Al recorrer las páginas del diario de vivencias y experiencias de Rosa Ruiz, titulado “La vida sabe”, encontré momentos de soledad, muerte, alegría, vida y dolor. Desde su nacimiento en Galdeano un ocho de marzo de 1952, la historia arranca hablándonos de una madre y un padre que se dedicaban a la agricultura y el carbón. En ese lugar había una perra que se llamaba Borrascas, sus crías habían arrancado la leche materna que permanecía quieta en el interior de una mujer, para luego salvar la vida a una niña que lloraba con esas lágrimas llenas de vida.
En aquella infancia, Rosa nos describe su recuerdos y habla de cómo en el lavadero de ese pequeño pueblo de Navarra las mujeres contaban sus historias, mientras aclaraban la ropa. La Biborra era una vejiga de cerdo llena de grasa que se convertía en una bola para conservar la manteca. Los niños tenían que retirar los excrementos de los animales, mientras los mayores aventaban la cosecha de cereales para separar el grano de la paja.
A través de cada historia se respira el frío, la humedad y el paisaje nevado, es allí donde el padre de Rosa sale a talar árboles secos para hacer carbón y una maestra llamada Flora sufre la muerte repentina de su marido en un accidente de tráfico. Aquella infancia queda reflejada en la vida rural, cuando la protagonista a través de sus recuerdos nos describe sus vivencias de la siguiente forma:
«Había tareas para todas, pero cuando me tocaba el lavadero en una enorme pila de granito gris oscuro, con agua helada, nuestras manos enrojecidas casi casi moradas se quedaban sin circulación, y de aquel frío y humedad penetrante no salían los temidos sabañones».
Rosa persigue la vida y el destino la aleja de sus padres para terminar en un pueblo en Guipúzcoa llamado “Alto de Meagas”, allí juega con niños que solo hablan euskera y un día le entró pánico cuando le iban a pinchar, se refugió entonces en el silencio. También aprendió en Vitoria a jugar a Guardias y Ladrones, al Hinque, al Comba y al Chorro Morro.
La historia avanza y aquel pueblo de la infancia conocido como Galdeano se va y con él también la perra Borrascas que había dado vida a Rosa. Vitoria es el nuevo hogar donde niñas y niños estudian en aulas separadas. Una ciudad que crece y donde los padres de Rosa se instalan en el barrio de Adurza, una cigüeña le trae un nuevo hermano llamado Ángel, pero sufre la muerte repentina de su padre.
Allí está la fuerza de este relato donde la muerte acompaña la vida y de allí nace la tristeza y la alegría, el sufrimiento y el dolor. Una niña como Rosa, le asignan el número 89 y la convierten en aspirante a la hija de la caridad. Era en aquella sociedad católica y conservadora donde los hombres tenían que ser curas y las mujeres monjas.
Rosa nunca creyó en el pecado, siempre cuestionó la moral religiosa y los dogmas. Se enfrentó a su miedo y en las palabras de su padre encontró el sosiego cuando recordaba aquella frase que había oído tantas veces “tranquila, no hay que apurarse para nada”.
En las páginas de “la vida sabe”, Rosa conoce a Paco un día que iba al monasterio de Estibaliz, ese momento cambió su vida. En vitoria empezó su experiencia laboral en una cooperativa llamada URSSA y después en la Papelería Líbano.
Se casó con Paco y llegaron los hijos Juan y después Cristina, en ese momento nació el amor y el dolor en una madre cuando dice:
«Iba a ser la primera en ver a ese bebé que llevaba nueve meses gestándose gracias al milagroso encuentro de un óvulo y un espermatozoide que un día decidieron fundirse en un acto de amor para crear la vida».
El amor y la tenacidad son los que llevaron a Rosa en cada página de este relato épico, en el que ella se desnuda como ser humano, y decide marcar sus pasos cómo emprendedora y empresaria, al defender sus ideas en Madrid cuando presentó su trabajo final. Ella decía:
«Para mí los beneficios no siempre son económicos, como autónoma con una pequeña empresa, doy valor a otros beneficios que no son visibles en una cuenta de resultados”.
He allí cuando desafía los números y resalta los valores humanos por encima de los beneficios. Viaja a Paris sola sin hablar francés y termina cocinando pollo al ajillo en una residencia de diplomáticos suizos con su tía, también recorre Nueva York con sus amigas sin hablar inglés, hace amigos y es retenida en el aeropuerto porque no entendía la palabra “visa”.
Creo que Rosa Ruiz Vidán como dice el título de su libro “vive cada experiencia, en su danza y a su ritmo” desde esa sabiduría como madre divorciada decía:
«La realidad que me mostraba aquel momento era que lo más alejado de lo justo es la propia justicia».
Este libro nos retrata la historia de una mujer luchadora y persistente que queda reflejada en estas palabras del escritor Eduardo Galeano:
«Si Eva hubiera escrito el Génesis, ¿cómo sería la primera noche de amor del género humano? Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, no conoció ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas esas historias son puras mentiras que Adán contó a la prensa».
Creo que Rosa es esa Eva que reinventa Galeano desde la belleza y la tenacidad.