Al cumplirse un aniversario más del Estallido Social, un conjunto variopinto de políticos, desde el Partido Socialista hasta la UDI, han convenido un documento en que se comprometen a renunciar a la violencia y a materializar cambios solo a través de acuerdos entre las colectividades que representan. Se trata de decenas de dirigentes que anuncian su irrestricto respeto al Estado de Derecho y un transversal repudio a lo que significó la protesta político social del 2019.

Se trata de algunos demócrata cristianos, PPD, Amarillos, militantes de Evópoli, de Renovación Nacional y varios ex concertacionistas sin militancia que, sumados a los partidos de Allende y Jaime Guzmán, logran un texto destinado a “Aprender por Chile”, en el que se sacralizan las posiciones de la derecha que hoy rasga vestiduras en relación a una democracia amenazada por el “octubrismo”, en alusión a ese levantamiento multitudinario de chilenos en ese último mes de octubre bajo el gobierno de Sebastián Piñera.

Un documento que incluye a varios firmantes identificados como de izquierda que inclinan su cerviz ante las ideas de los que en el pasado apoyaron un golpe de estado violento y cruento que instaló a los militares en el poder por diecisiete años. Donde la violencia ejercida contra los disidentes y opositores fue el pan de cada día, según ese dramático balance de las organizaciones de Derechos Humanos en Chile y en todo el mundo.

Un manifiesto que incluye nombres de varios dirigentes que manifestaran, entonces, su plena satisfacción con el Estallido Social, una expresión pacífica en que multitudinariamente el pueblo planteara sus diversas demandas sociales en las calles y plazas de todo el país. Aunque se produjeran, también, lamentables actos de violencia con una represión policial criminal que en nada extrañaría fuera alentada e infiltrada por quienes querían desacreditar la protesta y sus justas aspiraciones. Al estilo de las siniestras operaciones realizadas antes por el régimen dictatorial.

Es evidente que el Ejecutivo decidió abstenerse de este manifiesto. Entre los firmantes no hay ministros y subsecretarios, pero sí no pocos parlamentarios oficialistas, aunque nadie del Partido Comunista que también integra el Gobierno de Gabriel Boric. Sería como mucho cuando hoy gobiernan varios de los que alentaron el Estallido y, hasta hoy, demandan que se haga justicia por las graves violaciones a los derechos humanos de los manifestantes. Atropellos cometidos especialmente por Carabineros, cuyos dos últimos comandantes en jefe están formalizados por su responsabilidad u omisión culpable.

Décadas atrás se decía que los chilenos manifestábamos un “complejo de izquierda” por el cual era de buen gusto compartir las ideas y estrategias definidas por el progresismo marxista leninista o social cristiano. En que el anticapitalismo y el antimperialismo representaban las grandes banderas populares, y regímenes como el de la Revolución Cubana, o del sandinismo inspiraran las ideas, banderas, estandartes y hasta las vestimentas de los jóvenes y trabajadores.

Hoy, sin embargo, tenemos un país políticamente al revés. Connotados izquierdistas del pasado se han “reciclado” y se asumen sin vergüenza como capitalistas, así como aquellos furibundos pinochetistas de ayer hoy se erigen en defensores de la democracia y la libertad. Tal como ocurre con los medios de comunicación que callaron respecto de los crímenes y despropósitos del Régimen Militar y hoy se ufanan de ser pluralistas y defensores de la libertad de expresión, con un celo atroz respecto de lo que sucede en Venezuela y otros países abominados por los ignorantes e hipócritas rostros de la televisión abierta y monocorde. Donde la diversidad informativa sigue estando muy restringida.

Periodistas y conductores de programas ardientemente interesados en la disputa presidencial estadounidense, como si el triunfo de Donald Trump o de Tamara Harris, pudiera cambiar lo que la Casa Blanca, el Pentágono y las grandes y poderosas empresas e instituciones financieras van a determinar en tal o cual posibilidad. Olvidándose, además, de que los gobiernos demócratas poco o nada han contribuido a la paz mundial, como a la redención de los pueblos oprimidos.

Poco falta para que la embajada norteamericana invite a políticos y periodistas a observar los comicios presidenciales en su legación diplomática. En un premunido coctel en que se reparten escarapelas de uno u otro candidato para que lo instalen en sus solapas y los lleven de recuerdo de tan eminente acto democrático, en que el dinero que recauden los postulantes parece ser lo más determinante en sus resultados. Así como el sistema indirecto de elección pueda conspirar contra el triunfo de candidato que sume más votos ciudadanos.

Todo un complejo de derecha es el que prima ahora en nuestra política, lo que no se explica solo en la deserción ideológica sino en la corrupción, oportunismo y arribismo de muchos izquierdistas del pasado muy complacidos hoy de su roce social con la alta burguesía, como antes así denominaban a políticos y empresarios de la clase hegemónica del país.