Es imposible no reflexionar sobre las profundas frustraciones y esperanzas que nos han marcado como pueblo chileno. El estallido fue un grito colectivo, una demanda por justicia social y dignidad, nacida del malestar acumulado bajo un sistema económico y político que ha perpetuado la desigualdad y la segregación social. El hecho de que, en 2024, la Constitución heredada de la dictadura cívico-militar siga vigente, junto con la mantención del modelo neoliberal, genera una mezcla de desilusión y frustración.
En lo personal, el momento actual lo siento como una crisis de sentido. Las expectativas de transformación, alentadas por las movilizaciones masivas, se han encontrado con los límites de la realidad política, donde los poderes establecidos han resistido el cambio. El neoliberalismo, con su énfasis en la individualidad y la mercantilización de los derechos básicos, sigue siendo la estructura dominante, lo que profundiza la sensación de que el sistema que desencadenó el estallido permanece intacto.
El pueblo chileno, que se levantó con una fuerza inédita en 2019, vive hoy una frustración colectiva. La aspiración y el clamor de una nueva Constitución que reflejara las demandas sociales —justicia, igualdad, derechos garantizados— se han visto frenadas por procesos políticos de continuidad y protección del modelo económico establecido y un entramado institucional que ha mostrado una resistencia al cambio. Los intentos de generar una nueva carta magna han encontrado numerosos obstáculos, desde desacuerdos en los convencionales hasta un rechazo social que mostró las complejidades de cambiar una estructura tan arraigada.
Sin embargo, dentro de este panorama de frustración, también habitan los sueños y anhelos de quienes estuvimos presente de cuerpo y alma en octubre. El estallido marcó un antes y un después en la historia política de Chile. Aunque los cambios esperados no han llegado en los tiempos ni en las formas que muchos anhelaban, existe la convicción de que el proceso de transformación aún no ha terminado. El despertar social de 2019 sembró una semilla de conciencia colectiva que no puede ser ignorada. Las demandas de equidad, derechos sociales, y el fin de los abusos persisten en el tejido de la sociedad chilena, y aunque los avances sean lentos, la sentida demanda de una sociedad más justa y humana, sigue viva.
Este momento histórico de escasas certezas, de políticos desconectados de las necesidades de la gente, nos obliga a confrontar las contradicciones entre la expectativa y la realidad, entre el ideal de cambio y la inercia de un sistema profundamente estructurado en la lógica neoliberal. Pero es en esta lucha entre la frustración y la esperanza donde reside la esencia de la transformación: en la persistencia de todo un pueblo por seguir buscando un camino hacia la dignidad, la justicia, la democracia real y el bienestar social, aunque por ahora, en el horizonte aún se vea distante.