Plan jote: sacar a la machi de su rewe. Estigmas, persecución y racismo en Argentina: el paradigma de un país que no puede mirar con dignidad a sus víctimas
El Estado Nacional, la Historia Oficial, el sistema educativo y los medios de comunicación hegemónicos contemporáneos de Argentina han impuesto ferozmente el mensaje indigno e injusto de que el mapuche no es gente, a tal punto que han logrado que la sociedad cosifique a los integrantes de las diferentes comunidades, inclusive a los warriache que campean las ciudades en soledad. Y en estos últimos siete años, desde el asesinato de Santiago Maldonado (2017), esa cosificación se ha profundizando produciendo que la población local trate al mapuche como si fuera una cosa, sin atributos ni derechos, diferente a una persona, inferior a una persona. Se trata al mapuche como si aún siguieran existiendo los zoológicos humanos, más contemporáneo, el prime time televisivo, en donde son exhibidos como un especimen exótico, lo que provoca en la población, que se avalen constantemente la ejecución de distintas formas de violencia sobre el cuero mapuche, para hacerlo sufrir, para saber hasta dónde resiste. Y esta violencia está justificada judicial, mediática y físicamente, por el simple hecho de que estamos frente al mapuche objeto, deshumanizado, el monstruo mapuche. Materializándose el día que las fuerzas de seguridad de la nación hicieron, por ejemplo, comer tierra a la machi Betiana Colhuan Nahuel (aún era una adolescente) o cuando arrastraron de los pelos a su madre y su cuñada o cuando hicieron parir encarcelada a Romina Rosas o cuando mantuvieron engrillado, para profundizar el maltrato, a Facundo Jones Huala en un hospital durante una huelga de hambre y/o cuando hostigaron judicial y mediáticamente a Fausto Jones Huala hasta inducirlo lenta y progresivamente al suicidio.
¿Cuánto violencia puede soportar un cuerpo (mapuche)?
La muerte de Fausto Tato Huala nos tiene que enseñar que el mapuche es fuerte pero no de hierro y que, por lo tanto, también es persona. Una advertencia que también pronunció la machi Betiana Colhuan Nahuel durante su último testimonio como amicus curiae, en la Causa Madre (septiembre 2024) donde fue sobreseida y en la que se la pretendía juzgar por usurpación; hecho donde fue reprimida toda la comunidad Lof Lafken Winkul Mapu y en la que fue asesinado Rafael Nahuel Iem (2017).
¿Hay algo más peligroso en este país que ser amigo del juez?
¿Hemos superado los zoológicos humanos mapuche? ¿O aún ni siquiera los hemos problematizado, derivando en que los representantes más profundos del Estado Nacional se esmeren en reproducir, en distintos ámbitos, esta forma de violencia histriónica y brutal?
La parafernalia desplegada para trasladar a Luciana Jaramillo antes del comienzo del juicio denominado Causa Madre fue inaudita e innecesaria, un show mediático espeluznante: casco, chaleco antibalas, esposas. Rodeada de hombres y mujeres perteneciente a las fuerzas especiales. Y por supuesto cámaras. Cámaras atentas a retratar y viralizar rápidamente la imagen épica: una mapuche terrorista viva, arrestada de pies y manos por una causa que es excarcelable y que tuvo, finalmente, una sanción excarcelable: dos años en suspenso. El mismo despliegue que se usó mediáticamente para extraditar a Facundo Jones Huala desde Argentina a Chile.
El mensaje es contundente: ¡convivimos con terroristas! ¡Hay que invertir todas las fuerzas (y el presupuesto) necesarias en combatir ese flagelo! ¡Hay que crear un ministerio capaz de detener esta amenaza! Pero el flagelo, como ya lo hemos comprobado, no tiene armas ni financiación internacional, es prácticamente insolvente económicamente (las personas mapuche implicadas en este caso tienen que juntar, peso a peso, el dinero para poder viajar a las distintas audiencias judiciales que generalmente están a varios kilómetros de distancia de sus hogares. Y ahora, encima, deben cubrir de sus propios bolsillos los honorarios a los abogados que las juzgaron de usurpadoras de su propio territorio). Las mujeres mapuche implicadas están más cerca de ser una paria social que una célula paramilitar operando en la Suiza Argentina.
Por otro lado, y para ser justo con la crítica, hay que denunciar que incluso dentro del mundo mapuche, hay mapuche que dicen y/o piensan: “¡Ellos se los buscaron! “¡Mira lo que lograron!”. Y uno lo puede comprobar empíricamente cuando llega a los penales y/o a las distintas instancias judiciales y reconoce que el acompañamiento mapuche hacia, por ejemplo, la comunidad Lof Lafken Winkul Mapu o la Lof Quenquentreu es limitada, ínfima, casi nula. Eso, para los ojos de un jote como Patricia Bullrich, es decisivo y mortal.
Por lo tanto, dentro del mundo mapuche debería ser válida la lectura de clase, en donde es marcada la distinción entre, por un lado el mapuche que goza del privilegio de poseer una casa, un terreno y/o una profesión, impidiendo que piense o vea cómo oportuno revolear una piedra contra el Estado, y por otro lado el mapuche que está sumergido en la mierda más rancia. ¿Qué opción tiene este último? ¿Parlamentar? ¿Con quién? ¿Con el mismo Estado que lo dejó en esa situación? ¿Con gente que ni siquiera lo considera gente? ¿Cuántas veces el Estado se cagó en las comunidades, inclusive en la palabra comprometida en, por ejemplo, la última mesa de diálogo consensuada entre ambas partes?
Nunca, en ningún juicio, escuché a un juez o una fiscal saludar a ningún mapuche en mapudungun. Y esto representa un documento objetivo de la desigualdad de armas con la que se discute la cuestión indígena en la Argentina, fundamentalmente dentro de los ámbitos judiciales.
Epu | dos
¡El español es la falopa de los pueblos (amerindios)!
La religión católica, el idioma español y la cosmovisión occidental condicionaron la mente y la voluntad nacional, obligando coercitivamente al educado a pensar de un sólo modo y creer que ese mundo es el único, el real (la Real Academia), el válido e incuestionable. Sin embargo, el español pertenece al lenguaje de la realeza, por lo tanto es una invención, o mejor dicho, una adaptación, que se amolda a la imagen y semejanza de la corona.
Y es aquí donde debería aparecer también el concepto de meritocracia mapuche, que nos indica que para ser buen un mapuche, un mapuche de honor, es conveniente ser un mapuche intelectual, un filósofo, un mapuche recibido con todas las letras (españolas). “Hay que estar a la altura del blanco”, profetizan algunos iluminados mapuche. Se profundiza tanto está consigna que muchas veces se coloca como norte la empatía con el hombre blanco y no con el mapuche en verdadero peligro. En Neuquén, por ejemplo, hay una foto ilustrativa de esta clase de empatía (septiembre 2023), en donde una comitiva de comunidades, recibió y posó sonriente con Sergio Massa (en la actualidad, es asesor de Greylock Capital Manegment, un fondo de inversión con sede en New York: jote entre los jotes), pero ninguna de estas personas se animó a tomar una selfie nunca con, por ejemplo, Kalfulikan (hoy vive con su mamá en una casilla de madera en las profundidad de un bosque de Chubut), uno de los niños perseguidos a los escopetazos limpios, cerro arriba por el Comando Patagónico Unificado creado por Patricia Bullrich. Y eso, según muchos mapuche iluminados, es estratégico. ¡Hay que ser filoso con las palabras, pero no con las piedras! En mi barrio a esos se los llama traika.
Para seguir pensando el concepto de meritocracia mapuche es necesario recordar, por ejemplo, todos los gestos de subestimación y ninguneo desplegados en la entrevista que le realizó Jorge Lanata a Facundo Jones Huala (agosto 2017) durante su detención en la cárcel de Esquel (Chubut), que sirvió de base para imprimir, más tarde, el concepto de pseudo-mapuche, muy repetido en los últimos días por la ministra de seguridad, Patricia Bullrich y el vocero presidencial Manuel Adorni. Una vez más los líderes de opinión están complotando jurídicamente para actualizar la Historia Oficial.
El buen mapuche se somete al escrutinio estatal, acepta todos los requisitos sin chistar y cumple con el silencio de la presencia pulcra. Ese mensaje muchos buenos mapuche se están encargando de enviar a la sociedad. Me refiero a los mapuche estrategas, que de tanto en tanto, se les escapa por el cerro un Kalfulikan y se les pega como chicle un Sergio Massa en la capital de Vaca Muerta.
¿Se puede ser colaborador del Estado, cuando el Estado demuestra que ni siquiera le interesa saber nuestros nombres?
Para la sociedad argentina el mapuche no es gente. Realice las monerías o reverencias que realice, el mapuche para el Estado argentino no será nunca gente. No tiene espíritu, ni sangre (local). Lo demuestran los ámbitos judiciales, las comisarías, los agentes del Estado, el Ministerio de Seguridad y la propia dirigencia política, que aún no sabe como abordar la cuestión mapuche sin matar a un mapuche en el proceso. Y también se explicita en un bondi y/o en los pasillos universitarios. Lo dejan en claro periodistas y líderes de opinión. Lo omiten de sus discursos, campañas electorales, curriculas educativas, propuestas discursivas.
No es que no nos ven. ¡Claro que nos ven! Saben que estamos acá. Y que estamos por todos lados. Y que cada vez somos más los que hablamos, decimos y pronunciamos. Pero no nos consideran capaces, dignos, auténticos, portavoces, sinceros, reales. Nos toman pruebas, como si nosotros les debiéramos explicaciones a ellos, y no ellos a nosotros. Nos miran como diciendo: “arrodíllense una vez más y ahí vemos si los podemos considerar gente, si podemos confiar en ustedes”.
Nos exigen reverencias para otorgarnos derechos que ya poseíamos antes, inclusive, de que ellos nacieran en este territorio.
Al mapuche lo legitima la gramática discursiva del mapa sureño, el nombre de las ciudades y el nombre de cada lelfu.
Kvla | Tres
Somos un río
Para el Estado Nacional somos como un río o un arroyo o un pehuen: estamos a su disposición y ellos deciden como explotarnos, perimetrarnos o “cuidarnos”. ¡Somos terreno fiscal! Nos piensan como territorio fiscal. Con esa misma especulación. Pero la sentencia es capciosa: si pasa pasa. Sin embargo, un grupo de mapuche está dispuesto a demostrar lo contrario, a exponer el Estado, a exhibir su desfachatez.
Hay estómago para todo en el mundo mapuche. Para comer carne de potro, de choike y de piche también. Inclusive hay estómago para comerse el chamullo extractivista. Recientemente (septiembre 2024), en Neuquén, se pronunció un debate público denominado “Vaca Muerta para los pueblos”, una paradoja que sólo encuentra asidero en la capacidad estatal para evangelizar al indio, comprendiendo que, por citar un ejemplo, en Sauzal Bonito durante 2024 se produjeron (como denuncia el geógrafo Javier Grosso) 57 sismos por acción y consecuencia del fracking.
«La Suiza Argentina esconde más cuerpos suicidas en el cementerio de los que las almas sensibles y poetas se han animado a gritar nunca».
Esperemos que nunca el Estado descubra que en el cuerpo del mapuche habitan toneladas de fuerzas (pu newen), porque querrá, automáticamente, envasarlo, provocando una nueva matanza, logrando legalizar y formalizar el libre uso y explotación del cuerpo objeto mapuche, que para el caso es lo mismo, porque cada vez que un ojo de agua es puesto en peligro también es puesto en peligro el mapuche objeto –que aparentemente no corta ni pincha en la sociedad argentina–. Esa es la dimensión del paradigma epistémico y cultural que a un país extractivo como la Argentina no le conviene evidenciar, discutir, asumir.
¡Las tierras que Argentina presenta como fiscales es territorio ancestral preexistente! Las tierras donde se levantaron iglesias, escuelas y universidades pertenecen al gran territorio ancestral preexistente. Los campos que los migrantes europeos obtuvieron en Argentina por dos mangos (Buenos Aires, La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut) es territorio ancestral usurpado, violentado y regado con sangre mapuche – tehuelche aún no procesada, investigada, ni enjuiciada. Los campos que hoy ocupan la familia Benetton, Joe Lewis, la familia Sapag y Manuel Ginobilli pertenecen al gran territorio ancestral preexistente al Estado. El hecho que no se quiera dar este debate, no quiere decir que esto no sea así.
No puede ser que un gringo de ojos azules que ni siquiera habla español acuse de usurpadores a la gente que tiene el mismo rostro de los pájaros y los árboles que habitan este territorio hace miles de años. Es una brutal y evidente contradicción.
El encierro no sólo se da dentro de cuatro paredes carcelarias en un penal de Temuco o de Ezeiza, también se produce cuando un maldito taxista decide no llevar en su auto a una persona con un pañuelo azul en la cabeza o cuando un peñi debe cubrir su trarilonko con un gorro negro, luego de salir de un hospital, para que los jugadores de rugby de un club no le griten “volvete a tu país indio de mierda”.
Meli | Cuatro
El mapuche desaparecido (NN)
El mapuche no es gente o permanece desaparecido (NN) en su propio territorio. Silenciado. Olvidado. Impronunciable su nombre y dinastía. El linaje de cada mapuche no puede desplegar sus alas, permanece reducido.
“El fuego que afuera nos abriga no nos pertenece”, nos dicen. “La nieve que brota del cielo tampoco”, insisten. “Mucho menos nos puede saciar el agua que brota del volcán”, replican. “¡Ustedes son foráneos!”, vociferan.
“Nosotros, los hijos de Benetton somos dignos, cautelosos de cuidar las regalías del mallín verde que beneficiosamente se convertirá en dólares verdes antes que la seca muerte de la minería se lleve toda la suerte de este mundo”, recitan como un mantra.
¿Cuántas personas de la Argentina han sido beneficiadas por el millón de hectáreas que administra la familia Benetton?
La Suiza Argentina esconde más cuerpos suicidas en el cementerio de los que las almas sensibles y poetas se han animado a gritar nunca.
¡Nadie puede descubrir lo que no quiere ver!
¿Tomar agua con cianuro del río Neuquén o pegarse un balazo en un monoblock dentro de la Suiza Argentina? ¿Cuál de estas dos posibilidades te parece una mejor opción?
Te clavaría un cuchillo en los ojos, hijo mío, para que no veas en que se han convertido los vivos frente a la muerte.
Kechu | Cinco
El mapuche Jackson
¿Cuánto tiempo llevará blanquearte las manos, el rostro y la espalda? ¿Podrá ser un excelente sustituto de la realidad la falopa más barata que esparce Vaca Muerta sobre la fosa de tus narices?
El mapuche Jackson suele usar escarapelas, cantar el himno patrio y gritar desaforado desde sus autos O KM con llantas robadas: “¡Vayan a trabajar indios de mierda!”
El mapuche Jackson aspira a un cargo en el municipio o en la milicia. Se persigna y juega los últimos pesos en los casinos del mal llamado desierto argentino. No saluda al río, ni cree en la sabiduría del füta pillan.
El mapuche Jackson odia a los putos, a los ancianos, a sus vecinos y fundamentalmente odia el espejo de su casa, que le devuelve, cada mañana, el color de piel que lo viste.
“Yo también soy una persona”, advirtió la machi, intentando sostener el llanto. Ni a un violador se lo ha expuesto con tanto sadismo como se ha expuesto mediáticamente a los hermanos Huala y a la machi Betiana Colhuan Nahuel. No sólo son heater los que insultan por las redes sociales, pidiendo bala y tortura para el mapuche. Los jubilados de los barrios pudientes se toman ese atrevimiento, los comerciantes (fundamentalmente los comerciantes que le ponen nombres mapuche a sus locales) los estudiantes de escuelas privadas y los trabajadores administrativos se han ensañado con la machi, en la calle, una plaza pública o en una verdulería. Un insulto tras otro, como si se tratara de uno de los tantos videos de mujeres palestinas perseguidas, asediadas, escupidas y golpeadas por niños, adolescentes y jóvenes israelíes. Con esa misma impunidad, con ese mismo destrato, con esa misma deshumanización. El apedreamiento público.
Quizás si nos fuéramos dos o tres más como se fue Fausto, el mensaje sería más considerado para la sociedad argentina o quizás pueda mirar con ojos sinceros lo que están atravesando los mapuche en los territorios, que es definitiva, lo mismo que está padeciendo un charito o la vertiente de una laguna de deshielo como territorio de sacrificio, despojado y contaminado.
“¡Me puedo morir! Cuando me obligaron a estar lejos del rewe, enfermé, me tuvieron que operar dos veces”, explica afligida la machi Betiana Colhuan Nahuel. Pero esa dimensión de la muerte, la cosmovisión occidental no la puede comprender o no la quiere comprender. No puede comprender que en el mundo existen relaciones complementarias no necesariamente humanas, que son vitales. Y que esa relación, como muchas otras, tiene una función en el mundo. En este caso, el conocimiento que surge entre una machi y su rewe, puede curar personas, encontrar la combinación de plantas medicinales necesarias para abordar enfermedades simples como así también más complejas. El Estado, el poder judicial y empresarial, prefieren el sacrificio de la vida para quedarse con las regalías económicas. La vida no vale nada, el territorio millones de dólares. Es simple la cuenta.
“Los mapuche no somos baldío”.
¡Son sacrificios! Se sacrifica al mapuche como se sacrifica un árbol, una planta medicinal o un humedal. Se los prende fuego o se pasa una topadora o se los convierte en cemento: un gran hotel, un shopping o restaurante. Una muerte a cambio de una inversión inmobiliaria para el capitalismo resulta una excelente transacción. Y si no fuera así, desde el asesinato de Santiago Maldonado hasta la actualidad, no se hubieran producido nuevos asesinatos. Sin embargo, ya son tres los jóvenes mapuche asesinados en torno a la misma discusión. El territorio vale más que las vidas. Y a su vez el territorio es vida. Esa es la paradoja a la que nos enfrentamos. Por otro lado, que una india quiera curar a otras personas con plantas medicinales, sin que medie el capital farmacéutico, no es negocio para nadie.
¿Cuántos jóvenes se han ido, como Fausto, en estos últimos diez años, en medio de un silencio atónito anónimo, dentro del barrio el Frutillar o Virgen Misionera, pertenecientes a la ciudad de Bariloche, la Suiza Argentina?
Kayu | Seis
El mapuche es antipopular
El mapuche es antipopular. No por voluntad propia. Su derecho a réplica y a ocupar los espacios comunicacionales tradicionales están cercenados.
¿Cuántas veces hemos escuchado a un trabajador senegalés o congoleño en los medios de comunicación hegemónicos de la Argentina? El mismo interrogante es válido para el mapuche.
Los traductores en vivo dentro de un proceso judicial son válidos para hombres de España, Francia o Italia, pero no para un mapuche. De hecho, en los procesos judiciales, se aceptan y se solicitan como prioridad esencial para llevar adelante la instancia judicial traductores, cuando las personas comprometidas hablan un idioma diferente al español. En cambio, al mapuche directamente se le prohíbe hablar en mapudungun. No puede. Tampoco los actores principales de las audiencias se muestran interesados en escuchar y/o aprender algo al respecto. La negación es rotunda. Como si esa lengua no fuera una lengua y como si esa persona no fuera una persona constituida con derechos y una estructura simbólica–cultural de representación.
¡Atención! Porque aquí llegamos al corazón de la discusión que es filosófica y también dialéctica.
Si los jueces y las fiscales de las diferentes causas mapuche no osan saludar en mapudungun ni exigen traductores, peor aún, impiden y le niegan la posibilidad de expresarse en mapudungun a los mapuche acusados, ¿pueden debatir y problematizar conceptos claves del feyentun mapuche como es la relación simbiótica entre una machi y su rewe? ¿Con qué o quién se forman los jueces para dar sentencia en estos procesos? ¿Con gente mapuche?
La apariencia antigua del mapuche contrasta con las promesas rimbombantes, superfluas y suntuosas del futuro consumista. La sociedad entera intenta alejarse de ese pasado. Sólo un minúsculo grupo de mentes conscientes se animan a volver, a incomodarse con ese pasado, que se repetirá, sea como sea, una y otra vez, como se repiten, en cada ciclo, contra nuestra nimia voluntad, las estaciones del tiempo.
¿Puede una persona, pertenezca o no al pueblo mapuche, vivir sin desarrollar una vida espiritual; sin dimensionar, dialogar y reconocer el par complementario simbiótico no humano (antropocentrismo) que lo constituye en la naturaleza que lo vio crecer? ¿La no vinculación, desarrollo y aprendizaje de este diálogo puede producir en las personas enfermedades mentales, crónicas, inclusive provocar la muerte, como denuncia la machi Betiana Colhuan Nahuel? ¿Las distintas enfermedades y malestares en la salud de las sociedades actuales (alergias, claustrofobias, consumos problemáticos, hipertensión, depresión, cáncer) pueden ser causadas por el avasallamiento de la vida material, pero también del no desarrollo de la vida inmaterial (lo que el mundo occidental define como emocional)?
Parafraseando a un trabajador mantero senegalés, expulsado por el Ministerio de la Ciudad porteña por no tener permisos comerciales: “los mapuche no somos baldío” para ignorarnos y dejarnos con el visto en el olvido.