidad ideológica en la televisión, los diarios y el conjunto de los medios de comunicación, con la salvedad de algunas pocas radios y medios digitales independientes. Como prueba de ello, basta con sintonizar los noticiarios de la televisión abierta y comprobar siempre los mismos contenidos, imágenes e interpretaciones de la realidad nacional e internacional.
Con el desparpajo que caracteriza a los oportunistas, este ex militante del MAPU declara ahora que se ha convertido en un capitalista, lo que fundamenta en el éxito que ha tenido como emprendedor privado, en las oportunidades de negocio que ha consolidado, como en la atracción que despierta su involución política en la derecha, los círculos empresariales y los medios funcionales al sistema económico y social que se ha arraigado en nuestro país. A pesar de las promesas de los gobernantes actuales en cuanto a pasarle la retroexcavadora al modelo neoliberal. Ya se ve que la consecuencia moral o ideológica de algunos depende del éxito propio que puedan obtener.
Más de treinta años de lo que se llamaba el capitalismo en su expresión mundial más salvaje, y a los que muy pocos de oponen hoy desde los partidos considerados vanguardistas. Convencidos, finalmente, de que el “fin de la historia” de Fukuyama nos lleva a perpetuar la sociedad de consumo, las privatizaciones y la dependencia del exterior. En resguardo, como se dice, de la iniciativa privada, el libre mercado y la mantención de un orden injusto en que los pobres son asumidos como “obra de mano barata”. Así como los ricos se hacen cada vez más ricos y poderosos.
Expresiones como las de este entrevistado repiten que el socialismo ya fracasó en el mundo y que los países deben rendirse a las desigualdades, a la escandalosa concentración de la riqueza y a la expoliación de nuestros recursos naturales de manos de las grandes inversionistas privados y extranjeros. La “condición humana”, nos dicen, debe llevarnos a aceptar, por ejemplo, que, en mérito de la libre empresa, las universidades privadas puedan pagar sueldos escandalosos a algunos docentes adictos, así sea que sus presupuestos en más de un cincuenta por ciento sean aportados por el Estado, además del endeudamiento leonino de quienes quieren obtener un título profesional.
Voces como los de este analista se atreven a asegurar que la economía capitalista es la que produce riqueza, más que el esfuerzo de los trabajadores. Se hacen portadores de un exitismo que no tiene base ni en el crecimiento (1.6 %), ni el mejoramiento del empleo de los salarios, ni de la previsión. Emborrachados todos por una ideología que, en Argentina, un país que era próspero, hoy más del 52 por ciento de sus habitantes vive en la pobreza y la miseria. Y en nuestro propio país se exhiben tasas de más de un 9 por ciento de desocupados, mientras que solo el sesenta por ciento de los nuevos trabajadores alcanza un empleo informal. ¡Cómo no recordar que hasta solo unos años se decía que Chile debía crecer en un 7 por ciento de manera sostenida para alcanzar el desarrollo!
Cuando la clase política (parlamentarios, gobernantes y otros) alcanza ingresos 40 veces por encima del salario mínimo. Y en que la propia confianza empresarial, según El Mercurio, acumula treinta meses con expectativas pesimistas. Tanto así que empresas chilenas, como la Papelera, que fueron fuertes en el pasado, ahora prefieren trasladar sus inversiones al Brasil de Lula Da Silva. Ni qué hablar de la deserción escolar que hoy deja en sus casas a más del 20 por ciento de los niños. Para qué insistir en el crecimiento explosivo de la delincuencia y de la acción del crimen organizado, sin que los cientos de carabineros que se agregan a la vigilancia de nuestras poblaciones y barrios logren frenar en lo más mínimo la violencia, la muerte cotidiana de personas especialmente jóvenes.
Patético resulta comprobar asimismo las enormes listas de espera de los hospitales, cómo sus pabellones se clausuran y sus cirugías se posponen por falta de medios. Así como centenares de miles de familias viven en campamentos amenazadas de ser arrojadas violentamente de sus legítimas y desesperadas tomas de terrenos.
Sin embargo, nuestro Presidente se llena de elogios desde la Casa Blanca, las grandes instituciones financieras y los observadores internacionales que nos miran como el arquetipo de la democracia en el Continente. Pese a la corrupción desatada que está llevando a la cárcel a empresarios, políticos y jueces inescrupulosos, que ya no tienen cabida en los penales sobrepoblados por delincuentes comunes y emigrantes.
Los otrora líderes estudiantiles y diputados de la República, hoy se asumen en los campeones de los esfuerzos mundiales por desestabilizar al gobierno de Nicolás Maduro, al tiempo de alargarle la vida policial a los oficiales que violan los Derechos Humanos, lavándose las manos respecto de la violencia que provocó el Estallido Social. Y como “negocios son negocios”, muy difícil es que hagan algo para protestar por la falta de democracia en China y el grave deterioro de la soberanía popular en los Estados Unidos, donde los votos se cohechan y cosechan con millones de dólares.
Aquí les basta con alcanzar un 25 a un 30 por ciento de popularidad en las encuestas para atreverse a asistir a la transmisión del mando en México, donde un presidente de izquierda deja el gobierno con un ochenta por ciento de popularidad, con su programa de realizaciones cumplido y con una sucesora que arrasa en las últimas elecciones presidenciales.
Claro; solo un tercio de apoyo popular le basta a los actuales gobernantes, tanto como a la derecha, para acceder y regresar a La Moneda. Un porcentaje que los obliga a negociar siempre con la oposición y, con ello, postergar de consuno las reformas comprometidas con el pueblo en cada campaña electoral. Todo para perpetuar al capitalismo como canon político y económico.
La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas, como nos decía el poeta Nicanor Parra.
Votaciones que en los próximos escrutinios de la elección municipal se van a disimular con la elección de ese sinnúmero de “independientes” que se declara ahora como tal en la vergüenza que debe provocarles representar a los partidos políticos. Cuando se intuye con fundamento que, si el voto volviera a ser voluntario, los que sufraguen constituirían una flagrante minoría.