Por Marcelo Castillo Duvauchelle
Buscando tener conciencia de nuestra historia reciente, al menos parcial, porque con tanto pacto de silencio, tanta justicia “en la medida de lo posible”, se ha hecho inaccesible una conciencia total, digo que este día 11 de septiembre, con reflexión y respeto, nos llama a recordar a miles de personas y familias víctimas de la dictadura cívico militar. Hubo dolor y sufrimiento, fue alto el precio que se tuvo que pagar por los anhelos de libertad, justicia y muchos otros derechos fundamentales que hoy consideramos inalienables, por ejemplo: a vivir con dignidad.
Sin embargo, a más de tres décadas del fin de la dictadura, y tras el paso de distintos gobiernos “democráticos”, estallido social y fallido cambio constitucional incluido, todos los pórticos y candados siguen en su lugar. Muchos de los derechos por los que nuestros compatriotas dieron su vida, permanecen en calidad de pendientes. El modelo neoliberal, impuesto durante aquellos años de autoritarismo y concentración de poder, persiste enquistado en nuestra sociedad, perpetuando desigualdades y limitando el pleno ejercicio de los derechos sociales. Otra secuela algo menos tangible, es la deshumanización de las relaciones interpersonales, también la relativización de los principios y valores, creo que el individualismo y el pragmatismo en el hacer, tal vez han sido más dañinos que la inflación o el desempleo.
La segregación, el acceso desigual a una educación y salud de calidad, la precariedad laboral, la pensiones miserables, la corrupción, la impunidad, etc., todos son testimonio de que el modelo instalado, pese a las múltiples reformitas y centenares de promesas incumplidas desde las cúpulas políticas, sigue estable sobre un cimiento que no se ha movido. El Chile de hoy, aunque libre del yugo dictatorial, sigue atrapado en las redes de un sistema que prioriza el mercado sobre el bienestar de su gente.
En este nuevo 11 de septiembre, quisiera que la memoria histórica se convierta en un gran impulso para no ceder, para no permitir que una minoría privilegiada siga determinando el destino de nosotras/os, la mayoría. Si de conciencia se trata, comprendamos que el verdadero poder político reside en la ciudadanía, especialmente cuando se une y organiza para que existan plenas garantías de los derechos elementales de una sociedad.
Qué les parece si nos encontramos en los espacios cotidianos, en los barrios, en las calles, en el entorno familiar, como se vivió una vez en el territorio, hubo debate de ideas, hubo pasión, determinación, coherencia entre el discurso y los hechos, hubo ideales superiores que guiaban los actos y decisiones importantes. Los derechos humanos y sociales fundamentales no son utopía, son una causa común posible de conquistar. Que la memoria y el actuar consecuente de nuestros predecesores, nos muestre el camino, que el futuro de Chile, de nuestros hijos, sean nuestra fuerza y motivación. Sueño con el día en que las mayorías hayamos asumido que “El pueblo unido jamás será vencido”, es algo más que la letra de una canción, es el mensaje de un sentido transformador que le podemos dar a nuestras vidas, como sujetos y como generación humana de este tiempo y espacio histórico.